Del amor y otros fenómenos (VII)

Para el mantenimiento del amor valen aquellas dos condiciones que puse en la primera entrada de esta secuencia sobre el amor: no considerar al otro como una posesión, y no entregarse nunca del todo. Esto es, no propiciar que el otro sienta que posee un objeto ni pretender tú mismo poseerlo. O dicho con otras palabras: que cada miembro de la pareja mantenga en candelero la llama de su individualidad. Pero ahora, aparentemente, me voy a contradecir (al fin y al cabo el amor es un cúmulo de contradicciones): todo amor, para perdurar y consolidarse ha de contemplar esas dos llamas confundidas en una sola, ha de conseguirse una simbiosis de gustos, deseos, sentimientos e intereses en la pareja. Cada cual debe ver su llama y la de su amada distintas pero brillando al unísono y con intensidad parecida. Para este propósito se deben de derrumbar muros, difuminar sombras, limar asperezas, tender puentes, trazar caminos comunes, ingeniar una ética del comportamiento en pareja, hablar a corazón abierto sofocando las emociones malignas, llegar a acuerdos, conciliar deseos, derrumbar desconfianzas, lograr que el deber en la pareja resulte delicia, mirar mutuamente por el otro, conseguir que la palabra sea sanadora, hacer que en presencia del otro el corazón se engalane.

Pero vayamos al grano de los peligros que proclamé en el post antecedente a éste. Si el amor en sus inicios es idealismo, visión ideal de perfección y virtudes, mantenerlo vivo cuando se desciende a la áspera realidad de la convivencia bajo la amenaza de la rutina, es tarea ardua. Exige que el tal descenso hasta esa realidad se haga paso a paso, con toda la atención puesta en ello, evitando los caminos empinados y los atajos abruptos. Exige que los dos miembros de la pareja se sujeten el uno en el otro, cuidadosamente pero con todas las fuerzas de que sean capaces. Exige que en las caídas y en los resbalones los dos se levanten prontamente y aprendan artimañas para no volver a caer. Y exige quitarse con cuidado la venda que cubría sus ojos, y aprender a descubrir el verdadero aspecto de la realidad en la convivencia: percatarse de que el colorido del amor, por fuerza, es menos brillante y hermoso que el que lucía en la imaginación. (Hay un tipo de individuos que se niega a admitir esto y cuando se consume el amor ideal con su provisional pareja, cambian de inmediato a otra para seguir en la idealización y no descender de ella).

Otro gran peligro: la acumulación de pensamientos negativos hacia el otro miembro de la pareja, lo cual conlleva, paralelamente, la acumulación de rencores que salen a relucir en caso del más mínimo conflicto, y que hacen imposible el bienestar. Para evitar que esos rencores se añejen en exceso y taladren la convivencia con su afilada barrena, es conveniente la comunicación entre los enamorados, en frío, cuando el rencor o el mal pensamiento está dormido, y conviene entonces analizarlos y relativizarlos, y ponerse para ello en la piel del otro, y en la piel de sus deseos y sus sentimientos en el momento que tuvo lugar el acto o el comportamiento que generó aquel mal pensamiento y aquel rencor; y, de esa manera, limarlo o liquidarlo con la comprensión mutua.

Otro tanto cabe decir de la desconfianza. Desconfianza generalmente de aquel que, aunque enamorado, por timidez o por acomplejamiento, le resulta imposible confiar plenamente en su pareja, pues no cree poseer garantías suficientes. La desconfianza levanta muros entre los enamorados que resultan muy difíciles de derrumbar,  al contrario, con el tiempo van fortaleciéndose, creciendo y ensanchándose. Solo cuando uno de los dos, en un acto de generosidad, confía en el otro ciegamente, este otro encuentra garantías y razones para derrumbar su propio muro, para aprender a confiar. La confianza del uno induce al otro a confiar.

Porque la desconfianza suele producir, seguidamente, falta de entrega de afectividad (resulta casi imposible dar afecto sin confiar), falta de apetito sexual, rigidez en la actitud hacia el otro, rigidez en la convivencia, rutina…, todo ello como mecanismo de protección contra la desconfianza que el otro le produce. El lugar en donde se inician casi todos los procesos que conducen a la ruptura del amor en la pareja se llama desconfianza.

Así que, mediante la adecuada comunicación de pareja,  se debe poner todo el empeño posible en evitar que los conflictos mínimos queden sin resolver, pues, si no, el tiempo los agranda hasta que estallan. Y se debe de ser valiente para confiar, porque la desconfianza es producto del miedo, que es irracional, mientras que la mera precaución ―prever los eventos―es producto de la mente consciente. El pozo de los rencores y el pozo de la desconfianza tienen que vaciarse prontamente.

Y otra cuestión esencial que debe ser tomada en cuanta, es la de tener ánimo democrático en la relación, y ánimo de  igualdad de deberes y derechos y libertades para ambos miembros de la pareja. El amor requiere igualdad y correspondencia. Una relación solo será duradera cuando hay compensación mutua entre los dones que ofrece el uno y los que ofrece el otro,  cuando hay reciprocidad.  No valen la soberbia ni el sentimiento de superioridad ni el faltar el respeto a las singularidades del otro, sino la condescendencia, el ceder o claudicar a veces para hacer valer el propio criterio otras, el mirar por el bien del otro (porque su bien representa de forma indirecta tu propio bien), el tener siempre en el punto de mira la búsqueda de consenso…

Es decir, imponerse el amor como disciplina. Al fin y al cabo, el amor es una de las cosas más importantes de la vida, y sólo quien no ama no se empeña. Y no temer a las disputas, pues bien se dice que “los amores reñidos son los más queridos”.

