Siempre que visito el lugar donde nací me suelo encontrar con viejos conocidos a quienes no veía en mucho tiempo. Algunos emigraron de jóvenes y vuelven en visita breve y jubilosa. Pero todos ellos, los que se fueron y los que se quedaron, cantan alabanzas del lugar que les vio nacer. Y todos ellos se extrañan, e incluso se irritan, por el hecho de que yo no encuentre excelencias que cantar al respecto.
Sin menosprecio de considerar la infancia como la patria espiritual de uno, el pueblo donde nací no es mejor ni peor que los demás en los que he vivido. Puestos a tener que destacar algo de él, sólo se me ocurre que sus moradores beben más vino y cerveza que en los pueblos de los alrededores. Al menos, presumen de ello.
También aseguran que el vino que se produce allí es el mejor del mundo. Cierto es que también aseguran lo mismo los habitantes del pueblo donde nació mi mujer, que se encuentra en la otra punta de España. Bien, he de decir que ¿dónde va a parar un vino con otro!, pero en fin, dice el refrán que de gustos no hay nada escrito.
Viene esto a cuento de que los españoles defienden con vehemencia su terruño, mientras que el defender o alabar a la colectividad nacional les produce vértigo, y, a muchos, vergüenza. Algunos sólo se sienten españoles si salen fuera de España. Entonces todo es morriña y confraternización con todo español que les sale al paso.
Somos un pueblo extraño, pero la izquierda política de este país es extrañísima. Contrariamente a otras izquierdas de Europa, que levantan un pedestal a su patria y a sus símbolos nacionales, en estos cuarenta años de democracia la izquierda española ha dado sobradas muestras de descreer de España y de su bandera.
Sin embargo, en repetidas ocasiones han aplaudido de forma entusiasta el represor nacionalismo catalán, que gasta tintes fascistoides y esquizofrénicos. Con decir que a un emigrante andaluz que insultó gravemente los símbolos españoles desde Cataluña, la izquierda sindical le hizo un homenaje en Madrid, queda todo dicho. Esas actitudes son explicables desde la suposición de que las produce el odio, pero la explicación que me resulta más satisfactoria es la de que “aquí no cabe un tonto más”.
Y si nos acercamos a los partidos políticos la cosa desbarra por todos lados. Ahora surge un nuevo partido, Podemos, dirigido por gentes que han sido asesores de Chavez y Maduro en Venezuela, y que son financiados por el Irán de los Ayatolas, ―mire usted por dónde―; y esos mismos anuncian a bombo y platillo que todos nos vamos a jubilar a los 60 años y que nuestra jornada de trabajo va a ser de 30 horas semanales, y que todos vamos a nadar en la abundancia cuando se les quite el dinero a los Bancos, y que dejaremos de pagar las deudas del Estado por narices. ¡Qué bicoca!, ¡pues qué bien, oiga, me apunto!, ¡ah!, también aseguran desde ese partido que todo pueblo que quiera podrá votar libremente para independizarse del vecino si así lo decide. ¡El acabose! ¡Volvemos al Cantonalismo!
¿Qué es el Cantonalismo?, se dirán ustedes. Pues un movimiento que durante la Primera República española promovió la independencia de las ciudades al modo de las Polis griegas (aquí en España siempre hemos sido así de ocurrentes). Y ahí tenías al cantón de Cartagena en guerra abierta con el cantón de Murcia. En fin, un disparate más de los muchos que han tenido lugar en esta piel de toro.
¡Vamos a ver, oiga, que hemos sufrido tres guerras carlistas y varias intentonas, y guerras civiles que ni te cuento! ¡Y es que aquí siempre nos hemos ido por los extremos! Tal como se lo digo: “En España no cabe un tonto más”.
¡Y qué le voy a decir del pensamiento y de la cultura!, tontadas a carretadas, que dicen aquí en Aragón.
No es que España carezca de grandes y profundos pensadores y de hombres de cultura amplísima, ahí están los Américo Castro, Gregorio Marañón, Ortega y Gasset, Unamuno, Ramón y Cajal, Severo Ochoa, Menéndez Pidal, Menéndez Pelayo y un larguísimo etcétera más, pero están olvidados cuando no despreciados o al menos no reconocidos debidamente…, ¿por qué? Porque todo lo que en este país hoy lleva el nombre de cultura es cosa ramplona, propio de actores de películas malas que forman parte de una secta que se cree en posesión de la verdad absoluta; y lo que no entienden y les viene grande lo desprecian. Ni escritor ni actor ni artista alguno que no sea de su secta puede cobrar valor cultural porque ahí están ellos con sus pistolas preparadas.
