PERROS Y NIÑOS

Circula por la red un breve lema que reza: «Tenga un perro en lugar de un hijo». Me resulta difícil no creer que no se trata tanto de llamar la atención —conseguir likes—como de expresar una opinión que hoy en día abunda. De hecho, si nos atenemos a los datos, hay más perros en España que niños, alrededor de seis millones y medio, así que el lema o consejo parece funcionar desde hace tiempo.

Ya expresé en varias entradas de este blog mi opinión absolutamente favorable a tener mascotas y ofrecerles las atenciones que fueren menester, pero, como defensor de la libertad y de la razón, no puedo ser favorable a que los animalistas impongan sus criterios para con los animales al resto de la sociedad, siendo esa imposición lesiva para mis intereses o para los intereses sociales o que, simplemente, porque atenten contra la libertad de los ciudadanos. Porque una cosa es querer a tus animales de compañía y otra muy distinta es querer imponer a los demás el acabar con la caza, con los circos, con los zoos, con las corridas de toros y con las granjas de animales. Incluso pretenden —y en esa pretensión cuentan con el apoyo y la dirección de ONGs, de la ONU y de unos cuantos millonarios que quieren llevar a cabo una gran operación de ingeniería social—que todos seamos vegetarianos. Ese carácter totalitario es el que espanta. Algunos van más allá y abogan por otorgar a los animales derechos propios y exclusivos de los humanos, sin entender el significado de la palabra «derecho».

Volviendo a la dicotomía de hijos o perros, la corriente a favor de las mascotas proclama el deseo de eludir la responsabilidad que conlleva el tener hijos, deseo que se circunscribe en otro deseo más general y que está muy en boga, que es el de eludir la responsabilidad por los propios actos. Y tal elusión no solo es individual sino también colectiva. Ahora recién se achaca a los conquistadores españoles de 500 años atrás la responsabilidad de la miseria en que se encuentra el pueblo de Venezuela, y éste es solo un ejemplo.

Ha sido el mayor empeño de psicólogos y pedagogos de los últimos cincuenta años el que se meta a los niños en burbujas impermeables a la maldad del mundo…, porque el único proyecto de todo niño ha de ser el encontrar la felicidad y el evitar todo sufrimiento. Como si la felicidad estuviera desperdigada por algún camino y todo cuanto se ha de hacer es irla recogiendo. Ahora bien, la burbuja la tenían que fabricar los educadores, pues los padres estaban demasiado ocupados buscando la felicidad. Así que, el dictamen de muchas parejas en edad de procrear es: fuera hijos, pues no aportan la felicidad que aporta un perro.

En busca de ese mundo feliz que describió el escritor Aldoux Huxley, lo siguiente que se ofrecerá  es el metaverso, un ocupar la conciencia en un mundo virtual que producirá experiencias multisensoriales mediante nuevos dispositivos tecnológicos en Internet. Pero ya se está trabajando en lograr la inmersión de la mente humana en un ordenador, es decir, trasladar  los recuerdos, la razón, los pensamientos, las emociones, los sentimientos, a software. El cuerpo dejará de tener función alguna y la especie humana desaparecerá, que también es el proyecto declarado de algunos locos. Solo los perros permanecerán ladrando.

Pensamientos pecaminosos

 

  • El gran problema de la psicología y de la psiquiatría no se encuentra en la dificultad de penetrar en lo intrincado de la mente humana, sino en verse atrapadas en teorías sin aval científico alguno, en teorías que no pasan de ser meras ocurrencias, en teorías en las que los investigadores se enredan y se pierden y no encuentran el camino de salida.
  • Condición necesaria para saber: tener amplitud de miras.
  • Todas las grandes culturas tienen su origen en fenómenos religiosos.
  • Tradicionalmente, para imponer una religión nueva a un pueblo, se ha hecho saber los beneficios que tal religión traería a los gobernantes.
  • Cuando los dioses se expulsan de la esfera humana los modelos de jerarquización social existentes se resienten y el Igualitarismo avanza. De ahí el empeño de los igualitaristas por alejarlos.
  • Cuando mueren los dioses no deja de actuar el mecanismo mental que nos hacía creer en ellos, sino que actúa inventando y adorando otras ilusiones: utopías socialistas, los mundos soñados, las conexiones místicas, las justicias universales, y los diversos tipos de pensamientos mágicos; además, claro está, de las alucinaciones artificiales que las drogas generan. Me asola la terrible sospecha de que la muerte de los dioses no es una bendición para la humanidad.
  • En los dioses se plasman muchos de los temores y deseos de los creyentes, y en los dioses se aquietan.
  • El clima de compasión que impera hoy en día lo hemos heredado del cristianismo.
  • Si se mira con detenimiento, la razón ha sido históricamente de poca importancia en los movimientos sociales. La rabia, el odio, el resentimiento, la indignación por una pretendida injusticia, han sido las fuerzas imperantes en las grandes revoluciones.
  • Todo el siglo XIX fue un hervidero de revoluciones ―alentadas por la revolución francesa ―que condujeron a la revolución soviética. También surgieron en ese siglo los nacionalismos. En todos esos movimientos resultan de primordial importancia las creencias justificadoras que emplee cada grupo en busca y defensa de su propósito, es decir, los argumentos. Pero también resulta esencial la fuerza de la pasión en cada grupo. Quienes poseen pasión suelen imponer su credo.
  • En ocasiones una falsedad manifiesta –o incluso una estupidez grandiosa—se establecen como grandes verdades históricas o monumentos al conocimiento. El psicoanálisis, la homeopatía, el materialismo dialéctico…, son algunos ejemplos.
  • Primeramente, uno debe adquirir un buen haz de conocimientos. A continuación debe aprender a desprenderse de los inútiles y erróneos, de todas las falsas teorías que pululan en la sociedad y dañan el entendimiento. Mediante dicha poda se alcanza la virtud.
  • En nuestra naturaleza está el pertenecer al rebaño.
  • Las bandadas de estorninos crean verdaderas y artísticas filigranas en el aire. El parámetro principal que rige la dirección de su vuelo es ‘la distancia al compañero más próximo’.
  • El parámetro principal que rige el comportamiento humano en sociedad es el de seguir la actitud del vecino más próximo y mirar los movimientos de la cabeza del grupo.
  • Soy partidario de que cada cual encuentre su propio camino hacia la cima o hacia el abismo. Las prohibiciones que pretenden proteger a uno de sí mismo me parecen innecesarias y peligrosas.
  • Hoy todo el mundo se encapsula: detrás de un ordenador, detrás de los animales de compañía, detrás de la escritura, detrás de la Naturaleza… La Seguridad nos ha hecho cobardes y tememos mirar al ‘otro’ de frente.

