DOS LIBROS REVELADORES

DOS LIBROS REVELADORES

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Los dos libros hablan de imposturas. Son: Imposturas intelectuales, de los físicos Alan Sokal y Jean Bricmon (2008); y La gran mascarada, del filósofo y periodista francés, Jean-Françoise Revel (2000). ¿Por qué son reveladores? El primero, porque revela cómo mediante un lenguaje deliberadamente engañoso los filósofos del posmodernismo –de cuya ubre se amamanta esa Inquisición que conocemos como Corrección Política—se dedicaron a engatusar incautos, a convencer a bobos y a dar apariencia de profundidad a la mera simpleza. El segundo, porque desenmascara la labor de zapa de los intelectuales de izquierda para, mediante un descarado agitprop de un imaginario peligro fascista, tapar los crímenes del comunismo y resucitarlo. Más que comentarlos, expondré algunos extractos. Vayamos a ellos.

Imposturas intelectuales

Del primero importan tanto la genealogía de los hechos y los motivos como su contenido. En 1996 Alan Sokal,  físico de la Universidad de Nueva York, envió para su publicación un artículo a la revista norteamericana de estudios culturales Social text. Dicho artículo estaba plagado de citas absurdas sobre física y matemáticas tomadas de algunos intelectuales franceses y estadounidenses enrolados en el Posmodernismo. La revista no solo publicó el artículo sino que lo lanzó en una edición especial. Posteriormente, Sokal reveló que se trataba de una parodia, de un engaño. Pero los editores ya habían picado. El artículo se titulaba: “Transgredir las fronteras: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica”. En él decía  cosas como éstas:

…más recientemente , las críticas feministas y postestructuralistas  han desmitificado el contenido sustantivo de la práctica científica occidental dominante, revelando la ideología de dominación oculta tras la fachada de “objetividad”. De este modo se ha evidenciado cada vez más que la “realidad” física, al igual que la “realidad” social es en el fondo una construcción lingüística y social; que el “conocimiento” científico, lejos de ser objetivo, refleja y codifica las ideologías dominantes y las relaciones de poder…

El ruido que originó la burla entre la intelectualidad de las facultades de humanidades francesas fue tan fuerte que los ataques a Sokal le vinieron agavillados. Como respuesta y defensa, en colaboración con otro físico, Jean Bricmont, escribió el libro Imposturas intelectuales, en donde examina y pone al descubierto los auténticos sinsentidos de muchas de las afirmaciones que proclaman los posmodernistas franceses y americanos.

De la filósofa francesa Luce Irigaray nos muestra estas perlas:

…que la teoría física del flujo turbulento en los fluidos, no está resuelta porque la fluidez es propia de la mujer, siempre marginada por la ciencia, mientras que la teoría de cuerpos sólidos  se encuentra muy desarrollada porque lo sólido se identifica con el rígido órgano masculino.

O esta otra, también suya:

E=mc2 es una ecuación sexuada[1] pues privilegia la velocidad de la luz respecto a otras velocidades no menos importantes.

O aún esta otra:

                La forma de las balas y de los cohetes es como es porque se parece al falo masculino.

Como se ve, la cosa no tiene desperdicio.

Quizás quien salga peor parado sea Lacan, el psicoanalista al que se le suicidaban sus pacientes pero que creó un gran rebaño de adeptos a sus oscuridades; un rebaño que aún está vivo. Lacan no solo hace analogías entre el lenguaje y el psicoanálisis, sino también entre la topología y el psicoanálisis:

…el toro constituye exactamente la estructura del neurótico … En este espacio de goce, tomar algo acotado o cerrado constituye un lugar, y hablar de ello constituye una topología.

O entre la teoría de conjuntos y el psicoanálisis:

En todo caso, ¿qué implica la finitud demostrable de los espacios abiertos capaces de recubrir el espacio acotado y cerrado en el caso del goce sexual? Que dichos espacios puedan tomarse uno a uno –y ya que estoy hablando del otro polo, pongámoslo en femenino—una por una. Es precisamente esto lo que sucede en el espacio del goce sexual, que por ello resulta ser compacto.

