Del fanatismo

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Tengo para mí que la esencia del mal crece siempre en los hontanares del fanatismo; que las grandes desgracias de la humanidad siempre han sido alumbradas y conducidas por fanáticos. Dice la RAE que el fanatismo es   “Apasionamiento y tenacidad desmedida en la defensa de creencias u opiniones, especialmente religiosas o políticas”

Para el fanático nada tiene consistencia de verdad excepto su ideal. Para imponerlo a los demás está dispuesto a morir y a matar. El fanatismo es, por lo tanto, una enajenación mental; el fanático ya no lucha por el disfrute de la vida, sino por la idea que le domina. Una idea o una creencia conduce sus pensamientos por un cauce de tan altos muros que ninguna razón es capaz de escapar de él, que todos sus juicios se tienen que amoldar a él, que ninguna otra razón o doctrina o juicio o creencia puede penetrar en él ni evidencia en contra alguna tiene en él cabida.

La Historia ha dado nombre a legiones de fanáticos: Robespierre, Hitler, Moisés, Che Guevara, Juana de Arco, Calvino, Hassan as Sabbah, Osama Bin Laden, Mao… y demás conductores de sectas religiosas y políticas  de toda condición, y también etarras y terroristas varios. El denominador común de casi todos ellos es el gran rastro de sufrimiento y cadáveres que han dejado tras de sí.

En el siglo XXI tres grandes y fanatizados movimientos sociales amenazan nuestros derechos, nuestras libertades y la esencia de nuestra  civilización; lo cual da idea de la irracionalidad humana y de nuestra tendencia al fanatismo o, al menos, a no resistirnos a formar parte de un rebaño que dirija un pastor fanatizado.

Uno de estos movimientos es el Nacionalismo,  que brilló en el siglo XIX y en el XX derivó a esas barbaries que fueron el nazismo y el fascismo. El Nacionalismo alude a derechos territoriales y a sentimientos de raza y superioridad, y la profusión de  banderas y otros símbolos les hacen reconocibles.

Otro movimiento, con mayor auge si cabe en nuestras sociedades, es el Populismo de corte bolchevique. Su idea es acabar con la liberal democracia e instalar a sangre y fuego el Igualitarismo, que no puede ser otra cosa más que un totalitarismo opresor. Ambos, Nacionalismo y Populismo, han aprendido las artes del disimulo y el engaño. Ambos tienen carácter totalitario pero en sus fanfarrias lanzan el reclamo de estar luchando por la democracia, los derechos sociales y la libertad.

El tercer fanatismo que nos amenaza es el religioso del Islam. Su ideal es convertir Europa en una tierra gobernada por la Sariah, la ley islámica. Sorprendentemente, en Cataluña se dan cita esos tres fanatismos, y de seguro que no pasarán muchos lustros sin que choquen entre sí con estruendosa violencia.

El odio es lo que da fuerza al nacionalismo y al populismo para acoquinar y amedrentar a la pasiva mayoría de la población que solo pretende vivir en paz. Pero de este odio y de otros sentimientos escribiré otro día.

Otros fanatismos, como el animalismo o el ecologismo radical, están en boga en la actualidad, pero no parece que representen una amenaza tan grande como la que representan los tres que han sido nombrados.

EMBELESO Y DUERMEVELA

 

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Hay muchos motivos que llevan al embeleso y todos tienen en común que el embelesado tiene el sistema de atención focalizado y a pleno rendimiento, pero quiero referirme al embeleso, harto frecuente, que practican aquellos individuos que solemos calificar como distraídos.  Claro está, si usted lleva al psicólogo a un niño que se embelesa con frecuencia le puedo asegurar que le diagnosticará “déficit de atención”, pero esto de los psicólogos y el déficit de atención es otra historia.

El embelesado al que me refiero representa en su imaginación una fantasía que discurre por los meandros de placer del cerebro y que es generada e impulsada por los vientos del deseo. El tema del embeleso surge a partir de deseos insatisfechos. En su pensamiento el embelesado se ve triunfante en una competición; o bien imagina escenas en las que la chica de sus sueños cae rendida a sus pies ofreciéndole su amor eterno; o la empresa que sueña construir es todo un éxito que causa la general admiración; o imagina un escenario en donde hermosas odaliscas representan sus juegos eróticos preferidos; o, simplemente, traza los hechos de un pasado que le resultó satisfactorio, y los mejora y se recrea en ellos y los proyecta hacia el futuro repetidamente…Pero, claro, hay embelesos para todos los gustos. En cualquier caso, no suelen ser pensamientos que se busquen sino que surgen por sí solos en las ocasiones en que la realidad resulta aburrida o desagradable y la mente está poco disciplinada.

Mientras dura el embeleso el embelesado cae en un ensimismamiento agradable que, placenteramente, le evade de la realidad. Ni que decir tiene que la conciencia apenas participa en esa representación si no es ofreciendo su escenario de actuaciones y manteniendo la atención en estado de firmes. El subconsciente es el manantial de donde fluyen esas bocanadas de quietud agradable que aíslan al sujeto del agobiante mundo. Les suele ocurrir con más frecuencia a los sujetos que poseen una desbordante imaginación y buenas capacidades intelectuales.

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El tema del embeleso puede ser seleccionado repetidamente o puede aparecer en nuestra mente como por encanto, pero su argumento lo traza el deseo, que hace discurrir la navegación por placenteras aguas. ¡Y qué decir de los protagonistas de la obra!:  se someten mansamente a los dictados del deseo y actúan para la satisfacción de éste.

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Poco tiene que ver el embeleso con el duermevela, aunque en uno y otro caso la maquinaria de la razón se mantenga en suspenso. El duermevela (y los diccionarios se muestran erróneos al respecto) lo forman esos instantes en los que el ámbito onírico aún no se ha retirado y la conciencia está desperezándose; en el que el fluir de los sueños se percibe conscientemente; en el que el subterráneo de la conciencia  aún no se ha cerrado. En el duermevela podemos ver las simbólicas figuras de los sueños caminando desorientadas entre los dos ámbitos. Pero también la conciencia mueve al pensamiento a participar en la obra, y hace desfilar a sus propios personajes, que en argamasa se mezclan con los del sueño y se diluyen, apareciendo y desapareciendo de repente, hasta que la conciencia toma el mando y cierra los portalones del subterráneo.

Recuerdo que hace años tuve un duermevela que, por su duración, resultó ser muy extraño. Desperté con la clara imagen de un sueño dibujada en la conciencia. Era el marco de una ventana –sin paredes ni adornos ni sujeción alguna—en la que se sentaba una mujer de la que surgía una luz blanca brillante. Me resultó desconocida. Tomé consciencia de la imagen pero ésta no marchaba; incluso la pude meter en mis pensamientos y examinarla. Creo recordar que tardó un buen par de  minutos en evaporarse.