La desinformación programada

 

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Es archisabido que la información es la sangre que vivifica la democracia. Sin una información veraz y objetiva (no me detengo a analizar las condiciones y límites con que esos dos adjetivos pueden ser aplicados a una información), el peligro de la corrupción y del totalitarismo ronda amenazante sobre la sociedad. Es cierto que, como asevera Jean-François Revel en El conocimiento inútil, “La primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira”. Pero si la mentira en la información puede ponerse al descubierto y, de manera consecuente, los así informados penalizan al medio informante (además de exigirle responsabilidades legales), la mentira tenderá a desaparecer de los medios. La mentira, sin embargo, tiende a institucionalizarse en los medios cuando los informados carecen de criterios y juicio para ponerla al descubierto. La pertenencia a un rebaño ideológico produce esa carencia dicha. Dice también Jean-François Revel que “La ideología funciona como una máquina para destruir la información”.

En nuestros días y aquí en España, estamos inmersos en un inmenso proceso de desinformación. No es sólo que recibamos una abrumadora cantidad de noticias que somos incapaces de digerir, sino que, deliberadamente, una parte de la información que recibimos, aquella de significado relevante para entender el mundo y los procesos que en él se dan, nos está siendo birlada, se está ocultando a nuestros ojos, se tergiversa, se mutila y se falsea hasta el extremo de que la sinceridad en la información se persigue hoy con saña tenebrosa. Hasta el extremo de que el proceso a Galileo los están sufriendo hoy en día todos aquellos que ocupando algún cargo oficial se atreven a pronunciar aquel Eppur si mueve, atribuido a Galileo, frente al poder del tribunal de Lo Políticamente Correcto.

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Para quienes tienen ojos, resulta  una evidencia sangrante que esa parte dicha de la información que recibimos tan abundantemente tiene el claro propósito de que el ciudadano esté desinformado. Se trata, por lo tanto, de una desinformación programada.  ¿Qué intereses aparecen detrás de ese hecho? Uno de ellos es el político: cuanto menos sepa y entienda el ciudadano, en mayor medida se dejará guiar por los líderes políticos y delegará en ellos su criterio y su juicio. Al fin y al cabo, la información es poder sólo si la mayoría carecen de ella.

La desinformación se debe en buena medida al carácter sectario del periodismo. La prensa escrita tiene un seguimiento escaso de público en la actualidad, pero la televisión, que tiene legiones de seguidores, ha dejado de ser un medio de información para pasar a ser un medio de aleccionamiento ideológico. No es solo que se oculten las informaciones que no son del agrado político de un cierto canal, sino que las que se dan son de un solo color  ideológico, cuando no rotundas falsedades lanzadas con el ánimo de desorientar. Además, esas opiniones sectarias se presentan perversamente como si fuesen información objetiva.

Pero aún más grave  es emponzoñar la mente del televidente con noticias carentes de interés social pero que tras de su pregón continuado en los medios son asumidas por las gentes como asunto serio. Hace unos meses y durante casi dos semanas las imágenes de todos los canales de televisión a cualquier hora del día propagaban la noticia del vuelco de un camión que transportaba un elefante. La piedad, la compasión, la indignación de los televidentes fue explotada hasta la nausea. En las mismas fechas se produjeron elecciones en varios países del mundo; se firmaron acuerdos de comercio que afectan a muchos países, entre ellos el nuestro; prosiguió la guerra en Siria, de la cual ignoramos todo; una decena de refugiados argelinos secuestraron y violaron durante varios días a varias jóvenes, entre ellas una niña de catorce años… Ninguna de estas noticias apareció en canal alguno de la televisión.

