UTOPÍA

El ser humano padece una esencial insatisfacción en lo relativo a su  experiencia de vivir la vida. Cuando se consuma un deseo no le sigue sino una provisional satisfacción del anhelo, y éste se reproduce poco después. Los budistas intentan acabar con ello, pretenden erradicar todos sus deseos. Tal es el fundamento de su filosofía de vida, pero otras gentes, sobre todo las que se muestran muy insatisfechas en lo tocante a al orden social y a su posición en ese orden,  modelan en su mente ideales modelos de sociedad cortados a la medida de sus deseos, o bien se adhieren a la ilusión de los modelos que otros han imaginado. A esas ilusiones sociales se las denomina utopías. Como el espejismo que refleja un oasis lejano en la ardiente arena del desierto ―imponiéndose con fruición y esperanza a la visión del extenuado viajero que sediento transita sus dunas―, la utopía es el gozoso mundo que percibe el fatigado transeúnte de la vida cuando se refleja la sociedad existente en el espejo de sus deseos.

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Una utopía es el dibujo de una sociedad feliz, así que la primera utopía que surgió de la imaginación del hombre fue la del Paraíso Terrenal de Adán y Eva, aunque la gran utopía es el Cielo, el lugar donde Dios acoge a los bienaventurados y les otorga la felicidad por decreto. Bien es cierto que hay tantos Cielos como religiones, y no en todos ellos se pinta la felicidad de igual manera. El Cielo islámico es el más ilustrativo, pero el primer Cielo que fue concebido por la imaginación del hombre fue el del zoroastrismo, que se otorgaba como premio a quienes siguieran las doctrinas del dios Ahura Mazda (ya que los Territorios de los muertos de egipcios, mesopotámicos y griegos, no podemos considerarlos Cielos al no tener el difunto asegurada la felicidad en ellos).

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El nombre ―y la conceptualización― se lo debemos a Tomas Moro, que en una imaginaria ínsula llamada Utopía situó a una sociedad de régimen comunal y propiedad colectivizada en que las gentes vivirían en paz y felices, y donde reinaría la justicia. Pero sabemos que la justicia es una cuestión de criterio y me temo que no existe otra paz que no sea la impuesta de manera represiva o que no sea la paz del cementerio. En fin, que Tomas Moro era un idealista lo confirma el que se opusiera a la Reforma protestante, al divorcio del rey Enrique VIII con Catalina de Aragón, y a que el rey fuese la cabeza de la nueva iglesia. Fue ejecutado en 1535.

Casi todas las utopías imaginadas han pintado una sociedad igualitaria. Utopías socialistas, comunistas, anarquistas, de órdenes monásticas, de los bogomilos, de los cátaros…, parece como si el Igualitarismo constituyese uno de los mayores anhelos de las gentes. Voy a hablar con contención de utopías y de tal anhelo.

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Ya he dicho que la insatisfacción que nos produce la existencia  hace germinar la Utopía, que es, por tanto, un producto de la imaginación guiada por el deseo. Pero la Utopía es también un modelo de perfección que parece estar muy arraigado en la naturaleza humana. Las primeras formas religiosas, que giraban en torno a la fertilidad, creían en una correspondencia Cielo-Tierra en la que las cosas groseras de este mundo eran reflejo borroso de las cosas perfectas del Cielo. (Este cielo no es el todavía el de Zaratustra, al que adornaban la felicidad y el gozo). Platón tomó como suyo este modelo y habló de los arquetipos celestes, hechos de perfección y armonía. Así que la idea que construye imaginativamente un mundo perfecto ya es muy antigua y preludia la idea de la sociedad perfecta, que es ya utopía.

