Altruismo versus egoísmo

El organismo humano es el eslabón de una cadena que obra con la intencionalidad –consciente o inconsciente—de prolongarse y de persistir en el tiempo. Todos nuestros sistemas y órganos laboran con esa intención, aunque no con infalibilidad en el propósito de la acción, pues están sujetos a errores y, consecuentemente, al desgaste y al fallo. Somos, de esa guisa, esencialmente egoístas, siempre miramos –en lo más íntimo del organismo—por nosotros mismos.

Sin embargo, no podemos obviar nuestra historia como especie: conseguir eficacia biológica a través de la supervivencia del grupo al que se pertenece; ser subsidiarios en nuestra eficacia biológica de la supervivencia del grupo. De dicha subsidiariedad nace el altruismo: me sacrifico por el beneficio de mi grupo o de alguno de sus miembros para obtener, derivativamente, un beneficio que compense con creces el sacrificio que realizo[1]. Lo cual, claro es si es así, no hace sino poner de manifiesto el carácter de egoísmo camuflado que tiene el altruismo.

¡No hay que alarmarse!: Los términos «sacrifico», «beneficio», «compensación», no se refieren necesariamente a conceptos ni a conciencia, aunque en ocasiones lo hagan, sino que actúan como operadores en el ámbito sentimental del organismo. Aclaremos esto: un altruista «puro» no se sacrifica por el bien de otro individuo por cálculo consciente, sino por necesidad imbuida de sentimientos. El organismo[2] «percibe»[3] –errónea o acertadamente—lo que le resulta conveniente (y todos sus órganos y sistemas obran «para» la supervivencia) y emite el correspondiente sentimiento para lograrlo.

Se puede alegar: ¿Cómo sabe el organismo aquello que le conviene?, y ¿cómo reconoce esa conveniencia en las cosas y los hechos?, es decir, ¿cómo maneja el organismo ese a priori y ese a posteriori? Recuérdese que nos movemos en busca de la seguridad y del placer, y huyendo del dolor y del peligro; y adviértase que obramos en el presente con la mirada puesta en el futuro, y con los pertrechos –conciencia, conocimientos e idiosincrasia sentimental—esbozados en el pasado mediante el aprendizaje.

A la primera pregunta: el organismo «sabe» a priori  que lo conveniente se halla en el mejor-estar y sentir que resulta factible. Ese «saber» es obra de todos sus sistemas y órganos, pergeñados por la utilidad de que hicieron gala para la supervivencia; todos ello miran y velan por el mejor-estar del organismo. Y, en relación a la segunda pregunta, ¿cómo y en qué lugar reconoce el organismo ese mejor-estar-y-sentir, esa conveniencia? Para ello, percepción de seguridad, de peligro, de placer, de dolor, confluyen y batallan, pero con proyección de futuro; no se evalúa e interpreta sin más el presente, sino las consecuencias de una acción u otra en el futuro; y se ponen para ello en acción la conciencia, con su imaginería, con su razón, con sus recuerdos…, y las emociones y los instintos, y se produce un acuerdo sentimental: «ha reconocido». Ha reconocido, ha elegido el mejor-estar-y-sentir, aunque sea la muerte (la muertecomo mal menor, entiende el organismo). Lo cual parece paradójico, pero no lo es si se tiene en cuenta el carácter operativo de los sentimientos y que en gran medida han sido aprendidos. Los mecanismos de sentimentalización los tenemos ahí porque resultaron ser beneficiosos para nuestra supervivencia; pero ese beneficio pertenece al ámbito estadístico, a lo que se fijó en el acervo genético: algunos del grupo podían morir (movidos por sentimientos) intentando auxiliar a otros miembros, pero en conjunto sobrevivieron más individuos que en caso de no haberse ayudado, y sobrevivirían con mayor probabilidad aquellos que se ayudaron, aquellos que tenían sentimientos para ello, para comportarse altruistamente. Así que, retorciendo la paradoja: el actuar altruistamente incluso con el resultado de morir por ello, no contraviene el que íntimamente seamos egoístas, es decir, que miremos y sintamos siempre por el mejor-estar-y-sentir nuestro. Uno se siente impulsado a salvar a costa de su vida a su hijo que se está ahogando, porque en caso de no hacerlo su sufrimiento en forma de dolor por culpa y remordimiento será tan grande que desearía morir y haber muerto. Los mecanismos sentimentales producen esa culpa y ese remordimiento.

