EL VOLTEO CULTURAL

Abuelos sin nietos

De manera general, cada etapa de la vida ofrece una función social. La juventud y la infancia son épocas de relación y de abrir los ojos a la realidad. Luego comienza la lucha por la vida, esto es, la búsqueda de pareja sexual, la crianza de los hijos, el afán de alcanzar una posición social… Hasta hace poco, la vejez tenía como función principal el proveer de afecto y cuidado a los nietos, pero ha dejado de ser tal. Ha dejado de ser tal porque las parejas ya no tienen hijos, por lo que los «abuelos» ya no tienen nietos a los que cuidar. Por esa falta de función social, me temo que pronto los poderes económicos y la bárbara grey juvenil reclamen la eliminación de la vejez o su encierro en reservas «indias».

Suplantación

Se produce un tránsito directo desde el egotismo juvenil hasta  intentar gozar la vida sin tasa. Por esa subordinación a la «felicidad del hoy», las relaciones de pareja son de quita y pon, de hoy sin mañana, y los posibles hijos un estorbo que apartar. Un buen can los reemplaza sin quebranto alguno, al contrario, presenta evidentes ventajas. Al perro se le educa con cierta facilidad, es solícito, afectivo, juguetón, buen compañero de viaje, y en algunos casos, parece ser, compañero sexual. La función del can entre los humanos fue la de cazador, guardián, defensor, ayudante de pastor…, siendo ahora la de hijo, amante, compañero del alma.

Democratización cultural

La sociedad se ha democratizado a tutiplén. En derechos, riquezas y valor social  — excepto en méritos—, nadie quiere ser menos que nadie, así que, para igualar, la ignorancia, la incultura y la necedad se han convertido en valores sociales. La estupidez de un necio vale hoy lo mismo —o más— que la afilada opinión de un sabio. Ya no se hace cine para disfrutar de inteligentes diálogos ni se escribe para ilustrados  sensibles, tal como se hacía unas cuantas décadas atrás (los menos cultos se esmeraban en aprender de novelas y películas, en culturizarse, porque la cultura era considerada un bien). Hoy en día se proclama con orgullo no leer, se celebran las faltas de ortografía, la necedad se contagia por las redes, la incultura  se venera y se presume de ella.

Incultura en el hemiciclo

Tal democratización afecta también a la política; la incultura ha puesto sus garras en el hemiciclo del Congreso y de las instituciones políticas en general. En España, personajes como Lastras, Ábalos, Patxi López o Irene Montero, altos cargos del gobierno, bárbaros en el poder,  añaden a su incultura su sectarismo. Por el contrario, se condena al ostracismo al político que destaca, al que muestra inteligencia y capacidad. Es el mundo al revés: ¡muera el mérito!, ¡mediocres al poder!, ¡invirtamos todos los valores!, parecen decirnos los adalides de la «democratización» de la Inversión.

Inversión de la cultura en la Universidad

Antes que en la política, el germen de la inversión de la cultura y de los valores tiene lugar en la Universidad. Las del Reino Unido y de Norteamérica se llevan la palma. En muchos departamentos de Ciencias Sociales de esos países se clama por prohibir a Platón, Aristóteles, Homero, Mark Twain, Rudyard Kipling, y una larga lista de escritores y filósofos por sus ideas «fascistas». En algunas escuelas de Barcelona se prohíben los cuentos de Blancanieves, la Cenicienta, Hansel y Gretel… por machistas. Hacer desaparecer la cultura de la Universidad parece ser el reclamo, y sustituirla por estudios de género un fin.

Estorninos y grajos

La inversión se produce hasta con los pájaros que viven en nuestras ciudades, sobre todo en las pequeñas; la población de gorriones ha sido casi totalmente desplazada por córvidos. Grajos, grajillas, urracas, estorninos, habitan hoy en día nuestros parques. Gracias a la protección que los volteadores culturales les dispensan, hoy los graznidos, la suciedad venida del cielo, las majestuosas bandadas, forman parte del paisaje urbano. La democratización y el volteo cultural se han logrado. La barbarie perruna, la ignorancia, los nuevos valores, ya se han instalado entre nosotros. Poner todo patas abajo es nuestro lema.

El chivo expiatorio

En prácticamente todas las culturas de la antigüedad se sacrificaba un animal a los dioses con el fin de ganar su benevolencia o aplacar su ira. En algunas de ellas el sacrificio era humano, generalmente de los enemigos, pero en algunas ocasiones se sacrificaban a los propios familiares para conseguir que los dioses  fueran propicios. Tenemos los ejemplos de Agamenón, que sacrificó a su hija Ifigenia para que la guerra contra Troya fuese un éxito; y tenemos a Abraham, que iba a sacrificar a su hijo Isaac para satisfacer a su dios Yahvé.  Los tales sacrificios se concretaron más adelante en el propósito de la expiación de las propias culpas ante el dios. El sacrificante quedaba libre de culpa, haciéndola recaer en el animal sacrificado. El quid argumental del cristianismo reside en que la muerte de Jesucristo fue un sacrificio para expiar a la humanidad de su pecado original.

Ahora bien, Yahvé detuvo la mano de Abraham y le ordenó poner en la pira del sacrifico un carnero. Tal vez de aquella expiación provenga  la fiesta judía del chivo expiatorio:  el sacrificio de un chivo  sobre el que se descargan todas las culpas del pueblo judío.  Sin embargo, el chivo expiatorio,  en nuestra cultura, ha pasado a significar a la persona o al grupo de personas sobre las que se hace recaer culpas ajenas con el fin de exonerar a los verdaderos culpables. Así, podemos decir que los judíos fueron el chivo expiatorio de los nazis.

Todo sistema político totalitario procura tener un enemigo «infame» a quien culpar de todos los males que sufra la sociedad. Tienen la necesidad de tener a mano un chivo expiatorio hacia quien desviar la ira y la indignación social. En el mundo cristiano clásico tal chivo expiatorio siempre fue el pueblo judío, aunque es cierto que el odio contra los judíos empezó antes. Un siglo antes de Cristo, en Alejandría, se produjo el primer pogromo contra los judíos, una matanza contra los que poseen un dios en propiedad. Pero fue la Iglesia cristiana la que empezó a perseguirles con saña. San Pablo (que era judío) declaró que el judío era enemigo de todos los hombres, y con esa declaración comenzaron las persecuciones. San Agustín, en La ciudad de Dios, recomendó respetarles la vida pero despreciarles. De tales declaraciones de esos padres de la Iglesia nació el odio de los cristianos contra los judíos. Un odio que se ha extendido hasta nuestros días.

Las Cruzadas acabaron en Europa con la mayoría de los judíos, bien dándoles muerte, bien causando su huida hacia otros territorios. En España y unos siglos más tarde, se remató la faena con la expulsión decretada por los Reyes Católicos. En fin, que Europa occidental se quedó sin chivo expiatorio. Entonces empezó la caza de brujas: las mujeres se convirtieron en el nuevo chivo expiatorio. En Alemania casi 50.000 mujeres fueron presa de la hoguera. En España, en cambio, nos dedicamos más a los conversos. La Santa Inquisición se empleó a fondo contra los marranos, judíos que se convirtieron al cristianismo evitando su expulsión. Lo cierto es que tanto en el caso de los judíos como en el de las brujas, detrás del odio inquisidor se escondían motivos de rapiña, pues las Iglesias se apoderaban de los bienes de los ajusticiados.

Los regímenes comunistas han tenido chivos expiatorios muy variados. Los principales chivos expiatorios de Lenin y Stalin fueron los campesinos. La sustracción de las cosechas causó más de veinte millones de muertos de hambre durante los diez años posteriores a la Revolución. Stalin se empleó con saña contra los ucranianos en lo que se ha denominado el Holodomor: una hambruna causante de siete millones de muertos. Comunistas rusos y ucranianos no se olvidaron tampoco de efectuar  pogromos contra los judíos con harta frecuencia. El dirigente comunista chino, Mao, a falta de judíos a quien culpar, tomó como chivos expiatorios a los intelectuales. Varios millones de maestros, profesores, periodistas, escritores, fueron ejecutados durante la llamada Revolución cultural china. En Camboya, Pol Pot liquidó a una cuarta parte de la población de ese país, muy especialmente la que vivía en ciudades. Con los comunistas en el poder, los urbanitas se convirtieron en el chivo expiatorio. Los que no fueron asesinados tuvieron que asentarse en el campo, en campos de concentración, valga la redundancia.

Y todo el mundo conoce que el gran chivo expiatorio de los nazis, siguiendo la tradición europea, fue el judío. Seis millones de ellos murieron en gaseados en los campos de concentración. Tras la guerra cesó el antisemitismo, pero parece haber vuelto a la actualidad y haberse encarnado en una parte de la izquierda europea, que ya no tiene solo al capitalismo como chivo expiatorio de todos sus males, sino que ahora forman también parte de él los judíos y el Estado de Israel.

El gran chivo expiatorio de la izquierda mundial es el capitalismo. Todos los males que afligen a la humanidad son, según ellos, culpa de ese demonio llamado capitalismo o democracia liberal. De ese modo la izquierda queda sin pecado alguno, pura y sin responsabilidad. Incluso cuando la izquierda comunista toma el poder en Cuba, Venezuela, Nicaragua o en cualquier otro Estado de los que han sacrificado millones de personas en el altar comunista, además de haber traído la miseria y la aflicción a poblaciones inmensas, la culpa —según los representantes de la izquierda— sigue siendo del capitalismo y la democracia liberal.

