FAMA, MODA Y SNOBISMO

 

La fama es la atención preferente que dispensa el público de un cierto ámbito social hacia un sujeto, objeto, tendencia, idea, diseño, modo, manera o forma de hacer, por ciertos méritos, cualidades o gracia que se le atribuyen.

La moda conlleva fama focalizada en un cierto momento, pero también marca tendencias, es decir, incita a las gentes del ámbito considerado a realizar ciertas valoraciones o a seguir ciertos usos. Por ejemplo, una moda pictórica, arquitectónica o del vestido, induce en las gentes el afán por contemplar la obra, valorarla, enjuiciarla, usarla  o comprársela.

La moda es por definición pasajera, como si no tuviese la suficiente consistencia como para perdurar más allá de un corto espacio de tiempo. Sin embargo, estando sometidos a los dictados de la estupidez humana, suele ocurrir que algunas modas no pasen de moda y que famas merecidas apenas se mantengan en pie durante un breve periodo.

Los esnobs son los seguidores acérrimos de la moda en el ámbito que les resulta pertinente.

Sabiendo que el común de las gentes suele carecer de criterio para juzgar casi cualquier cosa que se salga de lo cotidiano de sus vidas, y que delegan su opinión en los líderes que les merecen respeto, resulta obvio concluir que una cosa se pondrá de moda cuando a los líderes de opinión les resulte conveniente y provechoso que se ponga. Su trabajo consiste en sugestionar al rebaño para que valore de forma adecuada lo que ellos pretenden que se eleve a los altares de la moda del momento.

Claro que algunos productos se ponen de moda mejor que otros, por ejemplo, lo original e innovador aporta un valor extra en sí mismo pues saca de su tedio al público y le abre los ojos a nuevas perspectivas y nuevas razones. En épocas de aburrimiento lo novedoso arrasa. Pero, también,  lo original, es decir, la originalidad aportada por el creador,  aporta a los snobs la posibilidad de encontrar nuevas oportunidades que redunden en su provecho. Los snobs se suman al carro de lo novedoso, quieren aparecer montados en la cresta de la ola, pretenden desplazar a los que conducen “lo viejo”.

También lo estrafalario y extremo se toman como valores añadidos. Sobre todo en aquellas obras donde, por su temática, se carece de criterios objetivos para enjuiciarlas.  En el mercado del arte contemporáneo lo estrafalario resulta incluso un criterio. Dada la volubilidad de los creadores artísticos, que de usual basan  su afán creador en procurar salirse de la norma, lo estrafalario casi siempre es acogido como arte en estado puro. Así que, de esa forma, por haberse ido añadiendo criterios nuevos en la valoración de la obra artística, la belleza ha dejado de considerarse valor esencial para juzgar la bondad de la obra. Por ejemplo, he aquí una obra de dudosa belleza del reciente Premio Príncipe de Asturias de este año, Frank Gehry:

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La fuerza que produce la unión entre los creadores  es otro valor añadido. Resulta bastante usual que surjan y se pongan de moda movimientos pictóricos arquitectónicos o filosóficos. El apoyo que se brindan unos a otros resulta crucial para crear una vanguardia de moda. En el magnífico blog http://tertuliafilosoficatoledo.blogspot.com.es/2007/11/qu-es-el-arte.html se sugiere que el Impresionismo en la pintura surgió de un grupo de pintores mediocres. En realidad, casi es determinante la pertenencia a un grupo para que la aportación de un individuo pueda pasar a ser altamente valorada o incluso ponerse de moda.

Sin embargo, quienes aportan más valor para que la cosa se ponga de moda son los mecenas, críticos o padrinos, todos ellos relacionados por actuar como líderes de opinión para la moda en cuestión. La crítica elogiosa de un crítico con renombre, la apuesta de un gran empresario por una forma arquitectónica para sus empresas, el recibir un premio económicamente importante como el Planeta…, producen ipso facto la conversión del creador en famoso y su ascenso al atrio de la moda.

Se puede ascender a la moda, pero mantener la fama es mucho más arduo. Sobre todo en ciertos ámbitos en los que la fama se gana, se mantiene o se pierde en cada envite nuevo que se hace. Un novelista puede saltar a la fama en un instante si gana un importante premio literario, pero luego se enfrenta al criterio de los lectores, que es inapelable.