Ayudar a una anciana a cruzar la calle conlleva sentirse bien consigo mismo, conseguir miradas de aprobación de los viandantes, satisfacción por cumplir las enseñanzas recibidas en la infancia, sentirse orgulloso de ser un buen ciudadano, evitar el punzamiento de la culpa en caso contrario… Un misionero o un miembro de una ONG actúan altruistamente porque sienten un deber con el prójimo, que puede obedecer al sometimiento a la idea de Dios o a otra idea, y porque obtienen bienestar en el agradecimiento de los beneficiados de su ayuda, o porque se sienten mejor consigo mismo si tratan con gente dignas de conmiseración, o porque tratando con esa gente, que suele ser humilde, evitan la alteridad que les producen «los otros», o porque disfrute de unas vacaciones socialmente bien vistas. Siempre que se mire en el interior del altruista se encuentran razones egoístas, se encuentra un beneficio propio que se oculta. Lo cual no niega que el acto altruista no basado en el altruismo recíproco sea un medio ideal de convivencia social (aunque muy mal visto hasta épocas recientes por el marxismo y por la izquierda en general, que consideraban a la caridad nefasta).

El altruismo nació con vocación de cohesionar los grupos y permitir la cooperación entre sus miembros; ya ha sido recalcado que categorizamos el «nosotros» y el «ellos», y que aplicamos la compasión y el altruismo al nosotros, y otros sentimientos como la malquerencia y la crueldad al ellos. Pero al hiperextender el «nosotros» y contraer el «ellos» mediante el aprendizaje social, el altruismo y la compasión la extendemos a casi todos los miembros de la especie humana, e incluso a los animales.


[1] Tal como señala Edward O. Wilson (Consilience, p. 377), «Existe una ventaja selectiva hereditaria en pertenecer a un grupo poderoso unido por la creencia y el propósito devotos». Esto es, los grupos que manifiestan altruismo en la cooperación, tuvieron en el pasado mayor probabilidad de supervivencia, ¡sobrevivieron!, frente a los grupos menos altruistas.

[2] Recalco el «organismo» porque aunque el cerebro rige en gran medida la funcionalidad de los sistemas orgánicos, células de cualquier parte del cuerpo responden –individualmente o en grupo—al medio expresando proteínas de funcionalidad diversa, y sin la intervención directa del sistema cerebral; también el sistema nervioso autónomo, que recibe información de las vísceras y del medio interno para actuar sobre glándulas, músculos y vasos sanguíneos, aunque su acción viene mediada en muchos casos por el sistema nervioso central, en otros su impulso no llega al cerebro sino que es la médula espinal quien recibe la señal y envía la respuesta; este sistema se encarga de los reflejos viscerales. Así pues, resultaría muy erróneo hablar de la conciencia para explicar nuestras acciones, incluso sería insuficiente hablar del cerebro en su totalidad; hablar del organismo es lo adecuado.

[3] Percepción en el sentido amplio, como información de los sentidos, evaluación e interpretación.

13 comentarios en “Altruismo versus egoísmo

  1. Una de las mayores dificultades con la que tropiezas cuando intentas explicar este concepto que has desarrollado, es el hecho de que no tienes que conocer las intenciones de la naturaleza (reproducirte, sobrevivir, relacionarte, etc.) para que las cumplas, porque como tú muy claramente explicas, están codificadas en nuestra mente, en nuestros deseos, sentimientos y temores.

    La naturaleza tiene sus propios métodos para hacernos cumplir su programa y la inteligencia y la conciencia sólo están al servicio de alcanzar esas metas de manera más eficiente.

    Como ejemplo extremo de altruismo, consideremos las hormigas soldado. Están dispuestas a sacrificar su vida por la de su reina. Ellas no saben que es la reina la única que puede salvaguardar su genoma de la extinción, pero se comportan, siguiendo sus instintos, como si lo supieran.

    Así, cabría decir que el programa prioritario que gobierna a todos los seres vivos es el de preservar su genoma y que el secundario es preservar su propia vida, en la medida que suele ser condición necesaria para cumplir el primer objetivo.

    Así se explica que un padre arriesgue la vida por su hijo y que una hormiga soldado sacrifique su propia vida cuando está en riesgo la de su reina.

    Sólo aquellas especies que priorizan la preservación de su genoma sobre cualquier otro objetivo, están aquí para contarlo.

    Buen articulo. Saludos.

