De encuestas, estadísticas y humana naturaleza

Es una verdad casi universalmente ignorada que el mundo se mueve por el interés propio y no por el bien común ni por el altruismo ni por designios divinos. Esa ignorancia de las gentes ―que creen tener otros motivos de conducta distintos a los que realmente tienen―se alimenta con engaños (el engaño es aquello que mantiene las cosas en su apariencia, ocultando su verdadera cara), y una de las mejores herramientas utilizadas para el engaño es la estadística.

Una forma sutil de engaño que quiero referir hoy es el de amañar los datos recogidos en sondeos de opinión. Mírense los datos estadísticos que ofrecen los medios escritos televisivos  antes de unas elecciones políticas y observarán cómo cada partido político mejora  sus perspectivas según su afinidad ideológica con el medio considerado. Pero, aún así, en este tipo de encuestas el margen para la manipulación y el engaño es limitado, pues el medio se juega su prestigio en caso de quedar su fraude de manifiesto.

En donde la manipulación de las cadenas televisivas y de los medios periodísticos no tiene límites es en la presentación de sucesos que la actualidad dota de relevancia pública. Por ejemplo, los datos relativos a las denuncias por maltrato a mujeres por su pareja sentimental varían, según cuál sea el medio encargado de hacerlas públicas y de la alarma social en las fechas de la publicación, entre un 5%  y un 35% . Pero aún varían más los datos sobre denuncias falsas que se presentan sobre presunto maltrato. Hace unos años la decana del colegio de abogados de Barcelona los cifró esa falsedad en casi un 60%, añadiendo que en muchos casos se correspondían con procesos de separación en donde estaba en juego el reparto de bienes matrimoniales. Desde que las agrupaciones feministas más radicales se le echaron encima con pasión parecida a la que ponían los sans-culottes en cortar cabezas, las estadísticas que presentan las cadenas de televisión han bajado esas cifras a menos del 10%, alegando, no obstante, que falsas, lo que se dice falsas, solo lo son en una cantidad cifrada en un uno o un dos por ciento. He de aclarar que las denuncias se multiplicaron desde que se promulgó la ley de Discriminación positiva de la mujer, que, en pocas palabras, posibilita que si una mujer denuncia a un hombre por maltrato o acoso sexual, éste es inmediatamente encarcelado sin miramientos; si es un hombre quien denuncia contra una mujer esos execrables hechos, se le ríen en sus narices.

Bien, he de señalar que los errores en la presentación de los datos estadísticos son frecuentes en las cadenas de televisión. En muchos casos son producto de la ignorancia de los propios presentadores, a quienes parece darles lo mismo 8 que 80. Un caso escuché en que el asunto empeoró: el presentador se disculpó alegando ser “de letras”, una bellaca estupidez que implícitamente llama idiotas a quienes no han realizado estudios de Ciencias.

Yo juro por lo más sagrado que no es infrecuente que algunas cadenas anuncien en primera plana, por ejemplo, un 60 %, lo reduzcan luego a un 40% cuando entra en escena la noticia, y que quede en un 20% cuando se desgrana ésta; o que 80 millones pasen a ser 8000 millones y queden finalmente en 80 mil. Recuerdo a este respecto al “gran estadista” Zapatero, anunciando a toda España que se procedería a disminuir la potencia del aire acondicionado en los ministerios del gobierno y que con esa medida se ahorrarían 3000 millones de euros en un año. ¡Pues si en vez de limitarse a disminuirla la hubieran suprimido, la deuda de España habría desaparecido!

Pero, volviendo a los sondeos de opinión, algunos de estos producen una reacción espasmódica en nuestras neuronas. Uno de ellos asegura que los españoles somos la gente más feliz de Europa. Señores, ¡con la cara de mala leche que ponemos a todas horas y el odio que nos tenemos los unos a los otros! ¿Qué veracidad presenta dicha encuesta?

Yo, al menos, tengo las siguientes objeciones: En caso de que a uno le pregunten en cualquier esquina cuál es su grado de felicidad del 1 al 10, ¿qué puñetas va a responder si es sensato? Confieso que una de mis posibles respuestas calificaría mi felicidad con un 10, para añadir a continuación mi disposición al suicidio. Pero, mirándolo bien, ¿se realizan realmente este tipo de sondeos de opinión, o todo es un engañabobos? La única explicación que encuentro plausible para realizarlos (si en verdad se realizan) es el de la corruptela de otorgar la realización de la encuesta a alguna empresa amiga del político responsable para beneficio de ambos. En España sabemos mucho de tales chanchullos. Sin embargo, lo más probable es que los datos sean inventados y que otorguen una u otra calificación a boleo, o fijándose en aspectos tales como el sol de que disfrutamos.

