De gravitación, genios, simetrías y conjeturas

Newton y la gravitación

Newton

Parece ser que fue cierto, que a los 22 años Newton observó una manzana cayendo de un árbol y en sucesión estupenda se le enhebraron pensamientos acordes al hecho. En realidad, enhebró los resultados obtenidos por el esfuerzo de otros gigantes del pensamiento. En sus palabras: me subí a hombros de gigantes.

Las dos grandes preguntas que se formuló fueron estas: ¿Por qué caen las cosas en línea recta hacia la Tierra?, ¿por qué no cae la luna?

Uno de los gigantes fue un físico holandés llamado Huygens, que poco antes de la experiencia de la manzana había demostrado que para mantener un objeto de masa m girando en un círculo horizontal sujeto a una delgada cuerda se tenía que realizar una fuerza que dependía directamente de la masa y de la distancia a que se encontraba ésta del eje de giro, y dependía de la inversa  del tiempo (al cuadrado) que el objeto tardaba en dar una vuelta:

Fc = K m d/T2

Siendo K una constante.

A esa fuerza la denominó fuerza centrípeta.

Otro gigante fue Kepler, que repasando durante años las observaciones del astrónomo Tycho Brahe llegó a la conclusión de que en el movimiento de los planetas el cuadrado de su año planetario está en proporción al cubo de su distancia al Sol.

            T2=k2 d3

Siendo k2 una nueva constante.

El tercer gigante en cuyos hombros se subió Newton no fue otro que él mismo, que haciendo chocar bolas entre sí descubrió que las fuerzas se presentan siempre a pares, que la fuerza que hace una bola A contra otra B al chocar con ella es la misma que la que hace B contra A. Principio de acción y reacción.

Para llegar a la fórmula que describe la atracción gravitatoria entre los cuerpos, aquella tarde de la manzana Newton tuvo que conjeturar las siguientes razones:

1.-La fuerza que mantiene a la Luna unida a la Tierra tiene que ser centrípeta.

2.-La Luna en relación a la Tierra debe tener el mismo orden explicativo que los planetas en relación al Sol, así la ley de Kepler formulada arriba debe de ser válida para ella.

3.-Como ocurre en las canicas, la fuerza con que la Tierra tira de la Luna debe ser la misma que la fuerza con que la Luna tira de la Tierra: FTL=FLT

 

Véase entonces que sustituyendo la T de la segunda ecuación en la primera, resulta:

F= km/d2

Siendo k una nueva constante obtenida de dividir k1 y k2 , m, la masa de la luna y d, la distancia entre Tierra y Luna

Teniendo en cuenta ahora la tercera conjetura, FTL =FLT, por simetría, en la fórmula debe de aparecer también la masa de la Tierra, así que:

FTL = FLT= K’mT mL/d2

Siendo ahora mT y mL las masas de la Tierra y la Luna respectivamente, y K’ la nueva constante que resulta de extraer de la K anterior la masa de la Tierra.

Pero falta la guinda del pastel. Falta añadir otra nueva conjetura que no por el hecho de pasarnos inadvertida es obvia; la conjetura de considerar a las masas de la Tierra y la Luna con la misma esencia gravitatoria que cualesquiera otros objetos de cualquier masa. Así que con esa conjetura la fórmula se puede generalizar a la fuerza con que se atraen cualesquiera dos objetos mediante el mero arreglo de reemplazar la masa terrestre y la masa lunar por las masas de esos objetos.

Tal es la fórmula o ecuación que determina no solo el movimiento de los cuerpos en las cercanías de la superficie de nuestro planeta, sino también –en buena medida—el movimiento estelar en el cosmos.

La ecuación entusiasmó al astrónomo Edmund Halley, amigo de Newton, quien confirmó su validez al comprobar en los registros que el cometa de 1682 era el mismo que había visto Kepler en 1607 y que volvería a atravesar los cielos en 1758, cada 76 años.

20141012211726_Orbita-Halley

El poeta Alexander Pope escribió un bello epitafio destinado a la tumba de Newton:

La Naturaleza y sus leyes

Yacían ocultas en la noche

Dijo Dios ¡que sea Newton!

