Marcuse el farsante. Eros y civilización.

A Marcuse se le atribuye ser el padre ideológico del movimiento hippie en Berkeley años 60 y del Mayo del 69 de París. Sus dos libros de mayor repercusión mediática son Eros y civilización y El hombre unidimensional. Estas líneas tratan sobre sobre el primero de ellos.

Nos dice Marcuse que, de acuerdo con Freud, la civilización se ha construido a costa de la represión instintiva, pero, contradiciendo a Freud —retorciendo las aseveraciones de éste en cada ocasión que viene bien a su tesis—, asegura que «nuestras sociedades avanzadas producen las precondiciones para la existencia de una civilización no represiva, para una ‘liberación’[1]»

¿Cómo intenta convencernos de que dicha ‘liberación’ es factible?: …mediante el uso de esas historias tremebundas que denomina metapsicoanálisis freudiano, esos adorados cuentos acerca de la Horda Primitiva, el Complejo de Edipo, Eros y Tánatos… Nos viene a decir que en el individuo se produce un alambicado proceso de sublimación no represiva que, mezclado con otro proceso de metapsicología alquímica, en el que Eros, el señor de los instintos de vida, pone bajo su dominio al instinto de muerte, hace que el hombre se transforme, y, con él, transforme la civilización.

Ahí se acaba Freud y comienza el cuento de La lechera —si es que no forma parte de él todo el libro. A falta de razones, todo son aseveraciones: echando mano de Orfeo y Narciso (¡que pasaban por allí!), el juego, la belleza, la sensualidad, la plena satisfacción instintiva…, erotizando la personalidad de los individuos, producirán un hombre libre y una nueva civilización liberadora, esto es, un nuevo paraíso terrenal.

Para Marcuse, todo es blanco o negro. El Marcuse del color negro dice que la humanidad está esclavizada por una mano negra, que estamos encadenados a su maquinaria de dominación como lo estaba el remero en las galeras romanas. Pero el Marcuse del color blanco nos salvará: con esas mezclas alquímicas de regresión, juego, imaginación, sublimación instintiva, arte, sensibilidad…, se romperán espontáneamente las cadenas y todos seremos libres en un mundo de juegos y diversiones.

Eso sí, como buen profeta bíblico, se duele del tiempo pasado, «de mayor sufrimiento pero de mayor verdad». Como el profeta Ezequiel durante el cautiverio de Babilonia, nos advierte contra la corrupción de las costumbres, contra el placer del bienestar como sucedáneo del verdadero placer, contra la conciencia feliz anestesiante, contra la pérdida de ‘negatividad’. Propugna que se supriman los coches, los televisores, los enseres domésticos…, para que el hombre se cargue de negatividad. En fin, como Jesucristo, como Marx, Marcuse ejerce de profeta y redentor. Donde faltan razones las suple con repeticiones y donde falta la lógica coloca ocurrencias, divagaciones y aseveraciones.

Tengo por seguro que Marcuse no habría querido vivir bajo el sistema social que preconizaba. De hecho, siendo marxista hasta la médula y estando esperanzado con la URSS, vivió plácidamente —y con él otros pensadores de la Escuela de Frankfurt— en la soleada California, sin que se le ocurriera por un instante ir de vacaciones a Moscú.

Yo creo que Marcuse fue un farsante, que no pretendió encontrar ninguna verdad liberadora, sino hacer un alegato ideológico marxista; que mostró un desconocimiento absoluto de la naturaleza humana en su libro (el odio, la envidia, los celos, el resentimiento, la crueldad… desaparecerían como por arte de magia mediante esa alquimia de la sublimidad no represiva). Por último, como es síntoma en todos los intelectuales marxistas, no se dice una sola palabra del ‘día después’, después de que el paraíso brote espontáneamente.


[1] Los intelectuales de izquierdas nunca han aclarado en qué consistirá dicha ‘liberación’ ni qué tipo de sociedad emergería ‘el día después’, tan solo que acabaría con el horrible monstruo del Capitalismo.

