SUELTOS DE ESPAÑA

En ocasiones las bufandas no se usan como abrigo, sino para envolver egos gigantescos y cerebros diminutos.

Del absurdo:

En España somos nos hemos convertido en campeones del absurdo. Con las nuevas leyes del gobierno Frankestein, resulta delito montar en un burro, matar un ratón conlleva años de cárcel si se mata con odio; se han proclamado 20 tipos de familia; tener un hijo mediante subrogación es un delito de lesa humanidad, abortar cuando se está a punto de parir es un derecho; a partir de 16 años, cuando todavía uno no puede votar ni tiene idea alguna de la vida, los menores podrán cambiar de sexo a su antojo, si tiene una edad comprendida entre 14 y 16, podrán hacerlo si vienen acompañados de sus padres, entre 12 y 14 necesitan autorización judicial.

El penúltimo absurdo: Baleares abre una oficina para dar atención psicológica y jurídica a las víctimas del franquismo. Ya me veo a López Obrador, presidente de Méjico, abriendo una oficina para dar esa misma atención a las víctimas de Hernan Cortés.

De los jóvenes ilusos:

Al igual que en los siglos X, XI y XII los jóvenes acudían a la llamada de la Cruzada para ofrecer su sangre por Cristo, apuesten a buen seguro que en nuestros días bastaría una información sesgada y repetitiva para que infinidad de jóvenes se lanzaran a la aventura de dar sus vidas por el planeta.

Prohibir

La nueva Iglesia del Planeta Agraviado emplea las prohibiciones como estrategia para tener domesticado el rebaño. ¡Prohibir, prohibir, prohibir!, ¡cientos de nuevas prohibiciones para que en cada instante de su rutina diaria el ciudadano sienta en su cogote el aliento de la nueva y terrible divinidad planetaria; una divinidad que es señora de plantas y animales y que nos amenaza y castiga por nuestros pecados ecológicos con seísmos, un mundo apocalíptico recalentado, con pestes y tsunamis. Esa divinidad nos exige dejar de consumir, dejar de viajar, dejar construir, dejar de poseer; en suma, ser pobres.

No hay promesa que nuestro presidente, Pedro Sánchez, no haya incumplido ni aseveración alguna en que no mienta.

En ocasiones, como es el caso de las reiteradas concesiones a Cataluña y al País Vasco, los actos de apaciguamiento solo consiguen envalentonar al que se pretende apaciguar.