O entre el cálculo y el psicoanálisis:

…la vida humana se podría definir como un cálculo en el que el cero sería irracional. … Cuando digo “irracional” no me refiero a cualquier estado emocional insondable, sino precisamente a lo que se denomina un número imaginario.

Con tales perlas y otras varias que Sokal y Bricmont desgranan y ponen de manifiesto el carácter fantasioso de esas “matemáticas” y de esa “psicología” de Lacan. Frases carentes de sentido, misticismo, lenguaje calculado y críptico, fraude, he ahí las artimañas de Lacan –a quien se sigue reverenciando y a quien sigue aún un extenso rebaño. Sakal y Bricmont analizan ese abuso de la ciencia por parte de otros muchos intelectuales, posmodernistas y adeptos al programa fuerte en la sociología de la ciencia. Latour, Jean Baudrillard, Deluze, Guattari, Debray, Lyotar, Khun, Feyerabend y otros muchos promotores  del Posmodernismo y que utilizan a su antojo –sin comprensión de los conceptos que emplean—las teorías científicas para sus propósitos, son pasados por el rodillo analítico de Sokal y Bricmont

Terminan señalando:

Los estudiantes aprenden a repetir y adornar discursos de los que casi no entienden nada. Hasta pueden, con suerte, llegar a ser profesores universitarios sobre esa base, convirtiéndose en expertos en el arte de manipular una jerga erudita. Al fin y al cabo uno de nosotros (Sokal) consiguió, en tan solo tres meses de estudio, dominar suficientemente el lenguaje posmoderno como para publicar un artículo en una prestigiosa revista. … Los discursos deliberadamente oscuros del posmodernismo y la falta de honradez intelectual que generan envenenan una parte de la vida intelectual.

La gran mascarada

Resulta curioso –y también significativo, a poco que se piense—que los partidos liberales europeos (aquellos que por su moderación se posicionan en el centro del espectro político y cuyas ideas son más cercanas al sentido común ciudadano), suelen irrumpir con fuerza y con resultados electorales grandiosos en sus comienzos, erigiéndose en baluarte de los valores democráticos, pero con el tiempo se desmoronan. Así, el partido liberal británico, heredero de los gloriosos whigs, apenas existe; el alemán apenas cosecha unos diputados; en España tuvimos a la UCD, prontamente desaparecida, y ahora tenemos a Ciudadanos, que en su comienzo estuvo a punto de comerse el mundo y hoy recibe la extremaunción; y tenemos el caso de Francia, son Emmanuel Macron a la cabeza, que desde la nada se elevó al poder y que hoy sufre tumbos en las urnas. Parece como si la mesura fuese una mala aliada de la política, como si la razón no tuviese entidad suficiente frente a la visceralidad de los mensajes de otros partidos políticos. Uno puede creer que el centro político se encuentra muy limitado a izquierda y derecha, que enseguida empieza el terreno que otras entidades políticas reivindican, que a poco que una propuesta suya se escore a un lado u otro, encontrará rechazos y abandonos en sus filas.

Bueno, Jean Françoise Revel es un pensador liberal en el sentido dicho: en el sentido emplear la razón en discernir lo justo lo justo de lo injusto, lo perjudicial de lo beneficioso, al culpable del inocente; en el sentido de ofrecer razones que se ciñen a los hechos.

 El libro que es ahora nuestro asunto se escribe cuando ya han pasado diez años desde la caída del Muro y del fracaso estrepitoso del comunismo en todo el mundo. Se acaba de publicar el Libro negro del comunismo, donde se expone con mano firme los más de cien millones de muertes que ese sangriento monstruo ha cometido. Pero tal fracaso y tal museo de los horrores apenas ha hecho mella en socialistas y comunistas franceses, que se han limitado, por lo bajo, a reconocer los crímenes (a regañadientes, después de haberlos negado encarecidamente durante decenios). Sin embargo, no achacan su autoría al comunismo, sino a desviaciones o desvaríos en su aplicación. Para ellos el comunismo sigue manteniendo toda su pureza y todas sus virtudes.

