
Hace ya la friolera de quince años, asistí a una conferencia acerca de “La mujer en el cristianismo y en el islam”, impartido por una catedrática de Derecho de Zaragoza. Después de casi una hora de lanzar pestes sobre la situación de la mujer en el cristianismo a lo largo de la historia, le tocó el turno al islam. Al poco, se me debieron de poner los ojos como platos, pues, con todo tipo de alabanzas, aseveró que el velo en la mujer musulmana era una cuestión cultural y climática, ya que en sus países el calor es sofocante y es necesario mitigarlo cubriéndose de pies a cabeza. Remachó la celebración del islam asegurando que “es la religión de la paz”.
No fue hasta unos años más tarde que ese amor no correspondido del feminismo hacia el islam se hizo patente en la sociedad española. Bien sabemos ahora de la ocultación sistemática que las feministas llevan a cabo de los delitos de tipo sexual cometidos por musulmanes.
El psicólogo Jordan Peterson aduce al respecto la teoría de que, al rechazar, de puertas afuera, la figura del macho, tal figura es sublimada, y su potencia se manifiesta en sueños y en idealización (y admiración no disimulada) del más macho entre los machos, el musulmán, debido a sus derechos sobre su mujer. A mi modo de ver, tiene parte de razón. Corren por las redes sociales ciertas charlas entre feministas en que dicen tener sueños donde son violadas con gran placer por su parte. Naturalmente, achacan este tipo de sueños a la herencia recibida de la sociedad patriarcal en que hemos vivido.
Sin embargo, creo que en ese amor mencionado intervienen otros factores que no contempla Peterson. Sospecho que uno de ellos es la ideología. Los padres más directos de esa sacrosanta alianza entre el feminismo y la nueva izquierda en nuestros días fueron los filósofos posmodernistas franceses. Prácticamente, todos ellos tenían una relación muy fuerte y lisonjera con el islam, sobre todo con el islam argelino. Foucault, cuya relación con Argelia no fue tan intensa, el Foucault que veía relaciones de poder en los rincones más insospechados, entonó, sin embargo, loas inmensas al islam del ayatolá Jomeini cuando tomó el poder en Irán. Debió de parecerle que todo en él era ausencia de poder y foco de libertad.
Así que entenderemos mejor la fijación ideológica del feminismo con el islam si tenemos en cuenta que la izquierda no abjura nunca de sus ideas (que suelen ser frecuentemente lemas): que por mucho que las ideas de Marx hayan sido rebatidas mediante la razón y los hechos; que por mucho que el comunismo, allá donde se ha ensayado, ha traído siempre la miseria y la falta de libertad; que por mucho que los derechos de las mujeres destaquen hoy sobre los de los hombres; que por mucho que el cambio climático no acabe de despegar y se revele, cada día más, como un interesado fraude…; digo que la nueva izquierda seguirá anclada a dichas ideas. Así que, en buena medida, creo que el feminismo —y la izquierda dicha, en general—defienden al macho-muslim y ocultan sus tropelías por fidelidad o filiación a las doctrinas del posmodernismo filosófico francés. (No nos olvidemos, también, que en la Libia de Gadafi se entrenaban los terroristas de izquierdas, y eso deja su huella)
Otro factor a considerar es el caos mental y la locura que preside muchas de las acciones y afirmaciones del feminismo radical. No hace falta insistir en ello, por poner dos ejemplos, me remito a las declaraciones de Irene Montero y a esos bailes guerrero-feministas que hemos contemplado el 8M. Bien, un disloque mental semejante ha sido exhibido por las adalides del feminismo radical durante los últimos tres cuartos de siglo, acabando sus días muchas de ellas en manicomios.
A personas de tal cariz mental, la pacífica sumisión que presenta la mujer musulmana ante el hombre puede ser motivo de envidia, les debe parecer paradisiaca. Tranquilidad y seguridad frente a caos mental y permanente rabia. Escogen lo primero para sus adentros, pero, dada su posición social e ideológica, no lo pueden declarar, así que lo idealizan y, dejando de mirar la realidad (algo tan frecuente entre los ideologizados), claman a voz en grito en pro de los palestinos y se lanzan a justificar y ocultar los delitos de los musulmanes y…, ya cegadas por el brillo de la idealidad que han trazado en su mente y negando cualquier evidencia en contra que presente la realidad, abogan por que vengan a vivir a España todos los habitantes del Magreb.
Confieso que la única medicina que encuentro para tal enfermedad es la de obligarlas a vivir un par de años en un país musulmán. Si tal dosis de realidad no surgiese efecto, es que ya su cura no tendría remedio.