Selección sexual, sensibilidad y futuro

seleccion sexual

Me pregunto si la inversión de valores morales y culturales que se ha producido en muchas sociedades de Occidente tendrá o no repercusiones en la evolución de ciertos rasgos característicos del hombre. Digamos, por caso, la “sensibilidad”, uno de esos valores más en boga (ser hoy considerado sensible en este mundo en el que el feminismo radical ha impuesto sus dictados es haber ganado medio paraíso). El hombre sensible, delicado, dulce, empático, hoy en día está siendo promocionado a ser objeto de atención afectiva preferente por parte de las féminas. (Nótese que son las mujeres quienes eligen, tras de observar el cortejo del hombre y su exhibición de plumajes de pavo real y de bienes tangibles). A la hora de la cópula reproductiva  está claro que el hombre sensible está ganando terreno rápidamente. Ofrece a la mujer suavidad, tacto, gusto por las cosas delicadas, y encierra la promesa de mostrarse dependiente y en cierto modo sumiso, y ser un buen padre para sus hijos. Incluso en la parcela del matrimonio, incluso cuando éste es de alto copete, el hombre sensible compite con garantías de triunfo frente al rico o afamado que siempre ha sido el objeto de atención de las más bellas. Y hoy conozco a muchas bellezas, poseedoras de rimbombantes títulos académicos, de buena posición social y prometedor futuro, que se cogen a un gañán sin estudios, perezoso, simple, pero que es “sensible”, y se rinden ante él porque ese encanto suyo les llena.

Cierto es que hay una etapa de la mujer ―pongamos de 16 a 25―en que ésta se ve muy fuertemente atraída por el tipo de hombre “canalla”. Los motivos evolutivos de este asunto son obvios: es la etapa en que la biología de la mujer clama por la fertilidad y busca los mejores genes, mejor guerrero, más fuerte, más arrogante…, esto es, más “canalla”. Pero en cuanto a eficacia reproductora, tal etapa ha perdido su antigua importancia: la procreación se ha retrasado estadísticamente hasta los treinta y tantos, así que el hombre rudo, macho, canallesco, preferido a los dieciocho, ha perdido muchos enteros en la cotización bursátil por falta de demanda. El auge del hombre sensible, con buena disposición para las tareas domésticas y el cuidado de la progenie, parece indudable.

¿Puede tener esta novedosa selección sexual consecuencias evolutivas relevantes?, ¿puede dicha selección ser causa de hombres del futuro genéticamente más delicados, más dulces, más afeminados incluso; hombres en quienes la inversión de los roles clásicos de la pareja ―hombre protector y fuerte, y mujer hacendosa, dulce y de apariencia sumisa―no se tenga que deber a imposiciones y a leyes discriminatorias, sino que de buen grado acepten que la mujer sea quien lleve los pantalones en el matrimonio y sea el carácter de ella el que reine, el que tenga que decir la última palabra?

Los datos acerca de la selección sexual del hombre sensible que se extraen de algunos países avanzados, parecen indicar que el fenómeno presenta una clara tendencia al crecimiento. En Noruega y en Suecia la mitad de los hogares con hijos son monoparentales,  y por lo general recibe la mujer los genes de bancos de esperma. No resulta descabellado pensar que el siguiente paso, tal vez un paso obligado por la fuerte demanda de genes específicos que se produce ―demanda que viene avalada por los potentes grupos feministas radicales―, sea un banco de semen a la carta, en donde los rasgos físicos y psíquicos del donante se clasificarían en orden a las tendencias en boga: delicadeza, belleza, carácter permisivo o sumiso…En el caso de que tales bancos acaben instalándose en algunos países de Europa, el carácter “sensible” sería muy mayoritario en los nuevos nacimientos y no tardaría mucho en imponerse entre la población masculina, pues a la educación en la sensibilidad, tan promocionada hoy día por los defensores de la ideología de género, se le uniría el rasgo seleccionado genéticamente. Los hombres del futuro serían de una dulzura que algunos quizás juzguen de empalagosa, y el “macho” tendría sus días contados.

