¿’Cristiano’, paulino, pagano, o de todo un poco?

Con tales nombres me refiero a cristianos —practicantes o no— de la religión conocida como cristianismo, pero, en sentido estricto, los tres grupos señalados practican y entienden cosas distintas. Con ‘cristiano’ me estoy refiriendo al cristiano de los primeros tiempos al conocedor y seguidor de las doctrinas de Jesucristo. Hoy en día, no muchos conocen esas doctrinas y casi ninguno las sigue. En cuanto a paulino, refiere a San Pablo, que creó y organizó la Iglesia cristiana; así que paulino sería aquel que siente pertenencia hacia la institución, hacia la Iglesia como organización, y que cumple con los dictados y se atiene a los dogmas de dicha Iglesia. Por otro lado, la actividad religiosa de muchos cristianos tiene mucho de los cultos paganos. Atendiendo a tales distinciones en su práctica religiosa, les pongo distinto nombre.En realidad, representan tres modos de creer, sentir y manifestar lo religioso dentro del catolicismo. Las tres formas conviven y se solapan a veces en muchos cristianos. Vamos a ver, a vista de pájaro, alguna cosa de sus médulas.

La doctrina de Jesucristo es de sobras conocida; más desconocimiento existe de san Pablo ¿Quién es san Pablo?: Saulo de Tarso, judío helenista, luego de una visión deslumbrante de Dios, pasó de perseguir a los cristianos a integrarse en su comunidad y fundar su Iglesia. Su acción apostólica nos viene descrita en Los hechos de los apóstoles —escritos por su fiel compañero Lucas— que forma parte del Nuevo Testamento. En Lucas-Hechos, San Pedro y San Pablo son los protagonistas, aunque Pablo es la figura rutilante. El libro narra su fundación de la Iglesia cristiana y la expansión del cristianismo por el Imperio romano. El relieve cristiano de Pablo comienza unos pocos años después de la muerte de Jesús, y, desde entonces, con similar furor viajero y fundador al de Teresa de Ávila, Pablo viaja por toda la costa Siria, por Cilicia, Asia Menor, Grecia, Chipre, Creta, Chipre, Roma, e incluso puede que viniese a España, tal como indican los Hechos de los Apóstoles. Visita las sinagogas, crea comunidades nuevas, dicta, ordena, reprende, felicita, da normas, predica, y en el 64 muere en Roma a causa de la persecución de los cristianos decretada por Nerón.

Pablo apenas nombra en cuatro ocasiones la doctrina de Jesucristo y no parece que dicha doctrina le importe[1]. Lo que le resulta esencial es la breve teología de la salvación de las gentes por el sacrificio de Jesús, el Mesías que Pablo convierte en Dios, que ha venido a prepararnos para la «resurrección de los muertos» y el Juicio Final. Pablo esperaba una resurrección de Cristo con toda su magnificencia.

Es aceptado que sin la figura de Pablo el cristianismo habría sido una de tantas sectas judías, pero, al extender a los gentiles la prédica de la pronta llegada del Apocalipsis final, todo el orbe se convertía en posible destinatario de la Salvación, y ese hecho fue vital para la formación de la Iglesia, a la vez que terminó por apartar a unos cristianos de otros. Santiago, el hermano de Jesús, que era la cabeza principal del cristianismo en Jerusalén, sostenía que éste estaba destinado solamente a los judíos. En el 48 o 49 tuvo lugar en esa ciudad el enfrentamiento entre el cristianismo judaico de Santiago y Pedro y el cristianismo helenista de Pablo abierto a los gentiles. Pedro y Pablo se enfrentaron y desde tal desencuentro los dos grupos comienzan a separarse. En el 135 la separación es total. En la epístola a los tesalonicenses[2], Pablo acusa a los judíos de «ser los enemigos de todos los hombres», lo que anima y justifica el posterior odio de los cristianos contra los judíos. En realidad, Pablo crea una nueva religión apoyándose en algunos puntos del cristianismo: Jesús es el hijo de Dios y ha venido a salvar el mundo; el apocalipsis y el Juicio Final están muy cercanos; la fe en Jesús salva.

Las grandes discrepancias entre el grupo de Santiago y Pedro con el grupo de Pablo tienen como objeto el orden social y la posesión de riquezas, además de la deificación, o no, del mesías Jesucristo.