Hay, dice Revel, una campaña de los intelectuales de izquierdas destinada a la justificación póstuma del comunismo, un intento de rehabilitación del marxismo-leninismo, y una sonrojante actitud de negación de que la realidad posea autoridad probatoria. Que todos los regímenes comunistas del mundo hayan sido criminales y hayan llevado a la miseria, no prueba nada. Intelectuales y políticos enrocan el comunismo en la fortaleza de la Utopía, que resulta imposible de objetar, y la dan una apariencia beatífica. En vez de juzgar al comunismo por sus hechos lo juzgan por su presunta candorosa intención. De ese modo lo salvan.

Pero, también –y en esto entra de lleno la actualidad española, que siempre sigue a media distancia a la política de Francia—, la comunistas y socialistas dan alas a la artimaña de publicitar un inexistente peligro fascista con el fin de resucitar el comunismo, único, según ellos, de hacer frente a ese peligro. ¡Como si el yugo comunista fuese más flojo que el fascista!, ¡como si el nazismo y el comunismo no fueran hermanos siameses!, aunque, ¡no!, no se puede comparar el grado de criminalidad del fascismo italiano con el de cualquier régimen comunista! En cualquiera de estos últimos se torturaba y se fusilaba mucho más que en aquel. Sin embargo, los crímenes prescriben si el autor es el comunismo, pero nunca lo hacen si es el fascismo.

De igual modo, para los intelectuales y la clase política, sea ésta del signo que sea, se tiene muy distinta consideración hacia las dictaduras según sean de un signo u otro. A Pinochet se le contabilizan 3.000 muertos y a Fidel Castro 17.000. Pinochet elevó el nivel de renta económico de Chile por encima del de cualquier otro país latinoamericano; Castro ha mantenido a Cuba en la miseria. Pinochet es considerado en todo Occidente la horrible bestia asesina; Castro es recibido con alharacas por políticos de todos los colores. El ex presidente Zapatero le remitió una carta de rendido amor y veneración. La indigencia mental puede producir desvaríos.


[1] Es la ecuación de Einstein que nos relaciona la masa de un cuerpo con la energía potencial que dicho cuerpo almacena.

De La Verdad

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Ya a la temprana edad de diez años ofrecí muestras de no estar muy en mis cabales. Estuviera yo cuerdo o no, mi madre sí estuvo mucho tiempo preocupada conmigo: no era inusual que me quedase quieto, mirando absorto al infinito y más allá, y que se me cayese al suelo lo que tuviese en las manos, por ejemplo, el bocadillo de la mañana o un vaso de agua. Con el tiempo, la gente empezó a considerarme un bicho raro porque discrepaba de las opiniones de mis compañeros de clase e incluso de las de los profesores.

A aquellos embelesamientos que me arrobaban, viniendo a aumentar el muestrario de mis rarezas, se unió una extraña disposición para cuestionarme las verdades firmemente establecidas, así como un sentimiento amargo ante las mentiras. Mi madre me advertía con regaños: “si hablo con fulanita de cualquier cosa, no corrijas nada de lo que yo diga, pues las pequeñas mentiras que digo son fórmulas de cortesía social”. Pero yo, erre que erre, solía poner en repetidos aprietos a mi madre o a su interlocutora, señalando las faltas a la verdad que cometían. Es como si las falsedades me produjeran urticaria.

