La libertad como máscara

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¿Lucha la gente –los individuos, los grupos—por su libertad, o es todo un artificio?, ¿ luchan realmente muchos catalanes por su libertad, o por causa del odio que les han hecho sentir contra la entidad España, o simplemente se dejan llevar de la mano de sus líderes –que ocultan intereses inconfesables—al sacrificio como ganado de carne? Luchar por la libertad ha sido casi siempre la excusa para cometer iniquidades de todo tipo. La libertad ha sido la Gran Puta a todos los convites invitada y por todos manoseada y ultrajada. Los grupos más diversos dicen luchar por ella pero luchan por encarcelarla; las personas dicen luchar por ella pero luchan para evitarla.

El canto a la libertad se escucha en cualquier ámbito, parece como si su melodía fuese excelsa, como si todas sus notas deleitasen el oído de todo tipo de gentes; pero me temo que en muchos oídos suenan hirientemente sus compases. Para estos, la libertad es una pesada carga que no se hallan dispuestos a soportar sobre sus hombros.

Se ha utilizado de estandarte en las guerras más cruentas y en las dictaduras más ominosas. Tenemos buenos ejemplos de ello en la Guerra Civil española y en las dictaduras comunistas. Unos contendientes y otros decían luchar por la libertad cuando lo que en realidad pretendían era imponer su tiránico dominio.

La libertad de opinión y la libertad de elección quizás sean los tipos de libertad más representativos.  La libertad de opinión no consiste únicamente en tener leyes que la protejan, sino también en que no exista una moral que la restrinja drásticamente. Como señalé en mi anterior artículo, hoy en día la moral de Lo políticamente correcto es fuertemente represora a ese respecto. Sobre el feminismo, animalismo, ecologismo y otros ismos se han establecido tabús que nadie en su sano juicio se atreve a negar o cuestionar so pena de suicido laboral, ostracismo social o cárcel. Y lo que es aún peor, las instancias jurídicas tampoco, sino que se someten al imperio del tabú y dictan aberrantes sentencias. Se ha impuesto una dictadura moral.

Pero mi propósito en este artículo es hablar de la libertad de elección, de esa libertad que en ocasiones abruma a quien la carga sobre sus hombros. El problema radica en que el hombre necesita seguridad y confiar, y poseer una cierta certeza sobre el futuro que le espera, y como no puede conseguirlo con su criterio y sus conocimientos, se entrega a las creencias de otros y delega en ellos su opinión, su saber y sus criterios. Nietzsche, con su peculiar perspicacia, señala en El ocaso de los ídolos que «reducir algo desconocido a algo conocido proporciona alivio, tranquiliza, satisface y da además un sentimiento de poderío. […] Primer principio: cualquier explicación es mejor que ninguna. Como cualquier explicación hace tanto bien, el hombre la toma por verdadera. Prueba del placer como criterio de verdad». Dicho de otro modo, para no tener que escoger a cada paso una opción entre las diversas que se le presentan, delega en líderes de opinión la elección política, cultural, económica, social, moral, etc., se convierte en parte de un rebaño. Esa conversión le evita la angustia de la duda.

La gente se somete y se encadena a un grupo político o religioso o a cualquier asociación despótica. Produce risa, cuando no sonrojo, escuchar seriamente a un político decir que lo primero es el partido, como si él fuese un apéndice insignificante sin valor alguno. Pero eso es solo una máscara. El caso es que la gente se siente feliz siendo una marioneta en manos de los líderes del grupo. Los sentimientos que se exaltan en el grupo como el orgullo de pertenencia o la adoración al líder, les satisfacen en mucha mayor medida que el ejercicio reiterado de la libertad de elegir. De esa manera no tienen que escoger entre un camino u otro, entre un juicio u otro, entre una actitud o un criterio u otro, sino que se someten al líder y eligen el camino, el criterio o el juicio que éste les marca. Delegan su libertad.

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El problema de aborrecer de la propia libertad se puede plantear con el siguiente ejemplo: ¿por qué un musulmán nacido en Francia, descendiente de inmigrantes en segunda o tercera generación, que disfruta de una gran cantidad de derechos sociales y libertades, se radicaliza tan fácilmente y se une a las filas del DAESH? La respuesta se cifra en que al sujeto no le satisface la libertad, en que prefiere seguir la ruta que otros le dicten y canalizar en ella su odio. Se cifra en que mucha gente prefiere ser esclavo, en que prefiere formar parte de un rebaño y tener a un líder al que adorar y someterse. En el rebaño creen encontrar seguridad y creen ser importantes. El sujeto lleno de odio y resentimiento contra los demás debido a su insignificancia, encuentra en el rebaño el sosiego de espíritu: la duda le desaparece, sabe quién es su enemigo, lanza contra él su rencor, la idea o el eslogan que le dictan es todo cuanto bulle en su cabeza.