Y todo se hizo claridad

Einstein y la gravitación

Einstein

Newton se abstraía hasta la distracción de no percatarse de algunos sinsentidos, como cuando pretendió que su gata y sus cuatro pequeños mininos salieran libremente al jardín y para ello abrió en la puerta cinco gateras que se ajustaban al tamaño de cada cual. Al estado de abstracción de Einstein le incomodaba lo superfluo,  así que con el tiempo empezó a desprenderse de ello: la ropa interior, los pijamas, los calcetines, y hasta las mangas de las camisas. Si Newton se olvidaba de dormir o comer, se tiene constancia de que Einstein se olvidaba de fumar. Conversando con Lorentz[i] en su despacho, encendió un cigarro cuando éste comenzó a hablar de ciertos aspectos de la Relatividad. Mucho más tarde, cuando Lorentz hubo acabado su plática, el cigarro se había consumido sin ser llevado una sola vez a los labios.

En 1907 la abstracción de Einstein le hizo considerar la equivalencia entre un objeto situado en una nave espacial que se encuentra a miles de años luz de cualquier cuerpo celeste y el mismo objeto situado en el interior de un ascensor en caída libre: en ambos casos el objeto carecería de peso.

En un caso estaría en ingravidez y en el otro en caída libre, pero un sujeto colocado en un sistema u otro no los podría distinguir. Ni mediante los sentidos ni mediante experimento alguno. Resulta así que el campo gravitatorio y sus efectos tienen una existencia ‘relativa’. Pongámonos en el caso inverso: supongamos a un individuo metido en una caja que se mueve con aceleración ‘g’ en un espacio de gravedad cero, y al mismo individuo en reposo sobre la superficie terrestre. Nuevamente no hay diferencia en un caso y otro. Resulta, pues, que la fuerza de gravedad de la tierra es indistinguible de un efecto acelerativo. ¿Qué sucedería si un rayo de luz atravesase la caja acelerada en el espacio tal como se aprecia en la figura?

ASCENSOR

rayo de luz atravesando un ascensor en caída libre

El sujeto percibiría que el rayo de luz se ha curvado en el interior de la caja. Por esa imposibilidad de distinguir una fuerza gravitacional de un efecto acelerativo, la luz curva su trayectoria en presencia de un campo gravitatorio. No hay manera de distinguir el efecto producido por un sistema gravitatorio en un punto del espacio sobre un cuerpo  del efecto de que dicho cuerpo se estuviese moviendo aceleradamente en el punto considerado. Este es el postulado de Einstein de la relatividad general. En otras palabras: las leyes de la física son invariantes en un sistema acelerado y en un marco gravitacional.

¿Cómo probarlo? Si de ello se deriva –como hemos visto—que la luz debe curvarse por efecto de la gravedad, Einstein se preguntó si la masa del Sol bastaría para curvar la luz de las estrellas distantes (Antes ya lo había hecho Newton. En su libro, Opticks, se preguntaba si la luz de las estrellas se ve influida por la gravedad). Se podía comprobar. Se podía realizar la comprobación tomando dos fotografías del mismo grupo de estrellas en estaciones distintas. La primera debía de ser tomada de noche, sin la influencia solar; la segunda se tomaría seis meses después, durante un eclipse de Sol total, cuando la luna bloquease la luz del Sol y se pudieran ver las estrellas durante el día. Las fotografías del mismo cielo, en uno y otro caso, debían mostrar una perturbación de la posición de las estrellas.

eclipse

posición aparente

Hacia 1912 se dio cuenta de que era necesario replantearse los conceptos del espacio-tiempo con nuevas geometrías. Un símil le ayudó a este propósito. Supongamos un espacio de dos dimensiones formado por una red inmensa, y coloquemos en ella dos cuerpos de diferente peso alejados. Tanto un cuerpo como el otro deforman la red proporcionalmente a su masa; así que, como consecuencia de la depresión causada en la red, los dos cuerpos se pondrían en movimiento como si se atrajeran uno al otro. Según ese símil, la presencia de las masas deforma el espacio-tiempo a su alrededor. Además, la perturbación que genera el cuerpo colocado en la red provoca ondas que viajan por ésta a la velocidad de la luz, así que las interacciones gravitacionales dejan de ser instantáneas. Otro efecto sería que los ángulos de un triángulo trazado un la superficie de la red dejarían de sumar 180º, ya que la red está curvada por la presencia de materia.