Bien es verdad que aunque tales sondeos importen un bledo a la población, de obtener una buena puntuación en ellos, como es el caso, a los españolitos de a pie nos llena de orgullo estar en lo más alto de la puntuación, y nos solemos jactar de ello y hacer chistes fáciles acerca de la poca nota que han sacado los suecos, por ejemplo.

Lo malo es que en otra encuesta semejante los franceses y los italianos destacan por encima de nosotros en el número de veces que hacemos el amor por semana. En fin, no podemos ser los mejores en todo.

Por cierto, los científicos no se libran de simplezas semejantes. Si no, atiendan ustedes a esta noticia: “Tras más de 10 años de investigación, el equipo médico de la Universidad de  […] en Estados Unidos ha descubierto que hacer el amor dos veces por semana es bueno para la salud”. Si el periódico se expresó con corrección y veracidad ―que ya es extraño, ¡vaya usted a saber!―, me pregunto: ¿se necesitaban tantas alforjas para tan corto trayecto? Además, en la noticia no se contemplan edades ni sexo, lo cual deja los dos polvos semanales en el limbo de los promedios, pues no se me negará que los beneficios para la salud de dos quiquis semanales no pueden ser iguales para un veinteañero empalmado, con priapismo, y para un octogenario, que ha de echar mano del viagra para empalmarse.

Pero lo que me desconcierta es el no conocer los métodos utilizados en el experimento.  ¿Utilizaban grupos de prueba que hacían el amor 2, 3, 1, 5, 7, 25, cero veces por semana?, ¿se siguió su evolución sanitaria durante 10 años?, ¿tenían parejas estables formadas o las variaban, digamos de que mes en mes o de año en año?, ¿contempló el experimento parejas homosexuales?, ¿se introdujo la variable del amor en grupo? No sé si las correlaciones o  las modas y medianas, las varianzas, la dispersión y las regresiones  funcionaron. Vamos, que yo creo más razonable y más lógico que los médicos se reunieran, se repartieran el dinero de la investigación sin más cuentos, y que luego de discutir unos instantes acordaron: ¿qué os parece?, ¿dos cópulas semanales nos dejan contentos?, pues ya está la investigación hecha.

En cualquier caso, para mejorar la salud de la población, yo propondría que de polvo en polvo se cambiara de pareja, y a ser posible que el compañero o compañera que se elija sea joven y hermosa. Les aseguro que sería un remedio sanitario infalible. ¡Vamos, la panacea!

Libre Albedrío III (y final)

images21

¿Qué ocurre a nivel neuronal cuando se produce un pensamiento o se toma una decisión? Ciertas regiones del cerebro se activan y se conectan; ciertas zonas de formación evolutiva reciente reciben aferencias de zonas más antiguas y viceversa. En esas activaciones no solo se transmiten potenciales eléctricos, sino también neurotransmisores e incluso hormonas, recorriendo circuitos que se ven afectados por su acción química y eléctrica, y activando otras redes y produciendo estados de ánimo determinados.

neurona1

¿De qué depende ese baile de sustancias químicas y eléctricas que se produce en las neuronas y en otros tipos de células llamadas gliales? De los ambientes químicos existentes en el interior y en el exterior de las células. Según sea la relación de desequilibrio entre esos ambientes y según sean estos, algunas largas proteínas singularmente enrolladas sobre sí mismas ―y que son las puertas de entrada y salida de sustancias de la célula―se abrirán o cerrarán al paso de ciertas moléculas o átomos, dando lugar al inicio y mantenimiento del baile químico señalado.

Así que la acción biológica de actividad celular se reduce a la acción química de ciertas moléculas, pero la acción química se reduce a su vez a una acción física: por ejemplo, el enrollamiento de las proteínas, su modificación en la apertura o cierre de sustancias a la célula, depende en último término de las cargas eléctricas de sus partículas interactuando con las cargas de las partículas de los ambientes considerados.

molécula1atomos1

Algo semejante a lo dicho para una célula en particular ocurre para las redes neuronales, aunque la complejidad explicativa aumente, pero no su esencia, que es la misma: los pensamientos, las razones, los sentimientos, las emociones, las decisiones, son reducibles a acciones químicas, que se reducen a acciones físicas, y, consecuentemente, la acción mental es determinismo puro, pues la física lo es.