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  2. Yack, el tema es arduo y temo discrepar contigo en algún punto. De hecho, los biologicistas no han aclarado mucho el problema y son manifiestas las divergencias que presentan en su enfoque. Por ejemplo, Edward O. Wilson o Richard Alexandre, atribuyéndose motivos biológicos, se decantan por señalar únicamente que tras de cada manifestación altruista se esconde un interés egoísta. William D. Hamilton propone una regla matematizada que relaciona el altruismo y el parentesco, una regla que establece la ayuda a los parientes en relación directa al grado de consanguineidad. Richard Dawkins sitúa la raíz del egoísmo en la conservación de la fidelidad genética.

    Bien, se ha comprobado que la Regla de Hamilton –en la que se apoya también Dawkins—deja de cumplirse cuando los individuos emparentados entran en competencia directa por los recursos o la reproducción. Cosa que ya sabíamos en relación a la especie humana, pues los parricidios, fratricidios e infanticidios han sido el pan nuestro de cada día a lo largo de la historia, más cuando se disputa una herencia o una mujer. El Gen egoísta de Dawkins tuvo gran repercusión mediática y académica, pero, aparte de apoyarse en Hamilton, poco aporta, tan solo lo llamativo de situar a los genes en el centro, y si la Regla de Hamilton falla se queda sin argumento.

    A mí me parece que debemos mirar el acervo génico humano para tratar de distinguir las adaptaciones evolutivas que llevaban el marchamo de buscar la eficacia biológica del individuo (supervivencia y reproducción) de forma directa, y las adaptaciones que procuraron eficacia biológica al individuo indirectamente, subsidiariamente a la eficacia biológica estadística del grupo. Es decir, adaptaciones que hicieran al individuo más apto para sobrevivir o adaptaciones que produjeran un grupo más fuerte, de lo cual indirectamente se beneficiaría estadísticamente el individuo.

    En este sentido cada especie es diferente. Nosotros no somos hormigas. Las hormigas han cimentado su eficacia biológica en el grupo. En ellas la grupalidad sobrepasa con mucho a la individualidad en importancia para la supervivencia. Su larga trayectoria evolutiva con el grupo como necesidad de primer orden les ha conformado biológicamente, ha hecho del grupo su esencia.

    En los seres humanos la importancia del grupo en el orden de supervivencia del individuo es menor. Llevamos 6 o 7 millones de años (y si se quiere 10 o 15) de historia evolutiva en que la importancia del grupo resultó relevante para la supervivencia individual. Por lo tanto, los rasgos altruistas deben necesariamente haber sido esbozados en ese periodo.

    ¿Qué rasgos son estos?, es decir, ¿ qué razones orgánicas nos impelen en ciertas circunstancias al altruismo? Principalmente sentimientos y sentido moral del deber (regido también por sentimientos). Así que los sentimientos (vergüenza, culpa, celos, envidia, compasión, conmiseración…), que se representan en el moderno teatro de la conciencia (aunque contengan las primitivas emociones) son quienes actúan de promotores del altruismo de manera no instintiva. Frente a ellos el carácter humano egoísta de los poderosos y antiquísimos emociones e instintos.

    No es que se opongan unos y otros, sino que en muchas ocasiones unos sofocan a otros. La obnubilación de la conciencia que producen los celos o la vergüenza o la culpa o la compasión, la obnubilación sentimental que nubla la razón, puede llevar a un sujeto a cometer el disparate de quitarse la vida o, en el caso del altruismo, de arriesgarla por un motivo que en otras circunstancias la razón o el instinto le hubieran desaconsejado.

    Así que, en resumidas cuentas, el individuo atiende instintivamente por su propio beneficio. Ahí radica su egoísmo, siendo las emociones y los instintos sus más firmes valedores, aunque también el raciocinio se suele poner de su parte.

    En cambio, algunos sentimientos –que también miran en lo íntimo aunque de forma inconsciente por uno mismo—nos empujan al altruismo. (Las disposiciones neuronales que posibilitan los sentimientos se diseñaron en aras del bien del grupo, y necesitan ser calibradas mediante la experiencia. Quienes no poseían esas disposiciones carecerían de la sentimentalidad necesaria para la cooperación y la ayuda dentro del grupo y serían expulsados de él, con lo cual sus genes fueron desechados.)

    Y, claro, muchas muestras de altruismo no son otra cosa que engaño. Las acciones de los políticos son una muestra de ello. También en las ONGs abundan las muestras.

    Se me ha ido la mano.
    Saludos

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  3. Hola Fernando, yo no encuentro puntos de discrepancia con lo que dices.