No me inmiscuyo en lo relativo a los caracteres semejantes o complementarios para que todo resulte más sencillo en una pareja. Si los tienen semejantes y se parecen en el deseo de imponer sus propios criterios o se parecen en el carácter desconfiado, el fracaso se asegura.

Queriendo terminar más poéticamente, si plantamos una flor en el jardín, ¿dejaremos que se críe por ella sola?, ¿no quitaremos las malas hierbas que le crezcan alrededor, no la echaremos nutrientes, no procuraremos que le dé en justa medida el sol, no la protegeremos contra las heladas? A la flor, para que alcance su justo y bello desarrollo, la debemos de cuidar, de adorar, de estar atentos a su desarrollo, en fin, debemos de elaborar un proyecto para que luzca su plena hermosura. ¿Veis alguna diferencia del cuidado del la flor con el cuidado del amor? ¿No se dice cultivar el amor”? Un dicho árabe lo asevera: el amor se debe cultivar con el mismo mimo con que cuida las flores el jardinero del paraíso.

Así pues, el amor, para su cultivo, requiere de un mimo especial, de un volcar nuestra voluntad para que crezca enhiesto y hermoso. Requiere de un cuidado tan especial como el que ofrecemos a la flor más hermosa del jardín, requiere adquirir todos los conocimientos posibles para su cultivo primoroso, requiere hacerse experto, cambiar de hábitos abonar en los momentos precisos, requiere adquirir nuevas habilidades, saber muy bien el camino a seguir. Requiere, por todo lo dicho, imponérnoslo con la fuerza de una obligación. Requiere que amar e convierta en un deber sagrado.

Vuelvo también a Kayyam, qué sabias y hermosas palabras ¡y qué ardua labor!:

 

Antes que aprendas a acariciar

un rostro suave como de rosa

¡Cuántas espinas deberás arrancar

de tu propia carne!

 

Del amor y otros fenómenos (VI)

Logística del amor con la intención de que sea perdurable (II)

Considerando que evaluamos con las razones del intelecto y con las razones que presentan los sentimientos, en la evaluación que preconicé en el post precedente pueden presentarse los siguientes casos:

Caso A: Unas y otras razones o conveniencias son adversas. Ni los sentimientos hacia la otra persona de la pareja ni los juicios que emitamos acerca de ella ni ningún recuerdo feliz ni ninguna esperanza presentan un dictamen favorable. En tal caso la mejor opción posible es romper la relación (y este consejo se sale de la intención del escrito que no es otra que analizar el comportamiento humano. Es un consejo gratuito). Algunos, ingenuamente, y solo guiados por el temor a la soledad o a perder prerrogativas separándose, creen factible un futuro mejor para la pareja; un futuro a imagen del propio deseo o del propio temor. Es una ilusión que puede resultar muy dolorosa, ya que sus probabilidades de éxito son escasísimas, pues falta la llama del amor o al menos un rescoldo de ella. Las pavesas no sirven.

(Un blog muy refrescante, ameno y candoroso de una psicóloga da unas recomendaciones muy adecuadas para aventar esas pavesas: http://porquenohaypsicologosencorea.wordpress.com/2014/01/   )

Caso B: unas razones y otras discrepan. Problema arduo se presenta. Los sentimientos hacia el otro muestran conveniencia mientras que las razones que dicta la conciencia enseñan inconveniencia de seguir la relación. Unos promueven el amor, los otros el rechazo. Lo que es imprescindible es un elemento motivador al que agarrarse, un rescoldo aunque dé poco calor. Puede ser el recuerdo de momentos dichosos o de bondades que el tiempo ha ido difuminando, o una virtud o una cualidad del otro que aún hace sentir hacia él bienquerencia, que aún se ama. Rehacer a partir de ese rescoldo la llama del amor o al menos del bienaventurado afecto compartido, significa encaminarse por un largo y pedregoso camino. Esto hay que tenerlo en cuenta en el momento de decidirse.

Si es la sentimentalidad quien alega el dictamen del “no”, la separación no conllevaría pérdida afectiva, pero puede que lo que se pierda sea seguridad, nombre, posición, amparo, riqueza, afecto filial… Si, por el contrario,  quien niega o alega inconveniencia  es la razón intelectiva, mientras que los sentimientos son favorables a seguir la relación, separarse puede resultar muy doloroso.

Como se puede ver aquí también, al tomar la decisión de separarse o de intentar recomponer la convivencia y el amor, el deseo y el temor juegan un importante papel. El deseo de libertad, de cambio de pareja, de empezar otra vida… y el temor a perder la seguridad que la pareja ofrecía, de perder afecto y otros dones que se poseían. Siempre es recomendable ―y vuelvo a hacer notar que esto es una recomendación gratuita y nunca un consultorio sentimental―ser valiente. El valor, si no es temerario, siempre es recomendable en cualquier situación.

Caso C: los dictados de la razón y los dictados sentimentales son conformes y favorables. Uno tiene el convencimiento de que las desavenencias son pasajeras y la llama del amor aún ilumina lo suficiente. En este caso y en el anterior ―siempre que la decisión tomada haya sido la de remendar o reconstruir la convivencia amorosa― conviene empezar a obrar en el edificio del amor.