En España estamos muy acostumbrados al uso del chivo expiatorio por parte de este gobierno. Además del capitalismo, el gobierno nos señala que los culpables de los diferentes los males que nos afligen son Franco, la derecha, la guerra de Ucrania, el COVIT, los jueces, el rey, los ricos, el cambio climático…

En verdad, ¡no hay nada tan eficaz como tener un chivo expiatorio a mano!

El miedo a volar y la envidia

Es cierto que muchos no son conscientes de ello, que la brillantez con que lucen en su cerebro idealidades como nación o comunismo, o la ridícula identificación de la igualdad con la justicia, o, más comúnmente, un fuerte resentimiento social, les impiden ver lo que queda entre sombras: la terrible opresión que ejercen sobre los ciudadanos los sistemas políticos que se rigen por modelos totalitarios de colectivismo. Creo que una inmensa mayoría de los abogan por tales recetas totalitarias no son conscientes de ello; pero otros muchos sí que lo son; y uno, desde la razón, se pregunta por qué. ¿Por qué uno anhela perder su potencia como individuo y pasar a pertenecer a la categoría de siervo —sin derechos ni libertades que no sean los que la «magnanimidad» de poder totalitario otorgue sin garantías a cada sujeto? ¿Por qué de esa ilusión de ser únicamente parte de un colectivo y abjurar del juicio y criterio propios? ¿Por qué de ese deseo de ser rebaño? Dostoievski, en Los hermanos Karamazov, nos da razón de ello: «Los hombres quieren volar, pero temen el vacío. No pueden vivir sin certezas. Por eso cambian el vuelo por jaulas. Las jaulas son el lugar donde viven la certezas.»

La razón mencionada es muy buena, pero existen otras. Una es la envidia. Por mucho que un país alcance un nivel de riqueza que permita a sus ciudadanos vivir holgadamente, si existen desigualdades en el disfrute de los bienes, siempre aparecerán grupos violentos dispuestos a destruir todo lo destruible, dispuestos a vivir en la miseria más absoluta, pero siendo iguales. Tales grupos existen con abundancia en Cuba, Venezuela y España. La envidia, que no atiende a desahogos ni riquezas sino a diferencias, es la causante de todos esos movimientos. Pero la envidia es muy moldeable por las creencias, por esa razón, la verdadera enjundia del marxismo, aunque lo vistan con mil telas distintas, es la de fomentar la envidia.

Leo una bien documentada obra de Steven Pinker, En defensa de la Ilustración. Expone un relato ruso que dice así: «Igor y Boris son unos campesinos extremadamente pobres. … La única diferencia entre ellos es que Boris posee una cabra escuálida. Un día a Igor se le aparece un hada y le concede un deseo. Igor dice: mi deseo es que muera la cabra de Boris.» El relato expresa el hecho de que una proporción muy grande de personas —influenciadas ideológicamente— cifra su felicidad  en compararse con el vecino, en vez de por su bienestar en términos absolutos. Más allá, el relato de Igor y Boris me sugiere una extraña correlación entre las opciones de Igor y las posiciones políticas de nuestro entorno.  El Igor resentido y revolucionario opta por matar la cabra; el Igor igualitarista por compartirla; el Igor liberal por averiguar cómo conseguir yo otra. Los hechos prueban que solo el Igor liberal es capaz de crear riqueza.

Adagios varios

  • Algunos tienen como vicio la búsqueda de virtud
  • Si crees en todo, de nada estarás seguro
  • Es la idea quien hace al individuo y no al contrario
  • Para digerir los alimentos se necesita estómago…, y para digerir las injusticias
  • No te preocupes en exceso por una puerta que se cierra… Mira, allí se abre otra
  • Casi todos los tipos de sordera responden muy bien al remedio llamado “elogio”
  • Cuando un ignorante alcanza gran poder se cree sabio; si es tonto se cree lumbrera
  • Los perseverantes fían en perder cada batalla excepto la última
  • La gente interesante encuentra casi todo interesante
  • Las oportunidades existen, solo hay que saber reconocerlas … y echarlas el lazo
  • Con el conocimiento, sabes; con la creencia crees saber
  • Los que no entienden aborrecen la claridad, prefieren lo oscuro que les haga parecer profundos
  • ¿No es un pesimista un optimista bien informado?

600 a.C.

600 a.C.

La hora del espíritu

La fecha, obvio es, no es precisa, pero en sus alrededores –siglo arriba, siglo abajo—brotaron en diversas partes del mundo novedosas llamaradas de espiritualidad que 2.600 años después siguen alumbrando la humanidad.

Todavía en la Ilíada, recopilada 800 años antes de nuestra era, el carácter primitivo de las gentes se manifiesta en sus dioses, apasionados seres que apoyan a troyanos o aqueos por aviesos motivos; y, realzadamente se manifiesta en su animismo, con ríos, montañas, volcanes…, repletos de poder y vida e interviniendo en el destino de los hombres.

Pero unos pocos cientos de años después, ya digo, alrededor del 600, la mirada de  Mahariva y Buda en la India, la mirada de Confucio y Lao Tzu en China, la mirada de Zaratustra en Persia y la de Pitágoras en la Magna Grecia, es una mirada nueva que no inquiere tanto al mundo como al interior de uno mismo; que—con la excepción de Zaratustra—rechazan los dioses y sus doctrinas, rechazan la rudeza y la violencia; es una mirada que no busca el amparo a sus desdichas en lo sobrenatural; que se aparta de la gloria, el poder y las riquezas; que busca erradicar el propio sufrir. Todos esos personajes son portavoces de una nueva sensibilidad, todos ellos desatienden los espíritus y se presentan como clarines de espiritualidad. Todos ellos nacen en sociedades que llevan siglos sufriendo calamidades y guerras, dolor y miseria general, así que su doctrina trata de ser una guía para evitar el sufrimiento.

El Jainismo, surgido de Mahariva, postula que el mundo es penetrado por un espíritu universal que vela por mantener la armonía y la justicia. Su primer mandamiento es el respeto a la vida. En sus orígenes se acompañaban de una escobilla con la que barrían su camino en previsión de no pisar algún pequeño animal. Para el Jainismo no hay Dios, y el Cosmos no tiene comienzo ni fin. Las almas, liberadas de la materia kármica, constituyen un solo gran espíritu; un Espíritu que impregna todo y hace a lo viviente parte de un único Ser. El recto camino, el conocimiento recto y la conducta recta, son sus guías.

También el Budismo descree de los dioses. El mundo y el alma son ilusiones de nuestros deseos, y de ellas surge el sufrimiento. De ahí que para acabar con el sufrimiento es preciso desprenderse de ilusiones y deseos. Cuatro Nobles Verdades y ocho caminos es preciso seguir para extinguir el sufrimiento. Si tal, se alcanza el Nirvana, la iluminación, la liberación del hombre de su atadura a la rueda de las pasiones.

Las antiguas religiones chinas tenían a los antepasados como fuente de energía mágico-religiosa. Todo se regía por dos principios antagónicos y complementarios, el yin y el yang, y se sacralizaba un misterioso Tao, “una totalidad viva y creadora sin forma ni nombre”, nos dice Mircea Eliade. Confucio y Lao Tzu se hallaban imbuidos de estas creencias, pero las aplicaron a propósitos y doctrinas bien distintas. Mientras que Confucio hizo pedagogía con el fin de lograr una sociedad justa y armónica mediante la formación de los mejores hombres para la administración política[1], Lao Tzu enseñó  que vivir de acuerdo al Tao sólo es posible fuera de la organización social. Ninguno de los dos otorgó importancia a las especulaciones acerca de los dioses.

Confucio atiende  dos frentes, el individuo y  la organización social. Su propósito respecto a ésta es que funcione; su propósito respecto al individuo es el de alejarlo de la desazón que produce el vivir, y para ello aplica  la técnica de fijar la atención de la conciencia en el obrar rutinario. El practicar el rito, el seguir la costumbre ceremonialmente, la disciplina, la virtud, en suma, el trabajo perfeccionista, son los valores que predica. Los ritos adquieren para Confucio una fuerza mágico-religiosa, y la disciplina de un hombre irá dirigida a conseguir ritualidad en cada gesto y en cada comportamiento.  En cambio, Lao Tzu considera que la justicia y los ritos ensalzados por Confucio son inútiles y peligrosos. El Taoísmo trata de no interferir en la marcha de las cosas, y por esa razón prefiere vivir al margen de la vida pública. Practica la no violencia, alegando que lo blando y lo débil acaban venciendo a lo duro y lo fuerte; así que ensalza las virtudes femeninas, la debilidad, la humildad, la androginia, la relatividad de los estados de conciencia…

Los persas se habían recién unificado con los medos en un gran imperio cuando nació Zaratustra, un reformador de la religión tradicional indoirania, pero, sobre todo, un gran reformador moral. En contraposición a los dioses indoeuropeos reinantes, faltos de sensibilidad y carentes de virtudes, Ahura Mazda, el Dios supremo que Zaratustra ensalza, posee las cualidades de la omnipotencia, la santidad y la bondad. Ahura Mazda castiga a los malvados y premia a los justos, así que todo mazdeísta ha de luchar contra el Mal. El dualismo Bien y Mal[2] cobra fuerza. La guía del creyente se basa en tres principios éticos: buenos pensamientos, buenas palabras, buenas acciones. Frente a las formas morales preexistentes, en que los dioses gobiernan el destino de los hombres y el individuo debe aplacarlos con sacrificios, el gran cambio ético que el zoroastrismo aporta, es que el hombre es libre para elegir hacer el bien o el mal. Las personas son libres y se hacen responsables de  su destino.

