La envidia y sus fórmulas sociales

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La envidia inventa todo tipo de fórmulas y argumentos éticos. La fórmula más general es aquella que identifica la igualdad con la justicia, o más precisamente, “desigualdad es sinónimo de injusticia”. Dicha fórmula ha sido repetidamente empleada a lo largo de la historia para atacar el desigual reparto de riquezas, pero su aplicación se ha extendido en la actualidad a campos muy distintos del puramente económico.

La envidia es el sentimiento con el que acusamos  de nuestra propia impotencia a los que nos hacen sombra , y, ya digo, se extiende a campos muy diversos. En este mundo nuevo en el que cualquier locura se puede convertir al poco en valor de moda, hay ahora quienes alegan que es una injusticia ser feo o fea porque la fealdad presenta desventajas para vivir la vida, sobre todo desventajas a la hora de satisfacer los impulsos de la sexualidad. El caso es que pretenden poner remedio a tal injusticia y a fe que lo conseguirán en un futuro próximo. Cuando la cirugía estética se haya convertido en rutina, exigirán que el Estado repare su fealdad con un rostro y un cuerpo a la carta (hace años se tenía a mano la piadosa argucia de considerar que la verdadera hermosura moraba en el interior de cada cual, pero tal tipo de hermosura ha caído en el olvido y apenas cotiza en la bolsa del valor social).

Conociendo los estragos que la envidia podía producir, los promotores del modelo educativo español (presumo que sufrieron en sus propias carnes el mal de la mediocridad)  conocido como LOGSE, en los comienzos de su implantación en España, promocionaron el lema “que nadie sepa más que nadie”, esto es, que ningún alumno podía adquirir más conocimientos que los que poseyera el más retrasado de la clase. Con buen criterio los profesores se negaron a seguir el dictamen de tamaña estupidez. Pero últimamente se lanzan las campanas mediáticas a favor de que es un pecado destacar intelectualmente, y para dar argumento a las campanadas se señala que la inteligencia no tiene nada de innata sino que es producto del ambiente educativo en que se ha desenvuelto la infancia de una persona, así como de los estímulos que ha tenido, lo cual tiene grandes repercusiones igualitarias en  campos distintos al intelectual.

Ya que según estos adalides de la educación la inteligencia es aprendida, apoyándose en la fórmula antedicha (igualdad = justicia), propugnan que todos debemos de tener la misma inteligencia, y para ello todos los niños deben de criarse en el mismo ambiente social, con los mismos recursos y lejos de cualquier distinción económica o cultural. Todos deben aprender lo mismo y tener la misma inteligencia. Pero tal cosa implica –tal como preconizan los miembros de un grupo político catalán situado en la extrema, extrema izquierda (aunque prácticamente todos sus dirigentes son hijos de papá)– apartar a los niños de sus padres y criarlos en una comuna. Tengo para mí que de llevarse a cabo tal experiencia y de resultar que, aun así, algunos niños se mostrasen intelectualmente más despiertos que otros, les efectuarían una lobotomía para igualarlos.

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Así que, de lo visto, la fórmula ética que equipara desigualdad con injusticia, fórmula dictada por la envidia, conduce en su aplicación a una sociedad totalitaria donde el colectivismo impera por encima de cualquier individualidad y de cualquier potestad paterna. Una sociedad que podría devenir en la anunciada por Huxley en Un mundo feliz. Pero las fórmulas éticas pueden ir cambiando con el tiempo. Tal ha ocurrido con la usada por la vanguardia del feminismo. Primeramente luchó por la igualdad en derechos y libertades entre hombres y mujeres. Posteriormente—quién puede negar que la envidia estaba tras ello— alegó que unos y otros eran lo mismo, una mera construcción cultural o social llamada género, y que cualquier referencia a distinción de sexo, cualquier referencia a la biología, era un crimen machista y fascista, que al fin y al cabo representa lo mismo para esa vanguardia.  Si todos somos iguales, no tiene sentido la transexualidad, así que rechazaban a los transexuales. Ahora, reciente, han encontrado una fórmula mejor. Conceden que el género es algo variable, que no es el mismo para todos, ni siquiera para una persona en distintas épocas de su vida, ni siquiera de la noche a la mañana. Uno lo puede escoger de entre los 120 géneros distintos que esa institución transida de locura que es la ONU ha promulgado. Un género por la mañana, otro por la noche, o según el día de la semana o según la ocasión lo requiera. Así que la transexualidad (o mejor dicho, el transgénero) ha pasado, de ser rechazado, a convertirse en la esencia del ultrafeminismo que nos amenaza cada día.

Como se puede observar, con la envidia como artífice cualquier locura es posible. Pero tales locuras son harto peligrosas porque llevan adosadas el odio y la revancha, aunque no es tiempo de hablar de ello ahora.