Curiosamente, algunas declaradas feministas se inclinan ante el Islam, lo tienen en alta consideración, o incluso se convierten. Defienden que las musulmanas usen el burka y apoyan una religión que esclaviza a la mujer. No hay otro entender a esto que la suposición de que íntimamente anhelan someterse y que su feminismo era una máscara; anhelan quitarse el peso de la libertad de encima, dejarse guiar, que las conduzcan, no tener a cada instante que debatirse en elegir: aceptan la esclavitud arropada por una creencia.

Tiene lugar un interesante proceso psicológico en quienes se someten al rebaño. Si se han refugiado en él huyendo de la pesada carga de la libertad, a poco que su acomodo en el grupo les resulte satisfactorio, a poco que se sientan satisfechos de su nuevo estatus, empieza a desarrollarse en ellos un afilado miedo a perder el cobijo que han hallado. Para aliviar ese temor –que con el tiempo se hace hábito llevadero—estos sujetos ahondan en su sometimiento, se inclinan aún más ante la organización y los líderes. Se comportan como se comporta el lobo omega, que ofrece su cuello a la dentellada del macho alfa para apaciguarlo. Es una reacción de miedo, el miedo a la libertad de que habló Erich Fromm. Tales sujetos se convierten voluntariamente en esclavos, en reses bípedas del rebaño en que se han refugiado.

Lo peligroso para el integrante de un rebaño es que el pastor le puede conducir a despeñarse en un abismo sin que él se percate de su destino, o, de percatarse, puede que los años de esclavitud ideológica le hayan imposibilitado para el acto de negarse a caer en el abismo e incluso para levantar ninguna protesta. Esto no es exageración de ningún tipo. Vimos en la pasada legislatura socialista callar a todos los militantes ante las absurdas decisiones de Rodríguez Zapatero, que terminaron por llevarnos al desastre.

Demos, pues, a la libertad el valor que tiene: los cantos a la libertad de los grupos más variados no son otra cosa que engaños; y el rechazo a la libertad que realizan muchas gentes es tanto el miedo a la libertad que mostró Erich Fromm como el dolor que les produce la pesada carga de la libertad sobre sus escuálidos hombros. Sin embargo, la libertad es el mayor bien para las gentes selectas, para las gentes que tienen anchos hombros y defienden tener sus propias ideas, juicios y criterios. Desgraciadamente no son muchas gentes estas.

 

8 comentarios en “La libertad como máscara

  1. Vemos las manos enyesadas, levantarse y votar a sabiendas de la inconstitucionalidad de algunas leyes. Pertenecer a un grupo, los protege, es el amiguismo reinante, donde todo tiene cabida, y donde se guarecen las más oscuras ambiciones.
    Aquí se ha perdido el voto cincuenta, y hay temor, porque uno del grupo, salió del carril. Horror, alguien se sintió libre!
    No tenemos el problema de la inmigración, son pocos los sirios a los que se les dió cabida, y fue un fracaso el de los presos de Guantánamo, al menos con uno que llegó a decir, que era preferible la cárcel a vivir en mi país.
    Nunca se es totalmente libre, y es terrible porque se une muchas veces la soledad. Es muy difícil decir » no «…pero vale la pena, aunque no te comprendan.
    Espléndido escrito, como nos tienes acostumbrados…
    Abrazos desde el cálido sur.

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    • Veo, querida Stella, que «en todas partes cuecen habas», como decimos por aquí. Creo que la soledad del que quiere ser libre es pasajera, que terminas por encontrar acompañantes en tu camino de respeto a las opiniones de los demás, y esos nuevos compañeros, amigos, suelen ser bastante mejores que los que dejaste. Un abrazo desde este país que ha perdido el norte y anda descerebrado

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  2. Profundas reflexiones que dan que pensar, como siempre. Y como me pones a pensar, tengo que decir alguna de esas cosas que he pensado a raíz de la lectura de tus palabras.

    Creo que la principal limitación de nuestra libertad es la búsqueda del placer y la evitación del dolor. Nos movemos permanentemente por un estrecho y tortuoso desfiladero erizado de púas que apenas nos deja margen para elegir. Cada elección significa renunciar a algo bueno o aceptar algo malo (o ambas cosas a la vez), pero eso es lo que hay, y lo peor es que a medida que cumplimos años, se multiplican las púas y los socavones hasta que, finalmente, acabaremos dando con nuestros huesos en uno de esos socavones de los que nunca se sale .