Alrededor de la época en que vivieron y divulgaron sus doctrinas estos pensadores nombrados, vivió Pitágoras en la Magna Grecia, en Crotona, y allí creó su escuela. Se le atribuye ser uno de los iniciadores de la filosofía griega, establecer los principios matemáticos de la música, contribuir decisivamente a la geometría, y  crear una sociedad de carácter místico. En lo que a nosotros concierne, en cuanto a sus doctrinas éticas, creó una fraternidad mística que practicaba el ascetismo y el vegetarianismo, que pretendía la purificación espiritual, y cuya fe reposaba en el principio de la metempsicosis, en que el alma se une a lo divino y se reencarna.

¿Cuál es la importancia que tienen en la actualidad todas estas creencias? Inmensa. En el naturismo, en el ecologismo, en el animalismo, en el hipismo, en el veganismo, en todas esas formas de religiosidad popular que participan del animismo, de la astrología, de la creencia en una justicia universal (así te comportes con los demás, así se comportarán contigo etc), que participan de la creencia en que todo ocurre según una mágica reciprocidad justiciera, y también todos esos grupos que practican la ascesis o el misticismo. Hoy, como en la época en que surgieron –porque se trata de necesidades intemporales, de necesidades debidas a la naturaleza humana—, huyendo del sufrimiento que causa el mundo,  la gente busca refugio  en la soledad, en el misticismo, en sofocar el bullicio y el trasiego de una inquieta mente que nos atormenta, busca refugio en  las creencias que proponen modelos de pensamiento y de conducta que esquiven los deseos, los temores, lo rudo y violento, las ilusiones vanas, el contacto con la alteridad de la gente. Tal como ya aparece en las antiguas Upanishads de la India, hoy «el hombre se conecta con la divinidad a través del hilo que une este mundo con el otro mundo y con todas las cosas».


[1] Sus discípulos lograron que 250 años después de la muerte de su maestro, el soberano chino encargara a los confucianos la administración del imperio. Su doctrina ha servido de guía a los servicios públicos durante dos mil años.

[2] Durante la cautividad de Israel en Babilonia, la formas religiosas de Oriente Medio, y entre ellas el judaísmo, toman del mazdeísmo muchas de sus creencias y mitos: la Resurrección de los Muertos, el Juicio Final, el viaje de las almas hacia el Cielo, los ángeles y demonios, el Bien y el Mal, la lucha entre ángeles y demonios, el juicio de las almas según los pecados cometidos en vida, la anunciación de un Mesías redentor… Creencias que serían traspasadas al cristianismo.

Herencia moral y civilización

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La moral de un grupo humano y su cultura están tan íntimamente entrelazadas que tales términos resultan sinónimos en muchos casos. Pero no voy a hablar de cultura o de moral, sino de su influjo sobre el modo de vida, la actitud ante el trabajo y el grado de desarrollo económico y social de diferentes sociedades. Podemos considerar la moral social como el conjunto de reglas y creencias que inclinan a los individuos a obrar –de manera consciente o inconsciente—de un cierto modo so pena de ser reprobados o reprendidos por los demás o por uno mismo si su obrar ha producido. De tal consideración se deduce que los usos y costumbres sociales también se hallan incluidos en la moral.

Ahora nos preguntamos, ¿qué influencia tiene la moral, tal como se ha expuesto, en las sociedades de nuestros días, aparte de la obvia de regular la convivencia en los grupos humanos?, ¿tiene que ver con el contraste que se observa en el modo de vida y en la riqueza de unos países y otros? A eso me refiero, ¿es responsable la herencia moral de los norteamericanos y de los argelinos de sus diferencias sociales y económicas –además de la influencia del factor hábitat y clima, tan distintos en esos países?

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Presentemos primeramente a los países islámicos. Desde el siglo VII en que se fundó el Islam hasta el siglo XI en que las posturas religiosas más rígidas en la interpretación del Corán se impusieron como doctrina, los países islámicos y sus gentes hicieron gala de gran vitalidad artística, científica y comercial. Enumero algunos de sus logros matemáticos: la numeración arábiga; la utilización del cero; las fracciones decimales y sexagesimales; la extracción de raíces cúbicas; el  Binomio de Newton ( Omar Kayyam); el mismo Kayyam halla la Regla de Ruffini (que no se hallaría en Occidente hasta el siglo XIX); las operaciones con radicales y potencias (Al-Khawarizmi); la Teoría de la Razón Compuesta (Kayyam); las solución a las ecuaciones de segundo grado (al-Khwarizmi); las Ecuaciones cúbicas (al-khazin); la solución a las ecuaciones cúbicas mediante la intersección de secciones cónicas (Kayyam); el valor del número pi con seis cifras decimales correctas… Y a ello le tendríamos que añadir sus grandes logros en poesía, filosofía, comercio, industria… Hoy en día, apenas unos pocos países islámicos,  Túnez, Egipto, Indonesia y Malasia –y gracias a otras herencias culturales y religiosas que obran en ellos—se puede decir que están saliendo de su secular encapsulamiento, tan alejado de la modernidad y el progreso.

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El calvinismo surgió como una rigurosa doctrina protestante que se distinguía doctrinalmente por la creencia en la predestinación de las gentes desde el instante de su nacimiento. Pero cobra aquí su importancia porque infundió una laboriosidad sistemática en el creyente y un signo para reconocer quién era o no elegido por la Gracia divina: el tener éxito en la vida. El ansia por el éxito desató la competitividad social y promovió la aparición del capitalismo tal como lo conocemos. Todos los países en los que dejó su impronta se convirtieron en países ricos donde se multiplicó la industria y el comercio. ¿Qué países fueron estos? Holanda, Gran Bretaña, EEUU y Suiza, principalmente. Tal vez sea éste el ejemplo más claro de cómo una creencia moral influye en la vida y en el progreso económico de una sociedad. Vayamos a una moral similar en muchos aspectos al calvinismo: el luteranismo.

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El luteranismo presenta una rigidez moral semejante al calvinismo y también aboga por la laboriosidad como método para superar la angustia existencial, pero, contrariamente a este último, consideraba la movilidad social perniciosa y se supeditó al poder de los príncipes. El norte de Alemania, Dinamarca, Suecia, Noruega y Finlandia, fueron los países más representativos del luteranismo. Hoy en día lo religioso está prácticamente excluido de ellos, pero la herencia moral en lo relativo al espíritu de trabajo, al respeto a la autoridad y a la importancia de la comunidad sigue vigente. De ahí la estabilidad social de que gozan.

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En cuanto a los países del sur de Europa: Grecia, Italia, España y Portugal, ¿cuál es la herencia moral que han recibido?… Cuestión compleja es este caso. Todos ellos tienen una historia de conquista e imperio (Bizancio se mantuvo durante mil años como imperio griego) que no fueron eficaces a nivel económico; todos esos países arrastran consigo también una larga estela de luchas y de arduas convivencias con otros pueblos y consigo mismo. Respecto a lo religioso, más que una tradición de devociones podemos hablar de resignado sometimiento al poder del catolicismo (ortodoxo en caso de Grecia). Tal historia de resignación ha germinado una falta de espíritu comunitario a la vez que un fuerte individualismo que desemboca frecuentemente en un carácter nihilista, pero a la vez hay orgullo por el pasado; y si juntamos todas esas contradicciones de carácter obtenemos un individuo resabiado que aspira aún a ser rentista e hidalgo y que no termina de ver con buenos ojos al emprendedor. Sin embargo, contra su voluntad, su individualismo obliga a las gentes a competir, y si no fuera porque esperan que el Estado les resuelva todos sus problemas, tal como antes esperaban que se los resolviese la Iglesia o el poder real, no dudo que asomarían más la cabeza.

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La herencia recibida por los iberoamericanos está impregnada de todo lo dicho en el párrafo anterior, y si la mezclamos con la herencia indígena el cóctel puede ser explosivo o de exquisito sabor, según cuánto se le agite y según la cantidad de ingrediente indígena que contenga. Esa herencia, dual al menos, no se ha soldado en la mayoría de los países hispanoamericanos, y en algunos no está siquiera integrada, debido a lo cual se han generado clases sociales y estilos de vida muy diferenciados. Hay implantado en todo Hispanoamérica una queja y un ansia de revancha que hasta que no se mitigue va a impedir mirar hacia adelante. Cuando un país como Chile intenta mitigarlas, las fuerzas de la negación cargan contra él con todas sus fuerzas, tal como vimos recientemente. Toda Latinoamérica tendrá que resolver sus contradicciones si no quiere que su tren de la historia descarrile.

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El país cuyo tren de progreso marcha en tren ultrarrápido es China. Claro es que se trata de una dictadura autora de la mayor represión existente en el mundo y de los mayores crímenes. Por cada cien habitantes uno es un miembro del partido (el comunista) y se encarga, en labores de comisario político, de vigilar y controlar a los noventa y nueve restantes. ¿Qué ha ocurrido en China durante los últimos treinta años para que la economía se dispare? Que ha implantado el modelo de libre mercado, el modelo capitalista en lo económico, pero comunista en lo político. ¿Solo eso? No. Existía, latiendo en el corazón de sus gentes, una moral milenaria que al liberarse de la represión del sistema estamental del imperio chino y ahora de la atadura del “todos iguales” ha dado rienda suelta a la libertad de obrar en provecho propio, al egoísmo en lo económico, provocando ese crecimiento desbocado que observamos.  ¿Qué moral es ésta? Bebe de dos fuentes, el respeto a los ancestros que pone a la familia en la cima de los valores, y la vieja doctrina de Confucio, que exalta la diligencia en el trabajo, la laboriosidad, la organización y su respeto sumiso a ella. Con tales mimbres y con libertad en lo económico, China da pasos de gigante hacia el encumbramiento de su poder. Otra cosa distinta es la felicidad de las gentes y las tensiones que puedan generarse en el futuro.

