Notas de El arte de vivir. Arthur Schopenhauer

231      ¡Qué bisoño es quien imagina que mostrar espíritu e inteligencia es un medio para ganarse el aprecio en sociedad!

232      Entre hombres, como amigos, son los más tontos e ignorantes los más apreciados y buscados, y entre las mujeres, las más feas. … Cualquier tipo de superioridad espiritual tiene la propiedad de aislar.

234      Saber unir la cortesía con el orgullo es una obra de arte.  … Después de una meditación seria y de mucho reflexionar, cada cual tiene que obrar lo más conforme posible con su propio carácter.

236      Quien quiera que su juicio merezca crédito, tiene que expresarlo con frialdad y sin pasión.  … No debemos caer en la tentación de alabarnos a nosotros mismos.

237      tenemos que considerar secretos todos nuestros asuntos personales.  … Es más aconsejable mostrar cordura por lo que se calla que por lo que se dice. Lo primero es cosa de prudencia; lo segundo, de la vanidad.

238      La prudencia recomienda que entre nuestro pensamiento y nuestra palabra se abra siempre una sima suficientemente ancha.

239      La gente suele ser bastante indiferente con respecto a las verdades generales, pero no en lo que respecta a las individuales. … Algunos refranes árabes:

«Lo que no quieras que sepa tu enemigo no se lo digas a tu amigo»; Si callo mi secreto, él es mi prisionero; si lo revelo me convierto yo en el suyo»; «La tranquilidad es el fruto que pende del árbol del silencio».

240      Dejar entrever cólera u odio en gestos o palabras es inútil, es peligroso, es necio, es ridículo, es vulgar.  … Sólo los animales de sangre fría son venenosos.

241      Tres grandes poderes existen en el mundo: prudencia, fuerza y azar.

243      El destino baraja las cartas y nosotros jugamos.

SUECIA, ¿PARAÍSO DE SOLEDAD?

 

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Como buen país luterano, Suecia desarrolló hasta la obsesión la laboriosidad y el temor. La laboriosidad es la que era en siglos pasados, el temor ha cambiado de causa. Antes, en años  del luteranismo tenebroso, ese temor era a las penas del infierno que anunciaban sus predicadores, ahora es temor a sentirse desprotegidos. Los suecos han dejado de ser religiosos, ya no tienen un dios a quien temer, reverenciar o con quien conversar o en quien refugiarse, así que el Estado suple esas necesidades. El Estado envuelve a los suecos en una burbuja protectora desde que nacen; una burbuja que trata de evitarles todos los problemas que acarrea la vida. Sucede, sin embargo, que sin problemas a los que enfrentarse tampoco se producen satisfacciones. Superar los problemas, elaborar proyectos con riesgo, constituyen las principales fuentes de satisfacción personal. En otro caso la vida se vuelve anodina.

Presento unos datos. La mitad de la población sueca vive sola. La mitad de los nacimientos son de madres solteras que logran su embarazo mediante inseminación artificial. Una cuarta parte de las personas que mueren lo hacen en la más absoluta soledad, sin nadie cercano que les auxilie y conforte. Llegó un momento, allá en los comienzos de los años 70 del pasado siglo, en que la burbuja protectora empezó a producir extraños frutos. Las mujeres quisieron independizarse de los hombres; los hombres quisieron independizarse de las mujeres; los hijos quisieron independizarse de los padres; los padres quisieron independizarse de los hijos. Ahora están todos solos.

La burbuja con que el Estado protegía y enseñaba a comportarse a los ciudadanos siguió un proceso evolutivo de individualización muy razonable: como una planta mimada y protegida con plásticos de todas las perturbaciones y excesos atmosféricos, los ciudadanos suecos fueron haciéndose más y más sensibles a las alteraciones;  ante los simples roces que conlleva la convivencia marital o familiar se agarraban su burbuja y abandonaban el hogar (algo semejante estamos viendo en los matrimonios recientes en España, ¿verdad?).

