
Herbert Marcuse fue un filósofo alemán que por su ascendencia judía tuvo que refugiarse en EEUU. De la lectura de uno de sus libros más rutilantes, El hombre unidimensional, uno saca la conclusión de que odiaba a todo el mundo, y fruto de ese odio le nació la pretensión de imponer, urbi et orbi y a toda costa, el socialismo. Lo del odio no es una exageración; en el libro mencionado arremete contra la ciencia, la tecnología, el análisis lingüístico, contra la filosofía analítica, contra el operacionismo, contra Wittgenstein, contra Erich Fromm, contra las amas de casa que ven la televisión y contra los obreros, que han perdido su negatividad (que no le hacen puñetero caso).
En las últimas páginas del libro, decepcionado con los proletarios de Marx, proclama quienes han de formar la nueva vanguardia proletaria: los proscritos, los extraños, los perseguidos de otras razas y colores, los parados y los que no pueden ser empleados (es decir, delincuentes, homosexuales, migrantes, minorías étnicas, minusválidos, feministas, medioambientalistas…). Dicho con claridad: si los proletarios de Marx no están por la labor, escogemos otros. Imponer el socialismo que bulle en mi cabeza es lo que importa.
El método que predica para lograrlo es el método clásico del socialismo: revolución y reeducación. “Quitarles las diversiones para que estallen, dice, para sumergir al individuo en un vacío traumático”, prohibir, atacar a quienes no comulgan con nosotros, conseguir que el malestar cambie su conciencia (vamos, no tendrás nada y serás feliz).
En otro de sus libros, Eros y civilización, realiza juegos de magia y de alquimia con el metapsicoanálisis freudiano, lo mezcla con Orfeo y Narciso, con el juego erotizado, y con el mejunje así preparado nos quiere convencer de que la llegada del socialismo es inevitable (aquí reluce ya la agenda 2030).
El caso es que, puesto que las formas tienen mucho más éxito que el fondo, sobre todo si son estrambóticas, los dos libros mencionados fueron la Biblia de los jóvenes universitarios de los años sesenta y setenta (quiénes si no: están en edad rebelde, tienen aún la cabeza hueca, creen en todo tipo de fábulas y se piensan sabios), latiendo con fuerza en Berkey en el 64 y 68, en París en mayo del 68, y en la formación y desarrollo del movimiento hippie.
En fin, Marcuse fue el primer heraldo y clarín anunciador y promotor de la locura Woke de la Iglesia Unificada de los Agraviados (IUA) que rige nuestros destinos morales en la actualidad. Después de su Evangelio surgieron los filósofos posmodernistas franceses, compitiendo entre ellos por destruir la razón e imponer su locura en la sociedad occidental, pero ésta es otra historia para ser contada en otro momento.