Muchos de sus familiares, biógrafos y amigos señalan que Dimitri Sholstakóvich (1906-1975), uno de los más grandes compositores soviéticos del siglo XX, tenía un carácter dubitativo, sensible y medroso (uno de sus conocidos puso en duda que alguna vez hubiese dado un ‘no’ por respuesta). Tales cualidades resultan poco apropiadas para defender, a cara descubierta, su verdad y sus ideales en la época estalinista, si bien su inteligencia, su genio y su grandeza nos hacen creer que poseía una callada pero latente rebeldía contra el sistema soviético.
Todo esto viene a cuento de la siguiente pregunta: ¿fue Sholstakóvich un entusiasta defensor de Stalin y del comunismo soviético, tal como muchos grandes músicos e intelectuales rusos, europeos y americanos afirmaban en los años setenta (incluso su propio hijo), o, por el contrario, fue un disidente clandestino que, para sobrevivir, tuvo que adaptarse a las circunstancias políticas, tal como afirmaron otros muchos intelectuales de todo el mundo (incluso su propio hijo) cuando cayó la Unión Soviética? Esto es, ¿fue su adaptación sincera o fingida?
Tal controversia surgió cuando, a su muerte, Solomon Volkov publicó una biografía del músico en la que defendía el fingimiento, señalando que la versión de que algunas de sus frases musicales atacaban a Occidente y ensalzaban a Stalin era falsa, y que más verdad tiene la versión inversa, aquella de que con su música atacaba Stalin.. Esto lo cambió todo. Ni que decir tiene que las críticas y las acusaciones de falsario contra Volkov llovieron de todas partes. La sinceridad de la adhesión del músico al régimen soviético era entonces un verdadero dogma. Sin embargo, una vez desaparecida la URSS, cambiaron las tornas y la versión Volkov prevaleció entre intelectuales y críticos musicales. Bien, ya que a mí me interesa el dilema Sholstakóvich como ejemplo, echemos un vistazo al clima moral, cultural y político antes de su muerte y después de la Perestroika y del derrumbe soviético.
El clima cultural de los años setenta, principalmente en Europa, era gestionado y dominado en Occidente por una intelectualidad rendida a las ideas del comunismo. En la otra esfera, en la URSS, la represión social y el servilismo hacia el Partido estaban muy vivas. Tales razones hacían que la supuesta sinceridad de la fe de Sholstakóvich en el comunismo resultara entonces incuestionable. En cambio, cuando cae el régimen soviético y cuando Fukuyama publica El fin de la historia y el último hombre, el clima dicho cambia radicalmente. Buena parte de la intelectualidad cambia de ‘bando’, esto es, de opinión en cualquier asunto político (y no es extraño, los intelectuales cambian sus juicios al compás del cambio de los vientos políticos).
De manera general, las verdades y opiniones de ciudadanos e intelectuales se adaptan al clima cultural reinante y a su régimen de vientos. El temor a ser penalizado por discrepar de lo que la moral y la política es dictado como correcto (el temor al ostracismo, a la cancelación, al linchamiento social, o incluso al enjuiciamiento y a la prisión) obran ese milagro.
En cuanto a Sholstakovich, creo que en la angustia de su rostro se refleja el gran miedo que tuvo que padecer –y hay evidencias de que estuvo en el punto de mira de los verdugos—, y creo también que si hubiera sufrido una adaptación-conversión sincera al comunismo, por esa conformidad de vivir al amparo de la ideología que uno profesa, los rasgos de su rostro no serían tan angustiosos, tan constreñidos por el miedo, sin rastro de mácula alguna de alegría. Personalmente, creo que supo fingir para salvar su vida (hay toda una ristra de familiares y amigos suyos que sufrieron el horror de Stalin).
El temor es el más potente modelador de conductas. Prever una situación de peligro o un castigo en caso de tomar una cierta decisión, expresar un determinado juicio o seguir un inadecuado comportamiento, hace aparecer el temor de llevarlas a cabo. Ante previsiones de tal cariz, el individuo y el colectivo se adaptan a lo moral y políticamente correcto, esto es, cambian su modo de actuar, decir y enjuiciar. Sobre todo, si el individuo es medroso y ha sido seducido con cantos de sirena, ilusiones paradisiacas o el simple garrote hacia las bondades que tal adaptación presenta.
En esas labores adaptativas, los líderes políticos y sus ideales, así como los líderes morales y sus ideales, actúan siempre cogidos de la mano. Unos y otros saben que ellos solos serían inválidos, caminarían a pata coja, con el peligro constante de ser derribados. Mil años se mantuvieron la aristocracia y la Iglesia así enlazados. En los tiempos de cambio ético que corren, otros son los líderes morales: feministas, ecologistas, animalistas, neocomunistas, que constituyen lo que yo llamo la Iglesia Unificada de los Agraviados; y otros son los aristócratas: tecnócratas, dueños del poder financiero-tecnológico, altos líderes políticos. Ahora como entonces, unos y otros caminan tomados de la mano.
La semejanza de los cantos de sirena en las distintas épocas se muestra claramente en la educación que se ofrece al ‘populacho’. Durante toda la Edad Media y hasta fechas relativamente recientes, el credo religioso y la figura de un dios terrible presidían el ejercicio educativo. En la URSS era figura dominante de la educación la metodología marxista. Durante buena parte del franquismo lo fue la Formación del Espíritu Nacional. En nuestros días, todo lo preside la perspectiva de género. Cierto es que en ocasiones no se produce una completa adaptación, sino tan solo una simulación. El individuo se comporta y dice lo que no siente ni cree, guardando para sí el antagonismo que las ideas proclamadas le producen. Pero la simulación es una tarea ardua, requiere el llevar una máscara sobre el rostro en cada ocasión que interacciones socialmente; y la máscara aprieta dolorosamente las carnes. En razón de esa dificultad, los individuos, sobre todo los pertenecientes a un colectivo social, con el tiempo se adaptan al credo del colectivo de manera rotunda y sincera. Hacen suyas las ideas y los juicios del grupo social, y, si nos referimos a una gran entidad social como puede ser un Estado o a una gran comunidad lingüística, se adhieren a la moral establecida en ella y a la corrección política que en ella se observe.
Un ejemplo bien claro de esa sincera y rotunda adaptación nos la ofrece la muerte de Stalin. Muy probablemente no hubiese una sola familia en Rusia que no hubiese sufrido la pérdida de un hermano o un padre o un hijo, o bien penas en algún gulag por el terror que puso en marcha el terrible Stalin. Sin embargo, a su muerte, toda Rusia lloraba con un grado de conmoción que difícilmente podía ser parte de un fingimiento o de un simulacro. Otro ejemplo muy evidente nos lo ofreció Felipe González cuando propuso que el PSOE dejara de ser marxista. Según una encuesta de entonces, el 85% de los militantes que hasta entonces se habían declarado como tales, dejaron de serlo. Si se convierte el pastor, le sigue el rebaño, aunque siempre quede algún recalcitrante.
Para finalizar, decir que las Iglesias y de las aristocracias saben que uno de los mejores látigos es el miedo a lo sobrenatural. Se temía a un dios terrible que te amenazaba con castigos eternos. Ahora es el miedo al Calentamiento Global, al cambio climático o al padecimiento y muerte del planeta en que vivimos. Siempre tienen un dios a mano con el que atemorizar.