Evolución de la mente.- ANIMAL MORAL

Este libro que presento y del que soy autor, Animal Moral, no es un libro de filosofía al uso, muy al contrario, en él se desdeñan a menudo muchas  razones que la filosofía emplea. Se trata de un libro de ensayos que, dentro de su mucha variedad de temas, versa sobre la conducta humana. Tanto de la conducta individual como de la colectiva, pretendiendo sonsacar sus causas recónditas y sus circunstancias.

En él se dan cita la biología y las neurociencias, la psicología y la filosofía, cada una de ellas en la medida en  que  aportan datos relevantes para intentar descifrar  lo íntimo de dicha conducta. Pero el libro hace singular hincapié en dos factores del comportamiento que hasta la fecha han sido examinados muy superficialmente: el sentimental e instintivo, y el de las creencias que poseen los individuos sobre los asuntos del mundo.

Los ensayos son los que enumero:

  1. Evolución de la mente.
  2. El subconsciente pasional.
  3. Creencias mágicas y religiosas.
  4. Las creencias en el grupo.
  5. La médula de las creencias.
  6. Moral, instinto y orden social.
  7. Moral, sociedad e historia.
  8. Hegel y Marx.
  9. El psicoanálisis,
  10. Marcuse
  11. El «buenismo».

Para comprar el libro puede dirigirse a http://www.eraseunavez.org o a www.agapea.com

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<span>Evolución de la mente.- ANIMAL MORAL</span> –
<span>(c)</span> –
<span>Fernando Joya</span>
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Hoy expongo un resumen  un  resumen razonado del primer ensayo, Evolución de la mente, en el que desfilan las condiciones del medio, las dificultades que hubieron de superar nuestros ancestros en las distintas etapas de su evolución, y las necesidades que debían resolver para lograr eficacia biológica.

Apartados del medio selvático en que se habían desarrollado sus ancestros y arrojados por cambios geológicos y climáticos a una hostil sabana, los primeros homo habilis  sólo encontraron un camino evolutivo factible para hacer frente al medio.  Fue el de un crecimiento cerebral que propiciara novedosas capacidades con las que suplir la carencia de fortaleza, velocidad, envergadura, fuertes garras…, que poseían otros animales que  habitaban la sabana. No se ha de olvidar que aquellos primeros predecesores eran esencialmente presas.

Tal camino ya había sido iniciado por otros primates cercanos, y seguir cualquier otro hubiera conducido a un callejón evolutivo sin salida posible.

Pero un aumento cerebral requiere alimentos energéticos, lo que motivó que los de su linaje se hicieran carroñeros y, más adelante, cazadores.

Como carroñeros podían tener alguna eficacia individualmente, pero como cazadores individuales eran un desastre. Solo la caza en grupo aportaba la suficiente eficacia. No obstante, esa eficacia solo se podía producir si el grupo actuaba como un todo organizado. En ese sentido, las adaptaciones biológicas que propiciaran la organización grupal cobrarían ventaja evolutiva.

También lo cobrarían ciertas habilidades como el lanzamiento de dardos o piedras y la fabricación de ciertos útiles para la caza y la defensa.

Ahora bien, organizar un grupo para que una cacería resulte eficaz requiere de numerosas acciones secuenciadas, y, sobre todo, requiere poseer dos capacidades: la de comunicarse con los otros miembros del grupo y la prever los escenarios y sucesos que pueden acaecer.

La primera de estas capacidades se fue paulatinamente construyendo hasta dar lugar a un lenguaje externo de signos que pasó  luego a ser oral, y a un lenguaje interno que es el pensamiento. La segunda capacidad requiere poseer imaginación para el futuro. Pero esta imaginación, que es la capacidad de proyectar hacia el futuro los hechos y las relaciones del pasado, necesita apoyarse en sistemas cerebrales como la memoria y el sistema de la imitación. Así que resolver  la necesidad de hacer eficaz la partida de caza produjo evolutivamente  nuevos sistemas de procesamiento cerebral y una red de relaciones entre ellos.

