El amor en llamas
Omar Kayyam, un gran astrónomo y matemático del siglo XI pero que en Occidente es más conocido por su obra poética, Rubaiyat, escribió acerca del amor lo siguiente:
Un amor que no arrasa no es amor
¿calienta acaso la hoguera un tizón?
noche y día, durante el resto de su vida
el amante deberá llevar el dolor y el placer por compañeros
Esas palabras parecen indicar que el verdadero amor es agridulce y eterno. Sin embargo, Stendhal, en Del amor, no concibe a la eternidad como necesaria en estos asuntos, y señala del amor cuatro tipos: el amor-pasión, el amor-gusto, el amor-físico, y el amor-vanidad. Entreveradamente hablaré de algunos de ellos, pero antes voy a tratar de cercar su esencia sentimental. Su conocimiento, el de ese batiburrillo de sentimientos que es el amor, es un re-conocimiento que solo puede lograr plenamente quien de forma previa lo haya experimentado. En Román paladino: para conocer el amor hay que sentirlo. Del que lo siente se dice que está enamorado, esto es, que está inmerso en el amor. Hay que advertir, sin embargo, que el uso común ha restringido este concepto hasta identificar con él al que se encuentra en una suerte de embeleso, de atención máxima en la persona amada, de ilusión extrema y apasionamiento, hasta identificar el enamoramiento con el amor-pasión que señalaba Stendhal. A este amor me referiré hoy principalmente.
Empiezo diciendo que el enamoramiento ―y esto sonará hartamente prosaico―es una suerte de estupidez suprema que dura dos o tres años, y que tiene por finalidad evolutiva el procurar por la continuidad de la especie humana. A través de los vericuetos afectivos que presenta, el hombre y la mujer cooperan en la crianza del infante. Una de las primeras formas culturales que el homo sapiens inventó para complementar la fortaleza química que los genes procuran al enamoramiento fue la institución del matrimonio. Un contrato social que aseguraba a cada macho la posesión en exclusividad de una hembra, con penalización para quien intentara arrebatársela. La gran Leonor de Aquitania, madre de Ricardo Corazón de León, decía que el matrimonio es la tumba del amor. Pero el autor principal del asesinato del enamoramiento es la fecha de caducidad que lleva impresa. Esa pócima con ingredientes de atracción sexual, embeleso, celos, deseo de posesión, atención mental focalizada en la persona amada, reblandecimiento sentimental, bienquerencia, seguridad y confianza variables, que constituye el enamoramiento, se acaba, ya lo he dicho, al cabo de dos o tres años. Cuando se cumplen, el amor-pasión se difumina y empiezan los saltos de cama, las infidelidades, las separaciones…, a menos que el amor-pasión se transforme en otro tipo de amor. Enzo Emmanuel, de la Universidad de Pavía, y Donatella Marazziti, de la Universidad de Pisa, han dado con el intríngulis químico de asunto: han descubierto que los niveles de testosterona bajan en el hombre enamorado, mientras las hormonas neutrofinas invaden su torrente sanguíneo y cambian su metabolismo. La bajada de testosterona explica la pérdida de pasión loca por otras mujeres hermosas, y las neutrofinas explican la supeditación afectiva que sufre. ¿Resulta posible prolongar este amor-pasión más allá de la fecha de caducidad impresa en su etiqueta química? Sí, siempre que nunca se satisfaga el deseo por la persona amada ni nunca se marchite. Es decir, siempre que ésta «no conceda» pero tampoco «niegue», cosa harto difícil de manejar y mantener, aunque algunos y algunas saben gestionar muy bien. Es decir, se trata de mantener encendida la llama del amor avivándola cuando mengua y meguándola cuando se aviva. Algunos son verdaderos artistas en estos menesteres. Más simple y sencillo, aunque quizá menos interesante, resulta mutar el amor-pasión a un amor más apaciguado, con menos altibajos de ánimo, con gratificaciones menos extremas pero también menos sufrimientos. Y es que el amor-pasión es peligroso (por la falta de control que sobre él tenemos) y extraño. Para que se me entienda expongo dos de sus manifestaciones: el amor de dos enamorados puede desaparecer de la noche a la mañana por despecho (menosprecio, desengaño, es decir, cuando uno siente que el otro le ha rebajado en su valer o simplemente que no es correspondido en su querer en el grado deseado), pero también puede perdurar eternamente en uno de ellos si el otro muere en un fatal accidente. En este caso el recuerdo del amor perfecto se mantiene indeleble en el pensamiento(pues ninguna mala experiencia ha enturbiado la imagen idílica creada del amado o amada). Son esas cosas extrañas e incontrolables que tiene el enamoramiento. De haber seguido la relación es muy probable que el amor se hubiera convertido prontamente en odio, pero…
El amor esta labrado en su base de sentimientos, es decir, de los artífices de estos: de temores y deseos. El amor es muy principalmente deseo de poseer. Por tal razón muere en cuanto se satisface; muere en cuanto uno de la pareja siente la seguridad de poseer plenamente al otro. De ahí que sea harto frecuente el desamor que surge en muchas parejas que tras muchos años de convivencia amorosa deciden casarse. Los papeles del matrimonio dan seguridad de posesión ante las familias respectivas y ante la sociedad, así que sintiendo que se tiene esa seguridad se relajan las muestras de afecto, se relajan los artificios diarios para ganar el amor de la pareja, se abandonan las liturgias y los ritos de seducción, en fin, una vez satisfecho el deseo de posesión, éste desaparece y con él desaparece su estímulo. De ahí la aseveración de Leonor de Aquitania. Pero el amor conlleva también temor a perder lo que se cree o se quiere poseer. Temor a que el objeto amoroso nos sea robado por un intruso. El sentimiento de los celos manifiesta la tensión entre el deseo de poseer y el temor a ser desposeído. Los celos son semillas que crecen en los suelos más pedregosos: basta una sospecha auspiciada por el temor para que el manantial de la imaginación la haga crecer infinitamente hasta desquiciarnos por completo. El deseo es un generador de imágenes de la persona amada, pero el temor alienta las imágenes de peligro, «descubre» disimulos de ella, engaños ocultos, simula en la imaginación todos los escenarios de peligro posibles y crea la ilusión de que son reales. Esos son los celos, un sistema avisador de peligros potenciales para la finalidad de posesión de nuestro deseo. Deseo y temor se avivan mutuamente. Promueven un baile de análisis y contraanálisis, un examen de cada peligro potencial, una búsqueda de indicios que aseveren o rechacen un imaginado peligro, y una evaluación infernal, en círculo, que no conduce a parte alguna porque no es la razón quien impera en estos asuntos sino la ilusión que producen los sentimientos. Esto también es el amor. Pero ahora lo examinaré a través de otro prisma.