El primer gran esbozo de una sociedad igualitaria y feliz lo realizó Rousseau, pero lo he tratado tan a menudo en este blog que prefiero dirigirme hacia un discípulo suyo, Charles Fourier, socialista francés de principios del XIX. Fourier fundó la idea de los Falansterios, comunidades rurales que vivirían en un edificio de no más de 1.600 personas, con servicios colectivos y un sistema de trabajo y organización plenamente planificada. Cada individuo actuaría libremente para elegir un trabajo u otro y su jornada sería de seis horas, pero toda actividad estaba reglamentada en sus detalles, incluyendo los juegos del amor y el sexo. Como Rousseau, Fourier creía en la bondad innata del hombre y apostaba a que, partiendo de esa premisa, se solucionarían todos los problemas de convivencia. Como Rousseau y también como Moro, también creía que la propiedad privada era la causa de todos los males sociales. Lo cierto es que los pocos Falansterios que se crearon tuvieron una duración efímera, pues enseguida las pasiones humanas ―con las que estos utópicos no contaron― desbarataron el proyecto.

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Otro gran utópico fue Robert Owen, que en plena Revolución industrial inglesa pasó de ser un simple empleado a tener en propiedad varias fábricas y hacer una gran fortuna. Con tal riqueza, fundó en EEUU la sociedad Nueva Armonía, con su jardín de infancia y su biblioteca, pero resultó un absoluto fracaso que le hizo perder gran parte de su dinero; así que de vuelta al Reino Unido se dedicó a impulsar los movimientos cooperativos, llegando a tener un cierto éxito, aunque su intento de eliminar el dinero le produjo otro quebranto dinerario. Es el representante más conspicuo del llamado socialismo utópico.

Marx y engels

Contra Owen y contra su socialismo utópico lanzaron pestes Marx y Engels, e idearon el autoproclamado Socialismo Científico que, bien mirado, tiene todos los visos de ser una utopía revestida de ropaje pretendidamente científico. Claro que, contrariamente a los anteriores utópicos nombrados, que describían cómo iba a ser la sociedad feliz y perfecta, Marx y Engels no dijeron una sola palabra de cómo sería ni de cómo construirla. Como señala  el filósofo Karl Popper: «¡Trabajadores del mundo, uníos!: He ahí la fórmula con que se agotó el programa práctico». Fundamentaron la llegada del comunismo en esa varita mágica que es la Dialéctica de Hegel (que tanto sirve para arreglar un roto como un descosido, e igual saca un conejo o un elefante, a gusto del observador, de la chistera ) y en la ilusa esperanza de que el hombre nuevo comunista sería la bondad personificada ―al estilo de Rousseau― y que trabajaría con todo su ahínco por la sociedad sin esperar recompensa alguna. Pura utopía y deseo.

Otro creador de utopías fue Marcuse, que inspiró el movimiento hippy y el Mayo del 68, pero he hablado ya tanto de él que prefiero referirme a otra utopía célebre, la de Shangri La, que aparece en la novela de James Hilton, Horizontes perdidos, y que fue llevada al cine con gran éxito en 1937 por Frank Capra. Shangri La es una región escondida por altas montañas en el corazón del Himalaya, en la que reina un clima benigno y la bondad innata del hombre de inspiración budista. Finalmente y con gran esfuerzo dos personajes logran escapar de la utopía.

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Las utopías anarquistas duraron lo que un caramelo a la puerta de un colegio cuando se pusieron en práctica (en un próximo post explicaré las razones psicológicas por las que las utopías igualitarias han acabado todas en distopías, pues ahora no hay espacio para ello), pero una utopía que la película La Misión, ha hecho famosa gozó de éxito durante un buen tiempo, hasta que los intereses de la corona española y de la corona lusa dieron al traste con ella. Me refiero al proyecto que llevaron a cabo los misioneros jesuitas españoles con los indios guaraníes junto a las cataratas del Iguazú, creando una sociedad autoabastecida y en paz y armonía. Otra sociedad que goza de esos dones es la de los Amish en Norteamérica, grupo religioso de antiguos anabaptistas alemanes y suizos radicados mayoritariamente en Norteamérica, que viven según las costumbres y la tecnología del siglo XVIII, y separados de la vida moderna que les rodea. Lo que mantiene esa forma de vida es una fuerte moral religiosa, sin la cual la sociedad se desintegraría enseguida. ¡Y es que parece que solo somos capaces de vivir en paz y sin rencores cuando un fuerte garrote o una deidad gravita sobre nuestras cabezas!, pero estas razones y otras las expondré en un próximo post.