Pero la burbuja individualizadora, de manera consecuente, ha extendido su ámbito de actuación a todo tipo de relación social. En el documental de 2016, La teoría sueca del amor, del director Erik Gandini,  una instructora que alecciona  a los nuevos refugiados musulmanes que acaban de recalar en el país, en referencia a los nativos, les dice: contestan escuetamente a los saludos; huyen de gritos y sentimentalidades; no les gusta entablar conversaciones con nadie; muchos de ellos, antes de compartir el ascensor con un extraño prefieren subir andando hasta su piso; son obsesos de la puntualidad y la laboriosidad; y una gran mayoría de ellos pasan directamente del trabajo a la televisión.

Se puede decir que todo comenzó o fue esbozado en 1972 por el socialdemócrata Olof Palme, que creyó que la “liberación” se encontraba en la individualización, y propuso leyes para conseguirla, y construyó la burbuja de los ciudadanos. Y tal experimento de ingeniería social parece haber dado como resultado una nueva especie humana: los suecos hablan con los árboles y, en mística relación, se comunican con la naturaleza, pero se alteran gravemente si tienen que establecer una relación social con sus iguales. Así que relacionarse con los demás empieza a ser cosa del pasado, al tiempo que desaparece la familia tradicional. Con estas condiciones, tengo mis dudas acerca de que exista el tan cacareado paraíso sueco, no creo que no pueda construirse ningún paraíso de soledad.

Complementemos, no obstante el cuadro. Para que la burbuja tenga consistencia, para que el Estado se haga cargo de todas las contingencias de los ciudadanos, los impuestos son muy elevados, de manera que queda poco para la suntuosidad y para las pensiones. Cualquiera que haya visitado Suecia sabe que los nuevos edificios de pisos que se construyen en las grandes ciudades son ramplones, feos y parejos, y los pisos son pequeños y nada ostentosos. Es el precio que hay que pagar por la individualidad y por mantener la burbuja en funcionamiento. Otras cuestiones son más preocupantes. Los datos sobre violencia sexual, suicidios, drogadicciones, son de los más altos de Europa. Pero con todo, ahora se les presenta un problema nuevo: una abundante cantidad de inmigrantes musulmanes. Suecia, con diez millones de habitantes, da cobijo a más de seiscientos mil musulmanes. En la ciudad de Malmö alcanzan a ser un  45% del total de la población.  La violencia se ha disparado en algunos suburbios (con mayoría de inmigrantes) de las más importantes ciudades, hasta el extremo de que médicos y bomberos tienen que entrar protegidos por la policía a esos lugares. Hace solo unos días, el 13 de agosto, cien coches fueron quemados en Gotemburgo. El estado de violencia ha hecho surgir patrullas vecinales para controlar los barrios colindantes a los de mayoría musulmana.

Acusan al partido socialdemócrata gobernante (primer gobierno feminista del mundo, gustan llamarse las de la foto, que sorprendentemente se vuelcan en atenciones hacia el Islam, donde es un hecho que la mujer está en condiciones de semiesclavitud) de no tomar otras medidas que no sean las de invertir grandes sumas de dinero para crear puestos de trabajo y para integrar a la reciente inmigración, impidiendo que se publique ningún dato referente a la violencia dicha. El caso es que lo candente del problema ha hecho crecer como la espuma la intención de voto hacia el Partido Demócrata sueco, de extrema derecha, hasta un 20 %. Veremos los resultados de las elecciones de este mes de septiembre que estamos a punto de abrir.

Así que el tan cacareado paraíso sueco no lo es tanto. La falta de comunicación y contacto social, la ruptura familiar, la soledad que, como una epidemia se ha extendido por Suecia, más creo que producen infelicidad que bienestar. Yo aconsejo que si leen por ahí estadísticas interesadas, que  han sido elaboradas teniendo en cuenta la asistencia sanitaria o la educación como sinónimos de bienestar, y que señalan que los habitantes de los países del norte de Europa se encuentran entre los más felices del mundo, póngalas en cuestión, no les hagan mucho caso, o, incluso, les invito a reírse de ellas.