DE ABRAHAM A LUTERO

Los acontecimientos bíblicos sobre la historia y genealogía de los hebreos comienzan en la ciudad de Ur, en Summer (actual sur de Iraq). En los primeros años del segundo milenio a.C., un grupo de tribus arameas emigró a una zona cercana a la actual Harran, en Turquía. Siglos más tarde, una parte de estos grupos familiares emigrarían a los alrededores del río Jordán, desarrollándose en tribus: amonitas, moabitas, edomitas y hebreos.

En Egipto:

Entre 1694 y 1600 a.C., nómadas pastores procedentes de Palestina llegaron a Egipto en la época en que el estado estaba gobernado por los hicsos,  pueblos de pastores, semitas como los hebreos, que habían tomado el poder. A la caída de los hicsos (1570 a.C), las tribus hebreas tuvieron que emigrar de Egipto, no quedando ninguna reseña histórica de su éxodo, lo que da idea de que nunca llegaron a ser muy numerosos e importantes. Con ese éxodo y con Moisés, comienza la historia del pueblo judío.

Moisés:

No quedan referencias históricas de él fuera de las escrituras religiosas judías, pintando éstas una figura mitológica que se repite en varias ocasiones en el medio oriente. Por ejemplo,  en la figura de Acad (sobre el 2600 a.C.), el fundador del imperio acadio en Mesopotamia, del que se dice que fue flotando por el río Éufrates en una cesta de mimbre embadurnada de brea, siendo recogido por la esposa del rey de Lasar, al que luego destronaría el infante.

El caso es que el tal Moisés debió conocer en Egipto el culto al dios Aton,  un dios monoteísta que introdujo el faraón Amenofis IV (Ajnatón),  porque las formas del nuevo dios hebreo, Yahvé, coinciden con las de Atón. Además, las Las Tablas de la Ley,  imitan en muchos aspectos al Código de Hammurabi, conjunto de leyes impresos en piedra y en tablillas de barro por el rey mesopotámico de tal nombre.

El caso es que siguiendo a Moisés y Josué, los hebreos procedentes de Egipto, tras conquistar Jericó y sus alrededores, se establecen en Canaán, al oeste de Palestina, y en el 1020 a.C. resultan lo suficientemente poderosos como para crear un reino, el reino israelita, aunque conviviendo con otros pueblos y otros dioses.

La cautividad en Babilonia

En el año 598 a. C. Nabucodonosor II, soberano de Babilonia conquistó Jerusalén y llevó como cautivos a las élites judías. En el 587, el mismo rey, ante una revuelta, destruye el reino de Judá y su capital Jerusalén.

Sin embargo, el año 539 a.C., el fundador del imperio persa, Ciro II el Grande, conquista Babilonia y deja en libertad a los judíos. Empieza entonces la época de los profetas y del poder de los sumos sacerdotes.

Durante su estancia en Babilonia se redacta el Talmud y posiblemente la Torá, el Antiguo Testamento que conocemos nosotros. Hay dos redacciones, una Babilónica y otra efectuada en Jerusalén, con ciertas diferencias entre ambas y escritas en arameo y en hebreo.

Zoroastro, Ahura Mazda y El Avestra:

Zoroastro o Zaratustra fue un profeta del siglo VI a.C. en Irán, que predicó el culto a Ahura Mazda (el actual Mazdeísmo, ya que aún hoy en día se sigue practicando), llegando a ser la religión oficial persa. El Avestra es el libro que contiene sus enseñanzas. En dichas enseñanzas figuran muchos aspectos religiosos que van a ser asumidos por los redactores judíos del Talmud de Babilonia, incorporándose a sí a la religión hebrea.

El judaísmo como religión de síntesis:

He nombrado anteriormente que la religión que instaura la figura mitológica de Moisés contiene la imitación de las formas de culto a Atón así como su monoteísmo, además de ciertas partes del código de Hammurabi, pero con la estancia en Babilonia se toman muchos aspectos religiosos que aparecen en el Avesta, así como mitos mesopotámicos como el del Diluvio Universal, que aparece por primera vez en una tablilla de barro del 2700 a.C. que lleva por nombre Poema de Gilgamesh.

