600 a.C.

600 a.C.

La hora del espíritu

La fecha, obvio es, no es precisa, pero en sus alrededores –siglo arriba, siglo abajo—brotaron en diversas partes del mundo novedosas llamaradas de espiritualidad que 2.600 años después siguen alumbrando la humanidad.

Todavía en la Ilíada, recopilada 800 años antes de nuestra era, el carácter primitivo de las gentes se manifiesta en sus dioses, apasionados seres que apoyan a troyanos o aqueos por aviesos motivos; y, realzadamente se manifiesta en su animismo, con ríos, montañas, volcanes…, repletos de poder y vida e interviniendo en el destino de los hombres.

Pero unos pocos cientos de años después, ya digo, alrededor del 600, la mirada de  Mahariva y Buda en la India, la mirada de Confucio y Lao Tzu en China, la mirada de Zaratustra en Persia y la de Pitágoras en la Magna Grecia, es una mirada nueva que no inquiere tanto al mundo como al interior de uno mismo; que—con la excepción de Zaratustra—rechazan los dioses y sus doctrinas, rechazan la rudeza y la violencia; es una mirada que no busca el amparo a sus desdichas en lo sobrenatural; que se aparta de la gloria, el poder y las riquezas; que busca erradicar el propio sufrir. Todos esos personajes son portavoces de una nueva sensibilidad, todos ellos desatienden los espíritus y se presentan como clarines de espiritualidad. Todos ellos nacen en sociedades que llevan siglos sufriendo calamidades y guerras, dolor y miseria general, así que su doctrina trata de ser una guía para evitar el sufrimiento.

El Jainismo, surgido de Mahariva, postula que el mundo es penetrado por un espíritu universal que vela por mantener la armonía y la justicia. Su primer mandamiento es el respeto a la vida. En sus orígenes se acompañaban de una escobilla con la que barrían su camino en previsión de no pisar algún pequeño animal. Para el Jainismo no hay Dios, y el Cosmos no tiene comienzo ni fin. Las almas, liberadas de la materia kármica, constituyen un solo gran espíritu; un Espíritu que impregna todo y hace a lo viviente parte de un único Ser. El recto camino, el conocimiento recto y la conducta recta, son sus guías.

También el Budismo descree de los dioses. El mundo y el alma son ilusiones de nuestros deseos, y de ellas surge el sufrimiento. De ahí que para acabar con el sufrimiento es preciso desprenderse de ilusiones y deseos. Cuatro Nobles Verdades y ocho caminos es preciso seguir para extinguir el sufrimiento. Si tal, se alcanza el Nirvana, la iluminación, la liberación del hombre de su atadura a la rueda de las pasiones.

Las antiguas religiones chinas tenían a los antepasados como fuente de energía mágico-religiosa. Todo se regía por dos principios antagónicos y complementarios, el yin y el yang, y se sacralizaba un misterioso Tao, “una totalidad viva y creadora sin forma ni nombre”, nos dice Mircea Eliade. Confucio y Lao Tzu se hallaban imbuidos de estas creencias, pero las aplicaron a propósitos y doctrinas bien distintas. Mientras que Confucio hizo pedagogía con el fin de lograr una sociedad justa y armónica mediante la formación de los mejores hombres para la administración política[1], Lao Tzu enseñó  que vivir de acuerdo al Tao sólo es posible fuera de la organización social. Ninguno de los dos otorgó importancia a las especulaciones acerca de los dioses.

Confucio atiende  dos frentes, el individuo y  la organización social. Su propósito respecto a ésta es que funcione; su propósito respecto al individuo es el de alejarlo de la desazón que produce el vivir, y para ello aplica  la técnica de fijar la atención de la conciencia en el obrar rutinario. El practicar el rito, el seguir la costumbre ceremonialmente, la disciplina, la virtud, en suma, el trabajo perfeccionista, son los valores que predica. Los ritos adquieren para Confucio una fuerza mágico-religiosa, y la disciplina de un hombre irá dirigida a conseguir ritualidad en cada gesto y en cada comportamiento.  En cambio, Lao Tzu considera que la justicia y los ritos ensalzados por Confucio son inútiles y peligrosos. El Taoísmo trata de no interferir en la marcha de las cosas, y por esa razón prefiere vivir al margen de la vida pública. Practica la no violencia, alegando que lo blando y lo débil acaban venciendo a lo duro y lo fuerte; así que ensalza las virtudes femeninas, la debilidad, la humildad, la androginia, la relatividad de los estados de conciencia…