Pero hay que tener en cuenta lo siguiente: dado que las creencias morales acerca de las relaciones de pareja, así como las creencias sobre posibilidades de futuro que dicha pareja tenga, son quienes modelan el perfil sentimental del individuo hacia la relación, y dado, consecuentemente, que si se intenta reconstruir el amor habrá que reconstruir sentimientos, se hace necesario el intentar que las creencias de la pareja cambien. Y deben cambiar en cuanto a lo correcto e incorrecto aplicado al comportamiento amoroso, en cuanto a las relaciones sociales, en cuanto a las labores a desarrollar por cada cual, en cuanto a resolver los problemas etc. y ese cambio debe ir en la dirección de confluir pareceres y de lograr consensos. Nada más útil para ello que utilizar la siguiente argucia que resulta ser un potente algoritmo: ponerse en la piel del otro para examinar los problemas en común.

Así pues, en esa Odisea hacia Ítaca habrá que luchar contra los vientos desfavorables, contra los cantos de sirena que enloquecen a los hombres, contra las ilusiones malignas de Circe la hechicera por convertir a la pareja en animales, contra el cíclope Polifemo,  el ojo social reprobador, y contra los sediciosos e insidiosos pretendientes de Penélope, que incitarán su deseo.

Se poseen para ello los instrumentos de la inteligencia, del valor y de la palabra. El impulso de la llama de amor que aún reluce y se quiere reavivar. Se utiliza la eficaz argucia de ponerse en la piel del otro, de ver las cosas desde su punto de vista. El proyecto es el de consensuar democráticamente  un nuevo modelo de convivencia amorosa. Se posee también la finalidad, la de reconstruir el amor mediante ese modelo dicho. Que la navegación sea venturosa.

¿Cuáles son los peligros principales con que se han de enfrentar esos navegantes?

  • En los comienzos de la relación, un descenso abrupto desde la elevada posición del amor ideal al suelo áspero y duro de la realidad cotidiana.
  • Las desconfianzas, que levantan muros separadores.
  • Los pensamientos negativos sobre los comportamientos del otro, que de no ser comunicados y examinados se hacen venenosos y exhalan su pestilencia en la relación.
  • La falta de comunicación de las alegrías y los pesares.
  • La negación a destilar los conflictos con palabras para evitar que se vuelvan añejos y se conviertan en rencor.
  • El considerarse superior al otro miembro de la pareja.
  • Los problemas sexuales.
  • La falta de afectividad.
  • La rigidez mental.
  • La falta de voluntad de obrar en el edificio…

Y ahora me doy cuenta que esto se ha alargado demasiado considerando que nunca había escrito una sola palabra sobre el amor, así que seguiré otro día.

Del amor y otros fenómenos (V)

Logística del amor  con la intención de que sea perdurable (I)

Lo que sigue no pretende ser, en absoluto, un remedo de consultorio sentimental sino un esbozo acerca de la naturaleza de las relaciones humanas de pareja. Pero, aviso, entre la pretensión y el resultado puede haber un abismo.

La empresa que me ocupa, la de reconstruir el edificio del amor o cuanto menos arreglar las paredes, los techos y los basamentos para evitar que se derrumbe y conseguir que siga siendo habitable, es un empresa humana y, como tal ―y dada la preponderante importancia que los asuntos humanos cobran en el hombre―, exige el mejor tratamiento, un tratamiento que goce de un carácter científico.

En este sentido, los pasos a seguir deben ser: un análisis de la situación de ruina en que se encuentra el edificio, un análisis de la factibilidad de su arreglo, tomar o no la decisión de arreglarlo, la elaboración, en consecuencia, de un proyecto en esa dirección, y, finalmente, el desarrollo de dicho proyecto con los esfuerzos que se requieran para ello.

Pero previamente, para un conocimiento adecuado del terreno por donde nos movemos, me resulta necesario realizar algunas aclaraciones sobre la naturaleza humana (dada la escasa atención que la filosofía tiene a este respecto ―con magníficas excepciones como la de José Antonio Marina―y la veleidosa y escasa capacidad que muestra la psicología, contaminada aún por las influencias del psicoanálisis, en este asunto).

En primer lugar se ha de hacer notar que el temor y el deseo son las entidades que mayormente marcan nuestro rumbo y manejan nuestro ánimo. Son la argamasa de los sentimientos y ellos son quienes propician y frecuentemente dirigen nuestros pensamientos.

En segundo lugar, es muy relevante percatarse de que a todo ser humano lo empuja un deseo de destacar por encima de los demás hombres en todo aquello que estima conveniente. Esto no es menos cierto en el caso de la pareja amorosa y, de forma general, en cualquier relación cooperativa. Pero siempre que en una relación libre de este tipo ―y la amorosa lo es―hay uno que destaca, otro u otros se sienten rebajados en su valer, apareciendo en ellos un sentimiento de agravio comparativo, de malestar y malquerencia hacia el que destaca que amenaza con dar al traste con la  cooperación; y también aparece ese sentimiento de agravio en el que participa en la cooperación con mayores bienes, mejores cualidades, mayor esfuerzo o mayor capacidad. De forma que la única estrategia que resulta factible para continuar la relación colaboradora, se asienta en el igualitarismo de poseer, dar y recibir cantidades semejantes, se asienta en el llamado Principio de reciprocidad. En las relaciones libres entre personas, sean de ayuda, sean de auxilio, sean de amor, sean de pretendido altruismo, sean de cualquier empresa… la reciprocidad es condición necesaria. Te doy, te ayudo, te auxilio, te presto, coopero, para que tú me des, me auxilies, me prestes, cooperes conmigo, me devuelvas en igual medida que la que te he dado o cooperado contigo. Sólo las relaciones libres que se basan en el Principio de reciprocidad se pueden sostener en el tiempo.