Claro que el criterio del gozo en la lectura solo es aplicable a los casos en que la obra se destine a todos los públicos. Si, por el contrario, los destinatarios son unos pocos, entran en juego otros factores distintos a los del gozo lector. La creación poética es un caso de estos. Un poeta puede alcanzar fama o puede ponerse de moda habiendo vendido solo unos pocos libros. Pero la influencia de los intelectuales que lo leen ―que constituyen su público― es quien lo eleva a los altares. Y entre los intelectuales el esnobismo es la clave. Puede ser que el poeta de marras no les guste o incluso no lo hayan leído, pero si goza fama de maldito o lo asciende algún líder reconocido, pronto todos se suben al carro de las carantoñas, las reverencias y las veneraciones. En realidad no existe nada tan tonto como un “intelectual”.

Tomemos el Ulises de James Joyce. El libro es originalidad y complejidad a partes iguales. El gozo lector es un gozo intelectual más que de los sentidos, el gozo del que busca descifrar acertijos y componer organizativamente un orden y una estructura. La mayoría de los que compran el libro lo abandonan a las pocas páginas. Al respecto, el cineasta español Gonzalo Suarez ilustraba humorística y bellamente este abandono en una de sus novelas. Creo recordar que al protagonista le dispararon, pero la bala se incrustó en el Ulises de Joyce que llevaba bajo el brazo y no pasó de la página  sesenta. Sin embargo, en torno al Ulises se ha creado una hermandad que practica la mística literaria de abundante ritualidad.

Bien, he nombrado muy alegremente y sin mucho criterio a los “intelectuales”. No. Me refiero a los pseudointelectuales que tanto abundan aunque se adornen con las plumas de la intelectualidad. Me refiero aquellos que jamás han pronunciado una idea original, que suelen dárselas de expertos repitiendo como papagayos frases sin sentido acerca de tal obra o tal artista, o invocando en todo momento figuras de autoridad en la filosofía o en la psicología a las que jamás han entendido.  Esos forman el hatajo de snobs más delirante y esperpéntico.

Así que la obra susceptible de merecer la fama o estar de moda ha sido desligada de la belleza o de otras cualidades meritorias y se le liga a la originalidad, a lo extravagante, a lo extremo, a lo sensitivo, a la complejidad o a otros criterios, como modo de ponerla en valor, de justificarla. Y en este juego de la justificación aparecen los “entendidos”, los pretendidamente iniciados en la ciencia del reconocimiento de supuestos valores que el neófito se muestra incapaz de aprehender por sí mismo. Claro que estos “entendidos” viven de eso, ¿cómo hemos de creerles?

 

SEGUIRÁ…

BIBLIOLITAS

 

 

Hoy es el día mundial de las bibliotecas y por la veneración que las profeso maldigo a los bibliolitas. Un bibliolita es un destructor de libros, es un destructor de “los remedios del alma”, tal como tintaba en una escritura jeroglífica a la entrada al templo de egipcio de Imhotep. Paso a nombrar a los principales  que conoce la Historia.

 

El caudillo del Califato de Córdoba Almanzor, a instancias de los ulemas malikíes[i], mandó quemar la biblioteca de califa Al-Hakam,  con 400.000 ejemplares.

 

El califa almohade Yusuf  ordena quemar todos los libros de Al-Andalus a excepción del Corán.

 

Santo Domingo de Guzmán hizo quemar todos los libros de los Albigenses (y a estos también).

 

El emperador romano Diocleciano quemó todos los libros de alquimia que pudo encontrar en el imperio ante el temor de que la fabricación de oro produjera una gran inflación.

 

En sus andanzas por tierras británicas, los viquingos quemaron todos los libros que encontraron a su paso.

 

Nabomasar, fundador del segundo imperio babilónico, mandó destruir todos los libros para pasar a la posteridad como primer rey de Babilonia.

 

Con propósito semejante, Shih Huang Ti quemó todos los libros de China, a excepción de los de medicina. Quería que la historia comenzase con él.

 

El obispo cristiano Cirilo hizo quemar los libros de la biblioteca de Alejandría, y con ellos a Hipatia, la directora de la biblioteca.

 

Hitler, en la noche de «los cristales rotos» levantó grandes piras de libros tomados a los judíos.

 

En 1109 los cruzados, tras de tomar Trípoli,  quemaron los más de cien mil ejemplares de su enorme biblioteca. Sus textos eran sobre todo persas, griegos y árabes.

 

Trofim Denisovich Lysenko consiguió llegar a ser en 1938 presidente de la Academia Nacional de Ciencias Agrícolas de la URSS. Hizo prohibir la enseñanza de la genética mendeliana, y ordenó la destrucción de todos los libros e investigaciones basados en ella (y a los científicos también). Quería imponer una nueva biología dialéctica y comunista contra la “reaccionaria, capitalista, idealista y metafísica biología de Occidente”.