La cuestión catalana (I)

A estas alturas de los hechos nadie duda de que el nacionalismo independentista catalán es un torpedo lanzado contra la convivencia en Cataluña y en toda España, y que, asimismo, amenaza con destruir la estructura orgánica del Estado. Lo alarmante del caso es lo vertiginoso y reciente de su crecimiento. Si hasta hace bien poco tiempo el máximo valedor de ese independentismo, ERC, apenas reunía un 10% de los votos emitidos en Cataluña, ¿de dónde, cómo y por qué ha surgido esa marea de gentes (sobre todo jóvenes, es decir, muy influenciables) que quiere separarse del resto de España y que hasta «ayer mismo» utilizaban mayoritariamente el castellano como lengua? Iré analizando esas cuestiones, pero empiezo hablando de la cuestión propagandista encerrada en esas palabras-emblema o consignas o estandartes de las reivindicaciones nacionalistas que, encurtidas en el caldo de cultivo del independentismo y sirviéndose de la actual crisis económica, generan egoísmos y sentimientos que  hacen al individuo proclive a opiniones, justificaciones y creencias ilusas, erróneas y perversas sobre la realidad de la relación entre Cataluña y España.

«España nos roba», «derecho a decidir», «liberación nacional» son algunos de las altisonantes y huecas consignas y estandartes que, con  finalidad de engaño y de ocultar prácticas totalitarias, abren brecha en el convencimiento del ciudadano catalán. En el ánimo del receptor de esas altisonancias se evoca y se sugiere: primero, que existe un enemigo, España, que es el responsable de la crisis económica y de casi todos los males y miserias que padecemos; segundo, que la bota española obstruye nuestro camino hacia una arcadia feliz, hacia un paraíso catalán de bienestar y felicidad; tercero, que tenemos carencias de derechos y libertades porque el Estado español nos oprime, esto es, que Cataluña ha sido y sigue siendo una nación subyugada. Estos mensajes, repetidos hasta la saciedad por los medios propagandísticos de que dispone el nacionalismo catalán se incrustan en el tuétano del hombre-masa y le llevan al convencimiento de que otra realidad más satisfactoria es posible con la creación de un Estado propio. Forman parte de la promesa redentora del mesías Mas.

Pero, en cuanto a que «España nos roba», lo que Cataluña aporta al conjunto de España con el motivo de lograr una igualdad en derechos de todos los españoles y una cohesión del todo el territorio nacional, no es, en proporción, mayor ni distinta de lo que aportan las regiones más ricas de Alemania, EEUU o Suiza a las menos ricas para lograr ese mismo propósito, y se ha de considerar que ni siquiera es Cataluña la Autonomía que más aporta a ese fondo común. Así que, en realidad, lo que se encierra el «España nos roba» es, además de una ilusa promesa mesiánica de futura prosperidad: «queremos aprovecharnos del mercado español y de las ventajas que ofrece pero sin cooperar solidariamente para que otras regiones tengan los mismos derechos que nosotros», es decir, una infusión de puro egoísmo al ciudadano catalán. Eso sí, «España nos roba» presenta la misma perversa eficacia que el grito de guerra que mantuvo en Aragón a Marcelino Iglesias durante tres legislaturas: «Que nos quieren robar el agua». Pura demagogia que llama a los instintos más egoístas del ser humano, fabricando un enemigo que hace eficaz al nacionalismo: «Los malos son los “otros”»

