Memoria (II)

Un acontecimiento se graba y guarda en la memoria con mayor fidelidad y nitidez si va acompañado de emoción (lo que otorga a la emoción una importancia excepcional para el aprendizaje). Cuanto mayor sea el peso emocional que otorguemos a un suceso, mejor se guardará en la memoria y mejor se recuperará, y ello sucede sobremanera, si el suceso es relevante para nuestra supervivencia. Los sucesos emocionalmente relevantes son los que mejor resisten el vendaval del olvido.

Sin embargo, a pesar de ese carácter evocador que posee la emoción sobre los hechos ocurridos, los hechos y la etiqueta emocional que se adhiere a ellos no se procesan en el cerebro como si de una sola entidad se tratase sino que se desgajan. Dice el premiado neurocientífico Antonio Damasio que guardamos el recuerdo de los hechos en sí además de un recuerdo emocional, y que ambos se procesan independientemente en áreas distintas del cerebro

La amígdala, que es una pequeña almendra (en realidad dos) del sistema límbico y que es responsable directa del disparo emocional, almacena recuerdos de las emociones vividas. Sus neuronas se reorganizan según las experiencias emocionales que se sufren. Una experiencia que es famosa en la literatura médica lo pone en evidencia.

El médico francés Eduard Claperede atendía a principios del siglo XX a una paciente que no podía formar nuevos recuerdos. En cada nueva visita la mujer le saludaba como si le viese por primera vez. Pero al buen doctor se le ocurrió un día ponerse una chincheta en la mano que le ofrecía al saludarla, y tras de sentir el pinchazo, en los días de visita que siguieron, la mujer se negó a estrechar la mano que el doctor le tendía aunque seguía sin reconocerle. Su amígdala guardaba el recuerdo emocional del pinchazo sufrido previamente.

De sufrir una lesión cerebral que desconecte la memoria episódica de los hechos o bien desconecte la amígdala, un individuo perdería la memoria de los sucesos o la memoria emocional. Si le hubiera mordido un perro con anterioridad, en el primer caso sentiría temor a los perros sin saber por qué, en el segundo caso recordaría que un perro le mordió, pero no sentiría temor alguno.

La memoria emocional también nos sirve para el reconocimiento. Ramanchandran, un afamado neurocientífico indio, relata el caso de un hombre que creía a sus padres unos impostores. Reconocía la figura y el rostro de ellos, pero pensaba que eran unos actores o unos extraterrestres que habían usurpado sus cuerpos. No sabía reconocer las señales de emoción que recibía, pues tenía dañadas ciertas conexiones de la amígdala. Tal disociación se conoce con el nombre de Síndrome de Capgas. Con la elegancia que le caracteriza, Marcel Proust pone en evidencia la franquicia que existe entre le pensamiento y la emoción que pinta en el rostro: «En la persona no vemos el pensamiento hasta que se ha difundido en esa caracola del rostro abierta como un nenúfar».

En un libro delicioso que recomiendo encarecidamente leer, El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, el doctor Oliver Sacks nos narra el caso de una anciana que un día, repentinamente, empezó a escuchar música de su infancia dentro de su cabeza, pensando que era una radio que había quedado encendida. Sorprendentemente, en una conversación informal una amiga mía me informó que su madre estaba «perdiendo la cabeza», pues decía escuchar a todas horas música de su niñez. Le hablé del caso que narra el doctor Sacks y le recomendé que lo leyese.

En la niñez absorbemos una ingente cantidad de experiencias, emociones, olores y sonidos, y los almacenamos con más fiabilidad que en cualquier otra etapa posterior. Un golpe fortuito o la impresión de un sueño pueden abrir de forma inconsciente una ventana a esos recuerdos.

Los olores son los grandes evocadores de los sucesos guardados en la memoria. El olor de las magdalenas recién hechas para el desayuno, traía a Marcel Proust un aluvión de recuerdos de juventud. De ellos se servía para describir con milimétrica minuciosidad un paisaje de los años evocados, un cuadro, una puesta de Sol o la angustia de los celos que le causaba Albertina.

Por todo ello, como escribió Luis Buñuel, nuestra memoria es nuestra coherencia, nuestra razón, nuestra acción, nuestro sentimiento. Sin ella no somos nada. Epicuro aseveraba que el recuerdo de placeres pasados nos ayuda a conseguir la felicidad.

