El chivo expiatorio

En prácticamente todas las culturas de la antigüedad se sacrificaba un animal a los dioses con el fin de ganar su benevolencia o aplacar su ira. En algunas de ellas el sacrificio era humano, generalmente de los enemigos, pero en algunas ocasiones se sacrificaban a los propios familiares para conseguir que los dioses  fueran propicios. Tenemos los ejemplos de Agamenón, que sacrificó a su hija Ifigenia para que la guerra contra Troya fuese un éxito; y tenemos a Abraham, que iba a sacrificar a su hijo Isaac para satisfacer a su dios Yahvé.  Los tales sacrificios se concretaron más adelante en el propósito de la expiación de las propias culpas ante el dios. El sacrificante quedaba libre de culpa, haciéndola recaer en el animal sacrificado. El quid argumental del cristianismo reside en que la muerte de Jesucristo fue un sacrificio para expiar a la humanidad de su pecado original.

Ahora bien, Yahvé detuvo la mano de Abraham y le ordenó poner en la pira del sacrifico un carnero. Tal vez de aquella expiación provenga  la fiesta judía del chivo expiatorio:  el sacrificio de un chivo  sobre el que se descargan todas las culpas del pueblo judío.  Sin embargo, el chivo expiatorio,  en nuestra cultura, ha pasado a significar a la persona o al grupo de personas sobre las que se hace recaer culpas ajenas con el fin de exonerar a los verdaderos culpables. Así, podemos decir que los judíos fueron el chivo expiatorio de los nazis.

Todo sistema político totalitario procura tener un enemigo «infame» a quien culpar de todos los males que sufra la sociedad. Tienen la necesidad de tener a mano un chivo expiatorio hacia quien desviar la ira y la indignación social. En el mundo cristiano clásico tal chivo expiatorio siempre fue el pueblo judío, aunque es cierto que el odio contra los judíos empezó antes. Un siglo antes de Cristo, en Alejandría, se produjo el primer pogromo contra los judíos, una matanza contra los que poseen un dios en propiedad. Pero fue la Iglesia cristiana la que empezó a perseguirles con saña. San Pablo (que era judío) declaró que el judío era enemigo de todos los hombres, y con esa declaración comenzaron las persecuciones. San Agustín, en La ciudad de Dios, recomendó respetarles la vida pero despreciarles. De tales declaraciones de esos padres de la Iglesia nació el odio de los cristianos contra los judíos. Un odio que se ha extendido hasta nuestros días.

Las Cruzadas acabaron en Europa con la mayoría de los judíos, bien dándoles muerte, bien causando su huida hacia otros territorios. En España y unos siglos más tarde, se remató la faena con la expulsión decretada por los Reyes Católicos. En fin, que Europa occidental se quedó sin chivo expiatorio. Entonces empezó la caza de brujas: las mujeres se convirtieron en el nuevo chivo expiatorio. En Alemania casi 50.000 mujeres fueron presa de la hoguera. En España, en cambio, nos dedicamos más a los conversos. La Santa Inquisición se empleó a fondo contra los marranos, judíos que se convirtieron al cristianismo evitando su expulsión. Lo cierto es que tanto en el caso de los judíos como en el de las brujas, detrás del odio inquisidor se escondían motivos de rapiña, pues las Iglesias se apoderaban de los bienes de los ajusticiados.

Los regímenes comunistas han tenido chivos expiatorios muy variados. Los principales chivos expiatorios de Lenin y Stalin fueron los campesinos. La sustracción de las cosechas causó más de veinte millones de muertos de hambre durante los diez años posteriores a la Revolución. Stalin se empleó con saña contra los ucranianos en lo que se ha denominado el Holodomor: una hambruna causante de siete millones de muertos. Comunistas rusos y ucranianos no se olvidaron tampoco de efectuar  pogromos contra los judíos con harta frecuencia. El dirigente comunista chino, Mao, a falta de judíos a quien culpar, tomó como chivos expiatorios a los intelectuales. Varios millones de maestros, profesores, periodistas, escritores, fueron ejecutados durante la llamada Revolución cultural china. En Camboya, Pol Pot liquidó a una cuarta parte de la población de ese país, muy especialmente la que vivía en ciudades. Con los comunistas en el poder, los urbanitas se convirtieron en el chivo expiatorio. Los que no fueron asesinados tuvieron que asentarse en el campo, en campos de concentración, valga la redundancia.

Y todo el mundo conoce que el gran chivo expiatorio de los nazis, siguiendo la tradición europea, fue el judío. Seis millones de ellos murieron en gaseados en los campos de concentración. Tras la guerra cesó el antisemitismo, pero parece haber vuelto a la actualidad y haberse encarnado en una parte de la izquierda europea, que ya no tiene solo al capitalismo como chivo expiatorio de todos sus males, sino que ahora forman también parte de él los judíos y el Estado de Israel.