En cuanto al «derecho a decidir», ¿a qué nivel ha de ser contemplado?, ¿en base a qué razones?, ¿razones históricas, lingüísticas, económicas, o simplemente de voluntad popular?, porque las históricas no caben tras más de cinco siglos de unión (por mucho que retuerzan y tergiversen la historia), las lingüísticas carecen de sentido siendo aún el castellano el idioma más hablado en Cataluña, y si se alegan razones de voluntad popular, ¿por qué no ha de contemplarse el «derecho a decidir» de una provincia, de una ciudad, de un pueblo? Pero aun siendo importantes estas objeciones, hay otras de mayor calado. La reforma del Estatut propuesta por Maragall (propuesta basada en la mera pretensión de perpetuarse en poder) interesaba a un 6% de la población catalana; los partidarios de la independencia, desde la transición hasta el maremágnum que trajo la crisis económica nunca habían llegado a un 20% de la población, así que los deseos de independencia no han estado en el sentimiento  de la mayoría de la población durante muchas décadas, así que el maremágnum antedicho, esa vorágine nacionalista es nueva, es muestra de las voluntades veleidosas y sugestionadas de los hombres, y es producto del albur de un cuestionamiento coyuntural y seguramente transitorio de las relaciones con España. Así que, atendiendo a ese aspecto coyuntural, breve y veleidoso que la dicha vorágine nacionalista presenta, ¿tiene sentido poner en valor un supuesto «derecho a decidir» que no tiene para el individuo otra entidad que la ilusa sugestión de la palabrería, pero que se hace servir de palanca con que derribar la convivencia en Cataluña y en España entera, y que a efectos prácticos sólo sirve a los talibanes del nacionalismo? El hombre es de naturaleza variable, es veleta zarandeado por pasión y alucinaciones, y sabe de la provisionalidad de sus creencias, así que siente la necesidad de aferrarse a algo fiable y duradero. La Constitución, en la política, cumple ese propósito. Sirve de baluarte cuando el transitorio vendaval de la crisis y los sinsabores arrecian. La Constitución pone la vista en lo firme y duradero —porque el tiempo acrisola la estupidez humana—, precisando su elaboración de capacidades, esfuerzos y asentimientos generalizados. Es algo hecho desde la conciliación para la concordia; algo firme a que agarrarse cuando soplan los vientos pasionales, cuando huracanes circunstanciales hacen enloquecer a los hombres provisionalmente, cuando las alucinaciones pretenden imponer su dictado. Tal construcción es la Constitución española. Considerando ese carácter voluble de las gentes, con buen criterio se fijan en la Constitución las condiciones que se han de dar para que ciertos derechos individuales y grupales puedan ejercitarse. Las consecuencias de ejercer el «derecho a decidir» no sólo afectarían a la convivencia en Cataluña y en España, sino que es también una amenaza a la construcción europea porque propicia la desintegración; por tales razones y con criterio unánime y concertado, la Constitución contempla que ha de ser toda España quien decida sus cambios, considerando con buenas razones y con la experiencia acumulada que en las democracias de Occidente no existe ni puede existir un país en el que una de sus regiones esté oprimida o explotada por otras, ni sometida por ellas, pues los resortes democráticos lo impedirían.

«Libertad y liberación de Cataluña», palabras altisonantes y hueras donde las haya. De la libertad individual, ¿existe merma de libertad en el ciudadano catalán en relación a cualquier otra región de España o de Europa? No, obviamente ninguna. Y claro como el agua que Cataluña no es una región oprimida si subyugada ni sometida, que tiene sus leyes, sus tribunales, sus propios modelos de convivencia, sus parlamentos, que legisla, ¿de quién habría que liberarla? Surge la sospecha: «algo huele a podrido en Dinamarca» cuando se observan de cerca las reivindicaciones de libertad del nacionalismo catalán. ¿No pretenderán con ese grito de libertad sacudirse las opiniones y voluntades discrepantes? Un ejemplo, aludiendo falta de libertad, hace unas semanas dimitió el equipo directivo de un Instituto de Enseñanza Secundaria porque se les obligaba a que se impartieran clases en castellano, es decir, porque no querían atenerse a la ley. Otro ejemplo, la negativa del gobierno de la Generalitat a cumplir y hacer cumplir las leyes sobre política lingüística en Cataluña. Un tercer ejemplo, el del nacionalista que en la TV3 se ufanaba de haber denunciado a cientos de comerciantes por rotular sus comercios en castellano (la ley más retrógrada que quizá haya existido). Los tres son ejemplos claros de personajes e instituciones que presentando la máscara de sentirse agraviados por la falta de libertad en Cataluña conculcan los derechos y libertades de los que discrepan de su opinión: niegan la enseñanza en castellano, impiden rotular el comercio en el idioma elegido por el comerciante, impiden que se hable en clase en otro idioma que no sea el catalán…Libertad para poder prohibir, reprimir, coartar, para imponer un totalitarismo en lo informativo y un monolingüismo, para modelar un pensamiento único. Se exigen derechos y libertades a esa entidad supuestamente agresora que es España, para negar al discrepante esos mismos derechos y libertades en nombre de la identidad catalana.  (Continuará…)