Pero no se ha de olvidar una capacidad nueva que resultaba decisiva para la aparición de las antes mencionadas. Me estoy refiriendo a la capacidad de aprender. Sin aprendizaje no puede darse la comunicación ni la imaginación.

Para que pudieran emerger todas estas capacidades el neocórtex tuvo que crecer mucho más que en otros primates. No solo para  aprender los requisitos de la comunicación y para gobernar sus sistemas motores, sino también para el aprendizaje de habilidades de piernas, brazos y manos, y para la creación y el uso de las tecnologías.

Y no solo el neocórtex. Para que lo aprendido se fije y se convierta en habilidad, para que resulte eficaz, debe automatizarse, debe hacerse rutina, debe ser manejada como manejamos los pedales de un coche, sin pensar en ello, y para esta automatización se precisa el concurso del cerebelo, que hubo de crecer a un ritmo igual o superior al del neocórtex.

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En fin, la imbricación de  los nuevos sistemas con los antiguos, produjeron facultades nuevas. Haciendo uso de la imaginación, el miedo se proyecta al futuro en forma de temor. El instinto se sostiene imaginativamente en forma de deseo. A su vez, la necesidad de regular el comportamiento individual dentro del grupo hizo surgir los sentimientos…

La necesidad, el azar, el medio, contribuyeron a pergeñar un organismo que, con pequeñas variaciones de unos individuos a otros, presenta una forma de percepción, una forma de procesar la información que recibe, una forma de sentir, de actuar, de desear y temer, en resumidas cuentas, de comportarse, que es la que poseen los individuos de nuestra especie. Somos el producto de todo el proceso evolutivo mencionado, somos de la forma en que la necesidad y las circunstancias del medio nos hacen ser.


Evolución de la mente.- ANIMAL MORAL –
(c) –
Fernando Joya

Medea. Arrebato[i] sentimental.

 

Crueldad, venganza y sentimientos.

En la filosofía griega la sentimentalidad fue mirada de reojo, con prevención, belicosidad o desdén. Tal actitud amarró  el posterior pensamiento filosófico ―hasta nuestros días―a la argolla de la idealidad, de lo etéreo de sustanciar el conocimiento del ser humano sin mirar sus entrañas, imaginándolo mediante el solo uso de la razón. La actitud de prescindir de las pasiones como causas motoras de nuestra conducta y como armazón de lo humano ha lastrado su quehacer desde entonces.

Sin embargo, la tragedia griega presenta al hombre desnudo, real, agitado violentamente por lo pasional. Si se trata de hallar lo real del «ser» humano, en sus pasiones se ha de mirar.

Soberbia, despecho, odio, crueldad, compasión, piedad, deseo de venganza… son las actrices que intervienen en la función sentimental que se representa en la Medea de Eurípides. Mírese atentamente en ella para encontrar lo humano.

Recuérdese que Medea es hija del rey de la Cólquide y que presta valiosísima ayuda a Jasón para conseguir el Vellocino de oro. Que despedaza a su mismo hermano Apsirto para que Jasón pueda escapar del cerco del rey, y que, llegados a Yolco, mediante un sutil engaño, da muerte al rey Pelias en defensa de los derechos de Jasón. Éste le jura fidelidad eterna. La obra que nos ocupa cuenta a Medea odiando a Jasón porque se ha casado con la hija del rey  Creonte, rompiendo así su promesa. Medea, en venganza, dará muerte a esa nueva esposa, Glauce, a Creonte, y a sus propios hijos.

La obra enseguida nos aporta dos bases sentimentales: en la personalidad de Medea ha hecho la soberbia baluarte, y Medea se siente despechada contra Jasón.