VIRUTAS DE ENTENDIMIENTO

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  1. Hoy se cría a los hijos de manera que crezcan sin contratiempos; incluso se atiende a satisfacer todos sus deseos. Así se les hipersensibiliza ante los problemas y ante los disgustos, y por esa misma razón se les incapacita para afrontar los problemas de la vida real.
  2. Tras de muchos años de verter basura sobre nuestros cerebros, las televisiones privadas dispensan ahora doctorados de chismorreo y farándula. Aseguran que son los títulos que más nombre social otorgan. Pilar Rahola los ha obtenido ya ambos.
  3. Las utopías son atrayentes porque sugieren con la fuerza de una promesa un ámbito de futura felicidad. Por eso la utopía es presentada siempre borrosa, para que cada cual  le ponga la máscara más agradable.  Cuando el castillo enemigo ha sido debelado y la utopía ha entrado triunfante y desvela su verdadero rostro, lo que el utópico imaginaba paraísos son cárceles, y lo que imaginaba felicidad se hace duelo y tormento.
  4. Es extrañísimo el horror hacia la pena de muerte. El horror que sienten algunos deriva del temor a la posibilidad de que le sea aplicada a él en el futuro. Un día de estos lo explicaré más extensamente.
  5. Me duelen los retratos de tiempos pasados con gente próxima, conocida, sentida. Esas amarillentas fotos sacan a relucir tiempos idos, acordes añejos, edades perdidas, amigos, amantes, amores sin retorno, acabados, muertos. Su visión me acongoja porque refleja su amarillo sepia en mi rostro. Esos retratos antiguos me rompen el alma en pedazos.
  6. En el hermoso español, ‘contar’ no solo significa referir o relatar, así como calcular las unidades de una cosa, sino que también tiene el significado de añadir sucesivamente una unidad a una cifra previa. Para que le entre el sueño, al niño se le cuenta un cuento; para el mismo menester, el adulto cuenta ovejas. Borges resalta lo maravilloso del título Las Mil y Una Noches, un libro de exótico y sensual encanto en el que la bella Sherezade relata a Aladino y a Simbad y miles de otros enlazados cuentos. El título Las Mil Noches da idea de finitud, pero Mil y Una Noches nos sugieren lo inconmensurable. Se me ocurre una locución que también evoca inmensidades: “Contar en un desierto de arena”. En las profundas noches del desierto, junto a una fogata y bajo una luna llena abriendo ilimitados horizontes, contar un cuento trae sabor a eternidad. También el inmenso silencio de esas noches propicia el embelesamiento de contar uno a uno los granos de arena, es decir, de contemplar absorto la cara de Dios.
  7. Protocolo psicológico del revolucionario. A) En primer lugar hay una creencia que ha hecho nido en él. No sabe bien cuándo ni por qué ni las razones en que la creencia se funda, pero le sirve de guía para considerar lo que es justo y lo que no lo es. También le guía para el fin de establecer la consideración de quién es su amigo y quién es su enemigo. No posee más argumentos ni bases éticas ni tan siquiera razones, pero conoce a su enemigo y cree conocer lo justo y lo injusto. B) Ante lo injusto responde con indignación, odio y resentimiento, y se lanza contra la supuesta injusticia sin preguntarse si es tal, o a qué escenario le conducirá su acción justiciera. C) De esa manera y sin más miramientos, el revolucionario, sin entendimiento alguno de la situación real pero cargado de odio, se lanza a destruir sin pensar qué construir después ni si se podrá.
  8. A veces me pregunto si no se precisa un cierto grado de inconsciencia de la realidad para ser feliz, aunque solo sea provisionalmente.
  9. Del altruismo he hablado ya largo y tendido, pero hay un tipo de altruismo que no es otra cosa que el intelecto puesto al servicio del engaño.
  10. Un gran paso hacia adelante fue que la derecha política española se homologase con la europea. Es una gran salto hacia atrás que la izquierda política española se homologue a la izquierda venezolana de Chávez y Maduro.

 

Cosas que no se dicen

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1.-Los grandes conflictos matrimoniales lo son por el poder o el sexo, las dos grandes potencias que guían nuestro comportamiento. Buscar imponer las decisiones de uno sobre las de su compañero o compañera, o buscar el sexo fuera del matrimonio, suelen ser los motivos de la mayoría de los divorcios.

2.-Las tres cualidades que más se aprecian: la belleza, la fuerza de carácter y la inteligencia. Los tres bienes que más se desean: poder, fama y riquezas.

3.-Los principales gérmenes del placer: el sexo y sus vericuetos; el ejercicio del poder; la crueldad con el enemigo; la prominencia sobre los demás en el afecto que se recibe, en la fama, en el poder o en la riqueza, así como en atributos y capacidades varias; y, last but not least important, el cumplimiento de una venganza.

4.-Los árboles de la cultura, la filosofía o el arte los riega el agua de la política. Las verdades, originalidad, genio, creación, dificultad, belleza, son hojas de aquellos árboles que solo brillan si se bendicen con tal agua, que solo crecen a la orilla del río de la política. Si nacen lejos y no se riegan con tales aguas, pronto pierden su hojarasca o se la lleva el viento de la inexistencia, y pronto se secan y mueren.

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5.-El atroz rayo del tiempo va añadiendo en el corazón de las gentes la tristeza que produce lo perdido y el dolor que produce lo no alcanzado.

6.-Todos los actos son un único acto. En todos ellos nos ponemos a prueba, en todos nos endurecemos o debilitamos, en todos nos salvamos o perdemos.