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Lo cierto es que con el tiempo se me fue desarrollando una extraña capacidad para percibir las fallas lógicas de los asuntos que desfilaban ante mis ojos. Y aún perdura. Por ejemplo, pongo atención a un documental televisivo que relaciona la historia de las comunidades humanas con los cambios climáticos de la época, y mis antenas pronto descubren medias verdades, excesos en las generalizaciones, especulaciones que son presentadas como verdades científicas, deducciones que no son tales, etc. etc. Ahora que el Cambio Climático está de moda, los divulgadores aprovechan el filón y cargan las tintas en supuestas verdades recién inventadas. En el documental del que hablo, quienes no estén atentos pueden sacar la equivocada conclusión de que toda acción humana a lo largo de la historia se debe al cambio climático; incluso los más antiguos enigmas históricos son aquí explicados por el clima. Por ejemplo, los antiguos “pueblos del mar” de que hablan la Biblia y los anales egipcios y sirios sin aclarar el misterio de su procedencia, son tratados en el documental como emigrantes climáticos.

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Una verdad que está de moda, que cabalga en la cresta de la ola de la más rabiosa actualidad, es un poderoso atractivo para que la gente se adhiera a ella. Si pasa de moda, la verdad se resquebraja. En los años setenta y ochenta Marx era idolatrado por la tribu filosófica;  hoy ha pasado de moda y su verdad ha dejado de ser objeto de adoración.

El gran público –y todos formamos parte de él, sobremanera en la juventud—tiene necesidad de que la realidad le sea interpretada. Así que, en cuanto a creencias políticas o religiosas, nos solemos adherir –sentimentalmente—a verdades cuyas intríngulis conceptuales desconocemos pero cuya imagen, puesta de moda, satisface nuestras ansias de rebeldía social o de amparo existencia en caso de verdad religiosa.

De joven me adherí al marxismo y a Lenin y al Che Guevara, sin conocer de ellos un ápice más allá de la fatua pretensión del ‘todos iguales’. Posteriormente leí y razoné y descubrí nuevas verdades y a la verdad anterior se le cayó el velo y apareció ante mí llena de pústulas e infección. Aprender es, más que nada, descreer de lo previo.

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Sin embargo, más que por el hecho de aprender verdades nuevas que rebaten a las antiguas, la mayoría de la gente cambia sus verdades políticas cuando cambia de estatus social. Quien sube de estatus suele enseguida ver agujeros en la verdad que predica el socialismo, mientras que quien baja de estatus empieza a ver a éste mucho más justo. Nuestra verdad la solemos amoldar a nuestros intereses.

Pero algunos no cambian nunca de verdad. Se aferran a ella como el naufrago a un salvavidas. Cierto es que muchos de estos no han cambiado nunca de estatus social ni han aprendido nada nuevo que ilumine alguna falla contenida en su verdad. Son rocas inamovibles y se muestran orgullosos de serlo. El cambio les produce vértigo.

Luego, resumiendo, las grandes verdades de la política, de la religión, del orden social, no son tales, sino meros encajes y acomodos a los intereses particulares de cada cual. Pero, ¿qué decir de la verdad científica o filosófica?

Se plantea este interesante asunto: ¿Cómo determinar o establecer la verdad o falsedad de una determinada proposición? En la Ciencia, el método de indagación empleado y la constatación empírica son quienes proporcionan el valor probatorio, quienes sustentan la fiabilidad. Cuando nos alejamos de las ciencias experimentales, la verdad se torna resbaladiza. Tal cosa ocurre en el campo de la Historia, por ejemplo.

Algunos otros se arrogan una suerte de excelsitud por la que dejan de estar sometidos al fuero de la realidad y la experimentación. Tal cosa la hacen los metafísicos. Otros colocan la etiqueta  ‘científicas’ a sus teorías y alegan estar exentos de tener que presentar pruebas experimentales. Tal pretensión ha sido empleada por el psicoanálisis, la homeopatía y el materialismo dialéctico marxista. La etiqueta es un mero disfraz para disimular su desnudez.

La solución práctica más plausible –fuera de algunas elucubraciones filosóficas—para establecer o determinar la verdad de una proposición, parece ser la del consenso entre estudiosos y entendidos en el tema de que se trate. Del consenso entre historiadores se edifica la verdad histórica; del consenso entre climatólogos se determina la verdad sobre el clima etc.