En tercer lugar, las creencias morales del hombre, junto a las creencias acerca de sus posibilidades en la relación social, son las principales modeladoras de su perfil sentimental y, consiguientemente, resultan determinantes en su conducta. Una vez explicitado esto, pasemos al análisis de la situación.

Cuando se va cumpliendo el plazo de caducidad del torrente químico que opera en la atracción sexual como copartícipe del enamoramiento, o bien cuando las diferentes circunstancias de la realidad van erosionando la imagen ideal que el sujeto enamorado edificó de su objeto amado, o bien si por motivos diversos los roces, los caracteres antagónicos, los daños y perjuicios recibidos, las decepciones y los enfrentamientos van introduciendo en cada miembro de la pareja rencores y malquerencias, digo que entonces, consciente o inconscientemente, cognitiva o sentimentalmente, el antaño enamorado siente la necesidad de realizar una evaluación de su vida de pareja. Realiza una doble evaluación: valora y mide lo que aporta y lo que cree obtener de la pareja; y, por otro lado, valora lo que podría obtener cambiando de objeto amoroso. Y la dicha evaluación es también doble en otro sentido, en el mecanismo que  pone en uso: es evaluación emotiva y sentimental, y es evaluación cognitiva, de pensamiento, y en contadas ocasiones se emplean también en ella los argumentos  de las razones y de la lógica. Los principales elementos de juicio para realizar dicha evaluación son el temor y el deseo; el temor a perder lo que se posee: cobijo, tranquilidad, placer sexual, bienes materiales, compañía, hijos…; y el deseo de poseer otro hombre u otra mujer distinta a la que actualmente se posee, el deseo de nuevas posibilidades…

Se evalúa lo que uno percibe que aporta a la pareja y lo que percibe que recibe de ella, ateniéndose el juicio evaluador al Principio de reciprocidad. Se perciben como elementos a juzgar, la satisfacción afectiva, la sexual, la satisfacción de las relaciones sociales logradas a través de la pareja, la belleza de cada cual[1], la posición económica y social de uno y otro, la inteligencia, la capacidad, la fama (naturalmente,  al tener presentes las ofensas recibidas, los rencores acumulados…, el juicio sobre lo que uno da y recibe no resulta imparcial, echándose más en el platillo de lo que uno da, por lo que el Principio de reciprocidad suele falsearse).  Tal es la evaluación de lo que da y recibe cada cual en la pareja. Cierto es que como en el juicio evaluador intervienen el temor, el deseo y los sentimientos, el sentido de la reciprocidad  puede también resultar erróneo por dicho motivo. Uno puede creerse  superior en belleza a su esposa o en inteligencia, o en capacidad, en posibilidades o posición social. El deseo es productor de espejismos e ilusiones.

Pero en donde el deseo produce más trastornos en la apreciación de la realidad es en la valoración de lo que podría obtener el sujeto cambiando de objeto amoroso, quiero decir, cambiando de pareja. Ahí tenemos el usual caso de quien cree que sin lugar a dudas es correspondido por la mujer que ama; o del que se enamora de toda mujer bella que le mira de soslayo, creyendo que esa mirada es un signo de amor irrefutable; o del que ve posibilidades de ser correspondido en cuanto lance un requiebro amoroso a cualquier mujer; o del que cree que puede engañar impunemente a su mujer pero que ella nunca le engañaría; o del que se cree un galán y es un hazmerreír… Todos ellos tienden equivocadamente a suponer que ganarían con un cambio de pareja.

Así que una buena evaluación requiere indagar honrada y valientemente en la realidad de sus atributos y de lo que da y recibe, requiere alejar las ilusiones y las sombras, requiere adaptarse al Principio de realidad. En caso contrario, cuando solo se persiguen espejismos, cuando el deseo se convierte en único o principal elemento para evaluar, la evaluación será desastrosa y cualquier decisión que se tome a partir de ella conllevará una posterior penalización y el correspondiente arrepentimiento. Una estrategia que puede ayudar, y mucho, para adaptarse a la realidad, consiste en ponerse en la piel del otro, es decir, sopesar desde el otro lado de la pareja la percepción que ella puede tener de mí y de lo que yo doy y recibo. También puesto en la piel del otro, revisar las causas de las supuestas ofensas recibidas, que han ido llenado de rencores la relación.

Ateniéndonos al Principio de realidad evaluamos la situación de la pareja en cuanto al Principio de reciprocidad, y utilizamos para ello los sentimientos, los deseos, la inteligencia y las creencias. Ya tenemos la evaluación hecha. Corresponde seguidamente tomar una decisión. Pero esto quedará para una posterior entrada porque mi cabeza ya no da para más y esto se ha hecho muy largo (y muy pesado, añadirá más de uno).


[1] Ulrich Renz en La ciencia de la belleza señala que de modo general, la belleza que posee cada miembro de una pareja es semejante. Si está desequilibrada es porque se compensa con estatus, fama, poder o riqueza. Hasta ese extremo se cumple el Principio de reciprocidad en el dar y recibir.

Del amor y otros fenómenos (IV)

Aunque había anunciado hablar seguidamente de la perdurabilidad del amor, o al menos de la perdurabilidad del bienestar en común de la pareja que alguna vez se sintió enamorada, por salir de tal brete si no con donaire sí con cierto decoro intelectual, dilato ligeramente la fecha de la ocasión (en el supuesto de que al estimado Yack, que la espera con cierto ánimo avieso, no le importe la dilación), y me dispongo a decir algunas palabras sobre la sexualidad.

Por cierto, animo muy encarecidamente a quien lea esto que se interese por el blog de Yack, http://tertuliafilosoficatoledo.blogspot.com.es Un extenso blog de artículos de pensamiento que destilan por todos sus poros inteligencia, arduo conocimiento y sentido común.