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Pero quizás el caso que refleja como ningún otro la influencia de la moral social en el modo de vida y en el progreso de las gentes, tanto a nivel social como individual, es el caso judío. Los educados en la moral, en  la ritualidad y la tradición judías han jalonado el siglo XX con los hitos más importantes en cualquier rama del saber. Karl Marx, Einstein, Von Neumann

George Cantor, Norbert Wiener, Helbert Marcuse, Karl Popper, Henry Bergson, Noam Chomsky, Ludwig Wittgenstein, Paul Samuelson, Milton Friedmn, Frank Kafka, Marcel Proust, Freud,  Gustav Mahler, Bob Dylan, Leonard Cohen… son una muestra escasísima de todos esos gigantes del saber (Incluso en cuanto a ser revolucionarios, Antonio Escohotado nos dice que –por reacción-adaptación al medio—durante el primer cuarto del siglo XX el 94% de los revolucionarios era de origen judío). ¿A qué se debe tal vitalidad intelectiva? No me cabe duda de que a la educación y a las tradiciones, que desembocan en el amor al conocimiento.

En fin, he querido poner de relieve que en buena medida lo que somos y construimos lo hacemos con la herencia cultural y moral que nos dejaron nuestros antepasados. Hoy –creo que desgraciadamente para la humanidad—cunde una tendencia a borrar el pasado y las tradiciones y valores a él asociadas. Hoy se trata de hacer de las conciencias una tabla rasa donde no quepa historia ni moral ni cultura; de esa manera, dicen, correrán mejor los aires que traen los nuevos tiempos. Me temo que una síntesis de las distopías narradas en los libros 1984 y Un mundo feliz, llega para atraparnos.

 

La envidia y sus fórmulas sociales

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La envidia inventa todo tipo de fórmulas y argumentos éticos. La fórmula más general es aquella que identifica la igualdad con la justicia, o más precisamente, “desigualdad es sinónimo de injusticia”. Dicha fórmula ha sido repetidamente empleada a lo largo de la historia para atacar el desigual reparto de riquezas, pero su aplicación se ha extendido en la actualidad a campos muy distintos del puramente económico.

La envidia es el sentimiento con el que acusamos  de nuestra propia impotencia a los que nos hacen sombra , y, ya digo, se extiende a campos muy diversos. En este mundo nuevo en el que cualquier locura se puede convertir al poco en valor de moda, hay ahora quienes alegan que es una injusticia ser feo o fea porque la fealdad presenta desventajas para vivir la vida, sobre todo desventajas a la hora de satisfacer los impulsos de la sexualidad. El caso es que pretenden poner remedio a tal injusticia y a fe que lo conseguirán en un futuro próximo. Cuando la cirugía estética se haya convertido en rutina, exigirán que el Estado repare su fealdad con un rostro y un cuerpo a la carta (hace años se tenía a mano la piadosa argucia de considerar que la verdadera hermosura moraba en el interior de cada cual, pero tal tipo de hermosura ha caído en el olvido y apenas cotiza en la bolsa del valor social).

Conociendo los estragos que la envidia podía producir, los promotores del modelo educativo español (presumo que sufrieron en sus propias carnes el mal de la mediocridad)  conocido como LOGSE, en los comienzos de su implantación en España, promocionaron el lema “que nadie sepa más que nadie”, esto es, que ningún alumno podía adquirir más conocimientos que los que poseyera el más retrasado de la clase. Con buen criterio los profesores se negaron a seguir el dictamen de tamaña estupidez. Pero últimamente se lanzan las campanas mediáticas a favor de que es un pecado destacar intelectualmente, y para dar argumento a las campanadas se señala que la inteligencia no tiene nada de innata sino que es producto del ambiente educativo en que se ha desenvuelto la infancia de una persona, así como de los estímulos que ha tenido, lo cual tiene grandes repercusiones igualitarias en  campos distintos al intelectual.

Ya que según estos adalides de la educación la inteligencia es aprendida, apoyándose en la fórmula antedicha (igualdad = justicia), propugnan que todos debemos de tener la misma inteligencia, y para ello todos los niños deben de criarse en el mismo ambiente social, con los mismos recursos y lejos de cualquier distinción económica o cultural. Todos deben aprender lo mismo y tener la misma inteligencia. Pero tal cosa implica –tal como preconizan los miembros de un grupo político catalán situado en la extrema, extrema izquierda (aunque prácticamente todos sus dirigentes son hijos de papá)– apartar a los niños de sus padres y criarlos en una comuna. Tengo para mí que de llevarse a cabo tal experiencia y de resultar que, aun así, algunos niños se mostrasen intelectualmente más despiertos que otros, les efectuarían una lobotomía para igualarlos.

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Así que, de lo visto, la fórmula ética que equipara desigualdad con injusticia, fórmula dictada por la envidia, conduce en su aplicación a una sociedad totalitaria donde el colectivismo impera por encima de cualquier individualidad y de cualquier potestad paterna. Una sociedad que podría devenir en la anunciada por Huxley en Un mundo feliz. Pero las fórmulas éticas pueden ir cambiando con el tiempo. Tal ha ocurrido con la usada por la vanguardia del feminismo. Primeramente luchó por la igualdad en derechos y libertades entre hombres y mujeres. Posteriormente—quién puede negar que la envidia estaba tras ello— alegó que unos y otros eran lo mismo, una mera construcción cultural o social llamada género, y que cualquier referencia a distinción de sexo, cualquier referencia a la biología, era un crimen machista y fascista, que al fin y al cabo representa lo mismo para esa vanguardia.  Si todos somos iguales, no tiene sentido la transexualidad, así que rechazaban a los transexuales. Ahora, reciente, han encontrado una fórmula mejor. Conceden que el género es algo variable, que no es el mismo para todos, ni siquiera para una persona en distintas épocas de su vida, ni siquiera de la noche a la mañana. Uno lo puede escoger de entre los 120 géneros distintos que esa institución transida de locura que es la ONU ha promulgado. Un género por la mañana, otro por la noche, o según el día de la semana o según la ocasión lo requiera. Así que la transexualidad (o mejor dicho, el transgénero) ha pasado, de ser rechazado, a convertirse en la esencia del ultrafeminismo que nos amenaza cada día.

Como se puede observar, con la envidia como artífice cualquier locura es posible. Pero tales locuras son harto peligrosas porque llevan adosadas el odio y la revancha, aunque no es tiempo de hablar de ello ahora.

De la existencia de Dios, la Biblia y los rebuznadores

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Si Dios existiera

Si Dios, en la forma en que lo ha imaginado nuestro deseo, existiera, el absurdo de tener que morir, de un ahora-ser y un luego-no-ser—el absurdo del sin-sentido de la vida—, se derrumbaría. Si tal Dios existiera, todo cobraría un nuevo valor y el morir ya no sería morir sino un vivir de nuevo. Un vivir donde el yo seguiría indemne, vivo; un vivir donde la bondad conmovedora sería rutina; donde el bienestar sería ser; donde los “otros” serían espejos de uno mismo. Si un tal Dios tuviera existencia, la dicha del instante  en que el sediento bebe el agua fresca de un manantial cristalino sería cosa eterna en el inagotable manantial del cielo. En la ardiente zarza de esa vida se consumirían nuestros anhelos, pero no su dicha. Si Dios existiera el absurdo de vivir sería abolido. Mas, me es imposible creer que tal Dios exista y que podamos redimirnos del absurdo que nos rodea. No puedo creer en ese intento de dar-sentido-a-la-vida.

 

La Biblia y los rebuznadores

 

Se dice que el asno rebuzna de gozo. Al asno se parecen quienes se jactan de no haber leído nunca la Biblia. “Ni siquiera un capítulo, ni siquiera una frase”, rebuznan algunos de ellos con alborozo. Los imagino entonces –no puedo evitarlo—blasonados con orejas de acémila, revolcándose gozosamente en el estiércol de su ignorancia. No digo que no-leer-la-Biblia actúe en menoscabo de uno mismo, pero, ¡jactarse de ello! He visto y oído asnos con ese pelaje hablar en nombre de la cultura (cultura que identifican con cuatro simplezas cinematográficas y algún dictado ideológico), alegando que la Biblia es bazofia religiosa; sin sospechar siquiera que la Cultura se fundamenta en gran medida en los Griegos y en la Biblia.

¿Qué hace a la Biblia indispensable?, ¿qué contiene? Contiene, en primer lugar, leyendas y mitos universales. El Diluvio, el Paraíso, el Arca, el Pecado Original, una cosmogonía creacionista, los Héroes fundadores, las luchas entre dioses… Con sus diferencias locales, tales mitos aparecen en todas las grandes culturas y civilizaciones del orbe. Pero contiene también la historia del pueblo hebreo desde sus orígenes arábigos de pastoreo hasta la llegada del conocido como Jesús el Mesías. La historia de un pueblo escogido por un dios único, Yahvé (o Yahveh, o Jehová, o Yahwe, o Yhwh) . Su nomadismo, sus conquistas, sus luchas, sus destierros, sus pecados, sus diatribas morales y las vicisitudes de todo tipo que acontecieron a los israelitas por más de mil años.

