La moda del selfie llega hoy en día a estos extremos
Otra moda está produciendo un furor parecido: la de verter cubos de agua fría sobre sus propias cabezas con cualquier excusa espuria o filantrópica:
Hace unos pocos días el furor por llegó a un extremo que supera los límites menos prudentes: un sujeto encargó que desde un helicóptero se vertieran sobre su cabeza 1600 litros de agua. Resultado: múltiples lesiones internas y externas en todo el cuerpo.
Con estas hazañas (en realidad, con cualquier hazaña en cualquier lugar y época) el pretendido héroe busca la fama, la atención preferente de los demás, la aclamación popular dirigida hacia él. En otro sentido, al producirse estos furores preferentemente en los jóvenes, son pruebas tribales de iniciación del cazador o del guerrero. Tienen el mismo significado que el dar muerte a un león, el soportar días de hambre, o el dar muerte a un guerrero enemigo.
No es el haber cobrado una gran pieza lo que produce satisfacción en el cazador, sino que se sepa. Para ello cuelga la testa disecada de su presa en el salón, o presenta testigos de su hazaña para que den fe de ella al público.
Hasta hace no muchos años las leyendas corrían entre los lugareños de boca en boca de generación en generación: tal individuo de tal familia realizó tal increíble hecho. El héroe en cuestión adquiere y acumula orgullo si los demás son testigos de sus heroicidades. La hazaña puesta en boca de las gentes aumenta el valor social de uno, es decir, aumenta la valía con que se percibe él mismo y con que le perciben los demás. Aumenta la autoestima del propio individuo, a la vez que, al quedar la hazaña en la memoria, produce orgullo cuando la evoca uno mismo o la evocan los demás. Bien decía Epicuro que con el recuerdo de los placeres pasados se aíslan los dolores del presente.
Antaño, recibir los halagos de todos los miembros de la tribu, ganar fama, nombre, reconocimiento social. Hogaño, lo mismo. El anhelo de prominencia en estado puro.
La diferencia entre las hazañas del pasado tribal y las que ahora se anuncian y promocionan en las redes sociales estriba en la dimensión de la audiencia aclamadora que se pretende conseguir. Antaño la sociedad de referencia eran el clan o la tribu o la nación o el país, hoy en día es, en potencia, todo el mundo.
Otra diferencia muy importante es la durabilidad del eco de la hazaña. Antaño permanecía meses, años e incluso lustros en la conciencia de las gentes, y era usual que si su relevancia era grande, pasase de padres a hijos, se consagrase como leyenda o mito y a permanecer en la memoria colectiva para siempre. Hogaño, sin embargo, las hazañas que se gestan a la sombra de la moda del momento son provisionales, no trascienden la brevedad de la moda que las engendra; en minutos o en horas o en días están destinadas al olvido, a la no existencia. Se agostan y desaparecen con la misma rapidez con que se crearon, y apenas dejan un rastro tras de sí. Lo pasajero de la moda empapa a la fama que se consigue con ella.
Pero no se olvide la pretensión ahora y en toda época: la fama, la gloria, el reconocimiento, siquiera momentáneos. La posibilidad de aparecer como macho alfa de la manada virtual por un día siquiera en algún asunto de conveniencia. Reminiscencias instintivas de la manada primitiva. El poder, la fama y la gloria son las caras de un mismo prisma de la prominencia que el hombre busca. En contraste con lo perdurable, pero obediente al mismo prisma, la actualidad tecnológica ofrece la posibilidad de la fama pasajera, microscópica incluso, pero que otorga al individuo esa sensación de poder que produce la atención preferente hacia él. Esa atención obnubiladora que ya se producía en el general romano victorioso. Para que la ilusión no se hiciera perenne y fuera peligros, el conductor de la cuadriga, ante los vítores y el júbilo de la población, repetía incesantemente al oído del general: Recuerda que no eres más que un hombre.
Hoy en las redes no existe ese problema de endiosamiento: el olvido al día siguiente de haber lucido una fama momentánea nos recuerda que solo somos hombres.
Cuantas más noticias abracadabrantes recibimos, más desciende nuestro umbral de asombro, y dado que el cerebro está diseñado para retener un número limitado de datos, hemos de olvidarlos al mismo ritmo que nos llegan. Actualmente somos bombardeados desde un entorno que se ha vuelto planetario y en el que la información se desplaza a la velocidad de la luz.
Lo que me sorprende es que no se nos derrita el cerebro. Suerte que está diseñado para adaptarse a cualquier situación.
Saludos.
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Sí, ya no se asombran ni los niños. Y de ese recibir información y olvidar al pronto, el raciocinio se resiente, porque no quedan conocimientos profundos, ni siquiera se almacenan creencias. Por eso el peligro del sectarismo es ahora mayor que nunca pues la gente se deja guiar por las creencias, mensajes y sugerencias de otros, siempre que sugestionen emocionalmente.
Si no se derrite el cerebro, ante la falta de criterio para afrontar toda la información que a uno le llega, las redes neuronales bailan al son de la moda del momento y la estupidez de nuestros actos crece exponencialmente.
Un saludo
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