Cayetana Álvarez de Toledo, ¿políticamente indeseable?

Como portavoz del Partido Popular (PP) en el Congreso de Diputados, Cayetana Álvarez de Toledo desarboló con su verbo certero y ágil la imagen política de Pablo Iglesias Turrión, líder populista cuya declarada intención es la destrucción del sistema político español y a imposición de una dictadura comunista. El pago que recibió por ello del líder de su propio partido, Pablo Casado, fue su destitución de la portavocía que venía ejerciendo, y el arrinconamiento político.

La sombra de Caín es alargada y gravita demasiado a menudo sobre la política española. El líder del PSOE y presidente del gobierno de España, Pedro Sánchez, se rodea de descerebrados e inútiles para su propio realce. Pablo Casado, líder del PP, metafóricamente, escupe y aparta de un manotazo a la mente más preclara del panorama político español; a la mejor y más lúcida oradora del Parlamento. Los motivos de uno y otro son claros: los mediocres con poder tratan de evitar a toda costa que alguien cercano les haga sombra.

Uno puede entender que los políticos de la izquierda —con repugnancia notoria a todo cuanto huela a mérito o distinción— declaren a Cayetana persona non grata y la consideren enemiga mortal. Uno puede, también, entender que sus compañeros políticos del PP —preocupados esencialmente en tener el pesebre bien lleno— abjuren de ella, siguiendo instrucciones de su acobardado líder Casado. Sin embargo, ha sido una gran sorpresa para mí el comprobar que tampoco entre las gentes que no viven de la política tiene Cayetana mucho predicamento. Creo entender el porqué.

Tiene que ver con el cúmulo de ideas y valores asociados al concepto Ilustración. La Ilustración germinó en Escocia, Inglaterra y los Países Bajos, y tuvo un punto álgido en el limen de la Revolución francesa. Por sintetizar, diré que significa el triunfo de la razón sobre el dogma. Cayetana es, en todo el amplio sentido del término, una mujer ilustrada; digo más: Cayetana simboliza hoy, como ningún otro,  la Ilustración. Pero tal dignidad es hoy en día un pecado grave.

Ahora que la ONU y otros organismos han creado la Iglesia del Cambio Climático —con su muy activa Inquisición—; ahora que han vuelto la caza de brujas, los dogmas, las santidades con pereza mental al modo de  Greta Thunberg; ahora que vuelven los tiempos oscuros y tenebrosos, que todo es engaño y ocultación; ahora que la gente rinde vasallaje a cualquier memez si viene sentimentalmente repleta…; ahora, digo, la distinción, la cultura, la inteligencia, la valentía de Cayetana en defensa de la nación española y de sus valores constitucionales, es una total afrenta para todas esas huestes que esperan temerosos un apocalipsis climático, y, esperanzados, un nuevo orden mundial. Todas esas huestes que rechazan por malvado todo cuanto signifique verdad, sentido común y razón.

Cayetana Álvarez de Toledo arrastra consigo la mácula de ser excelsa en su argumentación, y eso la envidia no lo perdona. Cayetana lleva dentro de su pecho el signo de la Ilustración, y eso no lo perdonan los defensores de la barbarie y el dogma. Cayetana es valiente e inteligente, y eso es un desmérito para los cobardes y los mediocres. Por todas estas razones es repudiada por las masas.

Aunque, si uno lo piensa bien, lo sobresaliente siempre ha sido excepción y la envidia siempre ha sido compañera de la mediocridad. Si uno lo piensa bien, la Ilustración no ha penetrado nunca en el corazón de las gentes, que prefieren la seguridad del dogma y la emotividad como valor. Al fin y al cabo, la razón es de manejo arduo, mientras que el pensamiento mágico surge de la espontaneidad. Al fin y al cabo la democracia es solo una rara anomalía histórica, así que vuelven a su lugar de siempre las inquisiciones, las dictaduras y los dogmas. Ahora la Ilustración y sus símbolos son «fascistas».