Los persas se habían recién unificado con los medos en un gran imperio cuando nació Zaratustra, un reformador de la religión tradicional indoirania, pero, sobre todo, un gran reformador moral. En contraposición a los dioses indoeuropeos reinantes, faltos de sensibilidad y carentes de virtudes, Ahura Mazda, el Dios supremo que Zaratustra ensalza, posee las cualidades de la omnipotencia, la santidad y la bondad. Ahura Mazda castiga a los malvados y premia a los justos, así que todo mazdeísta ha de luchar contra el Mal. El dualismo Bien y Mal[2] cobra fuerza. La guía del creyente se basa en tres principios éticos: buenos pensamientos, buenas palabras, buenas acciones. Frente a las formas morales preexistentes, en que los dioses gobiernan el destino de los hombres y el individuo debe aplacarlos con sacrificios, el gran cambio ético que el zoroastrismo aporta, es que el hombre es libre para elegir hacer el bien o el mal. Las personas son libres y se hacen responsables de  su destino.

Alrededor de la época en que vivieron y divulgaron sus doctrinas estos pensadores nombrados, vivió Pitágoras en la Magna Grecia, en Crotona, y allí creó su escuela. Se le atribuye ser uno de los iniciadores de la filosofía griega, establecer los principios matemáticos de la música, contribuir decisivamente a la geometría, y  crear una sociedad de carácter místico. En lo que a nosotros concierne, en cuanto a sus doctrinas éticas, creó una fraternidad mística que practicaba el ascetismo y el vegetarianismo, que pretendía la purificación espiritual, y cuya fe reposaba en el principio de la metempsicosis, en que el alma se une a lo divino y se reencarna.

¿Cuál es la importancia que tienen en la actualidad todas estas creencias? Inmensa. En el naturismo, en el ecologismo, en el animalismo, en el hipismo, en el veganismo, en todas esas formas de religiosidad popular que participan del animismo, de la astrología, de la creencia en una justicia universal (así te comportes con los demás, así se comportarán contigo etc), que participan de la creencia en que todo ocurre según una mágica reciprocidad justiciera, y también todos esos grupos que practican la ascesis o el misticismo. Hoy, como en la época en que surgieron –porque se trata de necesidades intemporales, de necesidades debidas a la naturaleza humana—, huyendo del sufrimiento que causa el mundo,  la gente busca refugio  en la soledad, en el misticismo, en sofocar el bullicio y el trasiego de una inquieta mente que nos atormenta, busca refugio en  las creencias que proponen modelos de pensamiento y de conducta que esquiven los deseos, los temores, lo rudo y violento, las ilusiones vanas, el contacto con la alteridad de la gente. Tal como ya aparece en las antiguas Upanishads de la India, hoy «el hombre se conecta con la divinidad a través del hilo que une este mundo con el otro mundo y con todas las cosas».


[1] Sus discípulos lograron que 250 años después de la muerte de su maestro, el soberano chino encargara a los confucianos la administración del imperio. Su doctrina ha servido de guía a los servicios públicos durante dos mil años.

[2] Durante la cautividad de Israel en Babilonia, la formas religiosas de Oriente Medio, y entre ellas el judaísmo, toman del mazdeísmo muchas de sus creencias y mitos: la Resurrección de los Muertos, el Juicio Final, el viaje de las almas hacia el Cielo, los ángeles y demonios, el Bien y el Mal, la lucha entre ángeles y demonios, el juicio de las almas según los pecados cometidos en vida, la anunciación de un Mesías redentor… Creencias que serían traspasadas al cristianismo.

2 comentarios en “600 a.C.

  1. Siempre es grato recordar y repasar, a través de un ‘post’ tan sintético como bien pergeñado, los hitos filosóficos de la espiritualidad. Vivimos en años convulsos, y ahora en medio de una enfermedad nueva que afecta a la humanidad y de la que no sabemos a ciencia cierta cómo va a evolucionar mañana. Ojalá cuando llegue a su fin suponga el inicio de una era en la que la espiritualidad asuma el lugar del que ha sido desbancada y suprimida por la degeneración característica de la decadencia: etapa final, más o menos corta o larga, de todo ciclo.

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