Historia de España (III)

 

cortes de León

DE REYES, UNIONES Y DESCUBRIMIENTOS

El sistema parlamentario que se estableció en primer lugar en Europa no estuvo en Inglaterra ni en Italia ni Islandia ni en Flandes, sino en el Reino de León. Alfonso IX lo presidió en 1188. En las Cortes de León estaban representados tres estamentos, el clero, la nobleza y los comunes, esto es, los representantes de las ciudades del reino. No fue hasta el año 1250 que en Castilla, en las Cortes de Sevilla, se convoca como representantes a los “hombres buenos” de cada ciudad.

El sistema feudal tuvo en la España medieval –ocupada en la Reconquista—poco arraigo; tan solo en los condados de la Marca Hispánica, por su relación con el sur de Francia, se puede hablar, con limitaciones, de sistema feudal. Tampoco, de nuevo con la excepción de esos condados, tuvieron lugar en España   rebeliones sociales de importancia ni herejías de renombre.

Alrededor de 1460 la Casa de Trastámara reinaba en Castilla y León, en la Corona de Aragón, en Navarra y Nápoles. Mucha consanguineidad, pero, en fin, tantos primos y primas reinando pronosticaba una pronta fusión de reinos, lo cual era excepción en la Europa de la época. La Casa de Trastámara, que provenía de la baja nobleza gallega, se instaló en Castilla mediante una cruenta pelea de gallos, o quizás debería decir de machos alfa. Los dos gallos eran el rey castellano, Pedro I el Cruel, también llamado el Justiciero, y su hermano bastardo, al que se conocería después como Enrique II de Trastámara. Pedro I, rey entre 1350 y 1369, era un macho alfa en toda regla. Tres pasiones lo dominaron: guerrear cada año aquí y allá contra quien fuese (principalmente contra el Reino de Valencia, integrado en la corona de Aragón; tratando de arrebatarle ciudades y castillos); en segundo lugar, matar a nobles y familiares a mansalva por un “quítame allá esas pajas”; y en tercer lugar, fornicar con una variada colección de amantes.

Total, que un día se tropezaron rey y bastardo hermano en una tienda de campaña y se lanzaron como locos a hincarse el puñal. Pedro estaba encima, a punto de rematar a Enrique, cuando un caballero francés al servicio de éste lo sujetó y lo hizo caer, momento que aprovechó Enrique para clavarle el acero. Las palabras que pronunció el caballero, Beltrán Duguesclin, aún se recuerdan: “No quito ni pongo rey pero ayudo a mi señor”.

Ya he dicho que la cosa pintaba bien. Al morir Martín I, rey de la Corona de Aragón, sin descendencia, se eligió como sucesor al infante castellano Fernando de Trastámara (que sería conocido como Fernando de Antequera) en el llamado Compromiso de Caspe. Eso sí con la oposición de algunos condados catalanes. Su nieto, Fernando el Católico, se desposó con Isabel de Castilla y se fusionaron los dos reinos (aunque a punto estuvo de no ocurrir).

fernando de antequera

La recreación de la antigua Hispania alcanzó tal inmediato auge que se convirtió muy pronto en imperio. Se conquista Granada a los musulmanes, el Norte de África, las Islas Canarias, se anexiona sin oposición notable el reino de Navarra, el Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, derrota repetidamente a los franceses y a sus aliados por toda Europa, y el reino de Nápoles se mantiene ligado a España. Recordemos que Fernando el Católico (junto a César Borgia, de casta aragonesa) sirvió a Maquiavelo para dibujar las virtudes del Príncipe. Pero, ante todo, en el Haber de los Reyes Católicos figura con letras de oro el Descubrimiento de América.

reyes católicos

Hay gentes –que de todo tiene que haber—que desdeñan la importancia del hecho, e incluso lo maldicen. Hemos sabido los españoles vender tan mal las hazañas propias  y tan mal reconocer los propios logros, que, en buena medida, nuestras inveteradas rencillas  provienen de la falta de orgullo como nación que nos ha sido vendida. Cualquier país europeo se enardece con su pasado glorioso, aquí el enardecimiento es negativo, produce maldiciones o espanto. Ya se verá a qué es debido tanto resentimiento.