En el Avestra tienen su origen las siguientes estructuras religiosas:

–Relato mítico de la Creación

–Cielo e Infierno

–Bien y Mal

–Ángeles y Demonios

–Apocalipsis y Juicio Final

–Resurrección de los cuerpos

–Esperanza en un Redentor

El Cristianismo:

Jesucristo (entre el 8 y el 4 a.C. y el 29 d.C.), figura principal del cristianismo, que nació en Belén, Judea. Desde el siglo VI se considera que la era cristiana comienza el año de su nacimiento, pero en la actualidad se cifra un error de cuatro a ocho años. Para los cristianos, Jesús fue el Hijo de Dios encarnado y concebido por María, la mujer de José, un carpintero de Nazaret. El nombre de Jesús se deriva de la palabra hebrea Joshua, que completa es Yehoshuah (‘Yahvé es salvación’); y el título de Cristo, de la palabra griega christos, a su vez una traducción del hebreo mashiaj (‘el ungido’), o Mesías. Los primeros cristianos emplearon Cristo por considerarle el libertador prometido de Israel; más adelante, la Iglesia lo incorporó a su nombre para designarle como redentor de toda la humanidad

Las principales fuentes de información sobre su vida se encuentran en los Evangelios, escritos en la segunda mitad del siglo I para facilitar la difusión del cristianismo por todo el mundo antiguo. Las epístolas de san Pablo y el libro de los Hechos de los Apóstoles también aportan datos interesantes. La escasez de material adicional de otras fuentes y la naturaleza teológica de los relatos bíblicos provocaron que algunos exegetas bíblicos del siglo XIX dudaran de su existencia histórica. Otros, interpretando de diferente manera las fuentes disponibles, escribieron biografías naturalistas de Jesús. En la actualidad, los eruditos consideran auténtica su existencia, para lo que se basan en la obra de los escritores cristianos y en la de varios historiadores romanos y judíos.

Los evangelios de san Mateo y san Lucas recogen datos sobre el nacimiento e infancia de Jesús, e incluyen su genealogía, que se remonta hasta Abraham y David (Mt. 1,1-17; Lc. 3,23-38). Se supone que la descripción de su genealogía se hizo para probar el mesianismo de Jesús. Según Mateo (1,18-25) y Lucas (1,1-2,20), Jesús fue concebido por su madre, que “aunque desposada con José, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo” (Mt. 1, 18). Nació en Belén, donde José y María habían acudido para cumplir con el edicto romano que obligaba a inscribirse en el censo. Mateo es el único que describe (2,13-23) el viaje a Egipto, cuando José y María se llevaron al niño lejos del alcance del rey Herodes el Grande. Sólo Lucas relata el cumplimiento de José y María con la ley judía que requiere la circuncisión y presentación en el templo de todos los recién nacidos de Jerusalén (2,21-24); el mismo evangelista también describe su siguiente viaje (2,41-51) con el joven Jesús al templo para la fiesta de la Pascua. Los Evangelios omiten la vida de Jesús desde que tuvo 12 años hasta que empezó su ministerio público, unos 18 años después.

En compañía de sus discípulos, Jesús estableció su base en Cafarnaúm y viajó a los pueblos y aldeas cercanas para proclamar la llegada del Reino de Dios, tal como hicieron otros muchos profetas hebreos antes que él. Cuando los enfermos de cuerpo o espíritu se acercaron a él en busca de ayuda, los curó con la fuerza de la fe. Insistió en el amor infinito de Dios por los más débiles y desvalidos, y prometió el perdón y la vida eterna en el cielo a los pecadores siempre que su arrepentimiento fuera sincero. La esencia de estas enseñanzas se encuentra en el sermón de la montaña (Mt. 5,1-7), que contiene las bienaventuranzas (5,3-12) y la oración del Padrenuestro (6,9-13). El énfasis de Jesús en la sinceridad moral más que en la observancia estricta del ritual judío provocó la enemistad de los fariseos, que temían que sus enseñanzas pudieran incitar a los judíos a rechazar la autoridad de la Ley, o Torá. Otros judíos se mostraron recelosos ante las actividades de Jesús y sus seguidores porque podrían predisponer a las autoridades romanas contra una eventual restauración de la monarquía.