7.-Existe una tendencia natural en el ser humano a alabar todo aquello que posee renombre y autoridad, sobremanera si viene envuelto de oscuridad.

8.-La historia, la sociología, la psicología, la economía…, inquieren la realidad de las cosas al modo de la química, tratando de descifrar  “cómo” discurren los asuntos. No saben aún inquirir al modo físico, preguntándose el “porqué” ocurren los sucesos. La metafísica, sin embargo, no necesita descifrar la realidad ni inquirir respuestas, simplemente inventa supuestas realidades a la medida de sus cavilaciones y ocurrencias.

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Libre Albedrío III (y final)

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¿Qué ocurre a nivel neuronal cuando se produce un pensamiento o se toma una decisión? Ciertas regiones del cerebro se activan y se conectan; ciertas zonas de formación evolutiva reciente reciben aferencias de zonas más antiguas y viceversa. En esas activaciones no solo se transmiten potenciales eléctricos, sino también neurotransmisores e incluso hormonas, recorriendo circuitos que se ven afectados por su acción química y eléctrica, y activando otras redes y produciendo estados de ánimo determinados.

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¿De qué depende ese baile de sustancias químicas y eléctricas que se produce en las neuronas y en otros tipos de células llamadas gliales? De los ambientes químicos existentes en el interior y en el exterior de las células. Según sea la relación de desequilibrio entre esos ambientes y según sean estos, algunas largas proteínas singularmente enrolladas sobre sí mismas ―y que son las puertas de entrada y salida de sustancias de la célula―se abrirán o cerrarán al paso de ciertas moléculas o átomos, dando lugar al inicio y mantenimiento del baile químico señalado.

Así que la acción biológica de actividad celular se reduce a la acción química de ciertas moléculas, pero la acción química se reduce a su vez a una acción física: por ejemplo, el enrollamiento de las proteínas, su modificación en la apertura o cierre de sustancias a la célula, depende en último término de las cargas eléctricas de sus partículas interactuando con las cargas de las partículas de los ambientes considerados.

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Algo semejante a lo dicho para una célula en particular ocurre para las redes neuronales, aunque la complejidad explicativa aumente, pero no su esencia, que es la misma: los pensamientos, las razones, los sentimientos, las emociones, las decisiones, son reducibles a acciones químicas, que se reducen a acciones físicas, y, consecuentemente, la acción mental es determinismo puro, pues la física lo es.

Ahora bien, a nivel psicológico, el lector atento habrá adivinado que falta por averiguar qué sujetos motivan el desequilibrio químico existente entre el interior y el exterior celular. Esa es la pieza que falta en el engranaje. Ahí se encuentra el meollo del asunto. Y es un meollo complejo. Los sujetos son varios y se encuentran interrelacionados.

El organismo humano ha sido pergeñado para responder al entorno con ciertas garantías de éxito para la supervivencia y el éxito reproductivo. Poseemos varios sistemas cerebrales para hacer frente al medio, para adaptarnos provechosamente a él. El enamoramiento, la ira la vergüenza, el resentimiento, el afecto, el deseo, el miedo, los instintos, el dolor, el placer…, son respuestas de esos sistemas al medio ambiente (sea éste un medio social, o cualquier otro entorno considerado) con vistas a la finalidad señalada. Pero todas esas respuestas se producen en el cerebro relacionalmente de acuerdo al grado de afección que el medio ambiente nos produce.  Nuestros sistemas de percepción envían señales químicas y eléctricas a otros sistemas neuronales, alterando la composición química del correspondiente medio intercelular, produciendo a su vez nuevos desequilibrios químicos que dan comienzo al trajín de otras redes neuronales.

Resumiéndolo con un ejemplo, la visión de un hermoso cuerpo produce que se envíen señales químicas a ciertas regiones cerebrales y que se alteren los equilibrios y ambientes químicos de ciertas redes neuronales, dando lugar a lo que conocemos como un estado de deseo, y haciendo surgir derivativamente pensamientos acordes con él.

Todo comportamiento humano y toda acción mental son reducibles a esos procesos químicos y físicos. Puro determinismo. La aparente libertad de acción, el aparente libre albedrío, no son otra cosa que un espejismo engendrado desde esta oculta complejidad. También se podría considerar como una ilusión subproducto de la conciencia con cierta utilidad evolutiva: la de hacernos sentir distintos, diferenciados, humanos, dueños de nuestro destino, hacedores y no meras máquinas celulares que el instinto conduce. Tal vez esa ilusión provenga de la capacidad de poseer memoria, de tener conciencia del pasado y percibir que es diferente del presente y que nos sentimos responsables de ello.

De lo lógico y lo mágico

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Mi modo de mirar el mundo y las vicisitudes sociales nunca ha sido frío pero sí  racional. Empeño pasión en indagar las causas de los hechos y en intentar vislumbrar las consecuencias de las acciones. En aras de que brille la verdad, me he batido contra todo tipo de oscurantismos y supersticiones, y empleo para ello toda la artillería de mi razón y mis conocimientos.

Contra las autoproclamadas Ciencias adivinatorias, como la astrología y la quiromancia; contra los defensores de los llamados fenómenos paranormales; contra los avistamientos de OVNIs y contra arcaicas supersticiones; contra ese deísmo o panteísmo tan en boga que santifica lo “natural” y da por excelso cualquier absurdo o cualquier estupidez seudomística si viene envuelta en la bandera del ecologismo; contra todos esos dislates me he batido.

También me he batido contra ese sinsentido que es la Homeopatía; contra la oscuridad huera de muchas filosofías; y contra la pretensión de tildar de ciencia al psicoanálisis, cuando el hecho es que no ha  presentado jamás prueba científica ni sanación alguna.

Me jacto de poseer unos buenos anteojos para atisbar las razones de las cosas más allá de su apariencia, y creo firmemente que la magia no tiene lugar en este mundo. Pero…

Verán:

Siendo yo niño tenía mi padre un caballo alazán muy fiero para el trabajo, de dócil trato y de mucha utilidad para las labores del campo. Le creció a aquel alazán una verruga en el lagrimal del ojo. Una verruga de tan gran tamaño que  cubría todo su ojo izquierdo  y lo invalidaba como animal de tiro y carga. El veterinario del pueblo ―pues mi familia era rural―dictaminó que era preciso sacrificarlo. Mi padre, de escasos medios económicos y apegado al caballo, se resistió a ello.