Un experimento de selección llevado a cabo con una especie animal, el zorro, presenta semejanzas con el tipo de selección del hombre sensible que he expuesto. El ruso Dimitri Beliaev comenzó a seleccionar los zorros menos agresivos y que se acomodasen mejor a la compañía humana. Treinta generaciones de zorros después, se consolidó una estirpe de zorros domesticados. En los animales no solo se había modificado su comportamiento sino también su aspecto: su rabo menguó y dejó de apuntar al suelo para apuntar a lo alto; con las orejas ocurrió lo contrario, colgaban en lugar de estar erguidas. Dicen los expertos que forzar por selección un crecimiento más rápido, un incremento de masa muscular o una mayor producción de leche, puede afectar al carácter de los animales en modo que puede ser muy perjudicial.

¿Qué rasgos psicológicos de ese supuesto hombre del mañana se verían afectado por la selección sexual en sensibilidad?, ¿tendrá una mayor abundancia de problemas mentales?, ¿estará más expuesto a las depresiones anímicas?, ¿será menos competitivo?, ¿se tornará barbilampiño o tendrá caderas más anchas?, ¿se mostrará más compasivo ante el dolor ajeno o, por el contrario, más egoísta, más metido en sí mismo?…

Sin embargo, otro hecho que sin duda trae gran repercusión para la población del futuro se está produciendo ya mismo; y ese hecho amenaza con contrarrestar todos os efectos previstos que acarrearía la selección sexual en sensibilidad. En Europa, sobremanera en los países de Francia, Bélgica, Holanda, Suecia, Alemania y España, la población magrebí y turca, ambas de religión musulmana, está creciendo extraordinariamente deprisa. Se calcula que en 20 años grandes zonas de Europa serán de religión musulmana. En Holanda y Bélgica ya tienen el origen dicho el 50% de los niños que nacen anualmente. De seguro que a esta población no le afectará el tipo de selección sexual nombrada, muy al contrario, el hombre rey de la casa y dueño de su mujer o de sus mujeres es lo que propala su religión. Así que cuando la población aborigen de Europa haya sido seleccionada sensible genéticamente, la población de origen turco o magrebí en Europa puede que sea mayoritaria y que impongan ―por mayoría y por carácter―su rudeza a la sensibilidad tanto tiempo seleccionada. Así que mal augurio para el futuro de la sensibilidad.

islamico

En todo caso, en no más de treinta años los adelantos en biotecnología y nanotecnología van a hacer posible que la población no envejezca, o incluso que rejuvenezca. Ya ha sido experimentado con resultados positivos en ratones. Pero en tal caso aparecerán nuevos problemas. ¿No resultaría mentalmente nefasto la acumulación de conocimientos en ese mundo de eterna juventud?, ¿no tendrían que hacerse periódicamente un borrado selectivo de recuerdos para dar cabida a otros nuevos?, ¿qué sucedería entonces con el “yo”?

Claro que otra posibilidad se presenta: la de la biología sintética, individuos cuyo organismo es en parte mecánico-robótico y en parte biológico (pero su biología puede también en parte la de otro), de acuerdo al mundo de necesidades y posibilidades que presente el futuro próximo. ¿Entraría entonces en conflicto el mundo robótico con el biológico, se declararían la guerra o se complementarían amigablemente?

nanotecnología

Otro posible sendero sería el de recurrir a caracteres ancestrales que tenemos dormidos en nosotros; activar en nosotros ciertos genes desactivados que sirvieron a nuestros ancestros mamíferos o reptiles y darles otra funcionalidad nueva. Es decir, tipos específicos de personas con una funcionalidad social ya prefigurada…

En fin, una cosa es que estemos a las puertas de un mundo nuevo e imprevisible, y otro que se me vaya la olla.

 

Psicología del «animalismo»

El igualitarismo marxista tenía como intención lo expresado en el grito aquel de los ciudadanos de Éfeso, «que nadie destaque»; y como fundamento moral la fórmula «desigualdad igual a injusticia»; pero el socialismo del siglo XXI ha rebajado tales supuestos y pone sus cimientos en la sensibilidad. En ese punto adquiere los valores del animalismo.

Aunque aparentemente el código moral de cualquier grupo o movimiento social se funda en Principios, esto es, un discurso-base al que las acciones, valores, proyectos y actitudes sociales referencian su calidad moral, en las razones de su emergencia y aceptación social subyacen motivos de conveniencia pasional. Por debajo del acto de acatamiento a cualquier dictado moral, o por debajo de cualquier posicionamiento ético, discurren operaciones psicológicas cuyas razones dominantes son deseos y sentimientos. Sirva de ejemplo la fórmula psicológica que opera en los animalistas.