red espacio tiempo

En definitiva, nos hallamos en una red espacio-tiempo  cuatridimensional como las hormigas sobre un papel arrugado, teniéndose que adaptar en su caminar a los pliegues de éste. Lo curioso es que, como las hormigas a medida que caminan por esos pliegues se ven zarandeadas por fuerzas misteriosas y el camino más corto entre dos puntos cualesquiera viene determinado por los pliegues del papel, así también en el mundo cuatridimensional, notamos al movernos fuerzas que llamamos gravitarías, y la recta entre dos puntos en ese espacio curvo se convierte en una geodésica. Así que la luz y todos los cuerpos se mueven a lo largo de una línea geodésica cuando se desplazan de un punto a otro, y es la curvatura del espacio-tiempo quien la determina, que a su vez depende de la distribución de materia.

Pero todas estas conjeturas se debían de demostrar para pasar a ser consideradas teorías científicas.

Arthur Eddington, astrónomo de gran renombre, secretario de la Royal Astronomical Society inglesa, fue quien comprobó la predicción de la teoría. El 29 de mayo de 1919, al poco de acabada la Gran Guerra, marchó al frente de una expedición a la isla Príncipe, en el golfo de Guinea, en la costa oeste de África, donde el elipse sería total. De vuelta a Inglaterra, Eddington comparó las fotografías con las que había tomado seis meses antes en Inglaterra, del mismo cielo y con el mismo telescopio. La comprobación era más compleja de lo que parecía, pues tenían que comparar placas fotográficas tomadas con seis meses de diferencia, y ello podía crear muchas fuentes de error: desde que la placa se hubiera dilatado o contraído, hasta el hecho de que el enfoque del telescopio se hubiera modificado. Lo que descubrió –después de desechar algunas fotos—fue una desviación media de 1,61 segundos de arco. (Hizo una pequeña trampa, pero, en fin, no es este el tema).

foto eclipse

Aun estando recién acabada la primera guerra mundial, con las convulsiones que había producido, los resultados eran esperados con expectación por los científicos de todo el mundo. Max Plank pasó la noche de la víspera en vela por saber si la teoría era falsa o verdadera. Einstein bromeó sobre ello: «Si hubiera entendido la teoría se hubiera ido a dormir», dijo, tan seguro estaba de sus cálculos. J.J. Thompson, presidente de la Royal Society, declaró solemnemente que era uno de los mayores logros del pensamiento humano.  Parodiando las Rubaiyat de Omar Khayyam:

Oh, come with old khayyam, and leave, the Wise

To talk; one thing is certain, that Life flies;

One thing is certain, and the Rest  is Lies;

The Flower that once has blown for ever dies

 Arthurd Eddington escribió los versos:

                                                                             

Oh leave the Wise our measures to collate                        Oh, dejemos que el sabio coteje nuestras medidas

One thing at least is certain, light has weight                      una cosa al menos es cierta, la luz tiene peso;

One thing is certain and the rest debate                              una cosa es cierta y lo demás es dudoso

Light rays, when near the Sun, do not go straight                 ¡los rayos de luz, cerca del Sol,no van rectos!

¿Es necesaria la filosofía? (Discusión)

Yack, abro esta nueva entrada porque la respuesta a tus aseveraciones, en extensión, se me han ido de la mano.