 

LA MALDIDIÓN ETERNA CAIGA SOBRE TODOS ELLOS.

[i] Seguidores de una de las cuatro escuelas de derecho del islam sunní.

Pensamientos a deshora

La moda siempre es extrema, extravagante y novedosa, lo que no quiere decir que esté relacionada en forma alguna  con la belleza.

 

Ser escritor es sinónimo de ser ególatra. Pero un ególatra que por temor se esconde del mundo.

 

El horror hacia la pena de muerte muestra una compasión encubierta hacia uno mismo. El sujeto, de manera generalmente inconsciente, teme que en el futuro, en mágica reciprocidad de situaciones, el condenado pueda ser él mismo. Piénsese que la compasión se expresa  por un temor difuso a la posibilidad de verse uno en el porvenir, imaginativamente,  en el lugar del compadecido.

 

Las herencias morales siguen produciendo sus efectos aunque su raíz moral ya esté seca. Así, en los países anglosajones se aboga por el éxito y la competencia; en los países escandinavos, por la virtud y las cosas bien hechas; en el sur de Europa, por la seguridad, el afecto y el delegar las responsabilidades en el Estado. Son, respectivamente, las herencias del calvinismo, del luteranismo y del catolicismo.

 

Las utopías anarquistas, socialistas o comunistas, coinciden en considerar que aboliendo del mundo todo aquello que no  gusta a los utópicos la sociedad se recompondría automáticamente y la felicidad reinaría para siempre en los hombres. Al eliminar todo lo que molesta,  los hechos, los asuntos, las circunstancias, la organización social, política y económica, discurrirían a la medida de los deseos de los hombres de forma plácida y ordenada. Propongo que las utopías pasen a llamarse el reino de Jauja.

 

Dos leyes de la naturaleza: El más guapo, el más inteligente, el más capaz, el más rico… sienten desprecio hacia quienes en la posesión de sus dones o  de sus bienes están por debajo. La segunda ley señala que estos últimos sienten envidia y resentimiento hacia los primeros.

 

Ilusamente cree el filósofo que el motivo de sus pesquisas y de su ser en el mundo es la búsqueda de la verdad. El religioso cree que su existencia obedece a un designio divino que, según la más antigua teología, nos ha puesto en la Tierra para que lo sirvamos y alabemos. El científico cree que su vida está dedicada a descubrir la esencia de la relación entre las cosas, la búsqueda del orden absoluto que gobierna el mundo, la búsqueda de la lógica eterna. El político dice enervarse por las injusticias que se cometen y pregona que lucha por el bien de la humanidad. Pero lo que todos buscan, desde el más común al más excelente, consciente o inconscientemente, es la propia satisfacción en forma de gloria, fama, riqueza o poder.

 

Quien posee ideología es un individuo, pero quien meramente sigue las consignas que  una ideología supura, y se encadena a ellas, ese es un esclavo.

 

 

Altruismo versus egoísmo

El organismo humano es el eslabón de una cadena que obra con la intencionalidad –consciente o inconsciente—de prolongarse y de persistir en el tiempo. Todos nuestros sistemas y órganos laboran con esa intención, aunque no con infalibilidad en el propósito de la acción, pues están sujetos a errores y, consecuentemente, al desgaste y al fallo. Somos, de esa guisa, esencialmente egoístas, siempre miramos –en lo más íntimo del organismo—por nosotros mismos.

Sin embargo, no podemos obviar nuestra historia como especie: conseguir eficacia biológica a través de la supervivencia del grupo al que se pertenece; ser subsidiarios en nuestra eficacia biológica de la supervivencia del grupo. De dicha subsidiariedad nace el altruismo: me sacrifico por el beneficio de mi grupo o de alguno de sus miembros para obtener, derivativamente, un beneficio que compense con creces el sacrificio que realizo[1]. Lo cual, claro es si es así, no hace sino poner de manifiesto el carácter de egoísmo camuflado que tiene el altruismo.

¡No hay que alarmarse!: Los términos «sacrifico», «beneficio», «compensación», no se refieren necesariamente a conceptos ni a conciencia, aunque en ocasiones lo hagan, sino que actúan como operadores en el ámbito sentimental del organismo. Aclaremos esto: un altruista «puro» no se sacrifica por el bien de otro individuo por cálculo consciente, sino por necesidad imbuida de sentimientos. El organismo[2] «percibe»[3] –errónea o acertadamente—lo que le resulta conveniente (y todos sus órganos y sistemas obran «para» la supervivencia) y emite el correspondiente sentimiento para lograrlo.