El amor se manifiesta como una necesidad de nuestra naturaleza. El deseo emerge de esa necesidad y congrega, seduce y dirige a un tropel de sentimientos a la misión de edificar en el enamorado, embelesadamente, un arquetipo del objeto de amor, esto es, a atribuir  a la persona amada todas las virtudes, y adornarla con las guirnaldas de toda perfección. La persona así idealmente amada es una fantasía elaborada por nuestra imaginación. (Quien escribe el guión y diseña el atrezo de esa obra imaginativa es el deseo de amor, aunque la obra se represente en el teatro de la conciencia, en donde tienen su aposento los pensamientos y la razón). Pero el tiempo trabaja derruyendo el arquetipo: la realidad destruye la imagen perfecta concebida. Con la decepción que produce el contraste, los deliciosos sentimientos que envolvían la imagen ideal en tiempos pasados se van reemplazando paulatinamente por otros que resultan odiosos. Se acaba el amor.

En la tercera entrega Del amor… señalé a varios enemigos, pero omití deliberadamente uno, quizá el más importante: la falta de conciliación sexual de los enamorados. Al fin y al cabo el amor lleva impreso la subordinación a la finalidad sexual dictada por lo biológico mediante instintos. (Recomiendo al respecto leer esta entrada de blog http://sexdelicias.wordpress.com/2014/03/03/locoa-de-amor/ de una sexóloga, en donde  pone de manifiesto el estallido hormonal y de neurotransmisores que produce la cosecha sexual y la cosecha amorosa).

Todos los placeres son adictivos: el placer sexual lo es. El instinto sexual, como el instinto que nos empuja a comer, se recarga periódicamente, pero somos conscientes de que ciertas golosinas nos compelen a seguir y seguir comiendo, a no sentirnos satisfechos con la cantidad usual; y somos conscientes también de que ciertos excesos en la ingesta de alimentos pueden desencadenar cambios metabólicos y cambios en la regulación del sistema digestivo que pueden propiciar que no se aplaque el hambre si no es con una ingesta desmesurada; y fatalmente, en ciertos casos, la disposición genética faculta un metabolismo desastroso y unas necesidades de ingesta muy alejadas de lo usual. Muy semejantes cuestiones afectan al funcionamiento del sistema sexual. Para el hombre heterosexual (economizo lenguaje: lo mismo se puede decir conceptualmente del hombre, de la mujer, del homosexual, del heterosexual o del bisexual) las chicas jóvenes representan ―para el instinto sexual de ese hombre― las golosinas que nombré anteriormente. Las chicas jóvenes y su reemplazo permanente, la novedad permanente. Quienes en el pasado disfrutaron del suficiente poder para imponer por la fuerza los dictados de su instinto sexual, lo impusieron (hoy la regulación democrática lo limita). Voy a poner algunos ejemplos:

Ya en la primera literatura escrita, en el grandioso Poema de Gilgamesh, se da cuenta de que el rey de la ciudad mesopotámica de Uruk abusaba de sus derechos reales en las noches de boda de las jóvenes de la ciudad. Como tal abuso originaba quejas y revueltas entre la población, los reyes de las ciudades estado mesopotámicas optaron por los harenes reales, quedando testimonio escrito de los existentes en el reino de Marí. Grandes edificios tuvieron que ser necesarios para albergar tanta mujer, por ejemplo, el Libro de los Reyes (11:3) nos atestigua que Salomón tuvo hasta 700 mujeres reinas y 300 concubinas. Más modesto hubo de ser el harén de Ramses II, a quien se le atribuyen 120 hijos; el del soberano inca Topa Inca Yupanqui, que tuvo 70 hijos de sus concubinas; o el del azteca Moctezuma II, que llegó a disponer de 150 concubinas. Nada les tiene que envidiar el de los actuales reyes saudíes: el fundador de la dinastía, Abdel Aziz al Saud, tuvo 145 hijos con sus 19 esposas oficiales, sin hacer cuentas de las concubinas. Aunque nada en comparación con el harén de los emperadores chinos del siglo XIX, que podía llegar a tener 3000 mujeres. Se sabe que entre los incas y aztecas  los grandes señores y los jefes acaparaban la mayoría de las mujeres disponibles. Cada hombre podía tener tantas mujeres y concubinas como su posición social le permitiera mantener. Dado también que, como en Egipto, los hijos de las esposas principales se ponían en la línea sucesoria mientras que los de las esposas secundarias y concubinas ocupaban cargos de sumos sacerdotes, visires o altos cargos administrativos –señores a su vez poderosos, con numerosas esposas e hijos—el linaje de los poderosos se hacía desmesuradamente abundante en la población. Otro ejemplo: un proyecto genético llevado a cabo recientemente ha puesto de manifiesto que hay actualmente en Asia Central 16 millones de portadores de un gen raro que se atribuye a Gengis Khan, casi un 10% de la población total. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que todos descendemos de reyes.

Algunos otros  “imponen” su dictado sexual seductoramente, mediante su belleza. Recuerdo a un actor español declarando sin empacho haber tenido más de mil amantes distintas.