El ebionita o judeocristiano está inmerso en lo que Flavio Josefo llama «alzamiento general de pobres contra ricos». Aguarda lo que Santiago llama día de la matanza, y no deifica a su mesías. Por su parte, el grecocristiano o paulino profesa que la esclavitud y las diferencias patrimoniales son cosas consentidas por Dios, y deifica al Mesías[3].

Mientras que, como ya hemos anotado, el pobrismo y el igualitarismo de Jesucristo no parecen admitir discusión, Pablo impone otro criterio:

Todos deben someterse a las autoridades establecidas […] porque quien se resiste a la autoridad se rebela contra Dios, y los rebeldes se ganan ellos mismos su condena[4].

Para Pablo lo importante es en qué crees, más que quién eres, y establece una revolución  contra el judeocristianismo similar a la de Lutero contra el catolicismo o a la del metodista Wisley contra el anglicanismo; de tal modo que ese nuevo cristianismo tomó cuerpo a partir de los años 150-160.

Ahora, yéndonos al pagano —y pronto se reconoce—es aquel que adora las imágenes simbólicas de cristos, vírgenes y santos como se adoraba el panteón de dioses de la antigüedad romana o griega. Apenas hay en él doctrina cristiana ni comunidad de creyentes ni atiende a misterios de salvación. Son las imágenes las que exaltan su fervor religioso, pero un fervor pagano: de petición de amparo, de rogatorio de sanaciones, de adoración desbocada propio de los antiguos ritos de la fertilidad. Por ejemplo, el fervor que concita la Virgen del Rocío, las procesiones para pedir que llueva etc. Doctrina, institución eclesiástica y ritos y exaltaciones se solapan, se dan la mano en el catolicismo. ¿Cuál te atrae más?


[1] https://www.arte.tv/es/videos/RC-020461/el-origen-del-cristianismo/

[2] Capítulo II, versículos 14-16

[3] Escohotado I, pág. 142

[4] Romanos 13: 1-3

Ideas que cambiaron el mundo

ideas
Las ideas que han ido cambiando el mundo de las relaciones sociales con más ímpetu no han sido ideas profundas y ni siquiera son las que nos cuentan. De manera típica han sido ideas simples conducidas por deseos, obsesiones e intereses, y a las que el predicamento social alcanzado hizo grandes. Mediante esas pequeñas ideas se encauzaron las pasiones de las gentes –y en eso reside su virtud—a propósitos que parecían ilusionantes y liberadores.

comunismo1

La idea de Karl Marx de que el tren de la historia traería de manera inexorable el paraíso comunista (idea sustentada en la fe en esa chistera de prestidigitador llamada Materialismo dialéctico, de la que el marxismo saca indistintamente un conejo o un elefante), agavilló el resentimiento de los más menesterosos, germinó ilusiones en sus conciencias, y les señaló el norte de derribar el orden social establecido.

capitalismo2
Otra idea aún más exitosa fue la idea que condujo al Capitalismo. Fue formulada por Adam Smith, que estaba imbuido de la idea calvinista de la Predestinación y de la Soberanía de Dios, y viene a decir que los hombres son egoístas por naturaleza, así que conviene dejar que se comporten egoístamente en lo económico, pues la mano de Dios, que todo lo gobierna, les impulsará a conseguir de forma inconsciente el mayor bien posible para la comunidad. La mano de Dios viene representada por el mercado. Si a tal idea le añadimos otra idea calvinista, la que argumenta que el éxito en la vida es signo de estar poseído por la Gracia divina, nos explicamos la carrera hacia el éxito que se produjo en el comercio, en las finanzas, o en cualquier otra actividad social en el Reino Unido durante los siglos XVIII y XIX. Y nos explicamos también, en términos comparativos, la miseria y la opulencia que genera la idea del capitalismo.