Memoria

En el relato de Borges, Funes el memorioso, Ireneo Funes da cuenta en latín y en español de los casos de memoria prodigiosa registrados en la Naturalis historia: Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por su nombre a todos los soldados de sus ejércitos; Mitridates Eupator, que administraba la justicia en los 22 idiomas de su imperio…

Para enfatizar la brutal enormidad de la memoria de Funes, Borges nos propone la infinitud: «…percibía todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes ancestrales del treinta de abril de mil ochocientos ochenta y dos y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que solo había mirado una vez y con las líneas de espuma que un remo levantó en Río Negro la víspera de la acción de Quebracho.»

Se tienen registros de otras hazañas memorísticas increíbles protagonizadas por «sabios idiotas». Quien se sabía de memoria los nueve volúmenes del Diccionario de música y músicos de Grove; quien memorizó con una sola lectura el listín de teléfonos de Nueva York; quien es capaz de pintar en un lienzo todas las casas y barrios y calles y avenidas de Moscú habiendo mirado unos segundos una fotografía aérea de esa ciudad.

En todos tales casos cuasi espantosos el sujeto no puede olvidar. Los datos colapsan la capacidad de su cerebro y aparecen déficits en otras áreas de procesamiento cerebral como en la capacidad intelectiva o en la capacidad de relación social.

Dicen los entendidos que poseemos una memoria de hábitos, otra memoria episódica que guarda las experiencias en el orden de las imágenes de un film, y una memoria semántica que da significado a lo ocurrido. También poseemos una memoria de corto plazo o de trabajo y una memoria de largo plazo, un almacén de situaciones, hechos y aprendizajes.

Ciertos daños cerebrales son capaces de destruir la capacidad de crear nuevos recuerdos, y el sujeto olvida al cabo de unos pocos minutos todo lo experimentado. Varias series de televisión muestras las desventuras de estos protagonistas, que se ven obligados a llenar las paredes de notas escritas que les recuerden lo más relevante que les ha sucedido en el día y los encargos que han de cumplir.

A cierto personaje en la obra de Marcel Proust, En busca del tiempo perdido, le ocurría algo semejante. Se hallaba en una fiesta de la princesa de Guermates y saludaba cada poco a los invitados como si les conociera por primera vez.

Además de obrar de almacén de experiencias y de relacionar y gestionar su recuerdo, esto es, de evocarlos, de traerlos al escenario de la conciencia, las redes de la memoria también puede crear esas experiencias imaginativamente. Se trata del llamado Síndrome de los falsos recuerdos, y aparecen muy fácilmente por sugestión.

Y pueden resultar peligrosos. Kelly Lambert y Scott Lilienfeld, estudiosos del cerebro, aseguran que la práctica de la hipnosis y del psicoanálisis, al introducir en el paciente, sin advertirlo, falsos recuerdos, ha provocado desastres en la personalidad de una legión de personas. En los años 90, en Norteamérica, se dieron decenas de miles de demandas judiciales de pacientes de psicoanalistas contra sus padres acusándoles de violaciones durante la infancia. Un examen riguroso de los casos llevó a determinar la escasa fiabilidad de las técnicas de recuperación de memoria practicadas por el psicoanálisis, así como la inducción de falsos recuerdos de abusos sexuales en la infancia y la consiguiente creación de graves trastornos mentales en los pacientes.

Recuérdese que para el primer Freud lo sexual reina en nosotros desde la más tierna infancia, constituye nuestra esencia. Al respecto, llega a decir: «Es posible que nada importante suceda en el organismo que no contribuya con sus componentes a la excitación del instinto sexual». Así que, con esa premisa, dando por hecho de que todos los desequilibrios de la madurez provienen de conflictos sexuales de la infancia olvidados, algunos psicoanalistas, con preguntas que inducen ya la respuesta, producen en sus pacientes la formación de recuerdos falsos. Quien entró con un simple dolor de cabeza a la consulta de un desaprensivo psicoanalista, puede salir con la certeza de que fue repetidamente violado por su padre en la infancia.

Así que la memoria no es muy fiable. Y tenemos también memoria emocional. Pero tal cosa se verá en la próxima entrada.