9 comentarios en “UTOPÍA

  1. Los comentarios sobre Hegel, que comparto, me han recordado el parecer de Schopenhauer. Pero ahí están las infinitas «reuniones» de los funcionarios de este o aquel centro público para pasar el tiempo ricamente hasta que llueva el maná de la «síntesis». Deidad o «fuerte garrote», efectivamente, transforman a las amenazadoras masas —cuando les falta una o el otro— en pacíficas y sumisas.

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    • Jaja, Sí, la síntesis dichosa era como un maná que caía del cielo con formas diversas y a gusto de todos. ¡Y que sobre esa simpleza se hayan edificado ideologías que dominaron el siglo XX!
      Un saludo

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      • Y que miríadas de necios, paniaguados y mediocres continúan practicando en el siglo XXI en los países que no sufrieron la «dictadura del proletariado», como Grecia y España. A estos nuevos pseudoproletarios les falta la prole —por lo que mejor sería llamarlos «pseudotarios»— pero no uno o múltiples animales de compañía. A la «síntesis» le antecede una «tesis» de lo más peregrina, ninguna «antítesis» porque no es políticamente correcto exponerla, y, desde luego, le sucede la nómina, puntualmente, a fines de cada mes. Y de vez en cuando, baja por enfermedad. En fin, el maná de la síntesis se llama nómina mensual.

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  2. Interesante y clasificadora, como siempre, tu nueva entrada.

    Uno de los errores más universales que arrastramos sobre la naturaleza humana es el de considerar que el hombre, como especie, está «mal diseñado» y esto da pábulo a los «pensadores» e «intelectuales» para darse a la tarea de rediseñarlo según su propio y superior criterio.

    El resultado, invariablemente, es un engendro inviable que se alimenta de sangre humana durante su escasa y lamentable existencia. Pero, por desgracia, en lugar de deducir de estos fracasos que el diseño es correcto, y que los intentos de mejorarlo son erróneos, se insiste una y otra vez en enmendar la plana a la naturaleza, sin importar el coste.

    El egoísmo, la envidia, el odio, el rencor, la venganza, el afán de lucro, etc. son consideradas por los moralistas (todos los intelectuales son moralistas impenitentes) como lacras o errores de diseño, cuando si se hubiesen tomado la molestia de leer a Darwin sabrían que todas las características de los seres vivos tienen su utilidad y están optimizadas en función del entorno, porque de no ser útiles, no existirían.

    Corresponde al hombre inteligente y juicioso comprender su utilidad y su significado y solo después de haberlo hecho, plantearse la implementación de pequeños ajustes para mejorar la sociedad humana, pero no combatiendo estas características, sino utilizándolas inteligentemente para desplegar su gran potencial para el progreso humano.

    Saludos cordiales.

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    • Puñetas, siempre vas al meollo del asunto y lo bordas. Si los intelectuales que en el mundo han sido (famosos y celebrados por catervas de individuos que solo saben mimetizarse con el ambiente moral existente)hubieran tenido en cuenta tu último párrafo, buena parte de los males del siglo XX no hubieran tenido lugar.
      Cordiales saludos

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  3. El verdadero meollo de todo esto es que los «intelectuales» se mueren y les suceden otras parvadas de «intelectuales»; y así sucesivamente. O sea, que nadie aprende en cabeza ajena porque a cada cual el mundo se le representa de forma diversa. Tampoco se piensa igual a una edad que a otra, ni las esperanzas son las mismas. Que acabamos es la única realidad. Lo que dejemos —si dejamos algo— ¿qué nos importa? O mejor dicho, ¿qué podríamos añadir a lo dejado una vez acabados? ¿Que se cumpla un testamento? Fruslerías. Sólo con el tiempo se entienden las palabras de Mefisto a Fausto: «Gris, amigo querido, es toda teoría; / y verde el árbol dorado de la vida».

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      • Es lo que se llama fanatismo: no evidenciar sino creer ciegamente. Cuando las masas se fanatizan ya sabemos qué resulta; y cuando no están fanatizadas también: suelen aburrirse y acaban, casi siempre, mordiendo la mano de quienes les garantizan su ocio. Saludos y gracias por compartir tus pensamientos.

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