Miren ustedes algo que parece increíble: los mismos culturillas que no reconocen a nuestros grandes hombres (ni los reconocen ni los entienden) hicieron no hace mucho en Aragón hasta cuatro homenajes con gran boato a Pepín Bello; además, en el 2004 se le concedió la Medalla de Oro al mérito en las Bellas Artes, y en el 2001 la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio. Pero, ¿quién fue Pepín Bello?, se preguntarán ustedes, ¿cuál fue su labor? Ninguna, les respondo. Nunca se le conoció oficio ni nunca escribió ni nunca hizo cosa de provecho reconocido. ¿Cuál es entonces su mérito?, se preguntarán: pues que coincidió en la Residencia de Estudiantes con Lorca, Dalí y Buñuel, y, claro, con la iglesia de los culturillas hemos topado, amigo Sancho, porque Lorca, el poeta de quien Borges decía que su oficio era el de ser andaluz, es el Sancta Sanctorum de los culturillas españoles. Ni más ni menos, ese es todo el mérito acumulado por Pepín Bello, coincidir con Lorca en la Residencia de Estudiantes de Madrid, un talismán hoy en día como el poseer en la Edad Media el brazo incorrupto de Santo Tomás.
Tal como dice Javier Pérez-Reverte, si entra un tonto más en España se cae al mar. Propongo que se corrija inmediatamente en la Wikipedia la entrada correspondiente a Pepín Bello, que nada menos que en su primera línea le atribuye ser escritor e intelectual, ¿quién es el estúpido que así subvalora el intelecto y la escritura?
Por lo demás, tenemos en España médicos, físicos, ingenieros, arquitectos, investigadores, que se codean con lo mejorcito del mundo en su género, pero para los culturillas todo lo que huela a ciencia es reaccionario, ¡qué le vamos a hacer! Con estas miserias cabalgamos. Todavía Borges es un proscrito en esa camarilla de culturillas, ¡qué les voy a decir más!
Si a los tontos les nacieran alas, su bandada cubriría el cielo de España.
Leyendo tus sabias apreciaciones y reflexionando sobre mis propias experiencias, he tratado, sin éxito, de pergeñar mi humilde aportación habitual.
Y a punto de abandonar el intento, llego a la conclusión de que adolezco de un gran desconocimiento de las artes intelectuales por razón de haberme sentido más inclinado por la ciencia que por la filosofía.
Y es desde ese ámbito científico, desde el que retomo una de las frases que has repetido con clarividencia, para construir mi argumentación científica. Y la frase a la que me refiero es “AQUÍ NO CABE UN TONTO MÁS”.
Yo estoy convencido de que esta afirmación tuya, que comparto al 150%, tiene que tener una formulación científica en términos genéticos.
Es perfectamente posible que los españoles compartamos (no todos, por supuesto) algún tipo de mutación alélica que nos nubla la mente y que nos permite creer todo tipo de insensateces y locuras. Una mutación deletérea, donde las haya, que nos impulsa a votar a ZP durante dos legislaturas, que permite el ascenso meteórico de Podemos o que posibilita una izquierda y una intelectualidad tan descerebrada como la que tenemos.
En fin, yo abordaría el esclarecimiento y solución de este problema mediante un estudio a fondo del genoma hispano a ver si damos de una vez con esos genes malignos y mediante sofisticadas técnicas de ingeniería genética podemos introducir un poco de cordura en este bendito país, cuna de tan nobles y egregios pensadores como los que has citado.
Saludos cordiales.
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Sí, debe haber por ahí un alelo responsable de este descerebramiento de que hablamos. Lo de Pepín Bello que narro es del todo cierto. No me extraña que el hombre se muriese a los 103 o 105 años de puro gozo al ver cómo los culturetas de Aragón le hacían un homenaje tras otro sin él comerlo ni beberlo ni haber dado un palo al agua en toda su existencia. Y tengo otros conocidos que viven todavía atrincherados; unos en la revolución bolchevique, otros en la segunda república, y viven para conseguir la tercera república, como si eso fuera un logro de vida o muerte, y como si la primera y la segunda hubieran sido el paraíso y no el infierno que fueron. Pero, ¡eso sí, creen hallarse en posesión de la verdad absoluta y condenan a quien piense de forma diferente a la de ellos!, ¡Dios!, habrá que insistir en lo de la ingeniería genética, y pasar a este país por un mecanismo de reprocesamiento cerebral, a ver si así entra un poco de cordura a la gente.
Cordiales saludos
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Sin duda lo que ahora necesitamos es instaurar la tercera república para acabar de arreglar el desaguisado patrio. Me reafirmo en la tesis central de tu articulo: «No cabe un tonto más».
Saludos cordiales.
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Si tuviéramos suerte y se inventara un elisir contra la tontería, la cosa se podría remediar, pero mucho me temo que lo congénito es difícil de desarraigar.
Cordiales saludos
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Cuando se cambia la historia, y se la quiere adaptar a la política del momento, se logra que las nuevas generaciones piensen, que a partir de determinado momento llegaron los buenos, los iluminados. Cuando fueron ellos los que atentaron contra nuestra democracia y trajeron la dictadura.
Adoran a la Cuba revolucionaria, y llevan al Che en las camisetas, y hacen silencio frente a los desbordes de Maduro..
Creo que si en España no cabe un tonto más, porque se caen al mar, muchos han llegado hasta éstas costas, a nado.
Lo felicito por su artículo.
Un abrazo y hasta pronto.
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Gracias Stella, qué magnífica ocurrencia la tuya sobre la llegada de los tontos de España a vuestras costas a nado. Sí, los males de acá llegan allá tarde o temprano, y viceversa.
Un abrazo
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