Dice el diccionario María Moliner que la soberbia «es una cualidad o actitud de la persona que se tiene por superior a las que le rodean, y desprecia y humilla a las que considera inferiores». El Larrouse añade que «es estimación excesiva de sí mismo en menosprecio de los demás». El soberbio destaca por «no dar su brazo a torcer», aunque tal actitud le provoque adversidad. El soberbio muestra empecinamiento en resistir y en despreciar. Se enroca cuando el sentido común aconseja el apaciguamiento.

Del despecho, que germina mejor en la mujer, dice la RAE que «es una malquerencia nacida en el ánimo por desengaños sufridos en la consecución de los deseos o en los empeños de la vanidad». El diccionario WordReference lo abrevia así: «Resentimiento por algún desengaño, menosprecio u ofensa».

Medea es soberbia, no se detiene ante nada; y siente despecho hacia Jasón porque este ha preferido a la joven Glauce, rompiendo el juramento de fidelidad pactado. Medea siente como injusticia el abandono de que es objeto (pues Jasón no ha cumplido ―en reciprocidad― con los enormes servicios que ella le prestó). Ese abandono lo considera ella una injusticia y una traición que se unen al despecho y lo agrandan, que hacen que destile odio.

Lo orgánico señala un único camino posible para aliviar el dolor que tales sentimientos le producen: la venganza cruel: producir en Jasón igual o mayor dolor que el dolor que ella sufre. La tragedia arranca.

Al comienzo de la obra la nodriza advierte del estado de ánimo de Medea:

                                            Aborrece de los hijos y no disfruta al contemplarlos

                                             Violento es su ánimo y no tolerará ser menospreciado

                                             Quien gane su odio no obtendrá fácilmente el premio de la victoria.

El deseo de venganza parece ocupar su conciencia. Ninguna otra cosa importa. Jasón ha de sentir un dolor y una pérdida semejantes a los que ella siente. La reciprocidad en el dolor se vislumbra como única fuente posible de satisfacción.

Lo que la psicología al uso no dice (quizás porque lo ignora o por prudencia o porque le temblaría la voz) es que cuando se odia con esa pasión con que Medea odia a Jasón, no solo se odia al individuo, sino también a cada uno de sus rasgos. Y no solo se odian esos rasgos en Jasón, sino también en sus hijos. Las similitudes con el padre, las muecas, las sonrisas idénticas, el cómo él y cómo ellos fruncen de igual modo el ceño, el cómo se parecen en los andares y cómo se enojan de manera semejante… A través del odio a esos rasgos, en el parecido que muestran con el padre, Medea odia a sus hijos.

La misma nodriza, demostrando una funesta previsión, ordena a un criado:

                                               Y tú mantenlos lo más apartado posible y no los aproximes a su

                                               encolerizada madre, pues la he observado ya dirigiéndoles a

                                                estos una mirada de toro, como si fuera a intentar algo.

Poco después, Medea confirma esa intención

                                               ¡Ojalá muráis en unión de vuestro padre!

Terrible sentencia que puede parecer increíble, pero que es harto sentida por cualquier mujer que desate sentimentalmente nudo semejante.

A Medea la sentimos muy capaz de llevar a cabo ese horrendo crimen; crimen que la satisfaría en el grado en que causase al padre un dolor semejante al suyo. Recuérdese que es soberbia y que está ocupada por el odio y el deseo de venganza.

No obstante, lo contradictorio del espíritu humano hace su aparición, y el dolor y la humillación sufridos parecen hacer mella en su ánimo, parecen imponerse sobre su soberbia, parecen abatirla. La aflicción aparece en escena.

                                               Perdida me veo y, al perder la alegría de vivir, quiero morir,

                                                amigas mías, pues quien sabía claramente que lo era todo

                                                para mí, mi marido, se ha convertido en el peor de los hombres.

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Dice también:

                                                ¡Ojalá una llama celeste me atravesara la cabeza!,

                                               ¡Ojalá deje esta vida odiosa!