Selfies y cubos de agua

La moda del selfie llega hoy en día a estos extremos

Otra moda está produciendo un furor parecido: la de verter cubos de agua fría sobre sus propias cabezas con cualquier excusa espuria o filantrópica:
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Hace unos pocos días el furor por llegó a un extremo que supera los límites menos prudentes: un sujeto encargó que desde un helicóptero se vertieran sobre su cabeza 1600 litros de agua. Resultado: múltiples lesiones internas y externas en todo el cuerpo.

Con estas hazañas (en realidad, con cualquier hazaña en cualquier lugar y época) el pretendido héroe busca la fama, la atención preferente de los demás, la aclamación popular dirigida hacia él. En otro sentido, al producirse estos furores preferentemente en los jóvenes, son pruebas tribales de iniciación del cazador o del guerrero. Tienen el mismo significado que el dar muerte a un león, el soportar días de hambre, o el dar muerte a un guerrero enemigo.

No es el haber cobrado una gran pieza lo que produce satisfacción en el cazador, sino que se sepa. Para ello cuelga la testa disecada de su presa en el salón, o presenta testigos de su hazaña para que den fe de ella al público.

Hasta hace no muchos años las leyendas corrían entre los lugareños de boca en boca de generación en generación: tal individuo de tal familia realizó tal increíble hecho. El héroe en cuestión adquiere y acumula orgullo si los demás son testigos de sus heroicidades. La hazaña puesta en boca de las gentes aumenta el valor social de uno, es decir, aumenta la valía con que se percibe él mismo y con que le perciben los demás. Aumenta la autoestima del propio individuo, a la vez que, al quedar la hazaña en la memoria, produce orgullo cuando la evoca uno mismo o la evocan los demás. Bien decía Epicuro que con el recuerdo de los placeres pasados se aíslan los dolores del presente.

Antaño, recibir los halagos de todos los miembros de la tribu, ganar fama, nombre, reconocimiento social. Hogaño, lo mismo. El anhelo de prominencia en estado puro.

La diferencia entre las hazañas del pasado tribal y las que ahora se anuncian y promocionan en las redes sociales estriba en la dimensión de la audiencia aclamadora que se pretende conseguir. Antaño la sociedad de referencia eran el clan o la tribu o la nación o el país, hoy en día es, en potencia, todo el mundo.

Otra diferencia muy importante es la durabilidad del eco de la hazaña. Antaño permanecía meses, años e incluso lustros en la conciencia de las gentes, y era usual que si su relevancia era grande, pasase de padres a hijos, se consagrase como leyenda o mito y a permanecer en la memoria colectiva para siempre. Hogaño, sin embargo, las hazañas que se gestan a la sombra de la moda del momento son provisionales, no trascienden la brevedad de la moda que las engendra; en minutos o en horas o en días están destinadas al olvido, a la no existencia. Se agostan y desaparecen con la misma rapidez con que se crearon, y apenas dejan un rastro tras de sí. Lo pasajero de la moda empapa a la fama que se consigue con ella.

Pero no se olvide la pretensión ahora y en toda época: la fama, la gloria, el reconocimiento, siquiera momentáneos. La posibilidad de aparecer como macho alfa de la manada virtual por un día siquiera en algún asunto de conveniencia. Reminiscencias instintivas de la manada primitiva. El poder, la fama y la gloria son las caras de un mismo prisma de la prominencia que el hombre busca. En contraste con lo perdurable, pero obediente al mismo prisma, la actualidad tecnológica ofrece la posibilidad de la fama pasajera, microscópica incluso, pero que otorga al individuo esa sensación de poder que produce la atención preferente hacia él. Esa atención obnubiladora que ya se producía en el general romano victorioso. Para que la ilusión no se hiciera perenne y fuera peligros, el conductor de la cuadriga, ante los vítores y el júbilo de la población, repetía incesantemente al oído del general: Recuerda que no eres más que un hombre.

Hoy en las redes no existe ese problema de endiosamiento: el olvido al día siguiente de haber lucido una fama momentánea nos recuerda que solo somos hombres.

