Famas y modas

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Satisfacer a los snobs de la moda con lo extremo, con el esperpento,  con lo estrafalario, con la rareza, con la imitación de formas exóticas o con formas pertenecientes a otros ámbitos que nadan tienen que ver con el que trata la obra, son algunos de los recursos que los nuevos creadores aportan para subirse al carro de la moda.

La Nueva Cocina es un buen ejemplo de todo esto que digo. Si en el arte la belleza había dejado de ser un valor, en el mundo gastronómico deja de ser valor el sabor del plato y pasan a serlo las formas, los colores, los productos empleados, la tecnología usada en su preparación, la mezcla de gustos y olores ―sorprendentemente, también, la belleza― y, sobre todo, la innovación y la originalidad. Ferrán Adrià del restaurante El Bulli, y Andoni Luis Adúriz, del restaurante Mugaritz, son los principales representantes de este quehacer.

Por ello fueron encumbrados al altar de la moda y de la fama. El ya fallecido cocinero, Santi Santamaría, pretendiendo volver a colocar el sabor en lo alto de los valores por los que se debería apreciar el plato, se rebeló contra todo esto y fue abucheado y apaleado por la mayoría de compañeros de profesión.

Un gran fenómeno de la moda fue Chiquito de la Calzada. Saltó a esa palestra en el año 1994 con una nueva forma de contar chistes basada más en causar hilaridad con la acción y el esperpento que con lo escatológico o genital que suelen usar los cómicos al uso. Se convirtió en el mayor héroe popular que haya existido. Durante muchos años fue imitado hasta la saciedad en bares, televisiones, en las reuniones de empresa, en la escuela… La originalidad le dio un triunfo apoteósico que le llevó a ponerse de moda y a ser famoso.

También la moda se pasea por el boulevard de los sesudos filósofos y por el de otras categorías intelectuales. Derrida, Lacan, Marcuse, Heidegger, Marx, Freud… estuvieron de moda en su momento y todos alcanzaron fama duradera (que fuera merecida o no es otra cosa). Por cierto, me estoy percatando de que las modas no son tan pasajeras, que más bien resulta que la moda es un escalón primero y necesario para subir a la fama.

Los pseudointelectuales, esos snobs que creen pertenecer a una categoría especial de iniciados en el conocimiento profundo, son quienes mantienen la fama inmerecida de muchos famosos intelectuales. Y mediante su aplauso les hacen seguir subidos en el altar de la fama. Claro, viven a costa de ellos, de repetir como cacatúas sus asertos.

La filosofía académica hace ya mucho que parece haberse alejado de la realidad, y anda entretenida ensalzando y venerando a los buscadores de esencias metafísicas, cabalistas mistificadores de la palabra. Alejada de la Ciencia y de los descubrimientos científicos, se dedica a producir palabrería huera y vana acerca del ser y de la nada y de otras entelequias, pero es casi norma general que muchos filósofos caminen como el pavo real con el pecho hinchado y las plumas desplegadas mostrando una actitud altanera hacia los demás.

Sartre, Lacan, Heidegger, Derrida, son algunos de los filósofos que durante el siglo XX estuvieron de moda, y cada uno de ellos tuvo su fiel rebaño de seguidores. Para que la fama de un personaje sea perdurable ha de crearse en torno a él una tribu interesada que lo venere. Pero la tribu mayor fue la de Marx, fueron los marxianos. En los años 79 y 80 era difícil encontrar pseudointelectual alguno que no declarase en acta pública su profesión de fe a las teorías de Marx. Claro que pocos las habían leído, y casi ninguno las había analizado con criterios de realidad. Cuando los acontecimientos derribaron el muro de Berlín y el comunismo dejó de estar de moda entre la intelectualidad, la desbandada de marxianos hacia otras tribus próximas fue épica.

La pintura del siglo XX y la del siglo XXI coinciden con la filosofía en mostrar parecidos tics, en invocar significados abstractos muy alejados de la realidad, y en que sus prosélitos creen pertenecer a una categoría especial que posee especiales conocimientos y criterios para apreciar las obras pictóricas o del pensamiento.  También coinciden en considerar que el absurdo en la pintura y la oscuridad en la filosofía son valores a destacar.

