CONDUCTA SOCIAL Y NATURALEZA HUMANA III

 

 

LAS CREENCIAS Y LA CONVENIENCIA QUE PRESENTAN

creencias2

 

¿Cómo resaltar la importancia de las creencias en nuestra conducta social?

 

La gente vive y muere por sus creencias. Por creencias se hicieron pirámides gigantescas, catedrales inmensas, monumentos grandiosos, en fin, altares magníficos a las creencias humanas. Por creencias se lanzaban contra las naves enemigas los kamikazes japoneses en la Segunda Guerra Mundial; en la India, por creencias la viuda del difunto era ofrecida  a morir en la pira funeraria; por creencias se fundan o se destruyen los imperios, se suicidan colectivamente grupos humanos, se inmolan los terroristas del Daesh en sangrientos atentados; por creencias se altera la razón o se pierde la visión de la realidad y se ve a ésta transformada en fantasía o en esquizoide ilusión. Cuando una creencia se implanta en una comunidad y crea en ella un clima de opinión, y aporta criterios y verdades nuevos,  acaba imponiendo una dictadura moral, es decir, nos dice lo que está bien y lo que está mal, y ejerce de rectora de nuestra conducta social.

Si, tal como se ha explicado en las dos entradas anteriores de este blog,  el sistema instintivo y el sistema sentimental, nos dictan –mediante la pulsión que nos hacen sentir—las  conductas sociales a seguir (y en ese dictado para realizar tal o cual acción muestran la conveniencia percibida en él por dichos sistemas), para dicho menester de dictar nuestra conducta las creencias que anidan en nuestra conciencia acerca de la realidad son la crème de la crème.

Asumimos  las creencias de nuestros padres, de los medios, de los líderes de opinión, de los políticos; seguimos sus criterios, hacemos nuestros sus juicios; confiamos en ellos buscando seguridad. Entendemos el mundo a través de su opinión y juzgamos según su juicio. Delegamos en ellos, fiamos en ellos, hacemos dejación en ellos de nuestra responsabilidad para entender la realidad. Así que ponemos nuestra seguridad, nuestra conducta y nuestras esperanzas en sus manos. Nos convertimos en rebaño de conciencia moldeada de acuerdo a los propósitos de los líderes. Hitler y Mussolini crearon así su rebaño fiel. Cuando murió Stalin, millones de personas que habían sufrido opresión y que habían perdido a algún ser querido por la política asesina del tirano, lloraban con dolor la muerte del ‘padrecito’.

 

Pero, ¿qué son las creencias, de dónde proviene su fuerza?

 

Nos dice Julián Marías que  «Las creencias son sistemas socializados de conceptos e ideas que organizan la percepción de partes del mundo –o de su totalidad—en el que vive la sociedad de referencia». Ciertamente una creencia es una perspectiva, es un particular enfoque cromático través del cual miramos la realidad. Miramos al mundo y lo vemos con la perspectiva que nos aportan las creencias que tenemos. Bueno, en realidad, debemos decir que son ellas las que nos tienen, las que se apoderan de nosotros. Una creencia anida en la conciencia del individuo y hace que éste sienta y se comporte de tal o cual manera ante una situación determinada. La creencia se suelda a nuestra conciencia y construye aquí la base de nuestra conducta, de nuestros juicios, de nuestro sentir e incluso de nuestro pensar. De ahí su fuerza. Las creencias nos dirigen, nos zarandeas, nos señalan dónde está el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto, la mentira y la verdad.

creencias1

¿Qué beneficios nos reporta el ‘creer’?

 

En primer lugar, sirven para automatizar nuestra conducta. Gracias a que nos proporcionan una previsión de la realidad, ante cada acontecimiento no tenemos que sopesar a cada instante la conducta más adecuada o conveniente, es decir, nos evita ese delirio en que nos introduce la duda, ese delirio de análisis y pros y contras que ésta trae consigo. O dicho de otra manera, las creencias nos proporcionan, criterios,  juicios y sentimientos para escrutar el mundo y posicionarnos frente a él. Nos indican el camino de lo que se anhela, su busca o se teme. Nos proporcionan certezas, un suelo por el que caminar desprevenidamente.