Pero antes de seguir con el caso he de aclarar que estoy hablando de finales de los 60 del pasado siglo, de España y de 4.000 habitantes; y ningún pueblo que se preciase carecía de brujas y sanadores varios. Se les llamaba para quitar el mal de ojo, sanar las torceduras, aliviar los retorcijones de tripas y, alguna vez que otra, para eliminar verrugas. Éstas se contaban con minuciosidad y ya bastaba. Del resto se encargaba el ritual que el brujo o la bruja ejercían misteriosamente en su propia casa. Según se decía ―pero, ¡vaya usted a saber!― en el ritual participaban ciertos rezos, el agua bendita, la media noche y el viernes. Las verrugas desaparecían sin más. Eso decían las gentes del lugar.

Si la memoria no me falla, las malas lenguas aldeanas achacaban a alguna bruja trato con Dios, mientras que a una, joven, muy señalada ―que ya había enviudado en cuatro ocasiones―le achacaban trato con el diablo.

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Yo doy fe del siguiente suceso. Blanca, la hermana mayor de uno de mis mejores amigos, tenía desde 10 años antes el cuerpo repleto de verrugas. La visitó el brujo. Le contaron todas sin dejar ninguna.  Tenía165. Marchó el brujo. Pasaron dos semanas. La muchacha, de 16 años, se levantó aquella mañana,  se quitó el camisón y quedó desnuda, fue a sacar el vestido del armario y vio de refilón su cara en un espejo deslustrado. Desvió su atención hacia el vestido y de pronto le vino a la cabeza la discordancia. Se volvió a mirar en el espejo: todo su cuerpo estaba limpio. Aquella misma mañana, después de muchos años, salió a la calle acompañada por su madre. Yo la vi y días antes la había visto en su casa. Las verrugas de su cuerpo habían desaparecido.

Aunque no  supe interpretarlo hasta mucho después ―tendría yo entonces diez u once años― un hombre entrado ya en la vejez nos dio a mí y a mis amigos la explicación lógica del hecho de la eliminación de las verrugas de Blanca. Se le conocía como el “ilustrao”, y vivía solo y apartado de las gentes. Era greñudo, desaliñado, y su extravagante indumentaria se adornaba de retales, remiendos y rotos. Pero no le rehuían las gentes por esa causa, sino por ser un descreído. Descreía de las razones mágicas que utilizaban los aldeanos y prefería las lógicas, que siempre tienen menos predicamento. Por esa razón le rehuían. El caso es por unas causas u otras prefería la compañía de los muchachos mientras jugábamos en las afueras del pueblo durante las calurosas noches de verano. Para la eliminación de las verrugas de Blanca nos dio esta explicación que en aquel entonces no entendimos: “Si uno cree que una cosa le va a pasar, le pasa. El creer hace milagros”. Y todos nos quedamos mudos porque a él se le conocía también como “el descreído”, y porque no podíamos imaginar que por creer en el poder del brujo uno  pudiera sanar.

Volviendo ya al asunto del alazán, he de decir que mi padre no era muy crédulo en los asuntos en los que supuestamente intervenía la magia, así que pensó que si alguna cosa podía resultar eficaz para eliminar la verruga del caballo, esa cosa tenía que ser el ungüento del tío Botijón, un curandero del que contaban milagros. Lo daba en un frasquito a cambio de la voluntad del afectado, aunque en este caso la voluntad era la de mi padre y el afectado era el caballo.

¡Mano de santo! Con la aplicación del ungüento la verruga se fue consumiendo y terminó por desaparecer en una semana. A cambio del pago de la voluntad, el ungüento aquel salvó el ojo del caballo y salvó su vida. También fui testigo de ello.

Muchos años después, cuando ya había cumplido yo los 35, coincidí con el nieto de aquel tío Botijón cuyo ungüento había secado de raíz la verruga del alazán de mi padre. Coincidimos, codo con codo, en las gradas de la plaza de toros del pueblo, en la que se ofrecía un espectáculo taurino. Aunque no recuerdo que hubiese hablado antes con él, entablamos conversación a cuenta de la verruga y del caballo, y me atreví a preguntarle si había heredado los ingredientes del ungüento.

―No, me dijo, los poderes los ha heredado mi hermana.

Con “los poderes” se refería a los poderes mágicos, pues es sabido que los sanadores y los brujos  legan sus artes a alguno de sus descendientes. Todavía me atreví a preguntar: ¿por qué no ha patentado tu familia la pócima?, pues estaba seguro que de comercializarse tan maravillosa pócima reportaría buenos beneficios económicos. Y entonces me dio una respuesta que conmovió los cimientos de mi racionalidad.

―No, si el ungüento del frasco solo contenía vinagre y garbanzos machacados. Eran las fórmulas mágicas que mi abuelo empleaba en sus rituales las que sanaban al enfermo.

Y  quedé mudo.

Desde unos años antes la psicología venía ocupando parte de mi tiempo y de mi fervor, y achacaba la sanación de Blanca al “efecto placebo” tan bien descrito con las palabras de aquel “ilustrao” de mi infancia: “el creer obra milagros”. Pero comprendí inmediatamente que las razones lógicas patinaban en el caso del caballo. O daba por bueno el efecto curativo de los rituales mágicos o daba por bueno que los caballos  puedan albergar creencias y resulte eficaz en ellos el efecto placebo. Algún lector descreído puede que achaque todo a la casualidad, pero no era el primer animal que el tío Botijón sanaba con su ungüento.

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En el bien consolidado armazón de mi racionalidad, ese patinazo, esa singularidad extraña y amenazadora, es una espina que llevo clavada, es un aguijón que en ocasiones hurga de forma despiadada en el  acervo  de mis convicciones científicas. Es una pequeña herida que se resiste a cicatrizar.