Ahora bien, a nivel psicológico, el lector atento habrá adivinado que falta por averiguar qué sujetos motivan el desequilibrio químico existente entre el interior y el exterior celular. Esa es la pieza que falta en el engranaje. Ahí se encuentra el meollo del asunto. Y es un meollo complejo. Los sujetos son varios y se encuentran interrelacionados.

El organismo humano ha sido pergeñado para responder al entorno con ciertas garantías de éxito para la supervivencia y el éxito reproductivo. Poseemos varios sistemas cerebrales para hacer frente al medio, para adaptarnos provechosamente a él. El enamoramiento, la ira la vergüenza, el resentimiento, el afecto, el deseo, el miedo, los instintos, el dolor, el placer…, son respuestas de esos sistemas al medio ambiente (sea éste un medio social, o cualquier otro entorno considerado) con vistas a la finalidad señalada. Pero todas esas respuestas se producen en el cerebro relacionalmente de acuerdo al grado de afección que el medio ambiente nos produce.  Nuestros sistemas de percepción envían señales químicas y eléctricas a otros sistemas neuronales, alterando la composición química del correspondiente medio intercelular, produciendo a su vez nuevos desequilibrios químicos que dan comienzo al trajín de otras redes neuronales.

Resumiéndolo con un ejemplo, la visión de un hermoso cuerpo produce que se envíen señales químicas a ciertas regiones cerebrales y que se alteren los equilibrios y ambientes químicos de ciertas redes neuronales, dando lugar a lo que conocemos como un estado de deseo, y haciendo surgir derivativamente pensamientos acordes con él.

Todo comportamiento humano y toda acción mental son reducibles a esos procesos químicos y físicos. Puro determinismo. La aparente libertad de acción, el aparente libre albedrío, no son otra cosa que un espejismo engendrado desde esta oculta complejidad. También se podría considerar como una ilusión subproducto de la conciencia con cierta utilidad evolutiva: la de hacernos sentir distintos, diferenciados, humanos, dueños de nuestro destino, hacedores y no meras máquinas celulares que el instinto conduce. Tal vez esa ilusión provenga de la capacidad de poseer memoria, de tener conciencia del pasado y percibir que es diferente del presente y que nos sentimos responsables de ello.

Libre Albedrío II

           cerebro1

              En la anterior entrada expuse los dos distintos conjuntos de sistemas de que dispone el cerebro para percibir la conveniencia de un asunto y, consecuentemente, decidir. Por un lado está el sistema límbico y otros sistemas aún más antiguos que gobiernan las emociones, los instintos y las acciones reflejas; por otro lado están los sistemas que en mayor medida operan en la conciencia.

Pero la cuestión resulta mucho más complicada de lo que parece a simple vista porque unos sistemas y otros se ejercen mutua influencia. Por esa razón y antes de proseguir en esa línea, examino dos experimentos clínicos que son famosos en el campo de las neurociencias.

El primero de ellos fue llevado a cabo por el doctor Benjamín Libet, de la Universidad de California en San Francisco. Mediante tal experimento descubrió que un poco antes de hacer consciente la decisión de llevar a cabo un acto, dicha decisión ya se refleja (ya ha sido tomada) en la actividad de áreas subcorticales de las que no somos conscientes. Por ejemplo, antes de decidir mover un dedo, las redes neuronales motoras que controlan dicho movimiento a nivel subcortical ya habían decidido mover el dedo.

Esto es, la conciencia aparece solo como mero notario que da fe de lo que en el subconsciente ya se ha decidido. Es este subconsciente quien evalúa las opciones que se presentan y es él quien decide. La decisión la recibe después la conciencia, creyendo ilusamente que ha sido ella quien ha decidido.

El segundo experimento lo llevó a cabo el doctor Robert Heath. Fue como sigue: a un  paciente aquejado de un cierto desorden neurológico se le colocaron varios electrodos en el cerebro. En un cierto momento en que el paciente describía lo apenado que se hallaba por la enfermedad terminal de su padre, el doctor Heath estimuló con los electrodos el septum  del paciente, un área del sistema límbico que participa en los procesos de placer con carácter sexual. En menos de 15 segundos el paciente olvidó su pena y comenzó a sonreír picaronamente y a hablar de planes para seducir a una amiga. Según su propia confesión, “los planes han acudido de pronto a m i cabeza”.