Pero, en fin, para exponer los la grandeza de los hechos voy a utilizar las palabras de un buen libro, Historia del Imperio Español, de Pedro Fernández Barbadillo, de la Editorial Almuzara.

Recogiendo las palabras de Gustavo Bueno, el autor subraya que España «se replicaba a sí misma donde se establecía», como hizo Roma, lo que la convierte en un Imperio «generador», tan diferente al estilo «depredador» de sus rivales europeos contemporáneos, lo que dio lugar a un inmenso mestizaje y al alumbramiento de una cultura específica y autóctona que ha perdurado hasta hoy.
¿Qué debe América a España, y al revés? Barbadillo consagra a ambas cuestiones sus respectivos capítulos, y no duda en aseverar, con una pizca de humor, que «si hubiese manera de valorar todas las aportaciones dejadas por España (…) el saldo superaría en mucho al oro y la plata extraídos por el Imperio», que la leyenda negra considera una rapiña. No se trató solo de la religión, la lengua, las universidades («las salamancas», las denomina, para ensalzar su calidad académica, homologable a la europea, y su rápida extensión), la civilización, el sentimiento de unidad del continente… También algo que suele pasar más desapercibido: el desarrollo urbanístico. En 1573 ya hubo un Plan de Ordenamiento Urbano de las Indias, tan bien ejecutado que «las ciudades americanas (…) fueron mucho más cuidadas y hasta saludables que las de la España peninsular y el resto de Europa». Y, sin embargo, a aquéllas les faltaba algo que todas éstas tenían: las murallas, salvo en el caso de enclaves atacados por piratas o, en Chile, por los araucanos. El resto del territorio gozó de algo desconocido en el Viejo Continente: una paz y un desarrollo sostenidos.


La primera campaña mundial de vacunación, la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna de la Viruela, que se inició cuando la corbeta María Pita partió de La Coruña en 1803. La colonización con familias canarias de la inmensa y vacía Texas para defenderla de apaches, comanches y franceses. Los matrimonios mixtos; las leyes para la defensa de los nativos; la lengua y la cultura; las escuelas…

Compárese con la situación de los indios en las colonias inglesas de Norteamérica: el genocidio planificado; compárese con el sometimiento de pueblos que los aztecas practicaban, con un salvajismo inaudito, cincuenta mil sacrificios humanos al año. En realidad Hernán Cortés pudo derrotar a los aztecas gracias a que se incorporaron a sus filas miles de guerreros tlaxcaltecas, que habían sido las presas favoritas de los primeros. Y otro tanto puede decirse de la conquista del Imperio Inca por Pizarro.

Que la viruela y otras enfermedades que llevaron los soldados españoles provocaran una mortandad espantosa entre los nativos, es cosa que achacar al infortunio. Pero que algunos victimistas profesionales  aleguen que solo fue un expolio es cosa que clama al Cielo. Seguramente querrían los tales seguir viviendo en la selva sin escritura ni rueda. Tales son los mismos o similares a quienes defendían la URSS desde ricas urbanizaciones europeas o americanas; o los que ahora defienden a la Cuba castrista o a la Venezuela de Maduro, pero desde la distancia, protegidos en España con sus millones en el banco y sus cuantiosas propiedades. Se trata de la impostura de hacerse ricos a costa de alabar la pobreza, o de alabar escenarios que ellos no pisarían por nada del mundo; se trata también de generar sentimientos de injusticia para que le alaben a uno como a un santo.

Una breve y singular historia de España II

califato omeya en españa

LA RECONQUISTA

La cifra estimada de visigodos en España es de 200.000 personas, mientras que la población ibero-romana se estima en 5 millones. El dato refleja el hundimiento de la organización social que había tenido lugar en todo el Imperio Romano, así como la desaparición de todo rastro de identidad grupal y moral que permitiera que hacer frente a una invasión de bárbaros germanos con tan escaso número de efectivos. Dos siglos de dominio visigodo no mejoraron la cuestión sino que favorecieron la invasión musulmana que, compuesta en un primer momento por poco más de diez mil hombres, se apoderó en pocos años de toda España.