Se puede alegar: ¿Cómo sabe el organismo aquello que le conviene?, y ¿cómo reconoce esa conveniencia en las cosas y los hechos?, es decir, ¿cómo maneja el organismo ese a priori y ese a posteriori? Recuérdese que nos movemos en busca de la seguridad y del placer, y huyendo del dolor y del peligro; y adviértase que obramos en el presente con la mirada puesta en el futuro, y con los pertrechos –conciencia, conocimientos e idiosincrasia sentimental—esbozados en el pasado mediante el aprendizaje.

A la primera pregunta: el organismo «sabe» a priori  que lo conveniente se halla en el mejor-estar y sentir que resulta factible. Ese «saber» es obra de todos sus sistemas y órganos, pergeñados por la utilidad de que hicieron gala para la supervivencia; todos ello miran y velan por el mejor-estar del organismo. Y, en relación a la segunda pregunta, ¿cómo y en qué lugar reconoce el organismo ese mejor-estar-y-sentir, esa conveniencia? Para ello, percepción de seguridad, de peligro, de placer, de dolor, confluyen y batallan, pero con proyección de futuro; no se evalúa e interpreta sin más el presente, sino las consecuencias de una acción u otra en el futuro; y se ponen para ello en acción la conciencia, con su imaginería, con su razón, con sus recuerdos…, y las emociones y los instintos, y se produce un acuerdo sentimental: «ha reconocido». Ha reconocido, ha elegido el mejor-estar-y-sentir, aunque sea la muerte (la muertecomo mal menor, entiende el organismo). Lo cual parece paradójico, pero no lo es si se tiene en cuenta el carácter operativo de los sentimientos y que en gran medida han sido aprendidos. Los mecanismos de sentimentalización los tenemos ahí porque resultaron ser beneficiosos para nuestra supervivencia; pero ese beneficio pertenece al ámbito estadístico, a lo que se fijó en el acervo genético: algunos del grupo podían morir (movidos por sentimientos) intentando auxiliar a otros miembros, pero en conjunto sobrevivieron más individuos que en caso de no haberse ayudado, y sobrevivirían con mayor probabilidad aquellos que se ayudaron, aquellos que tenían sentimientos para ello, para comportarse altruistamente. Así que, retorciendo la paradoja: el actuar altruistamente incluso con el resultado de morir por ello, no contraviene el que íntimamente seamos egoístas, es decir, que miremos y sintamos siempre por el mejor-estar-y-sentir nuestro. Uno se siente impulsado a salvar a costa de su vida a su hijo que se está ahogando, porque en caso de no hacerlo su sufrimiento en forma de dolor por culpa y remordimiento será tan grande que desearía morir y haber muerto. Los mecanismos sentimentales producen esa culpa y ese remordimiento.

Ayudar a una anciana a cruzar la calle conlleva sentirse bien consigo mismo, conseguir miradas de aprobación de los viandantes, satisfacción por cumplir las enseñanzas recibidas en la infancia, sentirse orgulloso de ser un buen ciudadano, evitar el punzamiento de la culpa en caso contrario… Un misionero o un miembro de una ONG actúan altruistamente porque sienten un deber con el prójimo, que puede obedecer al sometimiento a la idea de Dios o a otra idea, y porque obtienen bienestar en el agradecimiento de los beneficiados de su ayuda, o porque se sienten mejor consigo mismo si tratan con gente dignas de conmiseración, o porque tratando con esa gente, que suele ser humilde, evitan la alteridad que les producen «los otros», o porque disfrute de unas vacaciones socialmente bien vistas. Siempre que se mire en el interior del altruista se encuentran razones egoístas, se encuentra un beneficio propio que se oculta. Lo cual no niega que el acto altruista no basado en el altruismo recíproco sea un medio ideal de convivencia social (aunque muy mal visto hasta épocas recientes por el marxismo y por la izquierda en general, que consideraban a la caridad nefasta).

El altruismo nació con vocación de cohesionar los grupos y permitir la cooperación entre sus miembros; ya ha sido recalcado que categorizamos el «nosotros» y el «ellos», y que aplicamos la compasión y el altruismo al nosotros, y otros sentimientos como la malquerencia y la crueldad al ellos. Pero al hiperextender el «nosotros» y contraer el «ellos» mediante el aprendizaje social, el altruismo y la compasión la extendemos a casi todos los miembros de la especie humana, e incluso a los animales.


[1] Tal como señala Edward O. Wilson (Consilience, p. 377), «Existe una ventaja selectiva hereditaria en pertenecer a un grupo poderoso unido por la creencia y el propósito devotos». Esto es, los grupos que manifiestan altruismo en la cooperación, tuvieron en el pasado mayor probabilidad de supervivencia, ¡sobrevivieron!, frente a los grupos menos altruistas.