    El caso de las hormigas es un ejemplo palmario de que la supervivencia del genoma es prioritaria a la del individuo y eso tiene mucho sentido desde cualquier punto de vista que se mire.

    Sin embargo, hay una gran diferencia entre nosotros y las hormigas soldado. Nosotros sí podemos trasmitir nuestro propio genoma y eso lo cambia todo.

    Adicionalmente, como tu dices, hemos desarrollado un sistema social hipercomplejo que tiene sus propias normas y estrategias cambiantes y adaptativas, que a veces pueden colisionar entre sí y contra la norma básica. Pero toda esa dinámica ha de ser validada en último término por el juez binario de la selección natural.

    Y el altruismo es sólo una estrategia más (egoísmo a largo plazo) para preservar al individuo y a la especie.

    Saludos.

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  4. En el fondo no, pero en la forma sí que tenemos discrepancias, porque no encuentro por ninguna parte la «intencionalidad» de conservar el genoma. A esa aparente finalidad que tan en boga puso Dawkins no le veo más significado que el ser un motete que queda muy llamativo y que tuvo la culpa de la gran fama de ese autor, pero, si el conservar con fidelidad el genoma fuera la «intención» oculta de la SN, no hubieramos pasado del estado de amebas o de cualquier bacteria cuya reproducción por mitosis es abolutamente exacta a la de la progenitora. Por otro lado, todo la argumentación de Dawkins se basa en la regla de Hamilton, que no se cumple muy bien.
    En fin, tal vez lo lo he entendido yo muy bien.
    Un saludo

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  5. En lo fundamental estamos de acuerdo, aunque ya sabes que en el tema de la SN hay muchos matices e interpretaciones científicas y filosóficas que compiten entre sí y hasta es posible que todos esos enfoques tengan una parte de razón y utilidad, de la misma manera que es bueno que haya cobardes, valientes temerarios y gente normal en una sociedad para hacerla más resistente a todo tipo de catástrofes. Si finalmente se pierde la batalla, siempre habrá un cobarde que haya conseguido poner a salvo el genoma del grupo huyendo antes de que comenzase el combate.

    Te cuento en pocas palabras mi enfoque filosófico (que no científico): La materia viva ha surgido de la inerte y trata de expandirse a costa de esta. Lo que diferencia a los organismos vivos de los inertes es que estos disponen de un «conocimiento» que les permite cambiar el futuro de acuerdo con un plan de colonización expansiva.

    Y este conocimiento se ha obtenido mediante el sacrificio selectivo de muchos individuos y se ha acumulado, fundamentalmente, en el genoma. Así que el genoma es el bien más preciado de la SN y de ahí que lo defienda con uñas y dientes.

    Si, por comodidad, asignamos una intencionalidad a la SN, cabría decir que su objetivo número uno es conservar ese preciado tesoro que es el genoma y su objetivo número dos sería acrecentar su valor por acumulación de nuevos conocimientos.

    Presumiblemente estos dos objetivos responden a la finalidad última de salvaguardar el fenómeno «vida» de su extinción y evitar que decaiga en la materia inerte de la que surgió. Y esto implicaría no limitarse a «capear el temporal» deteniéndose en la duplicación invariante, sino trabajar sin descanso en la tarea de hacerse más fuerte cada día (mutaciones aleatorias y recombinación intraespecifica) para poder superar catástrofes y obstáculos de creciente envergadura.

    Por ejemplo, la especie humana está adquiriendo la facultad de identificar e interceptar meteoritos en trayectoria de colisión con la Tierra. En menos de dos siglos es probable que podamos evitar la extinción de la vida en la Tierra por esta causa y con un poco de suerte, podremos redefinir la vida en un formato no biológico casi indestructible y con capacidad para colonizar la materia inerte a un ritmo millones de veces más rápido que el modelo biológico actual. Te remito a la película Trascendente como ilustración de esta idea.

    Por eso, yo diría que la SN, desde la engañosa humildad de un simple mecanismo de replicación ciega, tiene la potencialidad, ya demostrada, de expandirse y superar cualquier obstáculo que se oponga a esa expansión (el vacío del espacio y la gravedad, por ejemplo). Y también la capacidad de blindarse ante cualquier incidente tan destructivo como la explosión de una estrella o de una galaxia, previendo esa explosión, comprendiendo la naturaleza del evento, y poniéndose a salvo antes de que ocurra.

    Saludos.