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Pero esta solución no está exenta de inconvenientes graves. Uno de los mayores es el que yo llamo “el inconveniente de la grey abducida”. Los miembros del rebaño formado alrededor de una idea o un personaje, por contacto y ósmosis, suelen adquirir el mismo criterio y suelen usar todos los mismos argumentos, de manera que, más por seguidismo ciego que por indagación, acaban todos sosteniendo y defendiendo la misma verdad. ¡Aviados estaríamos si fuesen exclusivamente psicoanalistas quienes establecieran la verdad o falsedad del carácter científico del psicoanálisis! ¡Y, sin embargo, así ha sido hasta hace poco!

¡Y qué decir si tuviésemos que fiar de la ‘verdad’ de Hegel, de Lacan, de Derrida o de Heidegger por el veredicto que emita sobre el asunto cada uno de sus respectivos rebaños, más teniendo en cuenta que la grey suele otorgar a todo lo oscuro y enrevesado un plus de reconocimiento de veracidad! ¡Y, sin embargo, así ha sido hasta ahora!

Todas las grandes ‘verdades’ políticas, metafísicas, históricas, etc., alejadas de la verdad científica, tienen un reconocimiento de verdad en proporción a la fuerza del rebaño que cree en ellas; y dicha fuerza depende tanto del número de los miembros del rebaño como de su estupidez. Uno lee la verborrea sin sentido de muchos personajes idolatrados por poseer una ‘profunda verdad’ y se hace cruces de cómo tienen tantos estúpidos que les levantan altares. Y es que la gente adora lo que no entiende y viene envuelto en pomposos ajuares, pues lo identifican como la obra de un ser superior o incluso de un ser supremo. En el fondo seguimos siendo religiosos.

Pero si fuera de las ciencias experimentales la verdad establecida ha de ser cogida con pinzas, ha de ponerse en cuarentena y ha de sacudirse con fuerza con el fin de descubrir si está hecha de un buen tejido o es de estambre basto y quebradizo, ¿quiere esto decir que todas esas supuestas verdades son mentiras más o menos bien urdidas? Más que mentiras, la mayoría de ellas son ilusiones que han ganado adeptos por diferentes motivos y que son aupadas por ellos a la categoría de verdades sin discusión. Pero algunas de esas ilusiones despiden un cierto tufo.

Alarmados mis progenitores a causa de mis embelesos, acudieron conmigo a una mutua médica a la que estaban asociados. Como yo me quejaba también de molestias intestinales, consultamos a tres médicos distintos acerca de mis males. El veredicto que estos emitieron no pudo ser más demoledor: de no operarme urgentemente de hernia inguinal, de los llamados cornetes o vegetaciones, y de amigdalitis, aseguraron que en el futuro sería un idiota. (He de aportar el dato de que las operaciones no estaban costeadas por el seguro suscrito con la mutua médica, las tenían que pagar mis padres).

Mi padre, que no tenía un pelo de tonto y que no andaba sobrado de dinero, acudió a un inspector médico a exponer mi caso, y éste ordenó que otros galenos repitieran sus exámenes conmigo. Resultado: sano sanote de arriba abajo. Ni era idiota ni estaba en proyecto de serlo. (No negaré que en ocasiones he dudado de que el tal veredicto fuera el correcto). Lo que sucedía es que aquellos ínclitos doctores pretendían estafarnos.

El suceso me enseñó dos cosas: que el engaño y la falsedad son moneda de uso corriente –cuando  hay intereses por medio—incluso  entre quienes aparentan ser más dignos y honrados; y, segunda cosa, que yo no era más que un tipo raro que se hacía del mundo unas preguntas  raras.

Uno se explica entonces que la verdad del psicoanálisis y la verdad de la homeopatía no sean puestas en cuestión por sus respectivas greyes: porque producen buenos dividendos a sus profesionales. Con una buena remuneración, es preferible no cuestionarse la verdad de lo que se hace.

No se fíen. La verdad es voluble, esquiva, descarnada, y a veces tiene aspecto de mentira. La mentira, en cambio, casi siempre presenta un buen aspecto. Y una advertencia: desconfíe de las proposiciones que se presentan con un bonito rostro pero que no dicen nada.