Esquemáticamente, la estimulación de la actividad de una zona del sistema límbico originó un  cambio de pensamientos y de sentimientos.

Volvamos al hilo de la influencia mutua que se ejercen los sistemas arriba dichos. Se ha de tener en cuenta que las emociones y los instintos afectan de manera muy importante a nuestro pensamiento y a los senderos que toma la razón; pero también se produce la influencia en sentido inverso, pues nuestras razones y pensamientos influyen en agrandar o diluir el grito emocional e instintivo. Se sabe también que las creencias que poseemos acerca de un determinado asunto, determinan en gran medida la predisposición emocional y sentimental hacia su ocurrencia.

Por otro lado, el sistema intelectivo, haciendo uso de la imaginación y de la memoria, labora especulativamente en el presente con vistas al futuro en razón de encontrar a largo plazo lo conveniente en referencia a cualquier asunto de la vida. Pero, en cambio, en las cuestiones que se han de dilucidar a corto plazo, en la inmediatez, la facultad intelectiva suele intervenir poco, y nos mueven rutinas de acción basadas en costumbres, usos o creencias, o bien nos guiamos a instancias del miedo o del placer que nos presentan en primer término los asuntos.

Como se ha podido ver, un auténtico galimatías: una intrincada influencia entre los distintos sistemas encargados de percibir la conveniencia del organismo, y la intervención ―y la frecuente disputa entre ellos― de sistemas encargados de la percepción de lo conveniente a largo y a corto plazo.

Dicho lo dicho, se vislumbra que los sistemas que operan en el ámbito de la conciencia, como los sistemas intelectivos, ejercen la doble labor de percibir lo que conviene al individuo (sobre todo a largo plazo), pero también la de resaltar lo que le resultaría a éste conveniente frente a la conveniencia que perciben los sistemas que operan en el subconsciente. Pero, ¿toman estos sistemas conscientes la decisión respecto a las conveniencias presentadas, o su acción se limita a presentarlas?

El lector que haya estado atento se habrá percatado de que su labor es de mera presentación. El sistema evaluador y que decide no se halla en el ámbito de la conciencia.  Opera en su subterráneo y tiene por misión evaluar cada conveniencia en razón del peso de miedo o placer que presenta. En el sistema límbico se evalúa la placentera e instintiva conveniencia que representa el hecho de engañar a la esposa con la compañera de la oficina, a la vez que la conveniencia de evitar el hecho por temor a las consecuencias de dicha acción.

La decisión se elabora en el subconsciente pero conscientemente podemos laborar para otorgar más peso a la conveniencia intelectiva que a la conveniencia instintiva a la hora de ser evaluadas emocionalmente.

Veamos las razones que presenta un fumador que pretende dejar de fumar. Las razones relativas a la prevención, al miedo a los efectos del tabaco, deben lograr un peso mayor que las razones del placer de fumar. Uno debe crear una preocupación por fumar dentro de sí, un temor a fumar. Recuérdese el dicho de Spinoza de que para hacer frente a una emoción debemos de emplear otra que la venza. En la evaluación, el peso de ese temor debe ser mayor que el peso que aporta el placer.

En ese sentido se puede decir que uno decide libremente. No es la conciencia en último término quien decide dejar de fumar, sino que es el sistema evaluador del subconsciente, pero  desde la conciencia podemos agrandar el peso de lo conveniente que resulta tirar el cigarrillo.

Vistas así las cosas, esa decisión libre en el sentido considerado, como capacidad para agrandar el peso que presente aquello que la conciencia estima conveniente, como capacidad que es, no es igual en unos individuos que en otros. No solamente porque la capacidad intelectiva de unos y otros es distinta, ni porque el influjo de las emociones tenga distinta potencia en unas y otras personas, sino también por la propia naturaleza de cada cual para dar mayor peso a la conveniencia que presenta el intelecto. De ahí que a ciertas personas les resulta relativamente fácil dejar de fumar mientras que a otras les resulta imposible. Así que el libre albedrío varía de unas personas a otras.

CONTINUARÁ…