Psicología, sentimientos e injusticia

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He de hacer varias advertencias. Con la primera quiero aclarar que el propósito de este escrito no es el de expresar mi opinión acerca de cuál debe ser el comportamiento correcto, la ética, sino el de echar un vistazo a algunas de las causas que lo rigen. La segunda advierte contra los incontables y contradictorios manuales de psicología al uso. La tercera advertencia pretende simplemente señalar que algunas de las razones  que expongo y de las afirmaciones que realizo son de digestión difícil.

El hombre se mueve a instancias de los deseos y de los sentimientos. Esta es la premisa de la que parto y debería resultar evidente a los ojos de aquellos que han pulido y calibrado correctamente sus gafas del entendimiento. Cierto es que los instintos y las emociones juegan su papel, pero están contenidos en aquellos; y cierto es que las creencias del hombre presentan en su conciencia la perspectiva y el juicio para que deseos y sentimientos se manifiesten en una determinada forma, pero son estos los que nos mueven en última instancia.

Uno de los adagios que figura en la entrada de este pasado 17 de diciembre, dice así: «Nos parece solución justa la que nos satisface». Voy a tratar de precisar su significado con ejemplos. Piensen en la venganza, pero miren en lo profundo. Nos satisface imaginativamente vengarnos, e inmediatamente sentimos que sería justo hacerlo (y a ese sentir le da el plácet la conciencia, que le dice a uno desde lo íntimo “sí, vengarte sería lo justo”). La Ley del Talión, la vendetta, la venganza, se arraigaron en nosotros durante nuestro andar evolutivo, e íntimamente sentimos y creemos que son formas elementales de justicia. ¡Porque nos produce satisfacción imaginar su cumplimiento, es decir, porque lo deseamos y porque el sentimiento de agravio que sufrimos nos impele a ello!

Piensen ahora en un hecho dramático del que se han hecho eco las noticias de estos últimos meses (en España, pero otros casos similares han ocurrido en el mundo, por ejemplo en Australia y EEUU): el asesinato de niños a manos de sus padres. Por precisar: piensen en Medea (véase mi entrada del 11 de noviembre pasado). Para Medea es del todo justo vengarse de la traición de Jasón, su marido. Medea siente injusticia. Medea necesita satisfacerse, necesita vengarse, necesita infringir el mayor dolor posible: un dolor semejante al que ella siente. Sus hijos son el instrumento de la venganza. Ese deseo, su despecho, su odio contra Jasón, es lo único que cuenta. El cariño a sus hijos es accesorio. El sentimiento de la injusticia cometido con ella la mueve de forma imparable. Vengarse es actuar con justicia porque el vengarse  la satisface.

Veamos otros ejemplos no menos elocuentes.

El grito y la fórmula ética del Igualitarismo es: “desigualdad social o económica igual injusticia”, que se puede reformular como “igualdad igual a justicia”. No es solo igualdad de derechos o igualdad de oportunidades lo que defiende el Igualitarismo, sino igualdad económica, igualdad de rango, igualdad de estatus…, y los más feos y de entendimiento más liviano desearían también igualdad de belleza e igualdad de inteligencia. Es el agravio comparativo lo que cuenta. Si todos viviésemos en la miseria, si todos careciéramos de derechos, si todos fuésemos tontos y feos, los igualitaristas extremos serían felices porque obtendrían la satisfacción de haber desaparecido el agravio comparativo, la satisfacción de que todos seríamos iguales. Para estos extremistas del Igualitarismo no vale mérito alguno para hacer que alguien destaque. La satisfacción  que les proporcionaría la igualdad (acallando de así la envidia y el resentimiento que sienten) les hace sentir que la igualdad es lo justo: “igualdad=justicia”.

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Sin embargo, durante la mayor parte de nuestra historia, la fuerza ha sido la base de los derechos de la gente. Los individuos con más poder se sentían satisfechos por ello y consideraban por ello su posesión de derechos, de riquezas y de estatus justo. El poder y la fuerza ―la satisfacción que les producía―eran la base sobre la que descansaba el considerar la desigualdad con los menos fuertes y poderosos como justa. La fórmula ética podría esquematizarse como: “el más fuerte debe estar más arriba en la pirámide de estatus y poder”. Esto daba lugar a sistemas sociales de jerarquización estanca. En esencia no es mejor ni peor que la fórmula igualitarista, sino que esta es defendida por los “débiles” y la otra por los “poderosos” (como se ve, cada cual vela por sus intereses). De hecho, esta fórmula que produce jerarquías estancas es que la rige las relaciones sociales en numerosas especies de animales, produciendo una jerarquización lineal.

En lo íntimo, aquello que le satisface a uno es considerado como justo. Ahí tenemos los derechos territoriales que alegan los catalanes o los vascos. Como les satisface poseer esos derechos, los consideran justos. También el derecho de conquista era considerado justo: les satisfacía dominar a los conquistados.

Profundicemos un poco con otro ejemplo. A un individuo le gusta una mujer y la imagina con cualidades perfectas. A la vez, el deseo le hace imaginar que ella le desea a él de la misma forma, y de ese imaginar aparece en dicho individuo ese edificio sentimental que vulgarmente llamamos amor, en cuya argamasa es elemento importante el ansia de posesión.

El tal individuo, en su interior, más que creer, siente que aquella mujer es “su mujer”, siente que le pertenece. Las redes neuronales que han trazado su imagen perfecta reclaman esa pertenencia (la mujer real, íntimamente, es un mero reflejo de la mujer imaginada). Y esas redes influyen en la estructura sentimental y anímica del individuo en relación a ella. El individuo cree que es suya porque la posee en el cerebro. Como consecuencia, espera que su comportamiento sea el adecuado a esa relación de pertenencia.

Ahora bien, si las evidencias en contra de que  ella esté por él ―en reciprocidad, tal como el deseo argumenta―son muy fuertes, si se hace evidente para él el desdén y el desprecio de ella, la imagen de perfección edificada se derrumba. El sujeto percibe injusticia porque ha perdido algo que le “pertenecía”; el sujeto percibe satisfacción en hacer que desaparezca, digámoslo claramente, percibe satisfacción en vengarse, percibe venganza en matarla, y, como consecuencia, considera justa esa solución.  (Entiéndaseme: esas son las pulsaciones que se sienten. Luego intervienen las creencias, los miedos, la moral social, el temor a la condena social etc, que logran hacer que ni siquiera la conciencia del individuo se percate de ese cruel deseo de matar, ni de lo justo que le parece esa muerte).