[2] Recalco el «organismo» porque aunque el cerebro rige en gran medida la funcionalidad de los sistemas orgánicos, células de cualquier parte del cuerpo responden –individualmente o en grupo—al medio expresando proteínas de funcionalidad diversa, y sin la intervención directa del sistema cerebral; también el sistema nervioso autónomo, que recibe información de las vísceras y del medio interno para actuar sobre glándulas, músculos y vasos sanguíneos, aunque su acción viene mediada en muchos casos por el sistema nervioso central, en otros su impulso no llega al cerebro sino que es la médula espinal quien recibe la señal y envía la respuesta; este sistema se encarga de los reflejos viscerales. Así pues, resultaría muy erróneo hablar de la conciencia para explicar nuestras acciones, incluso sería insuficiente hablar del cerebro en su totalidad; hablar del organismo es lo adecuado.

[3] Percepción en el sentido amplio, como información de los sentidos, evaluación e interpretación.

Fases de la revolución socialista

Dice Bertrand Russell en La conquista de la felicidad que «Hay personas que al sentirse desdeñadas se vengan desatando revoluciones en el mundo o mojando su pluma en hiel … Muchas veces tales personas se engañan a sí mismas creyendo que están arrasando para construir de nuevo, pero cuando se les pregunta qué construirán más tarde hablan vagamente y sin entusiasmo, después de haber hablado de la destrucción con precisión y calor. Esto es aplicable a no pocos revolucionarios, militaristas y otros apóstoles de la violencia. Actúan siempre sin darse cuenta de ello, movidos por el odio: la destrucción de lo que odian es su propósito verdadero, y sienten una relativa indiferencia por lo que ha de suceder después.»

Movidos por el odio y teniendo en el horizonte imaginativo la idealizada sociedad que fabrica su deseo, los revolucionarios se lanzan al asalto del poder sin preguntarse qué hacer después de vencer. Una ilusión construida irracionalmente les hace creer que después de derribar las instituciones y poderes que estorban, estos se reconstruirán solos en la forma que dictan los propios deseos, pero la realidad del día después desbarata inmediatamente la ilusión construida y se tienen que echar mano de fórmulas totalitarias para seguir manteniendo el poder. Tal es el gran drama de las revoluciones.

De manera general, las revoluciones socialistas han ido alcanzando hitos similares y han desembocado en la misma tragedia, una tiranía personal o de partido. Tomo de ejemplos a las revoluciones en Cuba, Rusia, China, Camboya e incluso la pretendida revolución de Podemos en España. Los hitos o fases por las que discurren son las que siguen:

Fase prelimiar:
Existencia de condiciones de opresión, corrupción o miseria muy elevadas .

Fase 1
El resentimiento acumulado por los jóvenes contra la situación política y social, origina grupos y movimientos contestatarios que suelen actuar de forma asamblearia en la clandestinidad .

Fase 2
Debido a la dinámica del movimiento asambleario, las ideas más extremistas y los individuos más capaces se imponen como líderes .

Fase 3
El programa de acción que establecen es el de dinamitar la organización político-económica y social existente, con la exaltación del Socialismo y de los valores del Igualitarismo, así como el desprecio a la “democracia burguesa” .

Fase 4
Mediante acciones generalmente violentas, se intenta la toma del poder.

Fase 5
Las primeras medidas tras del triunfo revolucionario suelen consistir en expropiaciones forzosas, controles del mercado, y repartos de bienes para satisfacer las ansias igualitaristas de los seguidores.

Fase 6
Amenazados, muchos empresarios, emprendedores, el capital internacional y los individuos más cualificados, salen del país.

Fase 7
La economía del país enseguida se resiente. Parte de la población se opone al nuevo orden que se quiere imponer. Se suceden las revueltas contra el nuevo gobierno, y en muchos casos se llega a la guerra civil.

Fase 8
Para poder sofocar mejor los descontentos y la desilusión de la población, el gobierno revolucionario se hace con el control de todos los poderes. El régimen enseña su cariz totalitario.

Fase 9
Se agudiza la ruina económica por la salida de capitales y de recursos humanos señalados en la fase 6. Se empieza a disipar la buena acogida de la revolución en amplios sectores de la población.

Fase 10
Con el fin de mantener la revolución a toda costa y a cualquier precio, comienza un proceso de adoctrinamiento extremo, y se impone una dictadura que en algunos casos resulta hereditaria .