En esos instantes Medea ve el mundo como un erial en donde sólo crece el sufrimiento. La depresión anímica parece tomar sus riendas. Todo es negro. La vida no merece ser vivida. Ahora siente que los hijos sufrirán el mismo calvario que ella ha sufrido. Se apiada de ellos. Por amor… ¡desea que mueran!

                                              Jamás entregaré mis hijos a mis enemigos para que sean ultrajados.

 

Pero enseguida el orgullo y la soberbia, acuden en su auxilio. Habla con Jasón y de ello se acrecienta su odio y se afirma su decisión de vengarse de él a través de sus hijos.

                                            Cualquier cosa menos causar risa en mis enemigos.

                                              Pues, no es soportable, amigas, ser la irrisión

                                               de mis enemigos

                                               CORIFEO: ¿osarías matar tu semilla, mujer?

                                                MEDEA: Sí, pues así sufrirá la mayor herida mi esposo.

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Sobre Medea planea la pasión de matar a sus hijos ¡por amor a ellos! o ¡por odio a Jasón!, según el estado de ánimo que prevalezca en ella, según se imponga la piedad o el deseo de venganza, según se doblegue su ánimo o la soberbia lo levante con furia.

En algunos momentos vacila, se arrepiente, piensa en llevárselos con ella fuera del país, se apiada, encoge su ánimo. En esos momentos la razón interviene para sofocar las violentas pasiones que la zarandean, pero la razón es endeble como una hoja frente a las tormentas del espíritu. Nada puede.

                                              Comprendo qué crímenes voy a cometer, pero

                                                más fuerte que mis pensamientos resulta mi ira.

 

Más que el amor a sus hijos, más que la razón, más que la piedad, más que la repugnancia moral del crimen, más que el dolor, más que la vida, puede en ella el grito del «yo» pidiendo satisfacer el deseo de venganza, demandando preponderar sobre Jasón, exigiendo devolver un sufrimiento acrecentado.

                                                 MEDEA: me beneficia el dolor, con tal que no te mofes tú.

                                                   …Tú, tras ultrajar mi lecho, no ibas a tener una vida grata

                                                   mofándote de mí; ni tampoco la princesa, ni quien te propuso

                                                   la boda, Creonte.

Y esas exigencias y demandas producen su efecto, la acción vengativa; y, en la venganza, la crueldad como elemento de gozo, de satisfacción.

                                                   JASÓN: ¿Y, con todo, los mataste?

                                                     MEDEA: Sí, por afligirte.

Ahora los dos sufren por igual. Empatan, lo que le produce satisfacción. Están en «paz» el uno con el otro. La representación toca a su fin.

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Ese bamboleo de sentimientos y estados de ánimo, esa ofuscada e inoperante razón, ese deseo de venganza cruel, esa profusa manifestación de la naturaleza humana, forman el verdadero entramado argumental de la obra. Si se han de buscar las razones íntimas del obrar humano, mírese en Eurípides y en la Tragedia griega, y no en idealizaciones ni en garabatos acerca del ser.

[i]  Arrebato tiene su origen en la llamada “a rebato” que se realizaba en una población por medio del toque de campana, llamando a los vecinos a la defensa ante cualquier peligro. La urgencia de atajar éste movilizaba a los hombres a actuar con toda su pasión.

 

 

Famas y modas

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Satisfacer a los snobs de la moda con lo extremo, con el esperpento,  con lo estrafalario, con la rareza, con la imitación de formas exóticas o con formas pertenecientes a otros ámbitos que nadan tienen que ver con el que trata la obra, son algunos de los recursos que los nuevos creadores aportan para subirse al carro de la moda.