El historiador judío Flavio Josefo coetáneo de Jesús, apenas lo menciona, sugiriendo que en ese tiempo predicaban entre los judíos más de 2000 profetas.

A la muerte de Jesús, su hermano Santiago , queda como cabeza de su movimiento.

Primeros Cristianos:

La primitiva iglesia no rompió amarras con el judaísmo, todo lo más se consideraban renovadores de las doctrinas judaicas y su religión estaba destinada a los judíos excluyendo a todos los demás, gentiles. Sin embargo, Pablo de Tarso, un judío, aunque ciudadano romano que persiguió inicialmente a los cristianos y luego se convirtió, estuvo en desacuerdo con esos primitivos judeocristianos, y dedicándose a predicar en las principales regiones del imperio romano, tanto de oriente como de occidente, consiguió extender el cristianismo y edificar las bases de lo que luego sería la Iglesia como institución.

Otro hecho muy significativo para entender la expansión del cristianismo primitivo fue la diáspora judía. En el año 70 d.C. Jerusalén fue destruido por sublevarse contra Roma y la mayoría de los judíos fueron deportados o huyeron a trasvés de las numerosas regiones que englobaba el gran imperio romano. Un gran número de ellos fue a Egipto, a Alejandría, donde constituían un tercio de la población, mientras que otros muchos se extendieron a lo largo de la costa de lo que hoy en día es Turquía, entonces poblada por griegos. Por esta diáspora aparecen numerosas sectas cristianas a lo largo del imperio.

Dentro de las numerosas sectas, podemos decir que practicaban una especie de comunismo de la propiedad, y sobre todo tenían la seguridad de la venida inmediata del fin del mundo.  Eran conocidos también como apocalípticos, por esa espera de la inmediata llegada de la Resurrección de los Muertos y el Juicio Final, así que, ante tan inminente acontecimiento, no les importaba ofrendar su vida por su dios ni aborrecer del mundo. Lo cierto es que en el siglo III eran ya tan numerosos que, viendo el emperador Constantino que podían aportar su firmeza y fuerza a un imperio en franca decadencia, decidió dar al cristianismo el amparo del estado.

Con los sucesores de Constantino, el cristianismo se impuso porque era la fuerza más organizada del imperio, aunque no la más numerosa. El caso es que nada más tener el poder, los obispos cristianos consiguieron que se prohibiera bajo pena de muerte toda otra religión, así como la destrucción de todos los templos paganos. No obstante, durante casi dos siglos la lucha surgió entonces entre diversas corrientes cristianas por la disputa en dogmas de fe y en el poder de los grupos. Los arrianos, que llegaron a tener el poder con dos emperadores, terminaron siendo perdedores y perseguidos. A partir de entonces la iglesia cristiana se afirma monolíticamente en el más absoluto fanatismo religioso y con un apego inconmensurable al poder.