 

 

 

Famas y modas

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Satisfacer a los snobs de la moda con lo extremo, con el esperpento,  con lo estrafalario, con la rareza, con la imitación de formas exóticas o con formas pertenecientes a otros ámbitos que nadan tienen que ver con el que trata la obra, son algunos de los recursos que los nuevos creadores aportan para subirse al carro de la moda.

La Nueva Cocina es un buen ejemplo de todo esto que digo. Si en el arte la belleza había dejado de ser un valor, en el mundo gastronómico deja de ser valor el sabor del plato y pasan a serlo las formas, los colores, los productos empleados, la tecnología usada en su preparación, la mezcla de gustos y olores ―sorprendentemente, también, la belleza― y, sobre todo, la innovación y la originalidad. Ferrán Adrià del restaurante El Bulli, y Andoni Luis Adúriz, del restaurante Mugaritz, son los principales representantes de este quehacer.

Por ello fueron encumbrados al altar de la moda y de la fama. El ya fallecido cocinero, Santi Santamaría, pretendiendo volver a colocar el sabor en lo alto de los valores por los que se debería apreciar el plato, se rebeló contra todo esto y fue abucheado y apaleado por la mayoría de compañeros de profesión.

Un gran fenómeno de la moda fue Chiquito de la Calzada. Saltó a esa palestra en el año 1994 con una nueva forma de contar chistes basada más en causar hilaridad con la acción y el esperpento que con lo escatológico o genital que suelen usar los cómicos al uso. Se convirtió en el mayor héroe popular que haya existido. Durante muchos años fue imitado hasta la saciedad en bares, televisiones, en las reuniones de empresa, en la escuela… La originalidad le dio un triunfo apoteósico que le llevó a ponerse de moda y a ser famoso.

También la moda se pasea por el boulevard de los sesudos filósofos y por el de otras categorías intelectuales. Derrida, Lacan, Marcuse, Heidegger, Marx, Freud… estuvieron de moda en su momento y todos alcanzaron fama duradera (que fuera merecida o no es otra cosa). Por cierto, me estoy percatando de que las modas no son tan pasajeras, que más bien resulta que la moda es un escalón primero y necesario para subir a la fama.

Los pseudointelectuales, esos snobs que creen pertenecer a una categoría especial de iniciados en el conocimiento profundo, son quienes mantienen la fama inmerecida de muchos famosos intelectuales. Y mediante su aplauso les hacen seguir subidos en el altar de la fama. Claro, viven a costa de ellos, de repetir como cacatúas sus asertos.

La filosofía académica hace ya mucho que parece haberse alejado de la realidad, y anda entretenida ensalzando y venerando a los buscadores de esencias metafísicas, cabalistas mistificadores de la palabra. Alejada de la Ciencia y de los descubrimientos científicos, se dedica a producir palabrería huera y vana acerca del ser y de la nada y de otras entelequias, pero es casi norma general que muchos filósofos caminen como el pavo real con el pecho hinchado y las plumas desplegadas mostrando una actitud altanera hacia los demás.

Sartre, Lacan, Heidegger, Derrida, son algunos de los filósofos que durante el siglo XX estuvieron de moda, y cada uno de ellos tuvo su fiel rebaño de seguidores. Para que la fama de un personaje sea perdurable ha de crearse en torno a él una tribu interesada que lo venere. Pero la tribu mayor fue la de Marx, fueron los marxianos. En los años 79 y 80 era difícil encontrar pseudointelectual alguno que no declarase en acta pública su profesión de fe a las teorías de Marx. Claro que pocos las habían leído, y casi ninguno las había analizado con criterios de realidad. Cuando los acontecimientos derribaron el muro de Berlín y el comunismo dejó de estar de moda entre la intelectualidad, la desbandada de marxianos hacia otras tribus próximas fue épica.