Tú hablas de la Filosofía y de la Ciencia en términos de competición por averiguar quién posee el mejor modelo para escrutar la realidad y obtener una «verdad» que resulte universalmente aceptada. Y, en eso, es cierto, la Ciencia, con las exigencias implícitas en el Método Científico, no tiene parangón. Pero, por un lado, ambas tienen diferentes ámbitos de actuación y de operatividad. Mientras que la Ciencia se atiene a aquello que resulta aprehensible experimentalmente, la Filosofía atiende a la moral, a lo religioso, a los fenómenos históricos, a indagar introspectivamente en la acción personal, atiende al conjunto de sistemas sociales, a la relación social, a la lingüística, a las proyecciones de futuro, a la coherencia lógica de la misma Ciencia, a la forma y al fondo de relacionarse los conceptos y los conocimientos… a todos aquellos ámbitos del saber donde la Ciencia carece de potencia resolutiva. Ortega y Gasset es un buen ejemplo de filósofo en esta línea, preocupado por la lengua, la sociedad, el arte, los nacionalismos… Otra cosa, bien cierto es, es mucha filosofía se haya encaminado a examinar el epicentro del ombligo del «ser», y que este tipo de «filosofía» haya sido el centro de atención académica ―más por incapacidad para hacer otra cosa que por convicción―y se hayan aupado ellos mismos a la categoría de sabios. Honradamente, el filósofo necesita hoy en día empaparse de Ciencia para poder, al menos, limpiar de polvo y paja, de palabrería y superchería, aquellos conocimientos  sobre los que la Ciencia tiene algo que decir. Pero tal empapamiento exige grandes capacidades, por eso la espantada que muchos hacen ante todo lo que huela a científico.

Tengan o no valor de verdad, las creencias filosóficas y las teológicas han ejercido una enorme influencia en la conformación del mundo actual. La naturaleza humana necesita de creencias para andar por el mundo, para que la duda no le asalte a cada momento ante cualquier asunto, para poseer criterio, opinión y seguridad ante los hechos que ocurren a su alrededor, y necesita también la previsión de la realidad que le proporcionan las creencias. Por tal razón el hombre las absorbe como una esponja. A este respecto, los filósofos han sido clásicamente los manantiales más fecundos de creencias, y los más fiables. Esa es la razón de que hayan sido ―y sean― tan necesarios. La filosofía enseña a clasificar las ideas según provengan de la mera razón intelectiva, de la experiencia, de la utilidad o de la conveniencia; organizan el sistema del conocimiento humano; la filosofía enseña la gran variedad de opciones y perspectivas que guían por el camino más grato o el más florido o el que conduce a los campos más fértiles, enseña la diversidad y la relatividad que tienen todos los predicamentos; enseña los mundos posibles, enseña a pensar, a percibir posibilidades, a percibir nuevos horizontes; y en fin, en contraposición a lo fiable y certero aunque angosto que muestra la visión científica, la filosofía ensancha el espíritu humano. No busca la filosofía solamente la verdad objetiva que pueda proporcionarnos la ciencia, sino que busca verdades previsoras amplias que den acallen nuestras dudas.

Puesto en claro este carácter amplio de miras de la Filosofía, se ha de hacer justicia con ella en cuanto casi todos los grandes saberes que han alumbrado el mundo han salido de su seno. Los filósofos, clásicamente, han recogido y sistematizado pensamientos dispersos, tendencias y deseos, y los dieron forma, provocando con ello grandes cambios sociales: desde nuevos movimientos religiosos hasta nuevas concepciones del mundo y formas culturales nuevas. En gran medida el mundo se ha ido conformando a la medida que ellos diseñaron. En esa misma medida se halla su utilidad.

El que la Ciencia haya avanzado enormemente en el conocimiento de la materia y en los intríngulis de la vida, y haya dejado obsoletos ciertas creencias filosóficas al respecto, que eran tomadas como «verdad», no resta valor a la consideración de que en el pasado dichas creencias fuesen las más plausibles y razonables. Pero es que ―y esto pareces olvidarlo― el método científico surgió del pensamiento filosófico, y de forma amplia pero cierta se pueden considerar a las diversas ramas del saber científico surgidas del tronco de la Filosofía. Las ciencias siguen los mismos principios de la lógica que encontró la Filosofía, y siguen utilizando los mismos métodos de ésta para organizar la información, categorizar etc. las discusiones de Einstein y Bohr acerca de los postulados de la Mecánica Cuántica no fueron otra cosa que discusiones filosóficas; la lingüística no es aún otra cosa que filosofía del lenguaje; si lees En busca de Spinoza, de Antonio Damasio, uno de los más grandes neurocientíficos de la actualidad, podrás ver que aquellas concepciones y visiones (sobre todo acerca de los sentimientos y las pasiones en general) del viejo judío sefardí las recoge y las sigue Damasio; las teorías de la Historia no son sino filosofía de la historia… Donde  puede hincar el diente el tratamiento científico la filosofía se retira a laborar en otros cometidos, pero aún en la Ciencia tiene mucho que decir, tal como ha mostrado el filósofo Daniel Dennett con la Teoría de la Evolución.