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    • Yack, el abuso de metáforas y de simbolizar simplificadamente la dinámica y una aparente finalidad teleológica de la evolución mediante SN, conlleva el peligro de que uno se olvide que no son sino meras metáforas, simplificaciones del pensamiento, y en ese enredo acabe por tomar la metáfora por realidad.
      Es verdad que mediante la diversificación de las formas de vida y mediante la acumulación en los genomas de “utilidades” genéticas que resultaron exitosas en el camino de la evolución las probabilidades de supervivencia ante posibles catástrofes crecen, pero eso solo es aplicable a todo el conjunto de formas de vida, porque si lo aplicamos a una especie en particular, si esas acumulaciones no resultan ser buenas adaptaciones al medio, la especie fenece sin más. Por eso hablar metafóricamente de que la SN aboga por la preservación del genoma o de la fidelidad en la transmisión genética me parece arriesgado y hasta creo que gratuito.
      Por lo demás, en el fondo, estamos totalmente de acuerdo.
      Un saludo

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      • En efecto, cuando hablo de la SN me refiero al fenómeno global y a este no le importa sacrificar una especie o un millón de especies si eso le permite conservar o potenciar uno o más genomas supervivientes. Es lo que ocurre con los algoritmos genéticos en los que se hacen competir varias opciones entre sí, adoptando el rol de la SN para conseguir objetivos predeterminados.

        Considera por último la posibilidad de que en unos siglos la humanidad de lugar a una nueva especie no biológica aunque teleonomica, en la que se prescinda del ADN, de la autoreproducción y que la dirección evolutiva se decida en mentes de grafeno.

        Si redefinimos la SN como el proceso que nos ha llevado a esa situación (y que probablemente nos llevaría una y otra vez hacia ese escenario que yo calificaría de atractor universal), habría que reconsiderar algunos supuestos iniciales, y tal vez algunas metáforas resulten ser algo más que metáforas.

        Pero este debate nos alejaría demasiado del tema que has propuesto.

        Saludos.

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        • Sí, el azar, la necesidad y el mecanismo de la SN actúan como un potente algoritmo perpetuador de la vida, pero trasladarnos más allá, conjeturar acerca de lo futurible, tal como observo que te tienta hacer, es una misión que exige un gran esfuerzo y que por ahora no me tienta. Lo que me resulta extraño de digerir es el sorprendente fenómeno de que la materia inerte germine vida en un primer estadio y que, posteriormente, con una potencialidad asoombrosa, esa vida posibilite la germinación de otro tipo de vida que pueda llegar a controlar no solo la vida sino la materia a gran escala. Lo inerte que hace florecer la vida que, a su vez, hace florecer una supervida que puede llegar a controlar tanto la vida como lo inerte. Y todo guiado por sencillos algoritmos actuando sobre los cimientos de las leyes básicas de la física.
          En fin, este no es el asunto.
          Saludos

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          • Bueno, al menos creo que has captado la esencia de mi planteamiento, y eso ya es para tirar cohetes.
            Lo cierto es que un algoritmo tan aparentemente sencillo que da tanto de sí, merece un respeto y un análisis con espíritu abierto. En otra ocasión será.

            Saludos.

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  6. Una parte del concepto de sombra psicológica de Carl Jung tiene algo que decir sobre el altruismo en cuanto puede ser una forma de reprimir sentimientos inconscientes que consideramos reprochables. Por ejemplo, soy en el fondo un «blanco» racista y me dedico hacer donaciones y misiones de voluntariado con los niños «negros»… Un poco rudo el ejemplo, pero eso se ve. Buena entrada… Hay que digerirla con calma.

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    • Sí, la mala conciencia es también culpable de algunas formas de altruismo. Otra forma de altruismo se origina por el temor a la reciprocidad de situaciones. En esto mismo se basa en gran medida el sentimiento de la compasión, que es el germen del altruismo. Los humanos percibimos una mágica relación, solemos creer (y sentir) en la reciprocidad de situaciones. Uno ve al mendigo y sufre un escalofrío pensando que él mismo se puede encontrar en esa situación en el futuro. O ve al que sufre injustamente y se imagina que le puede pasar en el futuro a él. Para acallar ese temor da al mendigo o ayuda al que sufre, por una parte para acallar la mala conciencia (el intento de justificación de uno mismo)que le genera el temor dicho, y por otra parte como una especie de remedio mágico (que la mente elabora guiada por el temor) para en caso de encontrarse él en esa situación en el futuro, poder encontrar una mano auxiliadora como la que él ofrece ahora. Hasta ese extremo sentimos el temor a las situaciones de reciprocidad.
      Un saludo

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