Chingar

IMG_3503

Se ha de reconocer que el impulso a chingar (en la acepción que refiere al sexo, o si prefiere, use estas otras: joder, follar, fornicar, copular, montar, tirarse a…) preside, mueve la vida y la reproduce.

Descrea de los prolijos estudios que sobre el “ser” se han realizado, descrea de la retórica de los filósofos, no se deje amilanar por los moralistas, ponga en solfa las alocuciones de los políticos, mire a los utópicos con sus gafas de la risa, recele de la seria gravedad de los científicos, baje a todos ellos del pedestal en que han estado encumbrados. Porque ni filosofía ni utopía ni cultura ni ciencia han encontrado nunca una verdad como esta: chingar es lo que más nos importa.

Chingar con jóvenes y de aspecto hermoso, y, según afirmaciones estadísticas, que su sexo sea el opuesto al nuestro. Cuando no se consigue tal cosa con la necesaria variedad y frecuencia, nos ocupamos de lo demás: creamos formas culturales, nos embarcamos en proyectos utópicos, inventamos artilugios para volar o cocinar los alimentos,  o nos da por construir pensamientos acerca de la naturaleza de las cosas. Pero, no nos engañemos, digamoslo sinceramente: todo gira en torno al sexo.

Ruborizarse-en-Khajuraho

Incluso el poder es secretamente “para” el sexo y no al contrario. Lo que íntimamente desea el político que arenga a las multitudes con emoción orgiástica, aunque no sea consciente de ello, es seducir a su secretaria, tener un imán sexual que atraiga  a las mujeres de su entorno,  desnudar a la becaria, sentir el placer de que las mujeres de su séquito suspirasen por su verga y por sus carnes. Pero la moral y los tabús sociales ponen coto en la conciencia a sus deseos íntimos y, de forma sustitutoria, la conciencia se abre al propósito del poder, de la fama y de la prominencia, que no son otra cosa que sucedáneos del sexo. Incluso el monje o el eremita tienen el chingar como cosa sagrada, pues dedican su vida a huir del influjo que les produce y por temor a que domine su vida.

En la cima de todos los deseos, oculto tras de las variadas nubes de esperanzas y propósitos y de los cirros de las riquezas y las famas, irreconocido generalmente, se encuentra el motivo que engendra casi todos los demás motivos y deseos del hombre: se encuentra el deseo sexual y su Corte. Una Corte donde el flirteo, la sensualidad, los ritos de seducción y los escarceos amorosos son las damas de honor. Pero ese rey del sexo muestra dos caras: la de poseer el objeto de deseo y la de ser deseado.

IMG_3157

Detrás de toda la actividad del hombre a que le reconducen los tabús sociales y le facilitan sus singulares capacidades, oculta en un subterráneo profundo, se percibe la lumbre del sexo. El físico o el matemático que se enfrentan a resolver los arduos problemas que plantea la Teoría de Cuerdas, no cifran su búsqueda en tratar de descubrir una verdad ardua sobre la realidad del mundo, sino en destacar por encima de los demás físicos por haber encontrado esa verdad. Pero ese es solo el primer subterráneo, pues ese querer destacar tiene también su oculto propósito: conseguir seguridad y autoestima para atraer a mujeres hermosas.

Y aunque luego la edad y las circunstancias hagan inviable el oculto deseo de todo hombre, la maquinaria cerebral ya está en marcha ―con su implacable inercia―  en busca de los sucedáneos hacia los que nos hemos embarcado durante toda una vida de ocultación y evitación de nuestras descarnadas ansias de sexo, pues el temor a la reprobación social nos conduce a disimularlo. Y seguimos buscando el sucedáneo, el bien sustitutivo del sexo, sin percatarnos que fue el sexo lo que empezamos buscando desde el primer momento.

Y, no se engañen tampoco: el hombre, más que inteligente, más que culto, más que capacitado o diligente, querría ser hermoso. Ese es su deseo más secreto. Ser hermoso para atraer hacia él el sexo.

9 comentarios en “Chingar

  1. Bien dices, cuando dices, y bien dicho, que la inteligencia es el sucedáneo de la belleza y hay que reconocer que con un buen cerebro se puede superar, según qué casos, el problema de la fealdad física.

    Si consideramos la importancia que para la especie tiene la reproducción, es fácil comprender el origen de la obsesión sexual, aunque sería discutible la teoría freudiana de la sublimación, y eso por dos motivos: Una porque es freudiana y otra porque no responde a la realidad objetiva, como suele ocurrir con todo lo freudiano.