CRISTIANISMO EN EUROPA

A lo largo de la Edad Media el poder de la Iglesia y los bienes que atesoraba había ido creciendo sin parar. Junto a los señores feudales recluidos en sus castillos, gobernaban a una población europea que sufría toda suerte de padecimientos: hambre, pues debía pagar gran parte de sus cosechas a la iglesia y a los nobles; esclavitud, pues los nobles eran dueños y señores de sus vidas; pestes, tan numerosas por las condiciones de higiene y sanidad en que vivían; guerras, muchas veces establecidas por los señores feudales entre sí por mera diversión o entretenimiento; saqueos y bandidaje por parte de los desesperados del mundo que, desposeídos de todo, se echaban a los caminos a robar y asesinar, matando en numerosas ocasiones a poblados enteros. La iglesia no sólo era espectadora en este duelo, sino que participaba muy principalmente en la opresión. Así que surgieron de las gentes del pueblo una serie de doctrinas que enlazaban con la primitiva doctrina de Cristo de la humildad, la pobreza y la caridad, junto a las doctrinas gnósticas tan en boga en los primeros siglos del cristianismo. Esas corrientes religiosas nacidas en el pueblo son denominadas ahora de forma genérica Cátaros (puros), pero se pueden nombrar muchas de estas sectas que pulularon por europa: Los novacianos, los paulicianos, los bogomilos, los tejedores, los milaneses, los patarines, los albiguenses etc. Desde el siglo IX hasta el siglo XII cobraron gran fuerza en Bulgaria, Albania, Eslovenia, Milán, el sur de Francia, Alemania etc.

Para evitar su empuje, la iglesia levantó órdenes de monjes que dieran ejemplo entre la población del sacrificio de la iglesia católica, además de aumentar el control en cada población. Además, al descontento generalizado ya señalado se fue añadiendo con el tiempo el problema de los segundones, caballeros sin fortuna, nobles que se veían desplazados en la herencia de los bienes por el primogénito del castillo, dedicándose a saquear con impunidad a la aterrorizada población.

De todo ello surgieron numerosas revueltas en Europa y una pérdida de fe en la iglesia. La solución que encontró el poder establecido es la de buscarse un enemigo hacia donde desviar el descontento. El enemigo encontrado fue el Islam; el pretexto, la conquista de Jerusalén. (¿os suenan las similitudes con Bush y la guerra de Iraq?); como ahora, se inventaron excusas atrayentes: que los musulmanes nadaban en oro y diamantes, que ultrajaban los lugares santos del cristianismo en Jerusalén etc. El caso es que dio resultado. Una riada de mendicantes y harapientos recorrió los caminos fustigándose y predicando la primera cruzada contra el demonio musulmán. La mayoría de ellos murieron en el camino hacia Jerusalén, decenas de miles de ellos embarcados sin armas ni alimentos fueron abandonados a su suerte por los caballeros nobles que con ricos carros y numerosos sirvientes marcharon hacia la primera cruzada. El resultado final fue la gran masacre de gentes por allá por donde estos caballeros cruzados pasaban. En Jerusalén se divertían estampando a niños, mujeres y ancianos contra las paredes, hasta que por las calles circuló un río de sangre, según describe un cronista árabe de la época.

Tras varias cruzadas, sin embargo, los cátaros siguieron ganando terreno en Europa, hasta que el Papa Inocencio III decretó una cruzada contra ellos, la cruzada albiguense, aplastando el movimiento de una forma brutal.

Los pocos que sobrevivieron hubieron de sufrir a la Santa Inquisición durante unos siglos más.

EL PROTESTANTISMO. LUTERO

El teólogo y reformador religioso alemán Martín Lutero precipitó la Reforma protestante al publicar en 1517 sus 95 tesis denunciando las indulgencias y los excesos de la Iglesia católica. Para Lutero la esencia del cristianismo no se encuentra en la organización encabezada por el papa, sino en la comunicación directa de cada persona con Dios. Su protesta provocó una cascada de desengaños en la Iglesia católica y sentó las bases de otros movimientos protestantes, como el calvinista .

Reforma, movimiento religioso surgido en el siglo XVI en el ámbito de la Iglesia cristiana, que supuso el fin de la hegemonía de la Iglesia católica y la instauración de distintas iglesias ligadas al protestantismo. La Reforma, precedida por la cultura del renacimiento y, de alguna forma, seguida por la Revolución Francesa, alteró por completo el modo de vida de Europa occidental e inició la edad moderna. Aunque se inició a principios del siglo XVI, cuando Martín Lutero desafió la autoridad papal, las circunstancias que condujeron a esa situación se remontan a fechas anteriores y conjugan complejos elementos doctrinales, políticos, económicos y culturales.

600 a.C.

600 a.C.