Al contar la historia de los reinos musulmanes en España apenas se hace mención al hecho de que la mayoría de los gobernadores de las grandes ciudades eran muladíes, esto es, convertidos del cristianismo al Islam a cambio de seguir manteniendo su poder. Dado el escaso número de efectivos musulmanes que vinieron con la primera invasión, su método de conquista y asentamiento consistía en dejar una guarnición de soldados en las distintas zonas ocupadas y en pactar con los nobles visigodos el mantenerse en el poder a cambio de convertirse al Islam y de pagar tributos. Pero durante varios siglos la mayoría de población siguió siendo cristiana y hablando la lengua romance. Mozárabes se les llamó. Paulatinamente muchos de ellos fueron huyendo hacia el norte, poblando las regiones que los cristianos iban paulatinamente reconquistando.

Un error muy generalizado es el de suponer que las luchas durante los siglos de ocupación musulmana se produjeron  exclusivamente contra los cristianos.  Desde el año 850 hasta el 932 en que el califa de Córdoba , Abderramán III, les somete a obediencia, prácticamente toda la España musulmana se rebela contra el poder central, siendo dirigidos por los emires muladíes de las ciudades, y secundados por la población mozárabe. Toledo, Mérida, Badajoz, se declaran independientes, así como muchas pequeñas poblaciones de Lérida y Huesca. Y he aquí que surge una especie de bandolero en la serranía de Ronda, en Andalucía, Umar Ibn Hafsum, un muladí que trae en jaque a las tropas del emir de Córdoba y que llega apoderarse de Sevilla, Granada y otras grandes ciudades. Su vida es una absoluta fábula, siendo un maestro de engaños, de cambios de opinión, faltando a su palabra a la menor ocasión y declarándose cristiano en alguna ocasión.

Bueno, todo lo anterior pone de manifiesto que el mundo de al-Ándalus era de todo menos pacífico y homogéneo. Muladíes, mozárabes, árabes yemeníes, bereberes, cristianos al norte, y judíos, de quienes no hemos hablado aún; y también repoblación franca en la zona pirenaica, y gentes del Languedoc  en el norte de lo que hoy es Cataluña. Un explosivo cóctel de religiones, etnias, procedencias, culturas y lenguas.

Hablemos un poco de los judíos. Algunos eruditos retrotraen su llegada a España a los tiempos de Salomón, sin embargo, evidencia de su presencia solo existe desde la época romana. Se sabe que los primeros visigodos, de rito arriano, no les trataron muy bien, pero al adoptar Recaredo el catolicismo su situación empeoró gravemente. Así que recibieron con los brazos abiertos al musulmán y aunque obtuvieron algunas ventajas de los nuevos mandamases, no por eso tuvieron un trato benigno, ya que tuvieron que pagar impuestos extraordinarios y la discriminación hacia ellos no disminuyó. Sin embargo, con el tiempo, su laboriosidad, conocimiento y capacidad para lidiar con adversidades, muchos de ellos llegaron a ocupar cargos de relevancia tanto en las administraciones musulmanas como en las cristianas. Todavía existen unos cuantos miles de ellos, los denominados judíos sefardíes, esparcidos por todo el mundo que hablan el Román paladino, la antigua lengua que hablaban sus ascendientes en Sefard, esto es, la península ibérica. Todavía, esperando volver pronto, algunos conservan la llave de la casa de sus ancestros en Toledo, que tuvieron que abandonar cuando los Reyes Católicos les expulsaron. Ejercieron un gran papel durante el califato de Córdoba y los primeros reinos de Taifas; y en la Escuela de Traductores de Alfonso X el Sabio en Toledo. Maimónides y Ben Ezra fueron sus sabios más reconocidos.

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¿Qué pasó con reinos cristianos del norte peninsular? Tras la victoria del noble Pelayo en Covadonga, el reino asturiano se fue ensanchando hasta englobar a los condados de León, Galicia y Castilla, pero su rey Alfonso III el magno tuvo la “feliz idea” de repartir sus posesiones entre sus cinco hijos, y, así, con posterioridad, surgieron los reinos de León, Castilla, Navarra y Aragón, que anduvieron peleándose entre sí, juntándose y separándose, a la vez que guerreaban contra los musulmanes para obtener tributos de ellos.