Dices que sin Newton o Darwin o Aristóteles hoy sabríamos exactamente lo mismo que sabemos, y no creo que tal aseveración sea cierta. Aunque hoy en día, con la democratización del conocimiento y la exacerbación del deseo de descubrimientos económicamente rentables para el descubridor, el conocimiento se acumula por la acción de cientos de miles de cabezas pensantes, en el pasado no siempre fue así. Ni se popularizaban los conocimientos ni eran muchas las cabezas pensantes. Así que la historia del conocimiento está jalonada de hitos del saber que se levantaron cuando las circunstancias económicas, sociales y tecnológicas lo hicieron factible, pero también cuando una persona singular dio con ello. Sin esa persona y con otras circunstancias menos favorables esos hitos hubieran permanecido enterrados cientos de años. Por ejemplo, los descubrimientos de Arquímedes (se le atribuye un instrumento de medida del que recientemente se ha podido descubrir que determinaba con precisión eclipses, fases lunares, y un largo etc, y medía horas, días, meses y años); por ejemplo, el movimiento heliocéntrico fue descrito por Aristarco de Samos pero hasta Copérnico fue olvidado. Galileo no hubiera tenido lugar sin el Renacimiento (una vuelta a los saberes griegos) y sin las ricas repúblicas italianas. Newton no hubiera surgido sin el espíritu práctico y emprendedor que en Holanda, Reino Unido y Suiza impulsaba el calvinismo. Es dudoso que Leibniz hubiera formulado por sí mismo el cálculo diferencial tal como lo hizo sin las aportaciones de Newton (parece confirmado que le copió y mejoró su forma. Leibniz aparece como un  gran mentiroso:  mintió acerca de su correspondencia con Newton y negó haber conocido a Spinoza, lo cual está absolutamente comprobado). Por otro lado, te recuerdo que Leibniz, Spinoza y Newton se consideraban filósofos y aplicaban sus conocimientos filosóficos del mundo.

Si yo alegaba en el anterior escrito que la filosofía del siglo XX había sido torticera, es porque, o bien se olvidó de los problemas de la realidad, o bien se basó más que en la razón y en las evidencias, en los deseos y los sentimientos. La pléyade de filósofos marxistas, sin atenerse a los dictados del conocimiento de la naturaleza del hombre ―que se poseía desde antiguo―postularon una Historia, una moral y un método filosófico hechos a la medida de sus deseos, llegando a utopías absurdas o a estupideces que se consideraronn sacras (el comunismo como finalidad de la Historia, el hombre nuevo socialista, la dialéctica materialista y otros dislates). El utópico Marcuse, que influyó grandemente en las revueltas del 68 señalando un paraíso al alcance de la mano. El psicoanálisis de Freud, esa consideración de valor científico a cualquier ocurrencia suya… Y sigue siendo torticera porque todas esas paparruchas se siguen impartiendo en las aulas como grandes verdades. Y es que al rebaño, sea de filósofos, científicos o comerciantes, se les engatusa fácilmente con el caramelo de cualquier creencia que satisfaga su deseo.

Quizá resulte conveniente exponer ejemplarmente cómo tratan los psicólogos actuales el tema de «la felicidad», en lo que de científico tiene la psicología, y cómo lo trataron algunos grandes filósofos. Creo que en esos diferentes tratamientos o formas de enfocar dicho tema descubrirás que la Filosofía aporta ―en este caso, ¡ojo! que bien sabes que mi formación es científica―una visión mucho más amplia de la variedad de motivos, causas y razones que mueven la conducta humana; que tiene aún mucho que decir en las cuestiones en que la ciencia aún no resulta clara y determinativa; y que su profundidad en percibir eso que llamamos espíritu humano y el conjunto de relaciones sociales es mayor que el de la psicología, y, sobre todo, más enriquecedor,  con un aporte más alto de conocimientos; la filosofía resulta, aquí, más sugerente, induce más cuestiones al lector, y más ideas, hace que se sienta más pletórico, más diverso, más ambivalente, más rico en conocimiento, más feliz en suma. Al fin y al cabo lo que se busca no es el avance científico sino la felicidad.