Estado islámico, Assissins y Al-Qaeda

Mientras que al-Qaeda sigue la táctica del atentado mortal con el sacrificio de la vida del adepto, la pretensión más inminente de los agrupados en las milicias del denominado Estado islámico es simplemente la de matar. Se recluta a estos milicianos entre los más resentidos de la sociedad y los que más odian ―y no son pocos los reclutados que se han criado en Occidente―, y se les ofrece a corto plazo satisfacer su odio mediante la catarsis de ejercer la crueldad contra todo aquel que aclama otra doctrina diferente de la suya. Los instintos más bajos del miliciano se liberan para que mate y torture felizmente. Esa felicidad en el matar y en el torturar es una compensación, la otra es el Paraíso si muere matando. El efecto que producen entre sus enemigos es el del pavor.
La acción de los miembros del Estado islámico es más parecida a la de las hordas de Atila, los Vándalos , o las de Gengis Khan: dar muerte con crueldad a todas las poblaciones conquistadas y exhibir sus cadáveres. Pero la acción de al-Qaeda es distinta, y parece un calco de la que empleaban los antiguos Assissins. De ellos quiero hablar.
El ofrecimiento de la propia vida en acto terrorista luchando contra el infiel para entrar en el Paraíso es cosa de los miembros de al-Qaeda o de los talibanes, pero no es cosa nueva en el Islam. Quienes iniciaron a finales del siglo XI tan funestos métodos contra sus enemigos fueron los Assissins. En Oriente fueron más conocidos como Batinís (seguidores del libro Taiwil al-Batin), Fidays (devotos), rafiqs (camaradas), ismaelíes nazaritas, e incluso chiitas septimanos, aunque su gran impulsor, Hasan as-Sabbah, le agradaba denominar a sus adeptos Asasiyun (los fieles a Asás, el fundamento de la fe), mientras que la versión de dio Marco Polo de ellos fue la de haxixiyun (fumadores de haxix).
Desde finales del siglo XI hasta mediados del siglo XIII, todos los dignatarios de Oriente Medio: príncipes, emires, cadíes, sultanes, califas… soportaron el miedo a caer muerto por la daga de un Asesino. Los ejecutores son enviados contra los destinatarios de su daga desde la inexpugnable fortaleza de Alamut, situada en lo alto de la región de Daylam, al norte de la cadena montañosa que bordea la gran meseta de Irán. Se ocultan con el disfraz más inesperado: son miembros de la guardia personal del dignatario, sacerdotes, mercaderes, sirvientes… Pueden estar meses e incluso años representando pacientemente su papel, pero cuando llega la ocasión esperada, golpean sin piedad. El verdugo no se mueve, espera la muerte a manos de los guardias o de la multitud enfurecida. Es el mensaje de Alamut.
El fanatismo de los fidays no es menor que el de su primer Gran Maestro y fundador, Hasan as-Sabbah, que permaneció 32 años sin salir de su habitación en Alamut e hizo decapitar a su único hijo varón por la acusación de haber bebido vino, que luego se demostró ser falsa. Por debajo del Gran Maestro están los Day (misionero), y por debajo de estos están los Ragik, los jefes provinciales; a los vinculados a la organización se les denomina Lasek, y por debajo están los muyib, los novicios. Los Fiday son los destinados a sacrificarse.
Hasan era conocido como «El viejo de la montaña», pero no es el mismo «viejo» del que da cuenta Marco Polo a su paso por Siria, siendo éste otro gran jefe Assissin posterior conocido como Rashid al-Din, conocido como Sinán, que reside en la magnífica fortaleza de Masiaf, en Siria. Un Fiday mandado por él asesta a Saladino tres puñaladas, pero no consigue acabar con su vida. Cuando en venganza Saldino pone cerco a Masiaf, se presenta en su tienda un mensajero desarmado de Sinán y pregunta a los mamelucos que custodiaban a Saladino en presencia de éste: «Si os ordenara que matarais a este Sultán en nombre de mi señor, ¿lo haríais?» Respondieron que sí y desenvainaron las espadas. Lo cierto es que Saladino levantó inmediatamente el asedio a la fortaleza.
Aunque con métodos distintos (ahora los fanáticos islamistas se cargan de explosivos mientras que los Assissins actuaban daga en mano), el propósito en unos y en otros es el mismo: llenar a las gentes de pavor hacia ellos para conseguir su dominio. La organización es similar y el ocultismo y el fanatismo y el propósito. Pueden estar viviendo en la casa de al lado y ser sumamente amables con usted, pero al instante siguiente se inmolarán con una carga de explosivos en el ánimo de causar el mayor número de muertos posibles y extender el miedo hacia ellos. El 28 de abril de 1192 mataron en Tiro a Conrado de Monferrato, rey de Jerusalén. Los asesinos se habían disfrazado de monjes cristianos y durante seis meses se ganaron la confianza del obispo de Tiro y del propio Conrado.
Toda precaución es poca ante quienes pretenden convertir por la fuerza al Islam a todo el mundo, ante quienes están dispuestos a matar a todo aquel que no se convierta, ante quienes su pasión esencial es el odio.

