Yack: Creo que en algo estamos los dos absolutamente de acuerdo: en la consideración que debe reinar en la ciudadanía acerca de la Democracia como algo sagrado, como fundamento de la convivencia. Pero antes hemos de ponernos de acuerdo ―a grandes rasgos―de qué entendemos cuando hablamos de sistema democrático. A mi entender, no es sólo una apariencia de representación en la que el ciudadano manifiesta en las urnas periódicamente estar de acuerdo con una opción política generalmente engañosa, sino que la entiendo como posibilidad de participación en las discusiones y decisiones que afectan a la colectividad, la entiendo como intervención del individuo en los asuntos políticos, y la entiendo como respeto a los consensos obtenidos en esas discusiones referidos al papel y a los derechos y libertades de la ciudadanía y de los distintos grupos que la integran. Y la entiendo, claro, como independencia de los poderes del Estado con un control sobre estos poderes y sobre los políticos (conseguirlo esto sería la cura más efectiva y urgente de esta democracia nuestra). Volver a Locke y a Montesquieu.
Claro, la democracia será siempre imperfecta y zigzagueante porque representa un acuerdo comunal frente a los instintos egoístas del hombre y, consiguientemente, aceptar las implicaciones que tiene conlleva necesariamente una lucha con uno mismo y con los demás por el hecho de tener que aceptar dictados que uno no desea seguir o que rechaza. Pero creo que el límite donde la democracia empieza a perder el nombre es perceptible, el límite en el que los defectos de la democracia se han pervertido es reconocible: de la putrefacción que desprende es posible detectar diferentes olores: la corrupción institucionalizada y generalizada, la absoluta pasividad del ciudadano ante los asuntos públicos, la veneración del caudillaje, el dominio político en todas las instituciones…
Cuando la democracia ha perdido su esencia participativa y ha derivado en totalitarismo, con las leyes y las instituciones al servicio de un partido o de una clase social y no sirviendo al bien común, en tales circunstancias, digo, la rebelión de la ciudadanía es un derecho para dejar de ser meros súbditos. En las revueltas de la «primavera árabe» se produjeron esas circunstancias. También esos fueron los motivos de la caída de la URSS. En el caso de Egipto, y viniendo al caso, se plantea un problema que es sólo aparente: ¿respetar la voluntad popular expresada en las urnas que llevó al poder a los Hermanos Musulmanes, quienes rápidamente manifestaron la intención de imponer un sistema totalitario, o defender la democracia, los derechos y libertades con una nueva rebelión? En mi opinión esta segunda opción es la única respetable, la defensa de las libertades y derechos de cualquier grupo que los exija. Ahí tenemos un ejemplo parecido en el caso de Zimbaue y el dictador Robert Mugabe, héroe de la izquierda mundial en los años 70 y 80, que ha acabado con la democracia en ese país y con los derechos de la población, especialmente con los derechos de los blancos. Algo que puede suceder también en Sudáfrica si se olvidan las enseñanzas democráticas de Mandela y la mayoría negra aboliere los derechos y libertades de los blancos haciendo uso de su mayoría. Caso semejante presenta Cataluña, en donde están abolidos los derechos lingüísticos de la mayoría de habla castellana. Ese es otro carácter de la democracia: en nombre de la mayoría, manifestado en las urnas, no se pueden conculcar los derechos de las minorías.
No sé si en Ucrania se produce un caso de perversión de la democracia que se pueda asimilar al totalitarismo, pero en el asunto de Gamonal no se produce y sin embargo los piquetes actuaron al modo de los sans-culottes que tanto gusta a la izquierda. No es éste el sentido de la democracia. Para ser más exactos, en una democracia tan imperfecta como la española aún existen mecanismos correctivos y producen sus efectos, por ejemplo, con el surgimiento de los nuevos partidos (VOX, UPyD, CIUDADANOS) que promueven la participación en el escenario político, de forma que esa suerte de Totalitarismo arraigada en la figura del todopoderoso Jefe del partido tiende a difuminarse y acabará desapareciendo. De tal manera que los miembros de los distintos grupos dejarán de ser rebaño para aspirar a ser ciudadanos con derechos de intervención en las decisiones, con posibilidades de hacer política a distintos niveles para que la voluntad general surja de una conciliación abierta de voluntades.
Así que en una democracia verdadera, quiero decir, si el hedor de la corrupción no ha alcanzado aún niveles notables, no es la revuelta al modo del sans-culottismo, a la que digo es tan aficionada cierta izquierda, en absoluto, un comportamiento democrático. Sí lo es la manifestación que muestre el desagrado o el disgusto de las gentes afectadas, que con su número y potencia puedan mover a las autoridades a cambiar de opinión. Pero cuando se perciba que se ha sobrepasado el límite que anuncia el Totalitarismo, la revuelta que pretenda restaurar la democracia sea bienvenida. Por ejemplo, cuando el Ejecutivo no se atenga a la legalidad o cuando ésta no sea democrática.
Por todas las razones que en la discusión han sido expuestas, el aprendizaje de la democracia debería ser un tema escolar prioritario.
Bien es cierto que la democracia necesita de aditamentos, que tal vez un buen sistema democrático puede no ser capaz de sostener en pie a una nación o a un país o que éste pueda resquebrajarse por tendencias centrífugas o no logre infundir en las gentes el ánimo suficiente para la cooperación. Si nuestros políticos hubieran gozado de la suficiente inteligencia y honradez, habrían hecho uso de ciertos emblemas y ciertos mitos y hubieran creado una ilusión colectiva tan necesaria para la cooperación y la solidaridad social. Ahí están los casos de Francia o EEUU o China o Rusia. Pero la dejación de estas labores por parte de los sucesivos gobiernos de España (especialmente del PSOE, con su perenne indefinición de España y su avergonzarse de la bandera española) las ha dejado en manos de los nacionalismos periféricos, que han explotado los símbolos, emblemas, banderas, mitos e historias a su antojo. Pero esto tal vez sea otro asunto.
Fernando, tal como yo lo veo la democracia es un sistema de gobierno en el que cada cuatro años los ciudadanos pueden elegir libremente entre varios partidos que patrocinan diferentes estrategias de gobierno.
Con el cumplimiento riguroso de la ley, y la elección inteligente del partido que habrá de gobernar, el sistema debería evolucionar hacia la excelencia. Y todo eso que tu dices, se puede alcanzar con solo elegir con buen criterio al partido que formará nuevo gobierno y tendrá capacidad para legislar.
Otra cosa es que el pueblo crea que el padrecito Lenin va a conducirlos a un mundo feliz, que Hitler es un sabio o que los talibanes son los depositarios de la verdad suprema. Pero esos son solo ejemplos de las debilidades intrínsecas de la democracia, un sistema que asume que la mayoría, por definición, siempre acierta, siempre tiene razón y eso, todos lo sabemos, es una falacia, aunque casi nadie se atreva a decirlo en público.
Saludos.
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