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<span>Evolución de la mente.- ANIMAL MORAL</span> –
<span>(c)</span> –
<span>Fernando Joya</span>
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Evolución de la mente.- ANIMAL MORAL

Este libro que presento y del que soy autor, Animal Moral, no es un libro de filosofía al uso, muy al contrario, en él se desdeñan a menudo muchas  razones que la filosofía emplea. Se trata de un libro de ensayos que, dentro de su mucha variedad de temas, versa sobre la conducta humana. Tanto de la conducta individual como de la colectiva, pretendiendo sonsacar sus causas recónditas y sus circunstancias.

En él se dan cita la biología y las neurociencias, la psicología y la filosofía, cada una de ellas en la medida en  que  aportan datos relevantes para intentar descifrar  lo íntimo de dicha conducta. Pero el libro hace singular hincapié en dos factores del comportamiento que hasta la fecha han sido examinados muy superficialmente: el sentimental e instintivo, y el de las creencias que poseen los individuos sobre los asuntos del mundo.

Los ensayos son los que enumero:

  1. Evolución de la mente.
  2. El subconsciente pasional.
  3. Creencias mágicas y religiosas.
  4. Las creencias en el grupo.
  5. La médula de las creencias.
  6. Moral, instinto y orden social.
  7. Moral, sociedad e historia.
  8. Hegel y Marx.
  9. El psicoanálisis,
  10. Marcuse
  11. El «buenismo».

Para comprar el libro puede dirigirse a http://www.eraseunavez.org o a www.agapea.com

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<span>Evolución de la mente.- ANIMAL MORAL</span> –
<span>(c)</span> –
<span>Fernando Joya</span>
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Hoy expongo un resumen  un  resumen razonado del primer ensayo, Evolución de la mente, en el que desfilan las condiciones del medio, las dificultades que hubieron de superar nuestros ancestros en las distintas etapas de su evolución, y las necesidades que debían resolver para lograr eficacia biológica.

Apartados del medio selvático en que se habían desarrollado sus ancestros y arrojados por cambios geológicos y climáticos a una hostil sabana, los primeros homo habilis  sólo encontraron un camino evolutivo factible para hacer frente al medio.  Fue el de un crecimiento cerebral que propiciara novedosas capacidades con las que suplir la carencia de fortaleza, velocidad, envergadura, fuertes garras…, que poseían otros animales que  habitaban la sabana. No se ha de olvidar que aquellos primeros predecesores eran esencialmente presas.

Tal camino ya había sido iniciado por otros primates cercanos, y seguir cualquier otro hubiera conducido a un callejón evolutivo sin salida posible.

Pero un aumento cerebral requiere alimentos energéticos, lo que motivó que los de su linaje se hicieran carroñeros y, más adelante, cazadores.

Como carroñeros podían tener alguna eficacia individualmente, pero como cazadores individuales eran un desastre. Solo la caza en grupo aportaba la suficiente eficacia. No obstante, esa eficacia solo se podía producir si el grupo actuaba como un todo organizado. En ese sentido, las adaptaciones biológicas que propiciaran la organización grupal cobrarían ventaja evolutiva.

También lo cobrarían ciertas habilidades como el lanzamiento de dardos o piedras y la fabricación de ciertos útiles para la caza y la defensa.

Ahora bien, organizar un grupo para que una cacería resulte eficaz requiere de numerosas acciones secuenciadas, y, sobre todo, requiere poseer dos capacidades: la de comunicarse con los otros miembros del grupo y la prever los escenarios y sucesos que pueden acaecer.

La primera de estas capacidades se fue paulatinamente construyendo hasta dar lugar a un lenguaje externo de signos que pasó  luego a ser oral, y a un lenguaje interno que es el pensamiento. La segunda capacidad requiere poseer imaginación para el futuro. Pero esta imaginación, que es la capacidad de proyectar hacia el futuro los hechos y las relaciones del pasado, necesita apoyarse en sistemas cerebrales como la memoria y el sistema de la imitación. Así que resolver  la necesidad de hacer eficaz la partida de caza produjo evolutivamente  nuevos sistemas de procesamiento cerebral y una red de relaciones entre ellos.

Pero no se ha de olvidar una capacidad nueva que resultaba decisiva para la aparición de las antes mencionadas. Me estoy refiriendo a la capacidad de aprender. Sin aprendizaje no puede darse la comunicación ni la imaginación.

Para que pudieran emerger todas estas capacidades el neocórtex tuvo que crecer mucho más que en otros primates. No solo para  aprender los requisitos de la comunicación y para gobernar sus sistemas motores, sino también para el aprendizaje de habilidades de piernas, brazos y manos, y para la creación y el uso de las tecnologías.

Y no solo el neocórtex. Para que lo aprendido se fije y se convierta en habilidad, para que resulte eficaz, debe automatizarse, debe hacerse rutina, debe ser manejada como manejamos los pedales de un coche, sin pensar en ello, y para esta automatización se precisa el concurso del cerebelo, que hubo de crecer a un ritmo igual o superior al del neocórtex.

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En fin, la imbricación de  los nuevos sistemas con los antiguos, produjeron facultades nuevas. Haciendo uso de la imaginación, el miedo se proyecta al futuro en forma de temor. El instinto se sostiene imaginativamente en forma de deseo. A su vez, la necesidad de regular el comportamiento individual dentro del grupo hizo surgir los sentimientos…

La necesidad, el azar, el medio, contribuyeron a pergeñar un organismo que, con pequeñas variaciones de unos individuos a otros, presenta una forma de percepción, una forma de procesar la información que recibe, una forma de sentir, de actuar, de desear y temer, en resumidas cuentas, de comportarse, que es la que poseen los individuos de nuestra especie. Somos el producto de todo el proceso evolutivo mencionado, somos de la forma en que la necesidad y las circunstancias del medio nos hacen ser.