La hora del espíritu

La fecha, obvio es, no es precisa, pero en sus alrededores –siglo arriba, siglo abajo—brotaron en diversas partes del mundo novedosas llamaradas de espiritualidad que 2.600 años después siguen alumbrando la humanidad.

Todavía en la Ilíada, recopilada 800 años antes de nuestra era, el carácter primitivo de las gentes se manifiesta en sus dioses, apasionados seres que apoyan a troyanos o aqueos por aviesos motivos; y, realzadamente se manifiesta en su animismo, con ríos, montañas, volcanes…, repletos de poder y vida e interviniendo en el destino de los hombres.

Pero unos pocos cientos de años después, ya digo, alrededor del 600, la mirada de  Mahariva y Buda en la India, la mirada de Confucio y Lao Tzu en China, la mirada de Zaratustra en Persia y la de Pitágoras en la Magna Grecia, es una mirada nueva que no inquiere tanto al mundo como al interior de uno mismo; que—con la excepción de Zaratustra—rechazan los dioses y sus doctrinas, rechazan la rudeza y la violencia; es una mirada que no busca el amparo a sus desdichas en lo sobrenatural; que se aparta de la gloria, el poder y las riquezas; que busca erradicar el propio sufrir. Todos esos personajes son portavoces de una nueva sensibilidad, todos ellos desatienden los espíritus y se presentan como clarines de espiritualidad. Todos ellos nacen en sociedades que llevan siglos sufriendo calamidades y guerras, dolor y miseria general, así que su doctrina trata de ser una guía para evitar el sufrimiento.

El Jainismo, surgido de Mahariva, postula que el mundo es penetrado por un espíritu universal que vela por mantener la armonía y la justicia. Su primer mandamiento es el respeto a la vida. En sus orígenes se acompañaban de una escobilla con la que barrían su camino en previsión de no pisar algún pequeño animal. Para el Jainismo no hay Dios, y el Cosmos no tiene comienzo ni fin. Las almas, liberadas de la materia kármica, constituyen un solo gran espíritu; un Espíritu que impregna todo y hace a lo viviente parte de un único Ser. El recto camino, el conocimiento recto y la conducta recta, son sus guías.

También el Budismo descree de los dioses. El mundo y el alma son ilusiones de nuestros deseos, y de ellas surge el sufrimiento. De ahí que para acabar con el sufrimiento es preciso desprenderse de ilusiones y deseos. Cuatro Nobles Verdades y ocho caminos es preciso seguir para extinguir el sufrimiento. Si tal, se alcanza el Nirvana, la iluminación, la liberación del hombre de su atadura a la rueda de las pasiones.

Las antiguas religiones chinas tenían a los antepasados como fuente de energía mágico-religiosa. Todo se regía por dos principios antagónicos y complementarios, el yin y el yang, y se sacralizaba un misterioso Tao, “una totalidad viva y creadora sin forma ni nombre”, nos dice Mircea Eliade. Confucio y Lao Tzu se hallaban imbuidos de estas creencias, pero las aplicaron a propósitos y doctrinas bien distintas. Mientras que Confucio hizo pedagogía con el fin de lograr una sociedad justa y armónica mediante la formación de los mejores hombres para la administración política[1], Lao Tzu enseñó  que vivir de acuerdo al Tao sólo es posible fuera de la organización social. Ninguno de los dos otorgó importancia a las especulaciones acerca de los dioses.

Confucio atiende  dos frentes, el individuo y  la organización social. Su propósito respecto a ésta es que funcione; su propósito respecto al individuo es el de alejarlo de la desazón que produce el vivir, y para ello aplica  la técnica de fijar la atención de la conciencia en el obrar rutinario. El practicar el rito, el seguir la costumbre ceremonialmente, la disciplina, la virtud, en suma, el trabajo perfeccionista, son los valores que predica. Los ritos adquieren para Confucio una fuerza mágico-religiosa, y la disciplina de un hombre irá dirigida a conseguir ritualidad en cada gesto y en cada comportamiento.  En cambio, Lao Tzu considera que la justicia y los ritos ensalzados por Confucio son inútiles y peligrosos. El Taoísmo trata de no interferir en la marcha de las cosas, y por esa razón prefiere vivir al margen de la vida pública. Practica la no violencia, alegando que lo blando y lo débil acaban venciendo a lo duro y lo fuerte; así que ensalza las virtudes femeninas, la debilidad, la humildad, la androginia, la relatividad de los estados de conciencia…