A mí me regocijan singularmente las historias-fábulas morales, hermosas todas, terribles muchas de ellas, la de Jonás el Profeta, lanzado al mar por unos navegantes para calmar las tempestades, tragado por una ballena que lo deposita a los tres días en una playa; la del patriarca Abraham, a quien Yahvé ordena ofrecerle en sacrificio a su hijo Isaac como signo de sumisión y obediencia, y que  solo cuando ya estaba dispuesto a hacerlo detiene su mano un ángel enviado por Dios para sacrificar un carnero en lugar de Isaac; la destrucción de las perversas ciudades de Sodoma y Gomorra; la de los hijos de Isaac, Esaú y Jacob, comprando el segundo la primogenitura al segundo por un plato de lentejas; la de José, hijo amado de Jacob, abandonado por sus hermanos en un pozo y que gracias a sus dotes para revelar los sueños llegó a estar a la derecha del faraón de Egipto; la de Onán, a quien Yahvé dio muerte por verter en el suelo en vez de fecundar a la esposa de su hermano muerto; o la de Lot, sobrino de Abraham, a quien sus hijas embriagaron para quedar encienta de él; la de Sansón, el Hércules hebreo, cuya extraordinaria fuerza residía en su pelo… Contiene también un tesoro poético-erótico, el Cantar de los cantares, y el Éxodo: el pueblo israelita, guiado por Moisés, caminando cuarenta años por el desierto en busca de la Tierra Prometida; los Diez Mandamientos, las normas éticas por las que Occidente se ha regido durante dos mil años… No hay línea que no se lea con gozo y no deje  un brillante poso de cultura.

No es menos irremplazable la lectura del Nuevo Testamento, la vida y obra de Jesús el Nazareno. Ni faltan las historias fabulosas en tal libro: Las bodas de Canaan, donde un joven Jesús convierte el agua en vino; la multiplicación de los panes y los peces… Pero el Nuevo Testamento es sobre todo un nuevo código ético, un fundamento moral que sigue estando en boga en el mundo. Algunos pasajes, como la expulsión de los mercaderes del templo,  o la frase de compromiso dar a Dios lo que es de Dios y al hombre lo que es del hombre; No podéis servir a Dios y a las riquezas. Mt. 6-24; es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los Cielos. Mt. 19-24, fueron fuente de inspiración y ejemplo para muchos movimientos religiosos que surgieron en Europa a finales de la Edad Media y de aquellos más igualitaristas que florecieron tras de la Reforma luterana. El anabaptista Juan de Leiden, que implantó un reinado de comunismo cristiano en la ciudad de Münster fue uno de estos; y las utopías comunistas, como la de Campanella, expresada en su libro La ciudad del sol, beben también del cristianismo. Pero la fuente de la ética lanzada por Jesús surge principalmente de El sermón de la montaña. Ahí se encuentra el fundamento moral del comunismo, aunque los comunistas no lo sepan.

Pongo fin a esta incitación a leer la Biblia a prevenir a los rebuznadores. Espero que alguien la aproveche.

 

 

 

 

ESCLAVITUDES

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Solemos andar mal encaminados en nuestro discurrir por la vida. Culpamos al mundo de nuestra insatisfacción y malestar. Acusamos a la sociedad y combatimos contra los aparentes males de ésta, que nos oprimen, reprimen y esclavizan. Nos rebelamos contra lo que consideramos falta de libertad o de derechos o de justicia. Consideramos que el mal siempre está fuera de nosotros. Pero, en verdad, la esclavitud nos la imponemos nosotros. Nos esclavizamos al temor, al deseo, a una obsesión, por una adicción, por aparentar. Y en lugar de tratar liberarnos de esos grilletes que nosotros mismos hemos forjado, actuamos como si las cadenas nos las impusiesen los demás, así que dedicamos nuestras vidas a combatirles con odio y rencor, con lo que nos hundimos aún más en la esclavitud.

Tal vez, en lugar de tratar de incendiar el mundo, en vez de lanzar contra el vecino nuestro resentimiento, para liberarnos de nuestros yugos y nuestros pesares, tal vez deberíamos indagar en el interior de nosotros mismos en busca de la llave que abra nuestros grilletes.

Expongo un decálogo de agentes opresores, de prisiones internas en las que voluntariamente nos encerramos. Existen muchos más; y suelen estar relacionados entre sí. La esclavitud del deseo o del temor es también esclavitud obsesiva, y la esclavitud que nos produce el ansia de poseer tiene la misma raíz que la que nos produce el ansia de aparentar. En fin, expongo tal decálogo de esclavitudes. Pero, antes, sería bueno que cada cual se tratase de percatar de aquellas cosas que le esclavizan.

 

  1. Esclavos de nuestras propias pasiones
    1. Esclavos del deseo
      1. Se trata de la esclavitud más extendida que existe en la actualidad. Nuestras “avanzadas” sociedades basan su ser y existir en tener en todo momento la maquinaria del deseo bien engrasada y a toda marcha. Esas fábricas de deseos que son la televisión e internet, son las causantes de gran parte de nuestra insatisfacción, de nuestra ansiedad y nuestra excitabilidad, de gran parte del malestar que nos produce la existencia. El deseo es en buena medida el motor de nuestro actuar en el mundo. El deseo sexual y el deseo de aparentar son los dos grandes adalides, los conductores de las tropas. El budismo los combate. Considera al deseo el gran enemigo a liquidar; toda su doctrina se basa en combatirlo.
    2. Esclavos de la emoción y los sentimientos
      1. Algunos individuos sienten tan a menudo el rapto emocional que se convierten en sus esclavos. Pero son los sentimientos quienes más nos esclavizan. El odio, el rencor, el resentimiento, el temor, aprisionan la conciencia de las gentes y les introducen en una vida de enfrentamientos, inquinas y venganzas. Esos rebeldes sin causa que no tienen otro propósito que destruir –siguiendo los dictados de su odio y de su resentimiento—merecen que algo de la luz de la razón penetre en sus vidas.
    3. Esclavos del amor
      1. Nada singular que resaltar. Quien haya estado enamorada sabrá de esa enfermiza obsesión del amor, que es capaz de producir el más excelso gozo y el más profundo dolor.
    4. Esclavos del instinto
      1. La pulsión sexual, la pulsión por el juego, por el riesgo, por la crueldad, es decir, el impulso animal sin control inhibidor crea grandes oscuridades en el espíritu y le esclaviza.
    5. Esclavos de las adicciones
      1. (tabaco, sexo, drogas, juegos de azar, gula, gimnasio)
    6. Esclavos de manías y obsesiones
      1. (lavar, ordenar, limpiar, obsesión sexual, musical, literaria…) Las manías son una respuesta desproporcionada e injustificada a un cierto estímulo. La obsesión comporta un cortocircuito de algún área neuronal que nos produce que ciertas imágenes o pensamientos se reiteren sin solución. Tanto la manía como la obsesión se apoderan de nuestra voluntad.
    7. Esclavos del temor al “qué dirán”.
      1. El temor al “qué dirán” es la base represora de la moral y  desarrolla toda la tribu de la vergüenza (pudor, timidez…).  Una vez que se ha establecido un imperio moral, el temor al ojo del prójimo hace que sigamos las normas impuestas. Aunque en el interior de cada cual se tenga conciencia clara de lo opresiva y perversa de esa moral. Una encuesta popular acerca de la opinión sobre lo Políticamente Correcto y la Ideología de Género pondría de relieve la animadversión que producen (pero rápidamente se falsearía la estadística por parte de las autoridades). Mediante ese temor, la moral nos esclaviza.
    8. Esclavos de la
      1. El sentido de culpa no solo es capaz de esclavizar a los individuos sino también a las colectividades. Si se mira en profundidad, la atención y la compasión que sentimos para con los inmigrantes o para con los países pobres, es debida en buena medida a la culpa colectiva que se siente por haber explotado sus riquezas en épocas pretéritas.
    9. Esclavos de las creencias religiosas
      1. Nada nuevo que resaltar; la historia del mundo es elocuente al respecto. Sólo señalar que “Islam” significa sumisión.
    10. Esclavos de las ansias de perfección
      1. Casi todos los grandes novelistas, pensadores, artistas, músicos, científicos (me refiero a los verdaderamente grandes, no a los truhanes que gozan de fama por la estupidez de sus seguidores o por el apoyo de una ideología), eran esclavos de ese ansia.
    11. Esclavos de las ideologías
      1. Los esclavos ideológicos son legión. Se reconocen porque han abdicado de los criterios y de los juicios propios para someterse a los criterios y juicios que dicta su ideología. Incluso dejan de ser dueños de sus pensamientos y de sus deseos al someterse ideológicamente. Lo sorprendente es que estos esclavos pueden ser personas cultas o incluso inteligentes, pero someten de buen grado su ser pensante a unos dictados ideológicos (que suelen venir envueltos en proclamas, consignas etc) a cambio de la admiración del rebaño, o por estar a la moda, o por el encadenamiento a un grupo o por un pesebre bien lleno.
    12. Esclavos de la apariencia
      1. En una u otra manera lo somos todos, pero en algunos la apariencia lo es todo. También el esclavo ideológico suele estar sometido a la tiranía de la apariencia. El querer estar siempre en la cresta de la moda es también una esclavitud de la apariencia.
    13. Esclavos de poseer
      1. Nos lanzamos a poseer bienes sin ton ni son, sólo por destacar sobre el vecino. Tal es el esquema del comportamiento individual en la sociedad actual.