Evolución de la mente.- ANIMAL MORAL –
(c) –
Fernando Joya

Pequeños confites de estupideces sacras (II)

Rousseau, el padre del «buenismo»

 

Diderot y d’Alembert,  que dirigieron la Enciclopedia en la que participaron todos los grandes personajes de la Ilustración, dieron poca cancha a Rousseau en su elaboración, apenas algunos artículos musicales.  De hecho, lleno de resentimiento, rompe con Diderot, Voltaire, Hume, Grimm…, que le habían brindado su amistad y apoyo. Sus escritos más importantes, El contrato social y el Discurso sobre el origen de la desigualdad, presentan serias contradicciones y ciertamente han sido sobrevalorados. Entonces, ¿por qué esa sacralización de su figura?

Esencialmente por la creencia en «el buen salvaje», por pregonar que «el hombre es bueno por naturaleza». Tal creencia ha sido desde entonces aceptada por muchos hombres, y es la base del «buenismo» que impregna las sociedades de Occidente. Pero, ¿contiene tal creencia algo de verdad?

Si se le pregunta a un biólogo, responderá que el hombre es de naturaleza egoísta; si se estudia el comportamiento de las tribus primitivas que aún perduran en muchos lugares del mundo,  la conclusión a que se llega es la de que las guerras entre tribus rivales son moneda de uso común, y las luchas entre miembros de la propia tribu causan más muertes que las mordeduras de serpiente; si nos fijamos en la conducta de los niños, es de lo más cruel y egoísta. Se mire por donde se mire el buen salvaje no aparece por ninguna parte.

Psicológicamente, en ese creer en la bondad innata del hombre se esconde un odio feroz.  Rousseau aduce que es la sociedad quien corrompe al hombre, que es la desigualdad entre los hombres quien hace a estos perversos. Es la cantinela a favor del Igualitarismo que luego entonarían Marx y Marcuse y tantos otros. Pero la fórmula psicológica que se esconde en ese canto es ésta: «desigualdad igual a injusticia».

Muchos hombres creen que es injusto que otros hombres destaquen en cuanto a fama, poder o riquezas, sienten ante ello un agravio comparativo que se convierte usualmente en odio y resentimiento contra quienes gozan de esa superior posición, así que pretenden rasar: que todos seamos iguales en la posesión y disfrute de esos bienes. «Si no puedes ser superior a los demás, no permitas que nadie sea superior a ti», es la máxima que guía al hombre mediante una complicada imbricación de sentimientos. Así que, con brío, hay que acabar con las instituciones represoras, hay que acabar con la desigualdad, hay que acabar con la perversa sociedad que nos hace malos. Y en ese acabar se encierra el destruir: con odio, para que la destrucción sea eficaz. Destruir a todos los enemigos de la revolución, tal como hicieron Lenin y Robespierre.

Pero en una sociedad igualitaria de tal guisa (como las anunciadas por Rousseau, Marx o Marcuse), sin leyes, sin moral, sin instituciones represoras, ¿qué impediría el abuso de los fuertes sobre los débiles en mucha mayor amplitud que en la sociedad no igualitaria?, ¿quién trabajaría más allá de lo necesario para la mera subsistencia?,  ¿quién impediría que las venganzas cobraran su imperio?

La solución la encontró Rousseau: somos buenos por naturaleza, así que en cuanto reine la igualdad saldrá de dentro del hombre su innata bondad y todo será afecto y trabajo desinteresado por la comunidad. Es la misma cantinela de Marx y de Marcuse. Pero esto, psicológicamente, es la mera excusa de quien no sabe qué decir al respecto de las preguntas arriba planteadas y se deja guiar por el deseo. Lo que ocurrirá después no nos importa ahora, que no detenga tu odio destructor lo que «qué ocurrirá después», convéncete de que el paraíso que prometemos es real, luego ya veremos. Tal es el íntimo secreto de la psique de Rousseau, de Marx y Marcuse, carecer de proyecto real y suplir esa carencia con la hipótesis de una naturaleza bonachona que permitirá un paraíso a la medida del deseo de los hombres.

Esa contradicción entre la bondad humana que se afirma, y el odio que se emplea en la acción que debe mostrar esa supuesta verdad, fulge también en la vida de Rousseau. Propugna una educación de los niños basada en el amor, sin castigos, y va entregando al hospicio cada uno de los cinco hijos que tiene con Teresa Levasseur.

De madre calvinista que muere al poco de nacer él, y abandonado por su padre a los 10 años, queda al cuidado de unos tíos y durante dos años trabaja  como pupilo en casa de una familia calvinista. Luego es mantenido por Madame de Warens, dama ilustrada que se convierte en su madre y amante. ¿Se precisan más argumentos para intuir en Rousseau un fuerte resentimiento contra las clases superiores que poseen fortuna sin poseer talento?

Lo psicológico en Borges. Emma Zunz

Borges, El Aleph, Emma Zunz

Naturalmente Borges es su lenguaje. Y, naturalmente, nadie defendería que  lo psicológico tenga un papel relevante en Borges. Lo psicológico indaga motivos y causas, despliega las razones del subconsciente y pone a los deseos y a los sentimientos bajo sospecha, mientras que Borges suele ceñirse escrupulosamente a los hechos. Sin embargo, aunque Borges no explicita la disposición sentimental que empuja a cometer los actos ni aún menos construye un clima emocional preparatorio y propiciatorio de los hechos, sino que, organizándolos con cierta relación de simetría  espacial y  temporal, parece obviar o cuando menos trivializar los asuntos pasionales,  estos asuntos  aparecen en sus narraciones en potencia, ocultos, cifrados, no dejando de tener por ello importancia suma en el desarrollo y en el desenlace de la narración. Vale a veces una reflexión del autor ―que no parece venir a cuento―, valen ciertas palabras dejadas como de adorno junto a los hechos descritos, para que de su ayuntamiento se evoque en el lector atento toda una marejada de razones psicológicas; razones que hacen mover a los protagonistas. El desapasionamiento que se muestra no excluye la existencia cifrada de deseos y sentimientos.