La Nueva Cocina es un buen ejemplo de todo esto que digo. Si en el arte la belleza había dejado de ser un valor, en el mundo gastronómico deja de ser valor el sabor del plato y pasan a serlo las formas, los colores, los productos empleados, la tecnología usada en su preparación, la mezcla de gustos y olores ―sorprendentemente, también, la belleza― y, sobre todo, la innovación y la originalidad. Ferrán Adrià del restaurante El Bulli, y Andoni Luis Adúriz, del restaurante Mugaritz, son los principales representantes de este quehacer.

Por ello fueron encumbrados al altar de la moda y de la fama. El ya fallecido cocinero, Santi Santamaría, pretendiendo volver a colocar el sabor en lo alto de los valores por los que se debería apreciar el plato, se rebeló contra todo esto y fue abucheado y apaleado por la mayoría de compañeros de profesión.

Un gran fenómeno de la moda fue Chiquito de la Calzada. Saltó a esa palestra en el año 1994 con una nueva forma de contar chistes basada más en causar hilaridad con la acción y el esperpento que con lo escatológico o genital que suelen usar los cómicos al uso. Se convirtió en el mayor héroe popular que haya existido. Durante muchos años fue imitado hasta la saciedad en bares, televisiones, en las reuniones de empresa, en la escuela… La originalidad le dio un triunfo apoteósico que le llevó a ponerse de moda y a ser famoso.

También la moda se pasea por el boulevard de los sesudos filósofos y por el de otras categorías intelectuales. Derrida, Lacan, Marcuse, Heidegger, Marx, Freud… estuvieron de moda en su momento y todos alcanzaron fama duradera (que fuera merecida o no es otra cosa). Por cierto, me estoy percatando de que las modas no son tan pasajeras, que más bien resulta que la moda es un escalón primero y necesario para subir a la fama.

Los pseudointelectuales, esos snobs que creen pertenecer a una categoría especial de iniciados en el conocimiento profundo, son quienes mantienen la fama inmerecida de muchos famosos intelectuales. Y mediante su aplauso les hacen seguir subidos en el altar de la fama. Claro, viven a costa de ellos, de repetir como cacatúas sus asertos.

La filosofía académica hace ya mucho que parece haberse alejado de la realidad, y anda entretenida ensalzando y venerando a los buscadores de esencias metafísicas, cabalistas mistificadores de la palabra. Alejada de la Ciencia y de los descubrimientos científicos, se dedica a producir palabrería huera y vana acerca del ser y de la nada y de otras entelequias, pero es casi norma general que muchos filósofos caminen como el pavo real con el pecho hinchado y las plumas desplegadas mostrando una actitud altanera hacia los demás.

Sartre, Lacan, Heidegger, Derrida, son algunos de los filósofos que durante el siglo XX estuvieron de moda, y cada uno de ellos tuvo su fiel rebaño de seguidores. Para que la fama de un personaje sea perdurable ha de crearse en torno a él una tribu interesada que lo venere. Pero la tribu mayor fue la de Marx, fueron los marxianos. En los años 79 y 80 era difícil encontrar pseudointelectual alguno que no declarase en acta pública su profesión de fe a las teorías de Marx. Claro que pocos las habían leído, y casi ninguno las había analizado con criterios de realidad. Cuando los acontecimientos derribaron el muro de Berlín y el comunismo dejó de estar de moda entre la intelectualidad, la desbandada de marxianos hacia otras tribus próximas fue épica.

La pintura del siglo XX y la del siglo XXI coinciden con la filosofía en mostrar parecidos tics, en invocar significados abstractos muy alejados de la realidad, y en que sus prosélitos creen pertenecer a una categoría especial que posee especiales conocimientos y criterios para apreciar las obras pictóricas o del pensamiento.  También coinciden en considerar que el absurdo en la pintura y la oscuridad en la filosofía son valores a destacar.