La pintura del siglo XX y la del siglo XXI coinciden con la filosofía en mostrar parecidos tics, en invocar significados abstractos muy alejados de la realidad, y en que sus prosélitos creen pertenecer a una categoría especial que posee especiales conocimientos y criterios para apreciar las obras pictóricas o del pensamiento.  También coinciden en considerar que el absurdo en la pintura y la oscuridad en la filosofía son valores a destacar.

De esa múltiple coincidencia se deriva también un semejante descreimiento acerca de la existencia de la verdad. De tanto tratar de jugar a las modas y a las formas, han llegado a poner de moda el nihilismo.  Cualquier cosa es arte, dicen los artistas. Cualquier verdad es relativa, dicen los filósofos. Así las cosas, quien da valor a la obra y quien la pone de moda es el autor que ya posee fama o que ya está de moda. Lo cual es otra vuelta de tuerca al absurdo. Si el autor posee el reconocimiento suficiente, cualquier broma suya se convertirá en objeto de veneración para el rebaño de los “entendidos”, y, mediante el seguidismo del sugestionado ignorante de las esencias, para todo el mundo.

Un artista reconocido puede crear sus obras lanzando botes de pintura sobre un lienzo, o, como Duchamp, poniendo una taza de wáter en una exposición. Sin duda alguna, esas algaradas serán consideradas obras de arte. O un acólito versado en liturgia filosófica puede tomar el siguiente texto de Hegel que habla de la planta y del animal,

El objeto mismo subsumido en el concepto es la planta, sujeta al elemento o a la pura cantidad de la tierra y produciéndose contra el elemento del aire en una infinita amplitud de producción de toda su propia individualidad y totalidad (por medio del concepto). … El concepto, de lo vivo subsumido en la intuición, es el animal; ya que esta misma subsunción es parcial,  sin que se dé también de igual manera la subsunción de la intuición en el concepto, lo vivo se representa de modo empírico real, infinitamente disgregado…

y descubrir en él profundidades insospechadas para los demás morales.

De todo lo cual se deducen dos importantes conclusiones: primera: que la naturaleza humana tiende a considerar en gran cosa e incluso a alabar aquello que dice un personaje que posee renombre, sobre todo si es oscuro y no se entiende; segunda: que tal alabanza la tiende a hacer pública con el fin de aparentar que “entiende” y, así, entrar a formar parte del elenco de “entendidos”, del elenco de los que están en la cresta de la ola de la cultura y la intelectualidad

En la moda del vestir, que aparenta ser de una volubilidad extrema, sin embargo,  el esnobismo es menor. Por mucho que un diseñador cobre importancia o que el gusto de los usuarios de la moda se fuerce mediante diversos reclamos propagandísticos, el diseñador ha de obtener el refrendo del comprador y en buena medida se debe ceñir al buen gusto para poder sacar adelante el negocio.

Más sencillo resulta forzar el gusto de los jóvenes, sobre todo a los quince años. Recuérdese la moda de los pantalones vaqueros para chicas  en torno al 2005.  La cintura del pantalón caía muy por debajo de las caderas, quedando expuestas a la visión del público no solo las temibles lorzas de grasa de la cintura desnuda, sino también el nacimiento de las cóncavas carnosidades de las nalgas y del abrupto tajo que las separa. Un auténtico cuadro abstracto. Por suerte la moda pasó.

Sin embargo, la minifalda de la británica Mary Quant perdura, no por ser bella en sí misma, sino porque permite lucir la parte quizás más bella del cuerpo de la mujer. Ahí radica su gran valor. Claro, siempre que la mujer sea joven y tenga piernas bien formadas.

Con esos condicionantes la minifalda entra en la moda que no pasa de moda, como la tortilla de patatas (de la que habla Yack en comentario a la anterior entrada), la Gioconda, las Meninas, el Tal-Majal, la Alhambra de Granada, Kant, la Sagrada Familia de Barcelona…, y tantas obras humanas que poseen fama incontestable por presentar razones de belleza, sabor, gusto, lógica o inteligencia aceptadas por el común de los mortales, por presentar razones que se adaptan a las tendencias de nuestra naturaleza.