COMPASIVOS

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Anteayer mismo, mi vecino del 5º, que no saluda ni a Dios si se cruza con él, y que no acude a las reuniones de la comunidad de vecinos porque –según sus palabras— todos somos unos fachas por vivir en pisos de un cierto nivel social (el propietario de su vivienda es su papá), saludaba alborotado la llegada de los migrantes del Aquarios (barco fletado por una ONG y el gobierno italiano no permitió que atracase en sus costas), que, según algunas malas lenguas, trae algunos soldados que han servido hasta hace poco en la organización terrorista islámica Boko Haram.

Yo sospecho que sus albricias por la llegada de la expedición no se deben a la piedad o al altruismo. Resulta difícil de creer que un sujeto que muestra animadversión con todos los que viven a su alrededor se muestre compasivo con gente que desconoce. Tal vez al ser musulmanes los del barco –que sabemos que no se distinguen por practicar una relación amigable con los nativos del país al que arriban—se identifique con ellos por aquello de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Más bien soy del pensar que con su apariencia bondadosa hacia esa gente foránea, simple y llanamente sigue las consignas del progresismo reinante, que de cuando en cuando pone cara piadosa y de bondad para que la ciudadanía no vea siempre la cara del odio y el insulto. Se ponen de vez en cuando la máscara de la compasión para que su verdadero rostro no se les desgaste. Y, claro, porque esa máscara les permite insultar –que es su deporte favorito—a todo aquel que ose  ponerles alguna objeción. Tienen el apoyo de los Medios, volcados en el asunto, una competición de canales por ver ¡quién escupe mayor sentimentalidad a la audiencia!

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Lo cierto es que no entiendo muy bien esa exaltación de la fibra compasiva hacia aquellos que una ONG metió en el barco, y, en cambio, despreocuparse de otros cientos de millones que han quedado en África en peores condiciones que están estos que han llegado. Debe ser que en cuanto las televisiones ponen un reclamo de esta índole, todos los televidentes se tornan compasivos de profesión. A mí, la verdad, me da mala espina, porque estoy convencido de que si los canales pusieran a una rata moribunda en sus televisores y la acompañaran de comentarios propicios, en los hogares de media España se lloraría por su muerte. ¡Y no digamos si se tratara de un perro! Cosa semejante se ha visto ya en varias ocasiones. La televisión se ha convertido en la fuente de conducta y moralidad de la población. De la población que carece de criterio, claro está.

Ahora bien, muchos profesionales de la compasión abogan por ir más allá y eliminar las fronteras de los países. Voy a utilizar el término descerebrados para calificarlos, pues se calcula que más de la mitad de la población africana desea venirse para Europa. Digo yo que, en proporción, a España arribarían varios cientos de millones. ¿Alguien ha pensado en la catástrofe que ese hecho comportaría? No nos quedaría otra que comer piedras para que los recién llegados pudieran comer. ¡Y de la sanidad, la educación, la vivienda, la cultura, la convivencia, no digamos! Tal cosa solo se le podría ocurrir a aquel ministro de Zapatero que competía en estulticia con él. Sebastián se llamaba. Regaló una bombilla comprada en China a cada español, pero el paso de rosca de casi un millón de ellas no era el adecuado.

Además, llama la atención un extraño fenómeno: Venezuela. Un país del que han tenido que escapar casi cuatro millones de habitantes; un país donde –según datos de la Cruz Roja internacional—murieron casi 300.000 niños de miseria y desnutrición el año pasado; un país donde el número de asesinatos por  violencia callejera llega a los 30.000 cada año; un país donde los dirigentes políticos y los militares son los capos del mayor cártel de droga de las Américas; un país que soporta una dictadura brutal. Bueno, pues Venezuela no aparece en los Medios españoles a ninguna hora, ni aparece un solo lamento de la progresía española –que tan compasiva se muestra con el Aquarios—hacia esos millones de refugiados que lo han perdido todo. Así que tanto regocijo y jolgorio por la llegada del barco huele a humo y a engaño; huele a propaganda política y a estafa televisiva.

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Hay gente que ya reclama a esos profesionales de la compasión que se hagan cargo al menos de un refugiado y lo tengan en su casa y se responsabilicen de él. Eso sí sería verdadera compasión. Pero mucho me temo que la gran mayoría de los que hoy claman por la compasión no han hecho un acto compasivo real en su vida, ni tan siquiera pasarse por los comedores de la Cruz Roja española durante estos duros años de crisis con la finalidad de ayudar. Mucho me temo que muchos de estos compasivos de pacotilla son meros vividores del estipendio público, y que otros muchos son como marionetas que mueven los hilos de la televisión. En todo caso, insultar a quienes no muestran con suficiente vehemencia su sensiblería moral, tal como suele hacer la progresía, es una cosa infame.

 

Animalismo y racionalidad

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Si he de ser sincero, por más vueltas que le doy al asunto del animalismo, no me salen las cuentas. Quiero decir que me encuentro con que sus planteamientos básicos, además de anti humanistas, carecen de la mínima coherencia lógica. No me estoy refiriendo, claro es, a la gente que disfruta y aprecia, sin más, a sus mascotas. Me refiero al núcleo duro del animalismo, mejor, dicho, a sus postulados básicos.

Uno de los puntos centrales de su doctrina (y así lo han manifestado repetidamente algunos animalistas que han intervenido en este blog) es la consideración de que la vida animal es sagrada (no me detengo a examinar este asunto, religioso y primitivo). Esto es, que bajo su punto de vista la vida de cualquier animal ha de ser respetada, y su muerte significa un crimen de infame naturaleza. Lo cual me lleva a la pregunta: ¿también es sagrada la vida de un mosquito?, y, ¿de un piojo, de una pulga? Porque en tal caso los devotos de tal doctrina tendrían que dejar de lavarse el pelo por no incurrir en el asesinato de algún parásito, y, claro está, no deberían utilizar insecticidas de ningún tipo.

No sé si a los virus y bacterias se les considerará animales –que no lo son—pero, en cualquier caso, ¡qué atroz discriminación la de considerarles menos que una chinche o una garrapata!

Cierto es que algunos animalistas, menos radicales, otorgan solo la sacralidad a la vida de aquellos animales que poseen sistema nervioso central. Pero, aún así, siguen sin salirme las cuentas, pues, ¿qué hemos de hacer en la playa si las medusa –con sistema nervioso central—nos fríen a picotazos?, ¿dejarles hacer hasta que se aburran? No, por cierto, pues al poco moriríamos por su veneno. La única solución aceptable desde esa perspectiva tiene que ser la de no bañarse en el mar.

Así que si es usted animalista seguidor de esta doctrina de vida sagrada de los animales, no se le ocurra dar un manotazo a una mosca por mucho que el moleste, y, de no ser tan radical, al menos deje de bañarse en el mar. De lo contrario y siguiendo sus propios criterios, se convertiría usted en un criminal.

Y está el asunto que algunos animalistas demandad: la igualdad de derechos de perros, primates, otras mascotas y humanos. Y confieso que mis entendederas no son capaces de imaginar qué vacío mental ha de tener quien realice este tipo de propuestas, pero, ¡de todo hay en la viña del Señor! Prometo examinar la cuestión otro día, con detenimiento.

Tampoco me salen las cuentas al examinar el odio que dicen sentir hacia las corridas de toros. Alegan que en la fiesta taurina sufre el toro y que el sufrimiento de cualquier animal debería estar prohibido. ¡Válgame Dios!, ¡la cosa tiene su miga! Vamos a ver: si a usted, señor animalista, le dieran a escoger entre ser un toro de lidia y vivir al menos 4 años en libertad (eso si no consideramos al cabestro, cuya vida se alarga mucho más), con buenos pastos y espacio más que suficiente para retozar, o ser un pollo de granja, apelotonado y obligado a picotear día y noche, y morir a los pocos meses cuando haya alcanzado el peso establecido, ¿qué querría ser usted?, ¿qué le importaría unos minutos de supuesto sufrimiento en la plaza si ha vivido varios años de fábula?

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No es solo que no me salgan las cuentas, sino que los animalistas parecen colocar las cuentas al revés. Pues, vamos a ver: si se acabaran las corridas de toros, se sacrificarían todos los animales de lidia al dejar de tener utilidad. En otras palabras: con el fin de evitar que el toro supuestamente sufra en la plaza, se condena a muerte a cientos de miles de otros que pastan apaciblemente en la pradera. Pero esto  no parece importarles a ustedes un pimiento. ¿Dónde está la vida sagrada de los animales?

También es cierto, lo he de reconocer, que una mayoría de animalistas abogan porque no se mate a los toros de las ganaderías, sino porque se les suelte libremente. Y yo digo, ya que si los toros libres crían y se multiplican, ¿cómo nos libraríamos de sus embestidas si se nos ocurriera salir al campo a roturar la tierra, por ejemplo. Pero, ¿Y si entrasen en las ciudades y se liaran a cornadas con la gente?, ¿tendríamos que utilizar el manual buenista de lo políticamente correcto para convencerles de que dejasen de procrear y que no nos atacaran? Misterio sin resolver.

