De las Creencias

Sean religiosas, ideológicas, tengan formas de costumbres, de valores, de mitos, de moral…, son las creencias quienes cincelan los rasgos más firmes y definitorios de una civilización; son, podríamos decir, sus vigas maestras, y son, también, su decoración. Las creencias acerca de la patria, el territorio, la nación, la lengua, acerca de los dioses a los que temer y rogar, las creencias acerca del más allá, acerca de la justicia, del poder, de la igualdad social, acerca de derechos, libertades y obligaciones que chinos, persas, romanos, atenienses, escandinavos, aztecas, sumerios, asirios, nazis…, tuvieron a lo largo de diferentes periodos históricos, determinan en extensa medida su civilización. De resultas, cambia ésta cuando cambian aquellas. Cambió la civilización nórdica cuando la mayor parte de escandinavos fueron convertidos al cristianismo; y cambió la civilización visigoda en el momento en que el islam puso sus reales en la península ibérica; o, digamos también, cambió la civilización rusa cuando la ideología comunista se marcó a sangre y fuego en la conciencia de sus gentes. Son las creencias quienes disponen al temor y al deseo en orden de combate y frente al enemigo proclamado por las ideas que de ellas surgen. Pensemos en cómo modeló a Europa el cristianismo. La historia es también el combate entre unas creencias y otras, y no siempre los conquistadores impusieron a los conquistados las suyas.

La fuerza de las creencias se ha manifestado frecuentemente gigantesca. Cientos de años de represión del judaísmo en Asia y en Europa no fue capaz de quebrar la fe judaica. Muchos mozárabes, cristianos en las tierras de Al-Ándalus, se mantuvieron en su fe durante todo el periodo de la Reconquista a pesar de las desventajas y sufrimientos que tal actitud les causaba. Esa fuerza se muestra gigantesca en los musulmanes que se negaron a cambiar de religión cuando cayó definitivamente el islam en la península ibérica, sufriendo persecuciones y expulsiones por ello. Esa misma fuerza es la responsable del rebote de la religión en Rusia y Polonia tras la caída del comunismo en esos países. Pero tenemos, sobre todo, la fuerza que proporcionaron las creencias islámicas a los beduinos de Arabia, por cuya fe y siguiendo el dictado del profeta, la yihad, creó la fulminante expansión musulmana en Asia, África e Hispania.

Hay una predisposición en el hombre a creer en una entidad superior, perfecta y justa, a la que someterse y a la que entregar la vida en sacrificio. La entidad puede reconocerse como un dios o como una idea, como una religión o como una ideología, como Yahvé, Alá o el comunismo. En esas entidades se busca protección y justicia, y se mantienen enraizadas en el marco de las creencias populares desde hace miles de años, aunque el mundo sea ahora completamente distinto a como fue cuando cobraron plenitud. No hace muchos años que aún se practicaba en ciertas zonas rurales de Francia y España ceremonias de fertilidad al lado de megalitos prehistóricos; y la actual expresión religiosa hacia vírgenes y santos apenas tiene diferencias de matiz con la que se daba miles de años atrás para con dioses y diosas de la fertilidad.

Creencias en supersticiones, en la astrología, en todo tipo de –mancias, en el destino, en magias y poderes místicos, siguen teniendo su vigencia en la actualidad, como si nosotros, los seres humanos, sin importar los adelantos científicos ni las condiciones de vida, sin importar la sabiduría de uno o su inteligencia, estuviésemos predispuestos desde la cuna a creer en una justicia universal, en un dios benevolente y justiciero, y en un más allá donde se recibe el premio por una vida de virtud. Existe todo un universo de creencias en duendes y duendecillos a los que el temor y el deseo abren la puerta.

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