Y no importa si contienen o no verdad. Lo que importa es que nos proporcionen convencimiento. Si analizamos cualquier creencia en profundidad la derrumbamos. Ahí tenemos creencias sin ton ni son que están profundamente arraigadas en una parte importante de la humanidad: la astrología, el tarot, la homeopatía, las cosmovisiones místicas, etc., etc. Lo que satisface de ellas es que proporcionan previsión de la realidad, satisfacen las ansias de saber de sus acólitos, dan cobijo y amparo, o generan ilusiones satisfactorias. Generalmente se amoldan a la horma de nuestros deseos y temores. De ahí que las creencias más poderosas –como las creencias religiosas y otras de las que hablaremos— manejan profusamente el temor y el deseo.

 

Somos crédulos

 

Podemos creer en supersticiones que ya aparecen en tablillas mesopotámicas  de  cinco mil años de antigüedad: que nos sobrevenga el infortunio si derramamos descuidadamente la sal, si un gato negro cruza en nuestro camino, si pasamos por debajo de una escalera de mano apoyada en la pared… También creemos en magias diversas: vudú, hechizos, encantamientos, en el poder de San Cristóbal o San Eulogio, en la licuación esporádica de la sangre de San Pantaleón o de San Genaro, en lo funesto de una maldición, en la alquimia… Y cómo olvidarnos de las creencias acerca de las  ‘ciencias’ de la adivinación: tarot, quiromancia, presciencia, astrología…, y en el Cielo, en el Infierno, en el fenómeno OVNI, en los dioses, en la reencarnación, en Satán… Y tales creencias nos transforman, nos pueden aportar ánimo o desesperación, deseos de vivir o de morir. Tracios y Celtas creían en la transmigración de las almas, en la metempsicosis, y poseían un gran desprecio de sus vidas, lo que les proporcionaba una gran valor en las batallas.

Toda creencia es una ilusión de la realidad, una fantasía acerca del mundo. El ser humano necesita ilusión. Cuando la realidad no le satisface –y casi nunca lo logra—la ilusión, la esperanza, son su salvaguardia. La ilusión, al satisfacer virtualmente el deseo encerrado en ella, alivia la realidad, la hace soportable, incluso la reemplaza.  El temor y el deseo son las entidades que fabrican las ilusiones en nuestra mente; y lo hacen tomando las alas de la imaginación y edificando, fijando y organizando creencias a su albedrío. La mente se halla ocupada a todas horas en trazar ilusiones a la medida de los deseos y de los temores. Para entender que sea posible tener fe en las creencias más absurdas, conviene resaltar nuestra naturaleza ilusoria. Tenemos que entender que son el temor y el deseo quienes suscitan esas ilusorias creencias; que son el temor y el deseo quienes nos hacen crédulos.

 

Creencias potentes y peligrosas

 

Los hombres están poco preparados para afrontar creencias basadas en la racionalidad, así que, para imprimir una dirección a los afectos y un norte a la conducta,  la expresividad simbólica, la  ritual y la mitológica resultan mucho más eficaces que el análisis racional. Sirva como ejemplo de esta simplificación conceptual  la religiosidad andaluza: lo que provoca el llanto de los rocieros o de los cofrades en una procesión, lo que exalta el ánimo al ver la imagen de la Virgen María, no son los misterios de la trinidad ni los valores de la ética cristiana ni la organización celestial, sino el simbolismo pagano, la imagen representativa del poder o la bondad. El símbolo desata de inmediato la pasión.

Las creencias Redentoras son las que manejan con más empeño la ilusión y el símbolo. Nada menos que pretenden redimir al que sufre, al oprimido, al descontento, al infeliz, al mísero. Las más conocidas y más en boga son: el nacionalismo, las religiones del Libro, el Igualitarismo marxista o comunista… Todas ellas proponen la ilusión de un Paraíso –así en el Cielo o en la Tierra—que se logrará siguiendo la conducta conveniente o pertinente al caso: la lucha por la independencia, el acatamiento a ciertos dictados religiosos, la revolución sangrienta… Las banderas, las insignias, las imágenes, los símbolos que utilizan cada una de ellas focalizan la atención del creyente, le infunden pasión y le identifican con el grupo. Su principal fuerza reside en la obnubilación que concitan las  pasiones y sentimientos. El deseo, el temor, el odio, el resentimiento que dichas creencias concitan y agavillan en las gentes, son sus armas más poderosas.