Emma Zunz, una narración inscrita en El Aleph, es un buen ejemplo para recalcar el fenómeno. La historia trata de una venganza. Una carta anuncia a Emma Zunz el suicidio de su padre, acusado de desfalco y deshonra. Ella sabe que su padre es inocente y la venganza le reclama castigar al verdadero culpable. Borges nos cuenta en una línea la impresión que esa muerte le produjo. Pero la impresión restalla evocativamente con mucha mayor fuerza unas líneas adelante: «…porque la muerte de su padre era lo único que había sucedido en el mundo y seguiría sucediendo sin fin». Eso es todo. Explícitamente no fulge un solo sentimiento que aderece la situación, que cree clímax al propósito de que resulte comprensible al lector la venganza que ya planea Emma.  No hay un solo sentimiento pero esas palabras remiten a un dolor inmenso y a una soledad perenne. Ese dolor y esa soledad a que Emma es condenada hacen creíble que la venganza cobre vida en su conciencia. Sin embargo, el desentendimiento de Borges por el clima pasional se hace patente en las siguientes líneas de la narración, que muestran la espera del momento de la venganza, y presentan a una Emma contenida, sin que una sola emoción o una sola palabra delaten su decisión.

La venganza es un deseo cargado de sentimientos de odio y crueldad. Llevarla a cabo exige edificar sentimentalmente una voluntad de acción. Una cosa es desear vengarse, otra distinta es cargarse de los sentimientos que la hagan posible. Emma apenas conoce al señor Loewenthal, gerente de la fábrica donde ella trabaja y culpable del suicidio de su padre. Esa falta de relación hace que apenas resulte factible imaginar la consumación, menos aún llevarla a cabo. Hace falta sentir. El agravio lo sufrió su padre; ella necesita sentirlo en sus carnes, «sentir» que es ella la agraviada, para que la venganza haga en ella su cuerpo, para que el odio contra Loewenthal anide en su conciencia. ¿Cómo transformar su dolor en crueldad? ¿Cómo lograr que la carne responda y construya una voluntad irrevocable? Otros hubieran creado páginas y páginas de atmósfera angustiosa con el ánimo de hacer creíble el acto vengativo. Borges, el genio de Borges, imagina una solución extrema que, ciñéndose a meros hechos,  sorprende por lo increíble que parece. Nos la sugiere previamente: nos predispone a vislumbrar unos hechos por acaecer mediante un solo dato que en el contexto en que se expresa parece fútil: «En abril cumplirá diecinueve años, pero los hombres le inspiraban, aún, un temor casi patológico…». Unas páginas después se desvela el argumento psicológico por el que Emma transforma su dolor en voluntad de matar: odiando a todos los hombres y enfocando ese odio contra Loewenthal. Emma se entrega como furcia portuaria a un grosero marinero en un turbio barrio. Emma se entrega a la repulsión, al horror hacia todos los hombres. Y ese sacrificio implica también sentir la punzada de odio hacia el propio padre.

«¿En aquel tiempo fuera del tiempo, en aquel desorden perplejo de sensaciones inconexas y atroces, pensó Emma Zunz una sola vez en el muerto que motivaba el sacrificio? Yo tengo para mí que pensó una vez y que en ese momento peligró su desesperado propósito. Pensó (no pudo no pensar) que su padre le había hecho a su madre la cosa horrible que a ella ahora le hacían. Lo pensó con débil asombro y se refugió, enseguida, en el vértigo. El hombre sueco o finlandés, no hablaba español; fue una herramienta para Emma como ésta lo fue para él, pero ella sirvió para el goce y él para la justicia. »

La voluntad ya había sido edificada: «El temor se perdió en la tristeza de su cuerpo, en el asco», dice Borges a continuación. Ya en el limen de la acción vengadora, recalca: «Ante Aarón Loewenthal, más que la urgencia de vengar a su padre, Emma sintió la de la castigar el ultraje padecido por ello. No podía no matarlo, después de esa minuciosa deshonra.»  Borges nos desvela aquí que la voluntad de castigar la ha edificado el ultraje a que Emma se sometió con el ánimo de vengar a su padre; que fue preciso el ultraje, fue preciso enfondarse en la ciénaga de la repulsión para lograr la sentimentalidad que impusiera  en las carnes la imperiosidad de la venganza (que hasta entonces sólo había sido deseo y proyecto).

Cierto es que Borges parece incidir en asignar al ultraje otro propósito, el de justificar la muerte de Loewenthal ante la autoridad. Nos dice que Emma «Apretó el gatillo dos veces» y que luego tomó el teléfono y repitió…:«Ha ocurrido una cosa que es increíble… El señor Loewenthal me hizo venir con el pretexto de la huelga… Abusó de mí, lo maté…» Unas páginas antes se preguntaba Borges ante el lector: «¿Cómo hacer verosímil una acción en la que casi no creyó quien la ejecutaba…?» Es cierto, ante la autoridad, la fuerza emocional del asco por el ultraje padecido hace verosímil la versión que Emma entrega. Pero el ultraje como elemento que da verosimilitud a una muerte en respuesta a un intento de violación, es un argumento secundario, incluso superfluo; hubieran bastado signos: vestido roto, huella de resistencia, moratones, una preparada representación… El lector atento se percata de que el argumento es mucho más extraordinario y complejo: la edificación sentimental de una voluntad que cumpla con el propósito de venganza que su dolor le reclama. Aquel es el argumento explícito, éste es el implícito y esencial.

Si la psicología es el arte en investigar la motivación de los actos, Borges es un artista consumado. Pero en él los hechos, las referencias aparentemente fútiles, las locuciones exentas ―descarnadas―de atributos pasionales pero cifrando mediante su exacta y ordenada significación la acción de lo primordial del ser humano, sustituyen a las indagaciones, sustituyen a las deducciones, sustituyen, incluso, a la exposición de motivos sentimentales. Es lo que esos hechos y palabras evocan en la imaginación del lector lo que debela el aparentemente inextricable muro de las motivaciones. El lienzo psicológico que tinta Borges es abstracto y está difuminado, apenas se vale de unos trazos de realidad, pero hay que observar atentamente las pinceladas, hay que pulir bien los anteojos de la imaginación y del entendimiento para ver la grandiosidad de la obra.