    El ser humano tiene varias clases de deseos, y el sexo es uno de los más omnipresentes, pero también desea triunfar y para ello puede recurrir a cualquier método como hacerse un virtuoso del violín o introducirse en los secretos del ADN.

    Pero incuestionablemente actividades como la investigación del ADN o tocar el violín son algo más que simples sucedáneos del sexo porque generan su propio placer, potenciado además, por los objetivos a largo plazo involucrados en su consecución o perfeccionamiento.

    Y aunque el violinista o el investigador dejen a un lado el violín o el microscopio cuando la vecina o la becaria de turno (si se cumple la condición de que estén tan apetecibles como un queso de bola) se muestren receptivas, retomarán sus actividades no sexuales tan pronto hayan cumplido con su (bien remunerado) deber reproductivo.

    En resumen: el sexo es una obsesión permanente pero hay otras muchas actividades placenteras e incluso más relevantes para la felicidad del individuo, sin que eso implique que deban ser excluyentes con la sexual. Como inconveniente, el placer sexual es tan intenso como poco duradero y está sometido a graves peligros, por ser necesaria la colaboración de otro individuo que no siempre estará por la labor y que puede exigir un alto precio por los servicios prestados.

    Saludos cordiales.

    Me gusta

    • Extraño, Yack, pero algunas discrepancias aparecen entre nosotros. Tal vez ya era hora. Para comprender en sus justos términos lo que quiero decir, se ha de imaginar uno a sí mismo desprovisto de ataduras morales, esto es, ha de caminar por la selva vestido únicamente con el manto de sus instintos: todo deseo sexual.
      Imperativos morales nos imponen la monogamia y desvían nuestra atención sexual a la obtención de prominencia en el ámbito cultural, en la ciencia, en el comercio, en la fama…, en aquella rama en que nos sintamos más capacitados o que interpretemos como más conveniente para nuestro interés.
      Pero aun así, la punción sexual sigue latiendo en los adentros, y cuando aparece ante nosotros una mujer seductora y hermosa que nos mira, que nos muestra interés, que nos promete su paraíso, pronto tendemos a olvidarnos de todo subterfugio, de todos los sucedáneos culturales, y somos capaces de tirar toda una vida por la borda, de sacrificar todas nuestras anteriores ilusiones, de brindar al sol desnudos y borrachos y de hacer los ridículos más espantosos.
      ante el sexo actuamos como la zorra ante las uvas, precavidamente, con desconfianza, despreciándolo cuando no podemos alcanzarlo, pero el sexo se esconde en potencia tras de todas nuestras actividades, y, de vez en cuando, daríamos la vida por un flirteo con una mujer hermosa.
      Un cordial saludo

      Me gusta

      • Aunque estoy de acuerdo en la importancia de la pulsión sexual, no creo necesario llegar a considerarla tan importante como para convertir al resto de pulsiones en meros sucedáneos que solo sirven para rellenar el hueco de la instisfacción sexual. Y pensar así nos acercaría peligrosamente a la teoría psicoanalítica y nos alejaría del sentido común que nos dice que además del sexo, existen muchas otras necesidades apremiantes asociadas a dolor y placer.

        La necesidad de respirar, por ejemplo, es más acuciante que el sexo y el llenar los pulmones después de 1 minuto de privación produce un placer que supera al sexual. Lo que ocurre es que el sexo es la única necesidad que nuestra avanzada civilización no ha podido satisfacer, y eso porque se necesita coordinar la voluntad de dos personas y por razones obvias eso es muy difícil cuando no imposible.
        Si vas caminando por la calle y ves un pastel de aspecto delicioso, entras, lo compras, te lo zampas y acabas con el deseo. Pero eso no puedes hacerlo con una mujer que pasa junto a ti en la calle y de ahí que sufras una privación crónica de ese particular deseo. Además, y dado que el sexo aspira a expandir tanto como sea posible las semillas por los más fértiles y remotos campos de cultivo (espero que puedas seguir la metáfora) resulta ser una necesidad difícilmente saciable (a menos que seas Gengis kan) porque no aspira únicamente a llenar el estomago, sino a llenar miriadas de úteros ajenos, con el consiguiente permiso de sus dueñas, que además se ven en riesgo de quedar embarazadas de por vida con una prole insaciable.
        Es decir, la naturaleza del instinto sexual lo convierte en una necesidad insaciable a medio y largo plazo, pero eso no significa que sea la más importante sino, todo lo más, la más obsesiva, siempre que tengas cubiertas todas las otras necesidades básicas (comer, dormir, beber, no experimentar dolor, sentirse seguro, etc. etc.) que nuestra sociedad avanzada ha conseguido resolver hasta el punto de que nos hemos olvidado de su omnipresencia e intensidad.
        Si te pierdes en una quebrada remota durante dos días, pensarás en todo menos en sexo.

