Psicología del «animalismo»

El igualitarismo marxista tenía como intención lo expresado en el grito aquel de los ciudadanos de Éfeso, «que nadie destaque»; y como fundamento moral la fórmula «desigualdad igual a injusticia»; pero el socialismo del siglo XXI ha rebajado tales supuestos y pone sus cimientos en la sensibilidad. En ese punto adquiere los valores del animalismo.

Aunque aparentemente el código moral de cualquier grupo o movimiento social se funda en Principios, esto es, un discurso-base al que las acciones, valores, proyectos y actitudes sociales referencian su calidad moral, en las razones de su emergencia y aceptación social subyacen motivos de conveniencia pasional. Por debajo del acto de acatamiento a cualquier dictado moral, o por debajo de cualquier posicionamiento ético, discurren operaciones psicológicas cuyas razones dominantes son deseos y sentimientos. Sirva de ejemplo la fórmula psicológica que opera en los animalistas.

«Me duele el sufrimiento de los animales (de algunos), luego se debe obligar socialmente a evitar su sufrimiento, aunque ello implique su muerte (antes muertos que sufriendo)». La máxima moral que proclaman es «compórtate con los animales de acuerdo a evitar que sufran», que se basa en la categorización moral: «El sufrimiento animal es Malo» Pero esta categorización es perversa. El dolor es una reacción orgánica, pero el sufrimiento es un sentimiento, interviene en su aparición la conciencia, cosa dudosa que los animales tengan, así que dicha categorización falsea la cuestión al pretender presentar a los animales revestidos de caracteres humanos. En segundo lugar, el endilgar el tal pretendido sufrimiento animal a la categoría del Mal se basa en razones psicológicas del animalista pero no constituye una razón universalmente reconocida como derivada de lo humano. Tal razón psicológica es la propia sensibilidad ante la percepción del «sufrimiento» animal. Entonces, la fórmula animalista del principio del párrafo lo que pretende es utilizar el lecho de Procusto, medido por la sensibilidad propia, a la sensibilidad de los demás; es decir, los animalistas pretenden imponer a los demás los dictados que surgen de sus razones psicológicas. Más digo, en realidad, lo que pretende el animalista es imponer egoístamente sus razones a los demás.

En cualquier caso, cabe preguntarse por esa especial sensibilidad hacia los animales de que hacen gala el grupo que aquí nos interesa. Quien se haya criado en zona rural sabe que los animales de compañía, perro y gatos, eran apreciados —hasta no hace mucho—por su utilidad para la caza y el pastoreo. La especial sensibilidad que se ha despertado hacia ellos en las zonas urbanas se corresponde en el tiempo con la deshumanización de la sociedad actual, quiero decir, el cambio de hábitos en cuanto a cooperación, a relaciones, la desmesurada competencia que se produce en cualquier ámbito social en el que nos relacionamos, la escasez de relaciones de amistad en los ámbitos laborales, el encierro voluntario de muchos jóvenes delante de las pantallas del ordenador o la televisión, la desaparición de las relaciones entre vecinos… Todo ello produce «temor al otro», temor a su alteridad, y desprotección, social y afectiva. De ello proviene la entrega que muchos realizan hacia el afecto animal, que presenta sus ventajas: se recibe afecto y compañía sin contrapartidas, no hay peligro de traición, no se disputa generalmente con nadie el afecto del animal, el perro o la mascota no producen la alteridad que producen los humanos, el afecto se entrega y recibe desprecavidamente, lo que casi nunca ocurre entre humanos… En fin, que, afectivamente parece salir mucho más a cuenta la relación con una mascota que con un humano. Claro que, hay que resaltarlo aunque ya ha sido mencionado: el dictado que impera en ese desplazamiento de la relación afectiva con humanos a la relación con mascotas es el temor. El temor a la relación humana. O dicho de otro modo, la sensibilidad para con los animales que surge mediante la relación afectiva con ellos, nace del temor y se desarrolla alimentándose de él. Así que, en ese sentido, la sensibilidad hacia los animales significa un reblandecimiento en la «virilidad» que precisa la relación humana para ejecutarse, un reblandecimiento instintivo, una huida de la rudeza, una huida de lo humano, un ampararse en afectos no problemáticos…Y todo ello lleva finalmente a la pretensión de mudar esa naturaleza humana que tiene a los instintos como pilares de la animalidad, a una pura  naturaleza «artificial» basada en la sensibilidad.

Los medios esparcen ese clima moral y la sociedad se impregna de ellos, se impregna de sensibilidad (la conciencia se adapta a los dictados del clima moral imperante por temor al ostracismo y la condena social), y su culpabiliza y condena a cualquier que realice un acto que pueda molestar a un animal (ya no hacerle «sufrir»), se impone la dictadura de la sensibilidad, una nueva forma de totalitarismo.

Pero, no se olvide, en el tras-muro el significado que aparece es el egoísmo personal de unos cuantos, amparados en máscaras como la del sufrimiento animal o la sensibilidad, se pretende imponer a la sociedad una categorización moral perversa, que atenta contra la libertad de los individuos que poseen otras sensibilidades, una nueva deshumanización con apariencia y máscara humanas.