Los persas se habían recién unificado con los medos en un gran imperio cuando nació Zaratustra, un reformador de la religión tradicional indoirania, pero, sobre todo, un gran reformador moral. En contraposición a los dioses indoeuropeos reinantes, faltos de sensibilidad y carentes de virtudes, Ahura Mazda, el Dios supremo que Zaratustra ensalza, posee las cualidades de la omnipotencia, la santidad y la bondad. Ahura Mazda castiga a los malvados y premia a los justos, así que todo mazdeísta ha de luchar contra el Mal. El dualismo Bien y Mal[2] cobra fuerza. La guía del creyente se basa en tres principios éticos: buenos pensamientos, buenas palabras, buenas acciones. Frente a las formas morales preexistentes, en que los dioses gobiernan el destino de los hombres y el individuo debe aplacarlos con sacrificios, el gran cambio ético que el zoroastrismo aporta, es que el hombre es libre para elegir hacer el bien o el mal. Las personas son libres y se hacen responsables de  su destino.

Alrededor de la época en que vivieron y divulgaron sus doctrinas estos pensadores nombrados, vivió Pitágoras en la Magna Grecia, en Crotona, y allí creó su escuela. Se le atribuye ser uno de los iniciadores de la filosofía griega, establecer los principios matemáticos de la música, contribuir decisivamente a la geometría, y  crear una sociedad de carácter místico. En lo que a nosotros concierne, en cuanto a sus doctrinas éticas, creó una fraternidad mística que practicaba el ascetismo y el vegetarianismo, que pretendía la purificación espiritual, y cuya fe reposaba en el principio de la metempsicosis, en que el alma se une a lo divino y se reencarna.

¿Cuál es la importancia que tienen en la actualidad todas estas creencias? Inmensa. En el naturismo, en el ecologismo, en el animalismo, en el hipismo, en el veganismo, en todas esas formas de religiosidad popular que participan del animismo, de la astrología, de la creencia en una justicia universal (así te comportes con los demás, así se comportarán contigo etc), que participan de la creencia en que todo ocurre según una mágica reciprocidad justiciera, y también todos esos grupos que practican la ascesis o el misticismo. Hoy, como en la época en que surgieron –porque se trata de necesidades intemporales, de necesidades debidas a la naturaleza humana—, huyendo del sufrimiento que causa el mundo,  la gente busca refugio  en la soledad, en el misticismo, en sofocar el bullicio y el trasiego de una inquieta mente que nos atormenta, busca refugio en  las creencias que proponen modelos de pensamiento y de conducta que esquiven los deseos, los temores, lo rudo y violento, las ilusiones vanas, el contacto con la alteridad de la gente. Tal como ya aparece en las antiguas Upanishads de la India, hoy «el hombre se conecta con la divinidad a través del hilo que une este mundo con el otro mundo y con todas las cosas».


[1] Sus discípulos lograron que 250 años después de la muerte de su maestro, el soberano chino encargara a los confucianos la administración del imperio. Su doctrina ha servido de guía a los servicios públicos durante dos mil años.

[2] Durante la cautividad de Israel en Babilonia, la formas religiosas de Oriente Medio, y entre ellas el judaísmo, toman del mazdeísmo muchas de sus creencias y mitos: la Resurrección de los Muertos, el Juicio Final, el viaje de las almas hacia el Cielo, los ángeles y demonios, el Bien y el Mal, la lucha entre ángeles y demonios, el juicio de las almas según los pecados cometidos en vida, la anunciación de un Mesías redentor… Creencias que serían traspasadas al cristianismo.