Tras de estar a punto de perecer la organización musulmana en España debido a las revueltas de los muladíes, al empuje de los cristianos del norte y a los malos gobernantes del emirato, de pronto, con la llegada al poder de Alderramán III y su instauración del Califato en Córdoba, el reino andalusí se convierte en referencia del comercio y la riqueza del mundo, compitiendo con Bizancio. Acaba con las revueltas muladíes, frena a los cristianos del norte y los derrota repetidamente. Córdoba alcanza una población de casi un millón de habitantes, y su cultura se plasma en bellos edificios y en sabios de renombre. Pero todo tiene un fin. Todavía su sucesor agrandaría su nombre y riqueza, pero a costa de un coste fiscal agobiante y de traer numerosas tropas bereberes del norte de África. Almanzor se dedica a guerrear incesantemente contra los cristianos y a su muerte se declara una guerra civil que acaba con todo el esplendor del califato. Entonces cada medina se independiza y aparecen los reinos de Taifas. A partir del año 1030 empieza el gran declive del poder musulmán en España.(Con la aparición de las Taifas y de los diversos reinos cristianos ya se nos prefiguraba a los españoles un afán por vivir juntos pero independientes y reñidos)

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El año 1085 Alfonso VI de León conquista Toledo a los musulmanes –que como Zaragoza y otras ciudades con gobierno musulmán, pagaban parias, tributos, a los reyes de Castilla y de León—y entonces comienza el principio del fin. Toledo era una ciudad emblemática porque había sido capital del reino visigodo y porque poseía un gran simbolismo para los cristianos. Entonces se unen los reinos de Castilla y de León y parece que la reconquista durará unos pocos años, pero los musulmanes llaman en su auxilio a los Almorávides, un nuevo poder musulmán en el norte de África.

Dos hechos son dignos de ser destacados en esta encrucijada. En primer lugar, que los gobernantes de todos los reinos cristianos de la península acuden a rendir homenaje a Alfonso VI, quien había sido coronado emperador (Imperator totius Hispaniae) en León. El segundo hecho a resaltar es que en todo el mundo musulmán  a partir del siglo XI la interpretación moralmente más rígida y menos amiga de la libertad de conciencia se impuso a todas las demás, y la fuerza creativa del mundo musulmán desapareció. En la España musulmana no fue menos (aunque la cultura siguió floreciente unos decenios en los reinos de Taifas). Almanzór, antes de la llegada de los almorávides ya hizo quemar la estupenda biblioteca de Al Hakam II, pero con la llegada de los almorávides y más adelante y, sobre todo, con la llegada de los Almohades, todo libro distinto del Corán fue objeto de persecución y quema.

En diferentes oleadas los almorávides llegaron a apoderarse de los reinos de Taifas, y aunque mantuvieron por unos años la expansión castellana, el rey de Aragón Alfonso I se apoderó de Zaragoza y de plazas circundantes en 1118, y tanto era el descalabro de los almorávides para entonces que realizó una razzia por al-Ándalus sin apenas enfrentamientos y se le unieron 24.000 mozárabes con los que repobló las nuevas tierras conquistadas. De nuevo la suerte de los musulmanes en España perecía echada, pero de nuevo apareció por el sur un nuevo ejército musulmán, con una rigidez religiosa más extrema que la de los almorávides, los almohades, quienes primeramente sometieron con grandes esfuerzos a los almorávides y luego detuvieron a los reinos cristianos.

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El choque que resolvía el destino de los musulmanes en España se conoce como la batalla de Las Navas de Tolosa. Alfonso VIII había sido derrotado en 1195 en Alarcos por los almohades, así que se buscó una coalición de reyes cristianos para hacerles frente: el reino de Castilla, la corona de Aragón, el reino de Navarra, la Orden de Santiago, la de Calatrava, y los caballeros Templarios y Hospitalarios. El resultado fue una total victoria a favor de las agrupación cristiana. Tal hecho ocurrió en 1212. El poder musulmán, tras cinco siglos, acabó en España. Para mediados del siglo XIII solo se mantuvo en pie, y a costa de pagar un enorme tributo a los reyes castellanos, el reino de Granada.

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