Sobre la verdad y el rebaño. Contra los mixtificadores y los tontos.

La verdad, la única verdad posible y plausible, aunque siempre provisional, es la que se establece por consenso o, en su ausencia, por acuerdo y convenio entre los entendidos de la materia a que aquella hace referencia. También de tales requisitos precisa la verdad científica, aunque, además, tenga la someterse al imperio del experimento. La razón no basta, pues la razón suele actuar en el suelo de los prejuicios y del desconocimiento de las causas y suele levantar a menudo ilusorios castillos de arena. Hace falta el concilio y el concierto. La evidencia individual no es suficiente.
Para los mortales, la verdad lanzada por el concierto de los entendidos debe ser la más fiable, la más verosímil de todas las alternativas a ella. Pero en realidad tal acuerdo y el que sea la más aceptada tampoco la convierte en verdad. Puede ser que esté falseada adrede por un subgrupo del grupo de entendidos, un subgrupo que monopolice la voz y la voluntad ―e incluso la conciencia―del grupo total y establezca, así, una tiranía sobre él.
Una tiranía en la moda en la historia en la filosofía… en cualquier ciencia. Los ejemplos son infinitos: tiranía del marxismo sobre la filosofía y la historia del siglo XX, tiranía de Hegel sobre la filosofía del siglo XIX, tiranía del materialismo dialéctico aplicado a la biología y protagonizado por Lysenko en la URSS, tiranía del psicoanálisis en la psicología del siglo XX…
En todos los casos se produce la siguiente secuencia: se forma un grupo de aduladores-aprovechados que actúan de portavoces y profetas del rebaño de pretendidamente entendidos en el tema, sean filósofos, historiadores, psicólogos, políticos, biólogos, etc. Acuerdan la verdad y la ponen de moda, y el rebaño les sigue dócilmente practicando el sans-culottismo contra los que se oponen a ella. Consiguen que nadie se atreva a decir en voz alta que el emperador está desnudo. Tal afrenta conduce al ostracismo. El temor a ser apartado del redil con los pesebres llenos.
Las falsas verdades ―o incluso las más sublimes y oscuras tonterías confitadas al gusto del rebaño, como las de Hegel―se aposentan así en las conciencias de los hombres por decenios o por siglos sin encontrar negativas respuestas. Lo que la Iglesia practicó durante mil años, lo han seguido practicando después esas manadas de «entendidos»: la falsedad, el oscurantismo, la opresión ideológica, la siembra en los campos del pensamiento de las más oscuras estupideces… y la complicidad de las reses bípedas de esos rebaños por mor del interés económico, político, o simplemente por no parecer tonto si se atreviera a negarlo.
Y no es cosa del pasado. Se sigue idolatrando a Hegel a Lacan, al psicoanálisis, a Heidegger, a Marx, a Marcuse, y siguen tratando de enviar a otros Galileos o a otros Copérnicos o Borges al ostracismo.
Ya veremos en qué acaba el antaño llamado Calentamiento Global y ahora nombrado Cambio climático al comprobar que la Tierra ha dejado de calentarse. Se han tomado por hechos científicos lo que no son más que hipótesis, pero lo avalan los miles de investigadores del clima que viven de que el tal calentamiento cale en la conciencia de los hombres como indiscutible verdad.
Y como antaño, las discrepancias se pagan caras: se pone la señal de apestado sobre quien asegure que el emperador está desnudo.
La metafísica, sin embargo, no está desnuda, se le viste de palabrería vana. Eso sí, sigue siendo tan estéril como siempre lo ha sido.