    Respecto al deseo de algunos (o de muchos) de someterse a la voluntad de otros, supongo que es un mecanismo adaptativo. Para ganar batallas contra otros grupos rivales tenemos que organizarnos y para organizarnos tenemos que aceptar la autoridad de un líder y de toda la cadena de mando que está por encima nuestra. Al mismo tiempo, hasta el más entregado seguidor de un líder, cuando se siente seguro, puede convertirse en un dictador implacable en su propio grupo de influencia.

    Es como si poseyésemos un instinto que nos empuja a colocarnos automáticamente en nuestro lugar y en nuestro nivel jerárquico, guiados en parte por el placer de obedecer al líder, en parte por la satisfacción de imponer nuestra voluntad a los demás.

    En eso no nos diferenciamos de una tribu de monos. Es la forma en que la naturaleza ha estimado conveniente configurarnos y no hay más opción que dejarse llevar por esos grandes dictadores inapelables que llevamos insertos en el ADN repetidos varios billones de veces. ¡Como para intentar escaparse!.

    Saludos.

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    • Estoy de acuerdo contigo. En mi entrada quería resaltar eso mismo que dices, la tendencia a someterse a un líder, a perder la propia libertad delegando nuestro juicio en otros. Por esa misma razón las personas que aman su propia libertad y no se someten tan fácilmente son dignas de admirar. Pero quería recalcar también lo fatuo y perverso de llevar la libertad por bandera cuando en realidad se persigue lo contrario: someterse o someter a los demás. Tú le das el magnífico toque evolutivo con esa claridad con que siempre percibes las cosas más intrincadas. Un saludo

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      • Entrando en el terreno político-filosófico, me quedo con una frase lapidaria: «Libertad, libertad, ¡cuantos crímenes se cometieron en tu nombre!». Los políticos han construido un tridente letal con la igualdad, la libertad y la justicia, para manejarnos a su antojo. Y son muy pocos los que pueden ver ese tridente y menos aún los que podemos defendernos de él.
        Saludos cordiales.

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        • Muchos gritan libertad cuando quieren imponer una dictadura; otros consideran que la igualdad en todos los sentidos debería de ser un derecho, no solo en lo económico, sino que no deberían existir más guapos ni más inteligentes ni más capaces, son los mediocres, envidiosos y resentidos; y por último los que entienden que la justicia es todo aquello que les beneficia a ellos. Los políticos se amoldan a esa tipología de personajes para alcanzar poder a su costa. Saludos

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  3. Tocas aquí un punto álgido: La libertad implica hacerse cargo. Hoy día pagamos para que mucha gente se cargo de un montón de cosas, hasta de la forma como pensamos (algunos de esos empleados los llamos «profesores», doctores, políticos, filósofos, etc.). Es una paradoja difícil de entender, a mi modo de ver, la que vivimos hoy día. Quizás nunca en la historia habíamos derribado tantas barreras como las que hemos derribado ahora, pero al mismo tiempo tampoco habíamos hecho tantos esfuerzos por huir de esa libertad; con pasmosa facilidad cambiamos una jaula por otra.
    Adicionalmente, sin que sea este un debate menor, está la discusión sobre qué es libertad, cómo entenderla y hasta dónde o cómo acotarla. Hablas del problema de la moral, menudo tema que, como la tinta, lo mancha todo sin que nos demos cuenta. Muchas veces asumimos verdades como realidades «naturales», cuando en realidad no es más que moralidad racionalizada carente de todo fundamento o consideración multicultural. ¿Qué es lo bueno y qué es lo malo? «La verdad os hará libres…» dice el evangelio, pero ¿Cuál verdad? ¿La verdad de qué? Quizás sea la verdad de que hay muchas verdades y que al final nos corresponda como individuos optar por una de ella y hacernos cargo de la elección ¿Habrá acaso un peso mayor para la libertad personal?

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    • Tienes razón, solemos asumir las «verdades» que nos cuentan sin siquiera cuestionarlas mínimamente, y entendemos la consecución de la libertad como consecución de nuestros caprichos o deseos, siendo una cosa y otra radicalmente distintas. Como dices, derribamos barreras para buscar enseguida una barrera nueva y más alta tras de la cual escondernos. Nuestra naturaleza gregaria nos induce estas contradicciones y paradojas a cada paso que damos.

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