«Me duele el sufrimiento de los animales (de algunos), luego se debe obligar socialmente a evitar su sufrimiento, aunque ello implique su muerte (antes muertos que sufriendo)». La máxima moral que proclaman es «compórtate con los animales de acuerdo a evitar que sufran», que se basa en la categorización moral: «El sufrimiento animal es Malo» Pero esta categorización es perversa. El dolor es una reacción orgánica, pero el sufrimiento es un sentimiento, interviene en su aparición la conciencia, cosa dudosa que los animales tengan, así que dicha categorización falsea la cuestión al pretender presentar a los animales revestidos de caracteres humanos. En segundo lugar, el endilgar el tal pretendido sufrimiento animal a la categoría del Mal se basa en razones psicológicas del animalista pero no constituye una razón universalmente reconocida como derivada de lo humano. Tal razón psicológica es la propia sensibilidad ante la percepción del «sufrimiento» animal. Entonces, la fórmula animalista del principio del párrafo lo que pretende es utilizar el lecho de Procusto, medido por la sensibilidad propia, a la sensibilidad de los demás; es decir, los animalistas pretenden imponer a los demás los dictados que surgen de sus razones psicológicas. Más digo, en realidad, lo que pretende el animalista es imponer egoístamente sus razones a los demás.

En cualquier caso, cabe preguntarse por esa especial sensibilidad hacia los animales de que hacen gala el grupo que aquí nos interesa. Quien se haya criado en zona rural sabe que los animales de compañía, perro y gatos, eran apreciados —hasta no hace mucho—por su utilidad para la caza y el pastoreo. La especial sensibilidad que se ha despertado hacia ellos en las zonas urbanas se corresponde en el tiempo con la deshumanización de la sociedad actual, quiero decir, el cambio de hábitos en cuanto a cooperación, a relaciones, la desmesurada competencia que se produce en cualquier ámbito social en el que nos relacionamos, la escasez de relaciones de amistad en los ámbitos laborales, el encierro voluntario de muchos jóvenes delante de las pantallas del ordenador o la televisión, la desaparición de las relaciones entre vecinos… Todo ello produce «temor al otro», temor a su alteridad, y desprotección, social y afectiva. De ello proviene la entrega que muchos realizan hacia el afecto animal, que presenta sus ventajas: se recibe afecto y compañía sin contrapartidas, no hay peligro de traición, no se disputa generalmente con nadie el afecto del animal, el perro o la mascota no producen la alteridad que producen los humanos, el afecto se entrega y recibe desprecavidamente, lo que casi nunca ocurre entre humanos… En fin, que, afectivamente parece salir mucho más a cuenta la relación con una mascota que con un humano. Claro que, hay que resaltarlo aunque ya ha sido mencionado: el dictado que impera en ese desplazamiento de la relación afectiva con humanos a la relación con mascotas es el temor. El temor a la relación humana. O dicho de otro modo, la sensibilidad para con los animales que surge mediante la relación afectiva con ellos, nace del temor y se desarrolla alimentándose de él. Así que, en ese sentido, la sensibilidad hacia los animales significa un reblandecimiento en la «virilidad» que precisa la relación humana para ejecutarse, un reblandecimiento instintivo, una huida de la rudeza, una huida de lo humano, un ampararse en afectos no problemáticos…Y todo ello lleva finalmente a la pretensión de mudar esa naturaleza humana que tiene a los instintos como pilares de la animalidad, a una pura  naturaleza «artificial» basada en la sensibilidad.

Los medios esparcen ese clima moral y la sociedad se impregna de ellos, se impregna de sensibilidad (la conciencia se adapta a los dictados del clima moral imperante por temor al ostracismo y la condena social), y su culpabiliza y condena a cualquier que realice un acto que pueda molestar a un animal (ya no hacerle «sufrir»), se impone la dictadura de la sensibilidad, una nueva forma de totalitarismo.

Pero, no se olvide, en el tras-muro el significado que aparece es el egoísmo personal de unos cuantos, amparados en máscaras como la del sufrimiento animal o la sensibilidad, se pretende imponer a la sociedad una categorización moral perversa, que atenta contra la libertad de los individuos que poseen otras sensibilidades, una nueva deshumanización con apariencia y máscara humanas.