La información televisiva se lanza para causar impacto emocional y no para despertar razones; para agarrar al televidente por los intestinos y secarle el cerebro. No se aportan razones de los hechos que se notifican, se mutilan sus causas y se hace reposar toda la información en imágenes impactantes que tergiversas o falsean el contenido informativo. La guerra en Siria puede  servir de ejemplo para recalcar todo lo dicho. En los noticiarios españoles no ha aparecido las causas que la originaron, ni los intereses que estaban en juego, ni explicación alguna de cómo de la nada y de la noche a la mañana apareció un gran ejército, bien armado, que se apoderó de extensos territorios de Siria e Iraq; ni tampoco del papel que han jugado Norteamérica, Reino Unido, Rusia, Arabia Saudí e Irán. En cambio, se emitieron muchos videos e imágenes falsas, pertenecientes a guerras habidas anteriormente, y muertos y heridos postizos, representando cinematográficamente una hecatombe que no había tenido lugar.

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Pero se está produciendo una desinformación programada con una intención mucho más perversa. Ha sido programada para imponer socialmente un modelo hegemónico de pensamiento, un sistema moral totalitario en provecho de unos cuantos grupos muy agresivos aunque miinoritarios. Dice Aldous Huxley en uno de sus prólogos a Un mundo feliz que “Los mayores triunfos de la propaganda se han logrado, no haciendo algo, sino impidiendo que algo se haga. Grande es la verdad, pero más grande todavía, desde el punto de vista práctico, es el silencio sobre la verdad”. Quien impone hoy el silencio sobre la verdad es ese imperio moral que constituye lo Políticamente Correcto, y al que todos los medios se subyugan y obedecen.

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La efectividad de lo Políticamente Correcto se basa precisamente en ocultar la verdad; en tapar con un manto de bellos colores la verdad, en dejarla a oscuras. Con lo políticamente correcto se trata de conseguir gentes dóciles a unos dictados, y eso se consigue más y mejor impidiendo la libertad de palabra que aleccionando, aunque ambas estrategias se combinan muy productivamente al fin deseado. ¿Qué estrategias emplea para ello?: Una: impedir por todos los medios a su alcance (medios de comunicación, leyes, reprobación social…) que se contradiga o se cuestione su “verdad”; dos: revestir esa “verdad” de sentimentalidad y de valores de bondad, altruismo, compasión…, con la finalidad de que lo defendido por lo políticamente correcto sea elevado al rango de moral, de inobjetable, nueva y grandiosa moral que señala el Bien y el Mal, los buenos y los malos.

  • Está prohibido publicar ciertos datos estadísticos acerca de grupos como pueden ser los gitanos, musulmanes afincados en España, inmigrantes en general… (en cuanto a paro, en cuanto a qué proporción de ellos trabaja, en cuanto a la protección social que reciben, en cuanto a su participación en actos delictivos…)
  • Oculta que los supuestos destinatarios de la supuesta acción altruista de muchas ONGs apenas reciben migajas, y que, sin embargo, la gran mayoría de los fondos se emplean en salarios que reciben los supuestos altruistas, de forma que algunas ONGs se han convertido en lucrativo negocio de colocación.
  • Se discrimina positivamente en leyes y ayudas sociales a emigrantes, mujeres, homosexuales y etnias minoritarias.
  • Se legisla para educar a los niños en la moral que propugna la corrección política, en detrimento de la potestad de los padres al respecto.
  • Se falsean las conclusiones que presentan los datos estadísticos sobre riqueza de la población española: “un tercio de la población española en riesgo de exclusión social”…
  • Se tapa que muchos emigrantes musulmanes poseen varias mujeres.
  • Se oculta que la pretendida convivencia en la Multiculturalidad es un fiasco.
  • Se pone un tupido velo al hecho de la semiesclavitud en que se encuentra la mujer musulmana.
  • Se oculta que en el ADN del musulmán no está la democracia ni las libertades ni los derechos, sino la sumisión a Alá, y que tal es el propósito que anima a la gran mayoría de musulmanes, imponer la Sariath en España.
  • Sobre la inmigración, los animales, el feminismo, el medio ambiente, se presenta la información sesgada, lastimera, sentimentalizada…
  • Maniqueamente, se divide la sociedad en buenos y malos de acuerdo a si actúan o no de acuerdo a lo políticamente correcto. En el segundo caso se les persigue con saña.
  • Se oculta el número de asesinatos de pareja cometidos por mujeres.
  • No hay día que no se magnifique en los medios la violencia de género cometida por los hombres, ocultando que: más de 500 hombres se suicidan anualmente durante su proceso de divorcio; hasta 2005, en que se contabilizaban las denuncias falsas, se habían producido más de un millón de ellas, con el siguiente descalabro para los afectados; casi 4000 personas, la mayoría de ellas jóvenes, se suicidaron en el 2017; que la gran mayoría de los violadores y asesinos de su pareja son inmigrantes; que por poner en cuestión la llamada Ley de violencia de género muchos hombres y mujeres han sido obligados a abandonar sus cargos en la administración…

