DE  CULTURAS, LIBROS, SABIOS Y BIBLIOLITAS

                          gilgamesh

 

Hace siete mil años la supernova Vega iluminó el cielo de Iraq  formando un gran carrusel de luces y sombras en lo alto de las llanuras mesopotámicas. Los sumerios la identificaron con la diosa Ea, a quien atribuyeron la invención de la escritura. Fruto de esta invención germinó un poema que fue reescribiéndose en tablillas de barro durante dos mil años, sobreviviendo a grandes imperios, sumerio, acadio, asirio, babilónico…, a tiranos y a dioses de toda índole y condición. El grandioso poema de Gilgamesh narra la historia de este rey, que busca el elixir de la inmortalidad, y  narra el Diluvio Universal como castigo de los dioses a la iniquidad de los hombres.

homero

El ciego Homero regaló a los griegos y a los bárbaros la Iliada y  la Odisea. Otros muchos ciegos han empedrado con su obra el edificio de la literatura. Milton puso una colosal piedra, El Paraíso Perdido;  James Joyce y Borges perdieron la vista, siendo ya adultos, por el mucho leer, e inventaron un lenguaje nuevo desde sus tinieblas. Cuanta la leyenda que Demócrito de Abdera fue ciego por voluntad propia, que se arrancó los ojos para que la visión de las cosas no le distrajera. Conjeturó la teoría atómica de la materia y conoció todas las ciencias y las artes de la antigüedad, pero se sintió más pagado de la alquimia que de cualquier otro saber. Alquimistas, como él, fueron Zósimo de Panópolis, Geber, Paracelso y Raimón Llull, que, buscando la Piedra Filosofal, recorrieron muchas estancias del alma  y crearon pócimas y artilugios de gran utilidad.

borges

Bibliolitas son llamados los destructores de libros. El emperador  Diocleciano, creyendo que los alquimistas fabricaban oro y temiendo que ello causara una fuerte inflación, ordenó quemar todos los libros de alquimia a lo largo y ancho del imperio romano. Dice la leyenda que el mismo emperador destruyó Coptos, en Egipto, donde era especialmente adorado Thot, el dios con forma de ibis, señor de la escritura y del tiempo. Alguien del séquito imperial, robó un pergamino atribuido al mismo Thot: quien conociera una sola de sus páginas podría dominar con su encanto el Cielo, la Tierra, y el Gran Abismo. Pero —sigue relatando la leyenda—, todos los que intentaron leer aquel libro cayeron fulminados al no hacerlo con la debida entonación. Tal es otro filo de la espada del Saber.

La historia narra la existencia de numerosos bibliolitas. El más antiguo del que tenemos noticias fue Nabomasar, fundador del segundo imperio babilónico; quien ordenó destruir todos los escritos de dinastías anteriores con el fin de aparecer en la posteridad como primer rey de Babilonia. Podemos añadir muchos más: al-Hakan II de Córdoba, que mandó quemar —como penitencia por una borrachera— la biblioteca de la medina andalusí; Santo Domingo quemó los libros de los albiguenses (a ellos también); los cruzados dieron a las llamas los cien mil volúmenes de la Dar-em-ilm, la biblioteca árabe de Trípoli; los vikingos, libraron a Inglaterra de  libros…

 

Hubo un pueblo sin bibliolitas porque no usaba escritura. Los druidas celtas la temían; pensaban que la palabra escrita carece de vida, yace muerta en el pergamino, de ahí su memoria prodigiosa, cultivada con esmero y dedicación toda su vida. Hay un libro que no puede sucumbir a las llamas porque es increado: según los exégetas musulmanes, el Corán existe antes de la Creación, es una cualidad misma de Alá el Todopoderoso. Otro libro cercano, la Bíblia, por ser palabra divina, encierra el conocimiento de todas las cosas, incluso de la creación. A la labor de desentrañar ese conocimiento y adquirir el poder creativo se dedica la escuela esotérica judía que denominamos La Cábala, y lo hace desde poco después de fundarse Alejandría, donde se instauraron los principios de ese saber.

khayyam

La gran biblioteca de Alejandría contenía todo el saber griego, persa e hindú; la filosofía, las matemáticas, la astrología, la alquimia… Un bibliolita —el obispo Cirilo, en el siglo IV de la cristiandad— acabó con tan omnímodo y pretencioso saber, dándolo a la purificación del fuego. Algo rescataron los árabes, que lo hallaron disperso aquí y allá; y entre ese algo apareció el Almagestro de Ptolomeo.  Tales hechos posibilitaron que el mejor astrónomo de la Edad Media, el persa Omar Khayyam, pudiera elaborar en el siglo XI un calendario que superaba con mucho en exactitud al de occidente. Además, Omar Khayyam, fue el mejor matemático de su época, obteniendo soluciones a las ecuaciones cúbicas  que no se lograrían en Europa hasta seis siglos después. Aunque su fama se la debe a sus famosas Rubaiyat (cuartetas), poemas extremadamente bellos de amor y desengaño, escritos en su vejez. No puedo sustraerme a mostrar uno:

Cada mañana el rocío abruma los tulipanes y las violetas,

pero el sol las libera de su brillante peso.

Cada mañana el corazón me pesa más en el pecho,

pero tú lo liberas de su tristeza.

Otra leyenda relaciona la juventud de Khayyam con la de Hasan as-Sabbah, terrible jefe de los Asesinos, una secta ismaelita que empleaba la daga y el poco miedo a la muerte de sus fieles como método de coacción. Este Hasan, hombre de vasta cultura, creó una gran biblioteca en Alamut, un castillo inexpugnable en la zona caucásica del Irán que destruyeron en el siglo XIII los mongoles,  y una prédica religiosa de alto contenido esotérico e intelectual que influyó en gran medida en otros pensadores islámicos. Dante Alighieri la tuvo que conocer pues en su Divina Comedia, la concéntrica disposición de los siete cielos es semejante a la descrita por Hasan. En el cuarto cielo coloca Dante  a Beda el Venerable, monje inglés del siglo VII que recuperó para los hombres partes esenciales de la historia de Irlanda e Inglaterra. Otro tanto hizo Snorri Sturluson en Islandia con las sagas y los mitos escandinavos. Unos y otros  rescataron al Saber de la llama del tiempo y del olvido. Tal como hizo el capitán Richard Burton, que trasladó al inglés las maravillosas narraciones contadas  desde muchos siglos atrás en las plazas públicas de las medinas islámicas, formando con ellas ese prodigio llamado Las mil y una noches.

quijote

En el siglo XIX, Eduard Fitzgeral rescató las Rubáyat de Khayyam para su lengua inglesa, la lengua que Shakespeare hizo universal. Su otra gran pasión fue leer el Quijote; esa gran novela que el manco Cervantes soñó en una prisión barberisca y escribió en la soledad de sus pensamientos.

Comenzamos por el Gilgamesh y hemos llegado al Quijote, dos grandes motivos de felicidad. No pasarán años antes de que revelemos otros motivos semejantes.

 

Aprovecho la ocasión y, en aras a mi interés, recomiendo mi libro de relatos Borges en su laberinto. Tiene un módico precio de 8 euros en papel y 4 en formato Kindel

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