Las nuevas creencias místicas

 

Son esas creencias seudoreligiosas que los nuevos tiempos han traído. Unos tiempos de vida acomodada, de evitación a toda costa de todo cuanto huela a sufrimiento, de evitación de lucha y enfrentamiento…; unos tiempos en que se trata de eludir el temor social buscando refugio en los animales o la naturaleza. Unas creencias que han sustituido al clásico dios etéreo por esos nuevos dioses que son la Naturaleza, la Vida, la cosmovisión mística del Todo relacionado, la Justicia entretejida en los actos y en sus consecuencias…Me refiero, claro, al animalismo, al veganismo, al ecologismo extremo.

Y hacia esos dioses se vuelca el afán religioso de sus seguidores: el proselitismo, el militarismo en la creencia, la imposición de su ideario por la fuerza etc., etc.

creencias5

¿Qué conveniencia percibimos?

 

Tal como se ha podido ver,  al hombre no lo mueve la realidad, sino las ilusiones que la conciencia —sugestionada por las creencias— construye de esa realidad. Las creencias distorsionan y alteran la percepción de la realidad, categorizan esa realidad percibida, emiten juicios de valor acerca de ella, estiman la conveniencia que representa para el individuo, y disponen a los deseos y a los sentimientos al arbitrio de aquellas. Temor, deseos y sentimientos brotan, se disponen y se desarrollan en el suelo de las creencias del individuo, así que según la sustancia de éstas, adquirirán aquellos su peculiar color, su tallo, su fortaleza, su fruto, su singular desarrollo, y, las ilusiones que se construyen con ellas terminarán adquiriendo su estructura, vitalidad, colorido y forma.

 

Otro sistema que poseemos en el cerebro para percibir la conveniencia de nuestras actitudes y nuestra conducta, es el sistema intelectivo, pero sospecho que hablar de él me exigirá un arduo trabajo, así que lo dejo por ahora en el tintero.

 

CONDUCTA SOCIAL Y NATURALEZA HUMANA II

 

CONVENIENCIA SENTIMENTAL

sentim1

Los sentimientos nos sugieren que determinada conducta o acción frente a los demás es aceptable y grata o, por el contrario, es reprobable. Nos hacen sentir atracción o repulsión, malquerencia o bienquerencia, gozo o malestar, paralizan la acción o nos impulsan a ella. Frente al otro, frente a quien nos relacionamos, nos concitan un rumbo y una intención. En resumidas cuentas, mediante dicho sentir hacen resaltar en nuestra conciencia lo conveniente  de tal o cual modo de actuar en relación a tal o cual individuo, predisponiéndonos a estar alerta o a confiar despreocupadamente.

Los sentimientos surgieron como tales en las primitivas agrupaciones de homo sapiens ( muy plausiblemente, se esbozaron en la época del homo erectus), con vocación de actuar a modo de reguladores sociales. La compasión, la vergüenza, la culpa, la envidia, los celos…actúan como instrumentos de la naturaleza humana. Procuran por un difícil equilibrio entre los intereses individuales y los sociales. Propugnan una difícil entente entre el competir con los demás y el cooperar con ellos.

Para sobrevivir en un medio hostil, nuestros primitivos ancestros tuvieron que competir y cooperar entre ellos. Lo mismo ocurre hoy en día en cualquier  negocio: en la empresa los trabajadores cooperan y compiten entre ellos por obtener beneficios empresariales y por alcanzar estatus a costa de los demás. Para estas labores resultaron y resultan de gran utilidad los sentimientos (y también para la convivencia y para la defensa del grupo y del individuo…).