Alrededor de la inteligencia (I)

La capacidad intelectiva no es el factor dominante en la carrera por  el éxito social; el caso hiriente de los políticos,  de muchos empresarios, de presidentes de clubes  de fútbol, de sindicalistas… lo pone claramente de manifiesto.

La inteligencia ha tenido siempre buena prensa, pero, ¿repercute favorablemente en el éxito social o cuanto menos en el bienestar personal? En relación al éxito social tenemos el ejemplo de muchos artistas, científicos y filósofos que obtuvieron admiración y un alto rango social gracias a su especial «genio», lo que no es en absoluto sinónimo de inteligencia, aunque nunca han sido tantos como pudiera parecer; en cualquier caso, en cuanto al bienestar personal, la inteligencia no resulta de ninguna manera favorecedora. Modernamente se ha llegado a correlacionar el «genio» con la neurosis, con la esquizofrenia, con la epilepsia, con la bipolaridad, con la depresión, y, desde luego, parece clara su relación con el desequilibrio mental, y firmemente establecido el escaso bienestar personal de los poseedores de «genio». La inteligencia parece reñida con la felicidad.

Borges, uno de los hombres con mayor capacidad mental y creatividad que «conozco», fue seguramente una de las personas más desgraciadas que han existido. Marcel Proust, otro genio similar, que escribió los siete volúmenes de su monumental obra En Busca del Tiempo Perdido, tendido en la cama, sin ánimo para enfrentarse a la vida,  hizo gala mientras vivió de un carácter nervioso que le impedía ser feliz. Wienner, un niño prodigio y uno de los mayores genios del siglo XX, contaba siempre la infelicidad de su infancia. Newton, con un carácter tan introvertido que actualmente es considerado como autista, unió a su gran talento para la física y las matemáticas un carácter agrio, rencoroso, y una especial incapacidad para relacionarse amistosamente con nadie. Así que, ¿es una bicoca ser un genio? El inteligente se retrae hacia el pensamiento, carece de las armas para dar empujones, es presa fácil del mediocre, que ha desarrollado más las armas de la competitividad y la astucia.

En 1905 Cesare Lombroso publicó El hombre de genio, proporcionando un listado de ellos en atención a categorías varias: baja estatura, deformidades, cabeza deformada, frente huidiza, hidrocéfalos, tartamudos, vagabundos… Llegó a la conclusión de que todos los genios se han diferenciado grandemente tanto de su padre como de su madre, y que pocos habían dejado huella genética, pues la mayoría habían sido solteros o no tuvieron descendencia (y la desgracia de la soledad confirmaría una vida desgraciada); y, por fin, de los que conservaron a sus progenitores, estos les infundieron desde la infancia una educación abrumadora que les robó cualquier atisbo de felicidad en esos años. Otro autor, Havelock Ellis, publicó en 1904, A Study of British Genius, hallando que la edad promedio de los padres de las «criaturas» era de 36 años. También encontró que en un número elevado de casos uno de los progenitores del genio había muerto al poco de nacer éste. Catherine Morris Cox publicó en 1926 la obra The Early Mental Traits o Three Hundred Geniuses, en donde clasificó a los genios en categorías de acuerdo a su supuesto cociente intelectual. En la categoría correspondiente al CI comprendido entre 100 y 110 colocó a Cervantes, Copérnico y Faraday, mientras que a John Stuart Mill lo colocó en la cima, con un CI comprendido entre 1909 y 200.

En fin, ¿es una bicoca ser inteligente? Muy probablemente la capacidad intelectual esté a la greña con la capacidad para ser feliz, como si el buen funcionamiento de una parte del cerebro actuase en detrimento del buen funcionamiento de la otra parte. Tal vez podamos concluir de todo lo expuesto que la genialidad no conlleva la felicidad sino al contrario, y que las circunstancias resultan más primordiales para la creación del genio que los genes. Por último, Cervantes, con un CI de 100 escribió El Quijote, para qué queremos más.