        Saludos.

        Me gusta

        • Yack, en parte sí, parece sustancial lo que dices, pero yo sigo viendo –o sigo intuyendo, si lo prefieres– en todos nuestros actos la secreta intención de lo sexual, o al menos su huella. Sí que es cierto que muchas otras actividades nos resultan placenteras, pero creo que todas ellas o remiten al sexo directa o indirectamente, o surgen cuando se produce su carencia; creo que el motivo primero, no consciente, velado, es el sexo.
          Tal vez podamos categorizar mejor, hilar más fino, si observamos el asunto desde una perspectiva biológica.Las ansias sexuales, como también la sed y el hambre, esto es, lo que resulta imprescindible para la eficacia biológica, se recarga periódicamente. Supongamos al hombre: junto con el comer y el beber, la testosterona nos mantiene en forma para la vida; no solamente nos aúpa y nos sostiene el deseo sexual, sino que también muchos rasgos de conducta, la autoestima y el estado de ánimo.
          No cabe duda de que la sexualidad se ha instituido evolutivamente con la funcionalidad esencial del placer (además de la vital para la reproducción, para la que el placer sirve de impulso). Comer, beber, copular, son lo básico. Caminábamos socialmente por la sabana pretendiendo prominencia en la manada, pero con la finalidad de acceder prioritariamente a los alimentos y a la cópula. Cierto es que lograr esa prominencia, lograr el poder, se recompensa además con ese placer extraño que da el sentirse superior a los demás, el sentirse por encima de ellos, pero dicho placer –que también lleva aparejado una mayor producción de testosterona– tiene el propósito de servir de acicate para conseguir y mantener la prominencia dicha, y ésta, a su vez, «obedece» (y en este sentido hablo de subordinación) a la estrategia orgánica de obtener prelación en la obtención de alimentos y en la cópula.
          En la actualidad no es muy distinto, el ansia de rango social, el trabajo bien hecho (que se recompensa con un placentero riego químico en el cerebro), el esfuerzo físico, los pequeños y sucesivos logros que se van consiguiendo cuando se lleva a cabo un proyecto…, que se gratifican con placer, surgieron como impulsos con el fin de obtener ciertas metas necesarias para la supervivencia cuando el medio se hizo hostil y la vida dejó de ser un mero copular y alimentarse. Sí, es cierto que han logrado poseer una funcionalidad y una gratificación placentera autónomas, pero estas no son básicas; son superfluas en el sentido de que no son innatas como la función sexual, sino que son adquiridas, que las construimos o adquirimos cuando los avatares de la vida nos presentan una opción, un posible camino para andar por la vida, y los mecanismos cerebrales nos gratifican con neurotransmisores de placer por ello. Pero aun así, estos placeres obedecen a estrategias sociales en aras a la supervivencia y al sexo.
          Saludos cordiales

          Me gusta

  2. Soy mujer, y no lo veo como lo más prioritario del vivir, el sexo.
    Independientemente, de todo lo tan bien expuesto.
    Que tratamos de seducir, no lo dudo, y más actualmente, sin ningún tapujo.
    Un abrazo

    Me gusta

  3. La verdad Stella es que tu comentario y otro anterior de Yack me han hecho comprender que no me expresé con claridad en esta entrada. Lo que quiero decir es que la pulsión básica del sexo está escondida tras de numerosas actitudes y comportamientos, como el acicalarse para sentirse uno admirado y atractivo, como el acercamiento preferente que hacemos hacia las personas hermosas, como la atracción que de pronto descubrimos hacia alguna persona en particular… Y que es una pulsión básica como la que sentimos cuando tenemos sed o hambre. Ahora bien, la cultura nos desvía de la atención sexual porque, entre otras cosas, no acarrea tantos inconvenientes ni adicciones ni conflictos ni enfrentamientos, así que por todo ello la experiencia de muchas generaciones ha encauzado lo sexual a lo íntimo y recóndito. En ese sentido es en el que digo que la cultura desexualiza y es un sustitutivo del sexo.
    Un abrazo

    Me gusta

Replica a F. Joya Cancelar la respuesta