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Pero hay otra cuestión en referencia a esa idea animalista de soltar los animales en cautividad que me intriga más si cabe. Muchos casos se han dado de animalistas que han roto jaulas y puertas y han liberado a animales de granja, desde pollos hasta visones. El resultado ha sido siempre el mismo, al cabo de pocos días todos los animales “liberados” han pasado a mejor vida por falta de alimento o por caer en las garras de un depredador. Así que aparece el absurdo de preferir la muerte de los animales a permitir que vivan en granjas, lo que contradice de todas todas el principio básico animalista de considerar sagrada la vida animal. A mí, así entre nosotros, esta doctrina me resulta más difícil de entender que el misterio de la Santísima Trinidad.

Porque, en verdad, de todo lo expuesto cabe deducir que no es la vida o la muerte de los animales lo que preocupa a los animalistas, sino su hipotético sufrimiento. Así que, seamos claros y lógicos, no me vengan con el carajo de la sacralidad animal, en todo caso, háblenme del sufrimiento. Pero, ¡qué me van a decir del sufrimiento si he visto a tres perrazos enormes vivir en una piso de 50 metros cuadrados de un animalista!, ¡si estaban desquiciados perdidos por vivir en donde vivían!, ¡cómo nos vamos a atrever a hablar del sufrimiento animal! (en realidad, tendríamos que hablar del sufrimiento del hipersensibilizado animalista que adora la idea de que los animales no sufran y pretenden imponerla a los demás)

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Bien he de decir que sufrimiento y sentimiento, porque ahora resulta que a los animales de compañía se les ha otorgado la sentimentalidad. ¡¡Alto, alto!!, examinemos la cuestión. No hay sentimiento ni sufrimiento sin conciencia, alegan los neurocientíficos, y la conciencia se considera una capacidad mental que sólo los humanos poseen. Podemos hablar de dolor, de pulsaciones, de actos reflejos, pero parece poco acertado hablar del sufrimiento de un toro. Sin embargo, no les voy a negar que, en estos tiempos que corren, todo es posible. ¿Acaso no se condena hoy en día a todo aquel que siguiendo los dictados de las Ciencias Biológicas señalan que es varón quien posee los cromosomas XY y hembra quien posee los cromosomas XX? ¿Acaso los buenistas y las feministas no tienen hoy en día más poder que el mundo científico?, ¿de qué nos extrañamos?

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Admitamos que en el animalismo conviven religiosos que tienen por santa la vida animal (algunos van más allá y consideran también santa la vida vegetal, por lo que me pregunto, ¿de qué se alimentan?); conviven gentes hipersensibles a quienes se les reblandece el corazón si ven una mosca morir; y veganos a quienes el solo olor de la carne les produce vómitos; pero tengo para mí que una buena mayoría de  animalistas,  son simples cruzados contra el infiel que no sigue sus doctrinas (ya he repetido en muchas ocasiones que hay que temer a los redentores), cruzados que buscan un enemigo contra quienes verter su odio. Sospecho que si acabaran con las corridas de toros se quedarían como desangelados, sin nadie contra quien luchar. Mustios, tendrían que inventarse una nueva cruzada contra los cazadores. Me recuerda la frase aquella, “¡qué felices éramos luchando contra Franco!”

En fin, yo recomendaría –lo digo yo mismo en plan redentor, para poner un poco de orden mental—que se ame mucho a los animales de compañía, que se disfrute con ellos, que se les mime, pero, ¡por Dios!, que se deje vivir a la gente en paz, que se respeten otras opiniones, otras miradas y otras esencias.

 

 

 

 

TIEMPOS CONVULSOS

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  • Corren tiempos en que la realidad se nos ha vuelto ininteligible y enemiga. Así que buscamos atajos que nos produzcan la sensación de que la entendemos, a la vez que buscamos refugios donde resguardarnos de su iniquidad. La astrología, las medicinas alternativas, la presciencia, los OVNIs, los fenómenos paranormales, la homeopatía, las teorías de la conspiración…, son atajos simples que nos hacen creer que conocemos aquello que está vedado a nuestra comprensión. Creemos que en lo simple que nos satisface se esconde la verdad. Otros buscan refugios donde guarnecerse del malestar que les produce la realidad. Dotados de sensibilidades reblandecidas, casi sangrantes, más que seguir atajos, se entregan a nuevas religiones y se refugian en ellas con ánimo totalitario y aniquilador. Adoran a nuevos dioses: “vida animal”, “Naturaleza”, y se hacen fanáticos de la nueva religión, lanzando rayos y truenos contra quienes no sigan sus mandamientos[1]. Pero quizás el refugio más acogedor que tenemos a nuestro alcance es el de la realidad virtual. Los jóvenes ―y no tan jóvenes― huyen de la relación social que, como al animalista, les hiere, y se refugian tras de la pantalla de la virtualidad, donde cada uno de ellos se considera rey. El caso es que hoy no tenemos ideas firmes a las que agarrarnos. Todo se nos presenta envuelto en relatividad, así que volvemos la vista a lo que sentíamos firme,  a lo primitivo y mágico, a la seguridad de lo simple y conocido; y tratamos de encontrar un albergue virtual donde curar las heridas que produce la realidad y la ignorancia. Estos tiempos se están revelando como tiempos de repulsión hacia el mundo real.

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  • Malo es que se junten en un individuo la necedad y el resentimiento porque de tal yunta puede nacer cualquier disparate, pero que el número de sujetos de tal índole sobrepase todas las previsiones sensatas, más que malo es trágico, porque denota que la necedad se ha universalizado. Tal hecho se ha puesto de manifiesto al estallar las redes sociales con el rechazo a la donación de 300  millones de euros de Amancio Ortega para curar el cáncer, y ese estallido ha sido secundado por diversas organizaciones de la izquierda española, que poco menos que han dicho que se los meta por el c…
  • Muchas gentes abogan por que se produzca una catarsis ideológica que borre la historia propia, que borre los valores, las costumbres y la cultura ancestrales. Tales gentes odian sus raíces. Pero, si tal catarsis se produjera, todos nos quedaríamos a la intemperie, desenraizados, como muñecos movidos desde una tramoya de odio, sin tener nada a qué agarrarnos. Todo parece indicar que la estupidez se ha elevado en España a diosa suprema.
  • En ocasiones una falsedad manifiesta o incluso una estupidez supina son consideradas grandes verdades o excelsos monumentos del saber.
  • Mal asunto es que la moral dicte las verdades que se encuentran fuera de su ámbito, pues la moral tiene la misión de establecer modelos de convivencia, no verdades. En lo que no concierne a las ciencias, tradicionalmente se ha encargado la filosofía de hallar la certeza de las cosas, aunque en su desmérito alego que algunos filósofos toman a lo ambiguo, a lo vaporoso, a lo oscuro, a la jerigonza, como criterios de verdad.

  • Cuando mueren los dioses no deja de actuar el mecanismo mental que nos hacía creer en ellos, sino que sigue actuando, e inventa y adora otras ilusiones: utopías socialistas, los mundos soñados, las conexiones místicas, las justicias universales, y los diversos tipos de pensamientos mágicos. Me asola la terrible sospecha de que la muerte de los dioses ha cambiado bien poco a la gente.
  • La biología lo señala: los egoístas parasitan las sociedades altruistas que les acogen. Que cada cual, en su país, analice quiénes practican el altruismo y quiénes el egoísmo. Quizás el análisis nos depare sorpresas.
  • ¿Tienen algunos la epidermis como el papel de fumar, o es que su ansia de prohibir es inmensa?, ¿o es que les domina el odio contra todo lo que represente fuerza porque además de ser débiles son cobardes y totalitarios? ¿Se imaginan de quién hablo?

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  • Tras de la ebullición de las redes sociales, mostrando alegría desbordante por la muerte en el ruedo de un torero o por la muerte de un niño al que le gustaba la fiesta taurina, y tras de los insultos, ataques y amenazas a bastantes taurinos en la calle, pocos dudan ya de que el animalismo radical del siglo XXI es tan intolerante y totalitario como lo fueron el fascismo y el comunismo en el siglo XX.

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  • En su empeño por derogar la Carta Magna de Venezuela, Maduro ha colocado a militares de alto rango al frente de los ministerios del gobierno. Esos militares son ahora su salvaguarda. Enriquecidos por el saqueo del petróleo y por el narcotráfico, defenderán al régimen contra cualquier veleidad democrática. Money is Money. Todos los socialismos acaban pareciéndose.
  • En España algunos visionarios abogan por modificar la Constitución para fijar en ella la condición de preservar la calidad de vida de la gente. Es como si por poner por escrito un deseo se cumpliese, como si en la Constitución de Ghana figurase que todos los habitantes de ese país han de ser ricos. Se trata de no mirar a la realidad de frente, de vivir en el puro idealismo haciendo ver que los derechos adquiridos son intocables, que llueven del cielo como les llovía el maná a los israelitas en el desierto; se trata de hacer creer que los derechos sociales no dependen de las posibilidades económicas del país, sino que se encuentran ahí para cogerlos gratuitamente; se trata, como casi siempre hace la izquierda, de confundir lo deseable con lo factible.

