¿Qué ocurre a nivel neuronal cuando se produce un pensamiento o se toma una decisión? Ciertas regiones del cerebro se activan y se conectan; ciertas zonas de formación evolutiva reciente reciben aferencias de zonas más antiguas y viceversa. En esas activaciones no solo se transmiten potenciales eléctricos, sino también neurotransmisores e incluso hormonas, recorriendo circuitos que se ven afectados por su acción química y eléctrica, y activando otras redes y produciendo estados de ánimo determinados.
¿De qué depende ese baile de sustancias químicas y eléctricas que se produce en las neuronas y en otros tipos de células llamadas gliales? De los ambientes químicos existentes en el interior y en el exterior de las células. Según sea la relación de desequilibrio entre esos ambientes y según sean estos, algunas largas proteínas singularmente enrolladas sobre sí mismas ―y que son las puertas de entrada y salida de sustancias de la célula―se abrirán o cerrarán al paso de ciertas moléculas o átomos, dando lugar al inicio y mantenimiento del baile químico señalado.
Así que la acción biológica de actividad celular se reduce a la acción química de ciertas moléculas, pero la acción química se reduce a su vez a una acción física: por ejemplo, el enrollamiento de las proteínas, su modificación en la apertura o cierre de sustancias a la célula, depende en último término de las cargas eléctricas de sus partículas interactuando con las cargas de las partículas de los ambientes considerados.
Algo semejante a lo dicho para una célula en particular ocurre para las redes neuronales, aunque la complejidad explicativa aumente, pero no su esencia, que es la misma: los pensamientos, las razones, los sentimientos, las emociones, las decisiones, son reducibles a acciones químicas, que se reducen a acciones físicas, y, consecuentemente, la acción mental es determinismo puro, pues la física lo es.
Ahora bien, a nivel psicológico, el lector atento habrá adivinado que falta por averiguar qué sujetos motivan el desequilibrio químico existente entre el interior y el exterior celular. Esa es la pieza que falta en el engranaje. Ahí se encuentra el meollo del asunto. Y es un meollo complejo. Los sujetos son varios y se encuentran interrelacionados.
El organismo humano ha sido pergeñado para responder al entorno con ciertas garantías de éxito para la supervivencia y el éxito reproductivo. Poseemos varios sistemas cerebrales para hacer frente al medio, para adaptarnos provechosamente a él. El enamoramiento, la ira la vergüenza, el resentimiento, el afecto, el deseo, el miedo, los instintos, el dolor, el placer…, son respuestas de esos sistemas al medio ambiente (sea éste un medio social, o cualquier otro entorno considerado) con vistas a la finalidad señalada. Pero todas esas respuestas se producen en el cerebro relacionalmente de acuerdo al grado de afección que el medio ambiente nos produce. Nuestros sistemas de percepción envían señales químicas y eléctricas a otros sistemas neuronales, alterando la composición química del correspondiente medio intercelular, produciendo a su vez nuevos desequilibrios químicos que dan comienzo al trajín de otras redes neuronales.
Resumiéndolo con un ejemplo, la visión de un hermoso cuerpo produce que se envíen señales químicas a ciertas regiones cerebrales y que se alteren los equilibrios y ambientes químicos de ciertas redes neuronales, dando lugar a lo que conocemos como un estado de deseo, y haciendo surgir derivativamente pensamientos acordes con él.
Todo comportamiento humano y toda acción mental son reducibles a esos procesos químicos y físicos. Puro determinismo. La aparente libertad de acción, el aparente libre albedrío, no son otra cosa que un espejismo engendrado desde esta oculta complejidad. También se podría considerar como una ilusión subproducto de la conciencia con cierta utilidad evolutiva: la de hacernos sentir distintos, diferenciados, humanos, dueños de nuestro destino, hacedores y no meras máquinas celulares que el instinto conduce. Tal vez esa ilusión provenga de la capacidad de poseer memoria, de tener conciencia del pasado y percibir que es diferente del presente y que nos sentimos responsables de ello.
Ciertamente podemos considerar toda la maquinaria química y física de nuestro cerebro como un sistema puesto a punto para procesar información en base a un objetivo común a todos los seres vivos: sobrevivir y expandirse.
En cuanto a sentirse responsables del pensamiento, has dado una buena explicación que me sirve de base para plantear mi propio modelo explicativo.
Desde pequeños, nos sentimos responsables de nuestras acciones u omisiones en cuanto que nos acarrean castigos o premios de parte de nuestros semejantes. Este es el procedimiento estándar para reprogramar nuestra conducta a fin de hacerla socialmente útil.
Esta dependencia de los demás para obtener placer o dolor la percibimos en forma de “responsabilidad” y se implanta en nuestro cerebro en forma de conciencia del bien y del mal, aun cuando no exista ningún semejante a los alrededores, puesto que es socialmente útil la interiorización de las normas sociales.
Pero todo esto no funcionaría si no tuviésemos la (falsa) creencia de que somos nosotros quienes tomamos libremente las decisiones y de ahí la creencia de la necesidad de dar cuenta de nuestra conducta a los demás. No nos vale decir: Asesine a mi victima porque me obligó una fuerza interior desconocida.
Todos asumimos que existe un responsable universal de nuestras acciones y a ese ser le llamamos “yo”, que por convención social y creencia personal es quien induce o autoriza cualquier acción sobre el mundo exterior.
Pero en realidad el yo es solo un tonto útil el que le cargan todos los sambenitos que tienen lugar en la maquinaria automática que trabaja en el subconsciente.
Saludos.
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Como siempre, Yack, sintetizas con elegancia y claridad el asunto. Pocos se percatan que ese «tonto útil» obedece ciegamente a la maquinaria automática de supervivencia.
Un saludo afectuoso
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