Los medios de comunicación social hacen de ojo del Gran Hermano que Orwell diseñó en su obra 1984, y son su “policía del pensamiento”. En esa novela, el Ministerio del Amor se encargaba de castigar y reeducar a los reticentes a admitir las grandes verdades del partido. Es la perversión del lenguaje, el neolenguaje, que decía Orwell. La Guerra es la Paz; la Libertad es la Esclavitud; La Ignorancia es la Fuerza. El imperio de lo políticamente correcto (dominado por el hembrismo y el igualitarismo radicales) también ha creado un ministerio similar que domina todos los medios de comunicación y que ataca con saña a todo discrepante, a la vez que entona bellas palabras de compasión, libertad e igualdad. La Paz es la Guerra: las leyes de igualdad de género son leyes de desigualdad en el acceso a cargos y en el trato de la ley. El mismo acto, si es ejercido por un hombre o es ejercido por una mujer, se penaliza o se alaba. El Ministerio de la Paz, que se encarga de atacar perseguir a la familia tradicional, a la religión católica, al hombre blanco heterosexual que no se incline y se someta a las exigencias y directrices del ministerio. Hoy en día en España, ajustarse a la biología para señalar que alguien es hombre o mujer, es un sacrilegio que puede acabar en juicio sumarísimo.

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Y recientemente se ha creado el Ministerio de la Verdad (la Comisión de la Verdad, la llama el PSOE oficialmente, encuadrada dentro de la Ley de Memoria Histórica), que se encarga de amoldar el pasado a la versión oficial dada por lo políticamente correcto. Ese Ministerio de la Verdad dictaminará la “verdad” sobre la Guerra Civil española, sobre la Segunda República y sobre el Franquismo, y se encargará de reprobar y penalizar todas las manifestaciones que no se ajusten a esa “verdad”.

Nada importa que la democracia se degrade con esta programada desinformación, ni que aparezca en lontananza el desastre de una sociedad desmembrada y en colapso –y tenemos el ejemplo de Cataluña para sopesar—; lo único que importa es el cortoplazo político; se comulga con ruedas de molino si con ello se consigue uno mantenerse en el sillón. Hay una indiferencia generalizada hacia el daño causado por los errores políticos y por su iniquidad y por la desinformación que consienten o promueven. Se hallan presos de sus ideologías y del temor a la incorrección política, y ello nos puede llevar al desastre. El caso de Cataluña es paradigmático al respecto.

Durante casi 40 años se ha estado ocultando sistemáticamente información sensible acerca de la violación de los derechos de los castellano-parlantes, que representan una gran mayoría de la población en Cataluña. Se les ha prohibido educar a sus hijos en español, se les ha vetado la entrada en la Administración catalana, se les ha marginado en relación al lugar y al puesto de trabajo a ocupar, se les ha acosado, se les ha prohibido rotular en su lengua, se les ha denigrado por proceder de otras regiones de España… y todo ello con el silencio cómplice e interesado de toda la clase política española y de todos los medios de comunicación. Y, gracias a esa infamia hoy estamos como estamos. Cada día estoy más convencido de que los políticos son el problema y no la solución.