El gran chivo expiatorio de la izquierda mundial es el capitalismo. Todos los males que afligen a la humanidad son, según ellos, culpa de ese demonio llamado capitalismo o democracia liberal. De ese modo la izquierda queda sin pecado alguno, pura y sin responsabilidad. Incluso cuando la izquierda comunista toma el poder en Cuba, Venezuela, Nicaragua o en cualquier otro Estado de los que han sacrificado millones de personas en el altar comunista, además de haber traído la miseria y la aflicción a poblaciones inmensas, la culpa —según los representantes de la izquierda— sigue siendo del capitalismo y la democracia liberal.

En España estamos muy acostumbrados al uso del chivo expiatorio por parte de este gobierno. Además del capitalismo, el gobierno nos señala que los culpables de los diferentes los males que nos afligen son Franco, la derecha, la guerra de Ucrania, el COVIT, los jueces, el rey, los ricos, el cambio climático…

En verdad, ¡no hay nada tan eficaz como tener un chivo expiatorio a mano!

Religiosidad: ventajas y desventajas

Frecuentemente con ignorancia y soberbia, los que se tildan de antirreligiosos se mofan de los creyentes y les achacan cerrazón moral, infelicidad e hipocresía. Estos últimos, a modo de respuesta,  tienen contra aquellos toda clase de prejuicios y toda suerte de precauciones. Pero el bienestar de cada individuo puede ser venturoso, independientemente de su cercanía a la religión. En realidad, toda adscripción ideológica, como todo compromiso que se adquiere libremente, puede tener sus pros y sus contras, sus ventajas y sus inconvenientes. Esbozo a continuación aquellas que, a mi parecer y en un sentido u otro, tienen aquellos que siguen dictados religiosos.

Ventajas

  1. La creencia en la Vida Eterna aminora la angustia de tener que morir, pues no en vano el deseo de  inmortalidad ha sido una constante desde las primeras civilizaciones. También reconforta en gran manera tener la esperanza de que hay otra vida en el más allá llena de gozo. Pensar que allí encontrará a sus seres queridos le reconforta al creyente.
  2. Los creyentes profundos tienen en su Dios a su confidente y salvaguarda, alguien con quien platicar. Incluso puede fluir el afecto. Uno puede dar afecto a esa entidad fantasmal que es un dios, y también sentir que se recibe. Recordemos aquellos versos tan sentidos de Teresa de Jesús: Vivo sin vivir en mí/ y tan alta vida espero/ que muero porque no muero.
  3. La comunidad religiosa ofrece ayuda, sentimientos de compasión y caridad, y una identidad desde donde echar raíces.
  4. La creencia religiosa ofrece una moral para guiar el comportamiento. Las dudas son despejadas, el debate entre razones en la conciencia queda simplificado, honradamente, ¿quién desaprovecharía el saber qué está bien y qué está mal, y el qué hacer en cada momento? Pues todo eso, al menos en parte, lo proporciona la fe religiosa.
  5. No podemos tampoco obviar el remedio psicológico que proporcionan los rezos, la confesión y el pensamiento dirigido hacia una figura celestial que te escucha y que te perdona toda maldad con solo arrepentirse con la suficiente contrición.
  6. Entramos en este punto en el carácter gregario del que los humanos hacemos gala. Si ante un líder hacemos dejación de nuestro criterio y nos sometemos al suyo, es decir, nos ponemos en sus manos, qué no podemos hacer ante la figura de un líder-Dios. El creyente puede caminar sin vacilaciones y puede vencer sus deseos impuros bajo ese liderazgo.
  7. Por todo ello, quien tiene la suficiente fe, suaviza el temor que el mundo presenta para quienes se hayan desamparados de la figura divina. Además, sabe qué abrazar y qué rechazar, quien es su amigo y su enemigo (quien rechaza a Dios). En fin, no son pocas las ventajas.

Desventajas

  1. El temor a las penas del infierno o a la ira de Dios que un creyente puede sentir ante el pecado, pueden llegar a ser angustiantes. La culpa, ese temor al omnipresente ojo divino pueden llevarlo a un martirio diario
  2. La extremada rigidez religiosa, como era usual entre calvinistas y luteranos, pueden secar la alegría del individuo, puede convertirlo en un atormentado que ve pecado en todos los actos de la vida.
  3. Muy corriente es que tales individuos se aparten del mundo y dejen de tener relaciones sociales.
  4. También es muy corriente que se nieguen la posibilidad de disfrutar de una vida gozosa, acorde a la realidad, y que caigan en obsesiones.
  5. El creyente se somete a una doble servidumbre, la de un dios omnipresente y la del grupo religioso al que se pertenece, que observa y juzga su comportamiento en todo instante.
  6. La propia libertad, el juicio sobre las cosas, la conciencia, se encuentran  en el creyente maniatadas. En ese sentido, el religioso actúa como un cobarde que, por miedo, no se atreve a tomar las riendas de su propia vida y enfrentarse a los avatares que ésta presente.
  7. Se rechaza la propia naturaleza, esto es, se rechazan los instintos sexuales y todos cuantos vayan en contra de las creencias que uno sostiene. Así que, para muchos, la vida se convierte en un constante luchar contra las inclinaciones de nuestra naturaleza.

Que cada cual se aplique el cuento.