Pero el común de los mortales no poseen el poder ni la belleza suficientes para lograr la satisfacción instintiva “que les pide el cuerpo”, así que, generalmente, uno se restringe a la novia, a la esposa o a la amante de turno, a lo política y moralmente correcto en estos casos (al menos lo que se considera “correcto” en la calle), sin quitar de que cada cual, en mayor o menor grado según sus precauciones y creencias, aproveche las ocasiones que le salgan al paso ―siempre que la ocasión resulte discreta. Lo que se llama echar una cana al aire (por cierto, las estadísticas al respecto son cuanto menos sorprendentes: más de un 60% de mujeres casadas inglesas declara haber realizado “saltos de cama”, lo que sugiere ―por la discreción de que se quiere hacer gala en estos casos― que el porcentaje podría ser mucho mayor).

En resumidas cuentas, la moral, la norma, la escasez de posibilidades ―al menos públicamente― ponen coto a las veleidades del deseo sexual. Sin embargo,  muchos, por motivos y circunstancias que ahora no viene al caso resaltar, caen en una adicción  que les conduce a probar sin reparo alguno todos los placeres anudados a lo sexual (sadismo, masoquismo, intercambio sexual, prácticas zoofílicas, etc). Adicción que, tratando de suplir la satisfacción de aquel instinto que pugna por lo juvenil y novedoso,  les pide más y más y que al ser desmedida y crear una continua necesidad de novedad conduce generalmente a encadenamientos, a esclavitud sexual, a perder la referencia de otra cosa que no sea la sexualidad. No digo que esté bien ni mal, esto no es un tratado de moral, sino que en el plano sexual ―y prácticamente en cualquier plano de la vida― defiendo que en el equilibrio y en el control sobre lo que se hace se halla la virtud. La servidumbre para con el placer, como cualquier otra servidumbre, nunca es aconsejable. En tales casos se pierden cualesquiera otros valores, la personalidad toda se altera, el placer pone en sus esclavos asfixiantes grilletes.

La búsqueda incesante de placer sexual en la pareja es, por las cuestiones señaladas, uno de los grandes peligros para su bienestar. Un amor languidece si en él ha muerto el placer sexual, pero se hace un infierno de deseo y necesidad nunca satisfecha cuando lo sexual preside imperiosamente la convivencia.

Ya no me quedan excusas para tratar de la perdurabilidad del amor.

Caracteres fascistoides del independentismo catalán

Hoy me llega la noticia de que en Cataluña los sindicatos de profesores CCOO, CGT, USTEC-STEs y la Asamblea de Docentes, «exigen» a Rigau la insumisión frente a la LOMCE y contra las sentencias sobre el bilingüismo.

Como ya apunté en otra entrada de este Blog, Puntadas con hilo, la dicha exigencia expresa un deseo de acción que conculque la ley, y expresa una opinión que impera en los regímenes fascistas y comunistas: la de oprimir y negar derechos y libertades al discrepante o al disidente.

En primer lugar, se arenga y se exige violar la ley, lo cual es una llamada a la rebelión contra el régimen democrático y una incitación a delinquir. En segundo lugar, en la mente de tales colectivos (no se les puede aplicar «individuos» porque el rebaño quebranta la individualidad) resalta un grave desprecio hacia los valores democráticos, pues el cumplimiento de la ley lo es; resalta un desprecio hacia el derecho y la libertad a que los estudiantes sean escolarizados en la lengua materna y en la que prescribe la ley; resalta también la pretensión totalitaria de querer imponer el propio criterio por encima de la ley, por encima de la voluntad de los afectados por el asunto y por encima de los modos democráticos de acción. Y resalta también su intolerancia hacia las opiniones, derechos, y libertades de quienes no piensan igual, así como una clara tendencia a la imposición monolítica y opresora de una cultura y una lengua.

En la entrada mencionada, Puntadas con hilo, expliqué que estos eran métodos y actitudes propias de la Alemania nazi, de la Italia fascista y de la España de Franco; también de la Rusia comunista. Ahora esos mismos métodos y actitudes, como carácter del movimiento, brotan abundantemente en los ámbitos del Independentismo catalán.

Que en voz alta se ponga bien claro de manifiesto ese carácter. RT esto a todos tus seguidores.

Del amor y otros fenómenos (III)

IMG_2757(2)

Reconocimiento del amor, de sus estados y sus enemigos

Se me ocurre que, antes de tratar de disciplinar el amor, para comprender mejor, tendremos que catalogarlo, señalar, todo lo exhaustivamente que nos permitan estas páginas, computar sus arrebatadoras implicaciones, los excesos que se cometen en su nombre.

Y en  qué sitio mejor buscar que en las páginas de la poesía, ¿no se destila en ellas la pena, la alegría, el alboroto sentimental que deja el rastro del amor?, ¿no es acaso  el amor, sobre todo, libertad, intuición, flechazo repentino y cegador?,

Pasemos a escuchar al avaricioso Neruda:

Tengo hambre de tu boca, de tu voz, de tu pelo

y por las calles voy sin nutrirme, callado,

no me sostiene el pan, el alba me desquicia,

busco el sonido líquido de tus pies en el día

Estoy hambriento de tu risa resbalada,

de tus manos color de furioso granero,

tengo hambre de la pálida piedra de tus uñas,

quiero comer tu piel como una intacta almendra

Quiero comer el rayo quemado en tu hermosura

la nariz soberana del arrogante rostro

quiero comer la sombra fugaz de tus pestañas

y hambriento vengo y voy olfateando el crepúsculo

buscándote, buscando tu corazón caliente

como un puma en la soledad de Quitratúe

Teresa de Ávila y Cepeda, en opiáceo trance de santidad escribió este arrebato de enajenado amor que la lleva a desear morir:

Vivo sin vivir en mí

y tan alta vida espero

que muero porque no muero

Si Neruda quiere poseer a su amada plenamente, Santa Teresa pretende entregar su vida al amor de Jesucristo. Ibn Hazm, el gran poeta andalusí, nos muestra en hermoso verso el trastorno que le crea la mujer amada:

Su amor ha hecho volar mi corazón de su sitio

y todavía anda revoloteando

Pero sabemos que el amor es también un veneno, ¿no se dice el veneno del amor, o acaso no hablamos de un amor envenenado? Omar Kayyam, a quien ya nombré en el capítulo primero, nos lo recuerda:

¿Te niegas a renunciar al amor?

recuerda que Dios lo creó

al tiempo que otras plantas venenosas

Otra particularidad del amor lo empareja con los negocios: parece que para mantenerse debe estar creciendo siempre. Al menos así lo señala el poeta metafísico inglés John Donne:

El amor es la luz siempre creciente

plena e inmutable

y su primer minuto

después del mediodía es ya la noche

Esto es, si apaga un minuto su fulgor álgido, ya no es amor, ya es decadencia. Así que sacando cuentas, el amor es libertad y cárcel, herida, deseo, ansia de posesión, desesperación, desprendimiento, deseo de morir, hoguera que arrasa, espina, veneno, trastorno anímico, arrebato, paraíso, paroxismo de luz, erotismo, química concordante, obsesión, obnubilación de los sentidos, engaño de la razón…

Ahora me acecha una pregunta, ¿buscan lo mismo las mujeres y lo hombres en el amor? Se tiene a bien seguro que no. Parece ser que las mujeres buscan protección, sentirse alabadas y queridas, autoestima, y procrear. Los hombres parecen buscar propiedad, aplacar su libido, orgullo, y procrear

Existe una fábula muy hermosa  sobre la búsqueda del Santo Grial. El rey Arturo y el caballero Gwain buscan por todo el reino artúrico la respuesta a la pregunta que deben contestar en el plazo de un año: ¿Qué desean todas las mujeres? En ello le va la vida al rey Arturo. No logran repuesta unánime ni convincente. Cuando el plazo está a punto de expirar, aparece ante ellos una mujer extraordinariamente fea y desproporcionada, capaz de causar horror en el ánimo más firme. Les ofrece la respuesta a cambio de que un caballero de la Tabla Redonda se case con ella. Gwain acepta el sacrificio. “Lo que todas las mujeres desean es dominar a los hombres”, es la solución que les da y que salva a Arturo de la muerte.

Gwain ha de cumplir su promesa y, a petición de ella, pone un beso en su mejilla. Es una prueba más de iniciación  en la búsqueda del Santo Grial, en la búsqueda de la perfección interior. Inmediatamente del beso, aquel deforme cuerpo se convierte en una hermosísima doncella. Pero las pruebas no han concluido. Ella le dice que sólo mantendrá ese aspecto durante doce horas diarias; en las otra doce volverá al horror. Le ofrece la elección a Gwain: ¿durante el día o durante la noche? Grave dilema: si la acepta bella de noche, los caballeros se mofarán durante las horas diurnas de él; de elegir la otra opción, tendrá que dormir con un ser monstruoso.

El caballero Gwain cede, cualquier decisión es mala. El “hombre” no es adecuado para elegir entre lo malo y lo peor. Ante estos casos suele evadirse, suicidarse, o someterse a un ser superior que le guíe y domine. El caballero Gwain cede la elección a su esposa. Ella tendrá que elegir la belleza diurna o nocturna. Gwain ha superado la prueba definitiva: se ha puesto en manos de su mujer, se somete a su dominio, sólo así conseguirá su amor.

La dama le anuncia la buena nueva, el sacrificio le ha dado el triunfo: el maleficio que operaba sobre ella (ese lado oscuro de la mujer, dionisiaco, demoniaco, que tanto temen los hombres) ha desaparecido. Será hermosa las veinticuatro horas del día.

Gwain se ha sometido a lo femenino y ha obtenido por recompensa el amor de la Mujer. Se ha sometido a lo femenino y ha permitido que se desarrolle en él lo femenino; sólo así puede obtener la  recompensa.

Luego el amor también es servidumbre, sumisión, abarcar en la expresión los lados femenino y masculino

Y el amor también es creación, ¿podría haber creado Dante la Divina Comedia sin su amor por Beatriz?

En fin, creo que ya he catalogado lo suficiente los estados que produce el amor, aunque  nos quedarían muchos libros por llenar antes de entender un ápice sus intríngulis. ¿Y sus enemigos? Tal vez los principales sean: el desencanto, el fraude, la desilusión, los celos, la traición… y el mayor de todos: el aburrimiento.

Sabemos algo más del amor, pero ¿cómo lo reconoceremos?  Proust, en su extensa obra En busca del Tiempo Perdido nos revela que su amor por Albertina lo reavivan los celos y lo mata la tranquilidad. Pero también añade que es en verdad el dolor de la ausencia de la persona amada quien nos revela la profundidad del amor. Aristóteles decía que amar es querer el bien para alguien.  El ínclito José Antonio Marina propone este criterio para saber si estamos enamorados: Siento que amo a una persona por la alegría y la plenitud que siento cuando está presente. Y también: Amo a una persona cuando sus fines se vuelven importantes para mí.

Ahora me falta cumplir con el propósito que expresé en el anterior capítulo: ¿cómo conseguir hacer al amor perdurable? Pero esto se hará más adelante. No obstante, Omar Kayyam nos ofrece una hermosa pista para tal propósito:

Antes que aprendas a acariciar

un rostro suave como de rosa

¡cuántas espinas deberás arrancar

de tu propia carne!