De la existencia de Dios, la Biblia y los rebuznadores

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Si Dios existiera

Si Dios, en la forma en que lo ha imaginado nuestro deseo, existiera, el absurdo de tener que morir, de un ahora-ser y un luego-no-ser—el absurdo del sin-sentido de la vida—, se derrumbaría. Si tal Dios existiera, todo cobraría un nuevo valor y el morir ya no sería morir sino un vivir de nuevo. Un vivir donde el yo seguiría indemne, vivo; un vivir donde la bondad conmovedora sería rutina; donde el bienestar sería ser; donde los “otros” serían espejos de uno mismo. Si un tal Dios tuviera existencia, la dicha del instante  en que el sediento bebe el agua fresca de un manantial cristalino sería cosa eterna en el inagotable manantial del cielo. En la ardiente zarza de esa vida se consumirían nuestros anhelos, pero no su dicha. Si Dios existiera el absurdo de vivir sería abolido. Mas, me es imposible creer que tal Dios exista y que podamos redimirnos del absurdo que nos rodea. No puedo creer en ese intento de dar-sentido-a-la-vida.

 

La Biblia y los rebuznadores

 

Se dice que el asno rebuzna de gozo. Al asno se parecen quienes se jactan de no haber leído nunca la Biblia. “Ni siquiera un capítulo, ni siquiera una frase”, rebuznan algunos de ellos con alborozo. Los imagino entonces –no puedo evitarlo—blasonados con orejas de acémila, revolcándose gozosamente en el estiércol de su ignorancia. No digo que no-leer-la-Biblia actúe en menoscabo de uno mismo, pero, ¡jactarse de ello! He visto y oído asnos con ese pelaje hablar en nombre de la cultura (cultura que identifican con cuatro simplezas cinematográficas y algún dictado ideológico), alegando que la Biblia es bazofia religiosa; sin sospechar siquiera que la Cultura se fundamenta en gran medida en los Griegos y en la Biblia.

¿Qué hace a la Biblia indispensable?, ¿qué contiene? Contiene, en primer lugar, leyendas y mitos universales. El Diluvio, el Paraíso, el Arca, el Pecado Original, una cosmogonía creacionista, los Héroes fundadores, las luchas entre dioses… Con sus diferencias locales, tales mitos aparecen en todas las grandes culturas y civilizaciones del orbe. Pero contiene también la historia del pueblo hebreo desde sus orígenes arábigos de pastoreo hasta la llegada del conocido como Jesús el Mesías. La historia de un pueblo escogido por un dios único, Yahvé (o Yahveh, o Jehová, o Yahwe, o Yhwh) . Su nomadismo, sus conquistas, sus luchas, sus destierros, sus pecados, sus diatribas morales y las vicisitudes de todo tipo que acontecieron a los israelitas por más de mil años.

A mí me regocijan singularmente las historias-fábulas morales, hermosas todas, terribles muchas de ellas, la de Jonás el Profeta, lanzado al mar por unos navegantes para calmar las tempestades, tragado por una ballena que lo deposita a los tres días en una playa; la del patriarca Abraham, a quien Yahvé ordena ofrecerle en sacrificio a su hijo Isaac como signo de sumisión y obediencia, y que  solo cuando ya estaba dispuesto a hacerlo detiene su mano un ángel enviado por Dios para sacrificar un carnero en lugar de Isaac; la destrucción de las perversas ciudades de Sodoma y Gomorra; la de los hijos de Isaac, Esaú y Jacob, comprando el segundo la primogenitura al segundo por un plato de lentejas; la de José, hijo amado de Jacob, abandonado por sus hermanos en un pozo y que gracias a sus dotes para revelar los sueños llegó a estar a la derecha del faraón de Egipto; la de Onán, a quien Yahvé dio muerte por verter en el suelo en vez de fecundar a la esposa de su hermano muerto; o la de Lot, sobrino de Abraham, a quien sus hijas embriagaron para quedar encienta de él; la de Sansón, el Hércules hebreo, cuya extraordinaria fuerza residía en su pelo… Contiene también un tesoro poético-erótico, el Cantar de los cantares, y el Éxodo: el pueblo israelita, guiado por Moisés, caminando cuarenta años por el desierto en busca de la Tierra Prometida; los Diez Mandamientos, las normas éticas por las que Occidente se ha regido durante dos mil años… No hay línea que no se lea con gozo y no deje  un brillante poso de cultura.

No es menos irremplazable la lectura del Nuevo Testamento, la vida y obra de Jesús el Nazareno. Ni faltan las historias fabulosas en tal libro: Las bodas de Canaan, donde un joven Jesús convierte el agua en vino; la multiplicación de los panes y los peces… Pero el Nuevo Testamento es sobre todo un nuevo código ético, un fundamento moral que sigue estando en boga en el mundo. Algunos pasajes, como la expulsión de los mercaderes del templo,  o la frase de compromiso dar a Dios lo que es de Dios y al hombre lo que es del hombre; No podéis servir a Dios y a las riquezas. Mt. 6-24; es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los Cielos. Mt. 19-24, fueron fuente de inspiración y ejemplo para muchos movimientos religiosos que surgieron en Europa a finales de la Edad Media y de aquellos más igualitaristas que florecieron tras de la Reforma luterana. El anabaptista Juan de Leiden, que implantó un reinado de comunismo cristiano en la ciudad de Münster fue uno de estos; y las utopías comunistas, como la de Campanella, expresada en su libro La ciudad del sol, beben también del cristianismo. Pero la fuente de la ética lanzada por Jesús surge principalmente de El sermón de la montaña. Ahí se encuentra el fundamento moral del comunismo, aunque los comunistas no lo sepan.

Pongo fin a esta incitación a leer la Biblia a prevenir a los rebuznadores. Espero que alguien la aproveche.