Otras modas y famas que presentan razones poco consistentes puede que se mantengan largo tiempo porque tienen prosélitos que viven de ellas y las defienden. Escritores, filósofos,  artistas plásticos, la Homeopatía, el Psicoanálisis…, más pronto o más tarde serán arrumbadas por el tiempo al cajón de los desperdicios inservibles. Pero esto es otra historia.

 

 

Sobre la verdad y el rebaño. Contra los mixtificadores y los tontos.

La verdad, la única verdad posible y plausible, aunque siempre provisional, es la que se establece por consenso o, en su ausencia, por acuerdo y convenio entre los entendidos de la materia a que aquella hace referencia. También de tales requisitos precisa la verdad científica, aunque, además, tenga la someterse al imperio del experimento. La razón no basta, pues la razón suele actuar en el suelo de los prejuicios y del desconocimiento de las causas y suele levantar a menudo ilusorios castillos de arena. Hace falta el concilio y el concierto. La evidencia individual no es suficiente.
Para los mortales, la verdad lanzada por el concierto de los entendidos debe ser la más fiable, la más verosímil de todas las alternativas a ella. Pero en realidad tal acuerdo y el que sea la más aceptada tampoco la convierte en verdad. Puede ser que esté falseada adrede por un subgrupo del grupo de entendidos, un subgrupo que monopolice la voz y la voluntad ―e incluso la conciencia―del grupo total y establezca, así, una tiranía sobre él.
Una tiranía en la moda en la historia en la filosofía… en cualquier ciencia. Los ejemplos son infinitos: tiranía del marxismo sobre la filosofía y la historia del siglo XX, tiranía de Hegel sobre la filosofía del siglo XIX, tiranía del materialismo dialéctico aplicado a la biología y protagonizado por Lysenko en la URSS, tiranía del psicoanálisis en la psicología del siglo XX…
En todos los casos se produce la siguiente secuencia: se forma un grupo de aduladores-aprovechados que actúan de portavoces y profetas del rebaño de pretendidamente entendidos en el tema, sean filósofos, historiadores, psicólogos, políticos, biólogos, etc. Acuerdan la verdad y la ponen de moda, y el rebaño les sigue dócilmente practicando el sans-culottismo contra los que se oponen a ella. Consiguen que nadie se atreva a decir en voz alta que el emperador está desnudo. Tal afrenta conduce al ostracismo. El temor a ser apartado del redil con los pesebres llenos.
Las falsas verdades ―o incluso las más sublimes y oscuras tonterías confitadas al gusto del rebaño, como las de Hegel―se aposentan así en las conciencias de los hombres por decenios o por siglos sin encontrar negativas respuestas. Lo que la Iglesia practicó durante mil años, lo han seguido practicando después esas manadas de «entendidos»: la falsedad, el oscurantismo, la opresión ideológica, la siembra en los campos del pensamiento de las más oscuras estupideces… y la complicidad de las reses bípedas de esos rebaños por mor del interés económico, político, o simplemente por no parecer tonto si se atreviera a negarlo.
Y no es cosa del pasado. Se sigue idolatrando a Hegel a Lacan, al psicoanálisis, a Heidegger, a Marx, a Marcuse, y siguen tratando de enviar a otros Galileos o a otros Copérnicos o Borges al ostracismo.
Ya veremos en qué acaba el antaño llamado Calentamiento Global y ahora nombrado Cambio climático al comprobar que la Tierra ha dejado de calentarse. Se han tomado por hechos científicos lo que no son más que hipótesis, pero lo avalan los miles de investigadores del clima que viven de que el tal calentamiento cale en la conciencia de los hombres como indiscutible verdad.
Y como antaño, las discrepancias se pagan caras: se pone la señal de apestado sobre quien asegure que el emperador está desnudo.
La metafísica, sin embargo, no está desnuda, se le viste de palabrería vana. Eso sí, sigue siendo tan estéril como siempre lo ha sido.