De esa múltiple coincidencia se deriva también un semejante descreimiento acerca de la existencia de la verdad. De tanto tratar de jugar a las modas y a las formas, han llegado a poner de moda el nihilismo.  Cualquier cosa es arte, dicen los artistas. Cualquier verdad es relativa, dicen los filósofos. Así las cosas, quien da valor a la obra y quien la pone de moda es el autor que ya posee fama o que ya está de moda. Lo cual es otra vuelta de tuerca al absurdo. Si el autor posee el reconocimiento suficiente, cualquier broma suya se convertirá en objeto de veneración para el rebaño de los “entendidos”, y, mediante el seguidismo del sugestionado ignorante de las esencias, para todo el mundo.

Un artista reconocido puede crear sus obras lanzando botes de pintura sobre un lienzo, o, como Duchamp, poniendo una taza de wáter en una exposición. Sin duda alguna, esas algaradas serán consideradas obras de arte. O un acólito versado en liturgia filosófica puede tomar el siguiente texto de Hegel que habla de la planta y del animal,

El objeto mismo subsumido en el concepto es la planta, sujeta al elemento o a la pura cantidad de la tierra y produciéndose contra el elemento del aire en una infinita amplitud de producción de toda su propia individualidad y totalidad (por medio del concepto). … El concepto, de lo vivo subsumido en la intuición, es el animal; ya que esta misma subsunción es parcial,  sin que se dé también de igual manera la subsunción de la intuición en el concepto, lo vivo se representa de modo empírico real, infinitamente disgregado…

y descubrir en él profundidades insospechadas para los demás morales.

De todo lo cual se deducen dos importantes conclusiones: primera: que la naturaleza humana tiende a considerar en gran cosa e incluso a alabar aquello que dice un personaje que posee renombre, sobre todo si es oscuro y no se entiende; segunda: que tal alabanza la tiende a hacer pública con el fin de aparentar que “entiende” y, así, entrar a formar parte del elenco de “entendidos”, del elenco de los que están en la cresta de la ola de la cultura y la intelectualidad

En la moda del vestir, que aparenta ser de una volubilidad extrema, sin embargo,  el esnobismo es menor. Por mucho que un diseñador cobre importancia o que el gusto de los usuarios de la moda se fuerce mediante diversos reclamos propagandísticos, el diseñador ha de obtener el refrendo del comprador y en buena medida se debe ceñir al buen gusto para poder sacar adelante el negocio.

Más sencillo resulta forzar el gusto de los jóvenes, sobre todo a los quince años. Recuérdese la moda de los pantalones vaqueros para chicas  en torno al 2005.  La cintura del pantalón caía muy por debajo de las caderas, quedando expuestas a la visión del público no solo las temibles lorzas de grasa de la cintura desnuda, sino también el nacimiento de las cóncavas carnosidades de las nalgas y del abrupto tajo que las separa. Un auténtico cuadro abstracto. Por suerte la moda pasó.

Sin embargo, la minifalda de la británica Mary Quant perdura, no por ser bella en sí misma, sino porque permite lucir la parte quizás más bella del cuerpo de la mujer. Ahí radica su gran valor. Claro, siempre que la mujer sea joven y tenga piernas bien formadas.

Con esos condicionantes la minifalda entra en la moda que no pasa de moda, como la tortilla de patatas (de la que habla Yack en comentario a la anterior entrada), la Gioconda, las Meninas, el Tal-Majal, la Alhambra de Granada, Kant, la Sagrada Familia de Barcelona…, y tantas obras humanas que poseen fama incontestable por presentar razones de belleza, sabor, gusto, lógica o inteligencia aceptadas por el común de los mortales, por presentar razones que se adaptan a las tendencias de nuestra naturaleza.

Otras modas y famas que presentan razones poco consistentes puede que se mantengan largo tiempo porque tienen prosélitos que viven de ellas y las defienden. Escritores, filósofos,  artistas plásticos, la Homeopatía, el Psicoanálisis…, más pronto o más tarde serán arrumbadas por el tiempo al cajón de los desperdicios inservibles. Pero esto es otra historia.