 

  • El cristianismo nace de la miseria y de la esperanza en el Juicio Final. El luteranismo y el calvinismo nacen de la angustia y generan el capitalismo. La revolución francesa nace de la miseria y de la Ilustración, y contiene el germen del socialismo. La revolución marxista nace de la miseria y el resentimiento, ofreció la ilusión de un paraíso y produjo un terror inmenso.
  • He aquí un conjunto de datos: personas que se encuentran desaparecidas en España: 4500; suicidios en 2016: 3910; muertos en accidentes de trabajo en 2016: 520; número de muertos habidos en accidente de tráfico durante 2016: 1300; personas asesinadas en ese mismo año: 292; suicidios de hombres durante el proceso de separación (desde la fecha de implantación de la Ley de “violencia de género”): 25.000; mujeres asesinadas por sus parejas en 2016: 44.  Ahora reseñemos la atención con que los medios de comunicación tratan esos hechos: Atención de los medios al asesinato de mujeres por sus parejas: 95%. Atención de los medios al resto de sucesos mencionados: 5%. Esa es la proporción en la atención mediática que reciben. A mí me resulta raro. Que cada cual extraiga sus propias conclusiones.
  • Al finalizar este mes de junio me tomaré las vacaciones de verano y no publicaré otro post hasta septiembre, lo cual no causará, desde luego, catástrofe alguna.

 

taurino

[1] Resulta chocante que se les pida cuentas a los cristianos por su pasado intransigente y totalitario, que se critique al Islam por ese mismo motivo, y que, sin embargo, al animalismo, que está dando muestras de un feroz totalitarismo, se le siga la corriente.

¿Utopía o distopía?

Hoy hablo de aspectos de la naturaleza humana que propician en algunos individuos la aparición de una visión utópica de la sociedad, algo―hablar de la naturaleza humana―que nunca haría un psicólogo.

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Lo expondré sin matices ideológicos de ningún tipo: el débil de carácter envidia al fuerte, el obtuso al inteligente, el menesteroso siente resentimiento hacia el rico, el que a menudo fracasa dirige su malevolencia contra el que triunfa, en el mediocre palpita animadversión contra el excelente, el que carece de dones se carga de rencor contra quien los posee…, hacia el que posee o dones, o capacidades, riquezas, fama o gracias, siente el que carece de ellas una malquerencia que, de perdurar en el tiempo dicha carencia, se puede enconar y volverse odio. Es ésta una ley de nuestra Naturaleza que no entiende de ideologías ni de clases sociales.

Bueno, el Igualitarismo (la mayoría de las utopías en boga propugnan la igualdad) promulga una sociedad que acabe con toda esa panoplia de rencores, envidias, malquerencias, resentimientos…, acabando con el agravio comparativo causante de que se produzcan. Pero, que nadie se lleve a engaño, aunque cada cual ―según su conveniencia―entiende la igualdad social de distinta forma, con grados distintos de igualdad, los más extremistas, la vanguardia igualitarista, pretende rasar en cuanto a dones, capacidades y riquezas de todo tipo. Esta pretensión de rasar todo aquello que destaque (poner en el lecho de Procusto a todos los individuos de la sociedad) lo expresa Ortega y Gasset elegantemente:

«Vivimos rodeados de gentes que no se estiman a sí mismas y casi siempre con razón. Quisieran los tales que a toda prisa fuese decretada la igualdad entre los hombres; la igualdad ante la ley no les basta: ambicionan la declaración de que todos los hombres somos iguales en talento, sensibilidad, delicadeza y altura cordial. Se sienten condenadas a formar parte de la plebe moral e intelectual de nuestra especie. Cuando se quedan solas les llega de su propio corazón bocanadas de desdén para sí mismas. Lo que hoy llamamos opinión pública y democracia no es en gran parte sino la purulenta secreción de esas almas rencorosas.»

Escribiendo esto me llega a la memoria el lema empleado por los igualitaristas en los tiempos primeros de implantación del sistema educativo conocido como LOGSE. A modo de lema o de máxima, clamaban: «Que nadie sepa más que nadie». Lo que no pretendía otra cosa que igualar en el aula los conocimientos de todos los alumnos con los del más lerdo y obtuso. De manera similar proclamaban un lema semejante para la Universidad: «Que nadie se quede sin título universitario». Como se ve, para el Igualitarismo la excelencia es un mal a erradicar.

Vistas así las cosas, la utopía igualitaria nace del resentimiento, del rencor y de la falta de potencia individual para embarcarse uno en su propia utopía personal, en un proyecto de vida (también puede tomar parte en ese ansia de utopía la obsesión de cada cual y la ambición de estar a la cabeza de esa utópica sociedad). Pero con esa sociedad igualitaria no podrían estar de acuerdo los que tienen éxito en sus relaciones sociales, los capaces, los fuertes, los ricos, los famosos y todos aquellos que sienten esperanzas de ascenso. Así que, ¿qué hacer con estos que muestran desafección a la utopía igualitaria? Nunca ningún utópico se ha atrevido a decir nada al respecto, pero en cualquier cabeza cabe que la solución que se ha empleado siempre (en los sistemas comunistas o socialistas que en el mundo han sido) la misma, ha sido la de obligarles a ser iguales. Y, ¿cómo se les podía obligar ―en esos nuevos paraísos igualitarios, encarnación de la utopía liberadora―a ser iguales? Pues con represión, encarcelamientos, expropiaciones, traslados forzosos de residencia, y todo tipo de amenazas, privaciones y vejaciones, cuando no el paredón.

Claro, los utópicos no pueden declarar la necesaria represión que habría que llevar a cabo con los que padecen de desafección a la utopía, al fin  al cabo, desde siempre la utopía ha sido considerada, en teoría, la derrota de la opresión, la puerta de la liberación, la libertad para todos, la felicidad aquí en este mundo. Pero más que una teoría era un deseo salpicado de creencias mágicas, pues, ¿cómo, si no, suponer que la muda de una sociedad represiva, en la que reina el agravio comparativo entre las gentes, a una sociedad libre, igualitaria, feliz, se iba a producir sin quebranto ni opresión de los más favorecidos, cómo suponer que estos iban a dar su conformidad a esa muda de otro modo que no fuera por arte de magia?

escuela frankfurt

Marcuse, el teórico de Mayo del 68 y del movimiento Hippy, se percató de que una utopía presentada de tal guisa no era creíble, así que se esmeró en justificarla. Sin embargo, ateniéndonos a la lógica, el remedio fue mucho peor que la enfermedad, pues, recreando las artes alquímicas, Marcuse mezcló en su marmita esos oscuros y pegajosos materiales que son el metapsicoanálisis freudiano y la dialéctica de Hegel, y removiendo la mezcla con pasión nos quiso sugestionar con la creencia de que la liberación estaba cercana, pues las condiciones económicas en las sociedades industriales hacían posible el surgimiento de buen salvaje Rousseauniano que todos llevamos dentro dormido, una bondad natural del ser humano que haría posible sin duelo ni quebranto la muda de esta sociedad al territorio de la Utopía. Pero ya dije que en su análisis la lógica no aparece por ninguna parte.

Sin embargo, los dirigentes teóricos del Igualitarismo aprendieron bien la lección. Los integrantes de la Escuela de Frankfurt llegaron a la conclusión de que la liberación y el Igualitarismo vendrían luego de un avance pausado pero continuo en cambiar la moral reinante en las sociedades de Occidente. Para ello se tendría que formar una alianza moral del Igualitarismo con todos aquellos grupos que presentan un historial de agravios comparativos y de marginalidad frente a la liberal democracia capitalista. Igualitarismo, feminismo, animalismo, ecologismo, indigenismo, homosexuales, incluso el Islam, forman parte activa de ese proyecto moral.

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Tal alianza, con la beligerante fuerza de la marginalidad de sus integrantes, pretende subvertir todos los valores que definieron hasta mediados del siglo XX la cultura y la moral occidental. La fuerza, la disciplina, la familia, la religión, la patria, el matrimonio, el patriarcado, la heterosexualidad, han de voltearse y transformarse en protección absoluta de lo débil, protección de los animales, del medio ambiente, el matriarcado, la indefinición en la sexualidad, han de ser destruidos los conceptos patria, familia, religión, matrimonio…La nueva moral debe ser represora ―dictaminaron aquellos padres de la nueva moral―, pero mediante el control de los reprobadores medios de comunicación se podrá imponer sin respuestas incómodas. Y encontraron para ese fin el catálogo de Lo políticamente correcto y el amedrentamiento de la clase política.

Tal moral ya reina entre nosotros, eso lo sabemos todos; y el siguiente paso es el de conseguir el poder democráticamente. Después, una vez sometidos los discrepantes a la nueva moral y con el poder en la mano la utopía igualitarista aparecerá como agua de mayo en los corazones del pueblo.

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No obstante, existen aún problemas sin resolver para alcanzar tal propósito. El socialismo cubano y el venezolano los han puesto recientemente de manifiesto. Al condenar a la excelencia al ostracismo, la economía se contrae hasta grados de miseria, y el malestar crece hasta estallar. La respuesta del poder utópico es la de aumentar la represión hasta convertir el territorio utópico en una cárcel. Por otro lado, la Globalización económica exige una creciente competencia entre países e individuos para mantenerse a salvo de los vaivenes que se producen. Quienes no compiten con la suficiente eficacia pueden caer al abismo de la miseria en poco tiempo, tal como le pasó a Argentina y ahora le ocurre a Venezuela.

Así que la utopía igualitaria, como tantas veces ha ocurrido cuando se ha tratado de llevarlas a la realidad, encierra el gran peligro de convertirse en una distopía que nos empuje a todos al más profundo abismo. Como ocurre con mucha frecuencia, los extremos son los más expuestos a las graves consecuencias, y el centro resulta una zona protegida. Si la utopía deja de tener su carácter sectario y extremista, sin duda que su visión iluminadora podría producir beneficios sociales, en caso contrario no traerá sino distopía repugnante.

1984 - copia