Rousseau buen salvaje

Una idea mucho más simple que éstas se halla actualmente en la cresta de la ola. Fue Rousseau –cuya vida e ideas presentan grandes incoherencias—el padre de la criatura. En esencia dice que ‘el hombre es bueno por naturaleza’, cosa que no resiste el más ligero análisis pero que empapó las utopías liberadoras hasta Habermas y Marcuse, que se quiso plasmar en lo que se denominó ‘el nuevo hombre soviético’, y que boga viento en popa en el ‘buenismo’ social.

pablo

En muchas ocasiones ‘la idea’ ha sido presentada con el apoyo de ‘la voz de Dios’. La alucinación de Pablo de Tarso en su viaje a Damasco, viendo el resplandor de Dios y oyendo su voz (se conjetura que San Pablo era epiléptico), fue la causante de que el cristianismo –hasta entonces una religión exclusivamente judía—se extendiese a todo el Imperio Romano, pues Pablo era ciudadano romano. La prédica cristiana, amoldada a las ideas del de Tarso, percutió a partir de entonces en el corazón de los más míseros del imperio. Nada menos que ofrecía el inmediato fin de los tiempos y aparecer, resucitado, a la derecha del Padre.

juana de arco

Juana de Arco también escuchó la voz de Dios, y dando, con su vigor y su fe, el ánimo y el orgullo a la nobleza y al pueblo francés, a los 17 años encabezó el ejército que expulsó a los odiados ingleses de Francia.

hitler

En un maniaco cabo austriaco la voz de Dios se transformó en la voz de la raza. Apenas había en Hitler otra cosa que la presunción de la superioridad racial del pueblo alemán, pero una larga tradición germana en ese sentido –en la cual destacaba Prusia—, unida a la humillante derrota sufrida en la Gran Guerra y al cataclismo de la República de Weimar, hizo posible que sus ideas raciales calaran en la población. Aportaban orgullo, señalaban a los judíos como culpables de su desgracia, y prometían grandeza imperial. Pero sus ramplonas ideas condujeron a Alemania y a Europa al descarrilamiento. Valga como ejemplo de que las ideas más simples o más peregrinas pueden enseñorearse de la conciencia y del corazón de las gentes si encuentran el clima moral y cultural apropiado para crecer.
En todos los grandes Mesías –grandes paranoicos—la idea se convierte en una deidad a la que hay que adorar, y en cuyo altar se celebran y se convierten en lícitos todos los sacrificios. Los Mesías se encadenan a una idea y encadenan también al pueblo al que quieren salvar. La idea actúa como una luz con la que se columbra a lo lejos un mundo nuevo; actúa como un símbolo hipnotizador o como una campana tocando a rebato a la población. Bajo su estandarte todos los crímenes están justificados.

jemeres rojos

La democracia, la libertad, la vida, se han ofrecido impunemente en el altar del comunismo. La tan celebrada Revolución soviética de Octubre no fue otra cosa que una revuelta armada contra el gobierno socialdemócrata de Kerensky. La idea del comunismo desembocó en millones de ajusticiamientos y de una represión de libertades y una infusión de miedo a la población como pocas veces se había dado en la historia. El Gran Salto Adelante, dirigido por Mao en China, trajo casi 40 millones de personas muertas de hambre. A Mao se le ocurrió la idea de producir acero en cada casa de agricultor, por lo que debían abandonar la agricultura. En Camboya, el comunismo maoísta tuvo la idea de implantar un sistema totalmente agrario, evacuando las ciudades y destruyendo la civilización urbana. El resultado fueron casi dos millones de camboyano asesinados.

Recordemos a Robespierre y su idea de la República como bien absoluto. Ante ella todo debía doblegarse y cualquier asesinato estaba justificado. Todo era válido para el propósito de República: dar un golpe de Estado, declarar la guerra a media Europa, instaurar la nueva religión del Ser Supremo, y guillotinar a todo aquel que dudase.
En estos últimos casos no es la voz de Dios ni la voz de la raza quienes aportan argumentos y fuerza a la ‘idea’, sino otra deidad, la voz del pueblo. Esa voz es la que sirve para legitimar todo tipo de tropelías, desmanes, asesinatos y represiones. Con su ayuda se pretende instaurar el totalitarismo.
Para alucinar a las masas, los mesías de la idea no tienen que ofrecer razones, sino levantar sentimientos, y, si acaso, engañar convincentemente prometiendo un paraíso. Contra la ingenua creencia de los filósofos de cualquier época, la razón ha dicho poca cosa en la germinación de los acontecimientos sociales e históricos. A la res humana en su aprisco solo la mueve las alucinaciones, los deseos y los sentimientos.