Del amor y otros fenómenos (II)

El amor Cortés y el amor arquetipo

Leonor de Aquitania, heredera del ducado que lleva el nombre de esa región francesa, fue en el siglo XII, sucesivamente,  reina consorte de Francia e Inglaterra; maniobró para colocar a su hijo Juan en el trono inglés a la muerte de su otro hijo, Ricardo Corazón de León, y a los 80 años logró imponer a su nieta Blanca de Castilla como consorte del rey francés Luis VIII. Pero es más recordada por ser la reina del Amor Cortés. En su corte en el rico palacio de Poitiers, Leonor y sus damas tenían por habitual pasatiempo las justas poéticas del amor y los juegos que hoy nos parecerían candorosos simulacros de seducción. En esas justas, juglares y trovadores cantaban a sus damas ―a quien de usual no conocían o habían visto una sola vez― con encendidas alegorías, adornándolas  de cualidades perfectas y con belleza sin par. También resaltaban la figura del caballero que buscaba  fama que ofrecer para ganar el amor de su amada. Una amada custodiada en un castillo por celosos padres, y un caballero que libraba torneos de caballería en nombre de ella.

La dama aparecía idolatrada en los cánticos del trovador. Se le arropaba con todas las perfecciones que en mente enamorada puedan caber. Podríamos decir que el trovador y el juglar eran unos enamorados del amor ideal. Uno de ellos, llamado Marcabrú, sobrepasó los límites del decoro debido a una reina consorte (Leonor ya estaba casada con el rey de Francia) y en sus cánticos a Leonor mostró un atrevimiento que fue castigado apartándolo del séquito real (y de las prebendas), que por entonces se dirigía a las Cruzadas, en donde Leonor esperaba encontrar un escenario ideal  donde plasmar la representación adecuada del Amor Cortés. El tal Marcabrú fue conocido a partir de entonces como Panperdut (pan perdido), y cuenta la leyenda que seguía a lo lejos a Leonor llorando con amargura su propia desgracia. (Como se ve, el friquismo no es nada nuevo).

Como se ve, el Amor Cortés representa el amor arquetipo; el amor construido idealmente hacia el objeto amado, vertiendo en él la suma de todas las virtudes y todas las bellezas, las interiores y las externas. El primer amor, resulta casi ineludible que sea de esa manera. Sobre todo si la persona amada está separada del enamorado por una barrera de distancia o de timidez. Todo se torna idílico entonces. El joven o la joven que tras «conocer» con breves encuentros o mediante breves miradas al «amor de su vida» se han visto obligados por las circunstancias a permanecer lejos de él, llevando consigo en el recuerdo lo placentero y perfecto de aquellos momentos, los agrandan al evocarlos constantemente en grato embeleso y quedan prendidos a ellos, enamorados de ellos. O el tímido en extremo, que no se atreve siquiera a saludar a la persona que es objeto de su amor (construido por lo general a través de un rasgo de ella que le ha resultado agradable) y que edifica todo un mundo mental de cómo es ella, de cómo actuaría en tal circunstancia, de cómo quedará prendada de él (o de ella) en cuanto establezcan contacto, de cómo se darán los inmensos besos que nadie se ha dado, de cómo se derretiría en sus brazos, de cómo…

Pero aun siendo propio del «primer amor» y de acrecentarse éste por la distancia y la timidez, el amor idealizado crece con pasmosa facilidad y frecuencia en los individuos «románticos», en aquellos que más que enamorarse de otros individuos se enamoran del amor. No necesariamente son tímidos ni necesariamente evitan las relaciones reales, ni necesariamente han de ser precavidos o inseguros, al contrario, algunos de ellos son atrevidos, valientes, decididos, y se embarcan en todas las aventuras amorosas que les dicta su corazón llevando mentalmente consigo el amor idealizado, y creyendo que la próxima vez que lo alcancen será la vez más hermosa y definitiva que los tiempos han contemplado jamás. Pero, de manera general, tras de los primeros fracasos aumentan las precauciones y las desconfianzas, y el idealismo amoroso se resiente y en numerosos casos se derrumba y desaparece.

Porque como muy bien dice la copla o cantata del Amor Brujo de Falla: «Lo mismo que el fuego fatuo se desvanece el querer». Todo el recipiente que la imaginación ha ido llenado de cualidades, gestos excelsos, virtudes y bellezas de la amada o el amado, se vacía abruptamente cuando a través de la experiencia amorosa se produce decepción, es decir, no se cumplen las expectativas que se tenían puestas en ella (así que cuando las expectativas son enormes las decepciones son profundas). Y lo que es aún más dañino: dichas decepciones se van acumulando en otro recipiente mental en donde abonan y hacen germinar las malquerencias, las desconfianzas y los rencores hacia la persona a quien antes amábamos de forma absoluta, sin encontrarle mácula alguna. Y es este último recipiente el que siempre está abierto en la rutina diaria de la pareja. Y son esos sentimientos y desconfianzas que se germinan los que envenenan la relación. Como dice la copla mejicana: fallaste corazón, no vuelvas a apostar.

Por todo ello, por esa irrealidad del amor idealizado, por esas decepciones que genera, por lo veleidoso de sus razones, por las graves consecuencias que usualmente acarrea, no conviene dejar al amor al puro arbitrio del corazón. Conviene amarrar al evanescente amor para que no se desvanezca con el viento de cualquier decepción, conviene asentarlo a la realidad con fuertes pilares. Conviene que se domeñe, que se discipline. Ya se nos advierte en la copla: «Lo mismo que el fuego fatuo, lo mismito es el querer, le huyes y te persigue, lo llamas y echa a correr». Trataremos de disciplinarlo.