La crueldad, los celos, el odio, la envidia –en  ciertas circunstancias—, actúan en nosotros en forma de pulsiones que nos impelen a competir; la compasión, la vergüenza, el afecto, facilitan, en cambio, la cooperación. Así que los sentimientos, con las pulsiones y la predisposición que nos producen hacia los demás, muestran a la conciencia el comportamiento que al sistema emocional le resulta conveniente cuando un individuo se encuentra frente a otros individuos.

sentim2

El compasivo “percibe” conveniencia en actuar con misericordia frente a unos y con odio frente a otros; el vergonzoso “percibe” conveniencia en evitar situaciones en las que podría aparecer deshonroso; la conveniencia del envidioso se cifra en hacer desaparecer al oponente que le hace sombra…

Los sentimientos tienen una importante particularidad: son en alto grado educables, lo cual les confiere un plus de potencial peligro. Incluso pueden ponerse de moda, tal como la compasión y la conmiseración lo están ahora. Los horrores de la 2ª Guerra Mundial fueron un toque de clarín para que se evitara la crueldad e imperase  la compasión. En el fondo, ese es el programa de la filosofía de la llamada Escuela de Frankfurt. El buenismo, cuya moralidad impera hoy en día en Occidente, hunde sus raíces en esa fuente.

La compasión es hoy, a nivel social, el sentimiento estrella, pero la compasión se alimenta de temor, y este sentimiento es el gran reconductor de conciencias. El temor es un miedo anticipado imaginativamente, es el sentimiento que nos produce la percepción de una amenaza en ciernes. Sentimos temor por un peligro supuesto, no por un peligro presente.

En el espectro humano se pueden observar caracteres más o menos medrosos (y también algún Juan Sin Miedo) pero, como sentimiento que es, es educable. Lo sentimos especialmente cuando otros lo sienten y lo comunican.

El temor se propaga entre las gentes como una llama en la estopa; es altamente contagioso y puede agrandarse en nuestra conciencia hasta el delirio. Voy a poner un ejemplo. En marzo de 1220 Gengis Khan tomó Samarcanda y masacró a su población. Igual suerte sufrió el Jorasán iraní y Afganistán. Las ciudades fueron reducidas a escombros y los cronistas musulmanes de la época narran que los cráneos apilados formaban montañas. Tal devastación provocó en el imperio musulmán un temor inmenso hacia los mongoles. Un temor que podemos apreciar por el relato del cronista Ibn al-Athir:[i]

Me han contado cosas que apenas pueden creerse; tan grande era el es­panto que Alá había puesto en todos los corazones. Se cuenta, por ejem­plo, que un solo jinete tártaro entró en una ciudad muy poblada y se puso a matar a todos sus habitantes uno tras otro sin que nadie se atreviera a defenderse. He oído decir que un tártaro, no teniendo ningún arma y que­riendo matar a uno que había hecho prisionero, le ordenó que se acostara en tierra, fue a buscar un sable y después mató a ese desgraciado, que no se había movido.

sentim4

La conveniencia que manifiesta un temor prudente es provechosa; no lo es, en cambio,  la conveniencia de actuar de acuerdo a los dictados de un temor desbocado, pavoroso, ni tampoco la de actuar sin temor alguno –es decir, no ser precavido—cuando existe peligro. El temor prudente nos alerta sobre los peligros, mientras que en el temor desbocado esa alerta se hace obsesiva y nos paraliza o nos hace huir despavoridos.

En cualquier caso, la conveniencia que dictan los sentimientos es de por sí peligrosa si no está sometida al control de las razones del intelecto que miran por nosotros mismos. No ha sido infrecuente en la historia que el compadecido clave un puñal en la espalda del compasivo. En la encrucijada en que nos hallamos, con la mitad de la población africana y de Oriente Medio queriendo llegar a las costas europeas, esa historia es muy probable que se repita.

Percibimos otro tipo de conveniencia que no he nombrado hasta ahora y que quizá sea la más determinante en nuestra conducta. Me refiero a la conveniencia que percibimos en las cosas a través de las creencias que poseemos, pero de esto hablaré en una próxima entrada.

 

 

 

 

[i] René Grousset, El Imperio de las Estepas, página 304