De esa múltiple coincidencia se deriva también un semejante descreimiento acerca de la existencia de la verdad. De tanto tratar de jugar a las modas y a las formas, han llegado a poner de moda el nihilismo.  Cualquier cosa es arte, dicen los artistas. Cualquier verdad es relativa, dicen los filósofos. Así las cosas, quien da valor a la obra y quien la pone de moda es el autor que ya posee fama o que ya está de moda. Lo cual es otra vuelta de tuerca al absurdo. Si el autor posee el reconocimiento suficiente, cualquier broma suya se convertirá en objeto de veneración para el rebaño de los “entendidos”, y, mediante el seguidismo del sugestionado ignorante de las esencias, para todo el mundo.

Un artista reconocido puede crear sus obras lanzando botes de pintura sobre un lienzo, o, como Duchamp, poniendo una taza de wáter en una exposición. Sin duda alguna, esas algaradas serán consideradas obras de arte. O un acólito versado en liturgia filosófica puede tomar el siguiente texto de Hegel que habla de la planta y del animal,

El objeto mismo subsumido en el concepto es la planta, sujeta al elemento o a la pura cantidad de la tierra y produciéndose contra el elemento del aire en una infinita amplitud de producción de toda su propia individualidad y totalidad (por medio del concepto). … El concepto, de lo vivo subsumido en la intuición, es el animal; ya que esta misma subsunción es parcial,  sin que se dé también de igual manera la subsunción de la intuición en el concepto, lo vivo se representa de modo empírico real, infinitamente disgregado…

y descubrir en él profundidades insospechadas para los demás morales.

De todo lo cual se deducen dos importantes conclusiones: primera: que la naturaleza humana tiende a considerar en gran cosa e incluso a alabar aquello que dice un personaje que posee renombre, sobre todo si es oscuro y no se entiende; segunda: que tal alabanza la tiende a hacer pública con el fin de aparentar que “entiende” y, así, entrar a formar parte del elenco de “entendidos”, del elenco de los que están en la cresta de la ola de la cultura y la intelectualidad

En la moda del vestir, que aparenta ser de una volubilidad extrema, sin embargo,  el esnobismo es menor. Por mucho que un diseñador cobre importancia o que el gusto de los usuarios de la moda se fuerce mediante diversos reclamos propagandísticos, el diseñador ha de obtener el refrendo del comprador y en buena medida se debe ceñir al buen gusto para poder sacar adelante el negocio.

Más sencillo resulta forzar el gusto de los jóvenes, sobre todo a los quince años. Recuérdese la moda de los pantalones vaqueros para chicas  en torno al 2005.  La cintura del pantalón caía muy por debajo de las caderas, quedando expuestas a la visión del público no solo las temibles lorzas de grasa de la cintura desnuda, sino también el nacimiento de las cóncavas carnosidades de las nalgas y del abrupto tajo que las separa. Un auténtico cuadro abstracto. Por suerte la moda pasó.

Sin embargo, la minifalda de la británica Mary Quant perdura, no por ser bella en sí misma, sino porque permite lucir la parte quizás más bella del cuerpo de la mujer. Ahí radica su gran valor. Claro, siempre que la mujer sea joven y tenga piernas bien formadas.

Con esos condicionantes la minifalda entra en la moda que no pasa de moda, como la tortilla de patatas (de la que habla Yack en comentario a la anterior entrada), la Gioconda, las Meninas, el Tal-Majal, la Alhambra de Granada, Kant, la Sagrada Familia de Barcelona…, y tantas obras humanas que poseen fama incontestable por presentar razones de belleza, sabor, gusto, lógica o inteligencia aceptadas por el común de los mortales, por presentar razones que se adaptan a las tendencias de nuestra naturaleza.

Otras modas y famas que presentan razones poco consistentes puede que se mantengan largo tiempo porque tienen prosélitos que viven de ellas y las defienden. Escritores, filósofos,  artistas plásticos, la Homeopatía, el Psicoanálisis…, más pronto o más tarde serán arrumbadas por el tiempo al cajón de los desperdicios inservibles. Pero esto es otra historia.