El nacionalismo es un retorno a lo tribal. Todas las características tribales son reconocibles en él.
- La asunción en la conciencia nacionalista de una clara división de las categorías ‘nosotros’ y ‘ellos’.
- La utilización de argumentos legitimadores basados en la defensa del territorio o de la lengua.
- La formación de mitos acerca de héroes y hazañas que construyeron una patria impoluta en el pasado.
- La tergiversación de la historia mediante la proclamación de supuestos agravios históricos contra la sagrada nación.
- La creación de un enemigo contra quien encauzar el odio y el resentimiento nacionalista, lo cual produce cohesión nacional.
- La imposición de una moral maniquea, de buenos y malos, que excluye y culpabiliza a quienes no hacen gala de fe nacionalista.
- La formación de un fanático rebaño nacionalista que repruebe y coacciones a los discrepantes.
- La existencia de líderes que antepongan la nación a toda otra consideración como la familia, el trabajo etc.
- El establecimiento de un totalitarismo cultural e ideológico y la represión de la cultura y de las libertades del enemigo o del no nacionalista.
- La sacralización de la nación, esto es, el elevarla a los altares de la pureza y de la grandeza de sus valores y méritos.
- La reivindicación de otros territorios como propios.
Todos estos puntos se pueden aplicar de igual manera a la Alemania nazi, a la Italia fascista o al nacionalismo vasco o catalán. Los mitos de razas, valores, supuestos imperios, de impolutas patrias originarias… fueron creados en todas esas naciones de manera y funcionalidad semejante. Pero pasemos a otras esencias.
No es que el nacionalismo sea algo nuevo, pero su ebullición actual tiene que ver con la Globalización. El nacionalista percibe que sus valores tradicionales se diluyen por el avance de formas culturales nuevas que les parecen extrañas, y que sus raíces se están perdiendo, y sienten por ello malestar, así que se vuelven hacia lo propio y lo magnifican. A ello (me refiero ahora a Cataluña y el País Vasco) se añade que su orgullo de ‘residentes’, de creerse superiores a los ‘intrusos’ emigrantes, se resquebraja. Como resultado, retornan al huevo-matriz nacionalista, buscando su calidez y pintándolo de los bellos colores de un supuesto pasado glorioso que volverá con el auge de la nación.
En el caso catalán, la fuerza que les suministra ese ensimismamiento les hace creer factible el digerir lo extraño (a los intrusos castellano-parlantes, a los musulmanes…) y transformarlo en propio; esto es, asimilarlo mediante el elemento conversor de eliminar su lengua y hacer que adquieran la catalana. El origen primero y principal del nacionalismo catalán, que fue el desprecio hacia lo español por considerarlo inferior, adquiere ahora otras pretensiones, como la de engullir y digerir lo extraño bajo la condición de hacerle renegar de sus raíces, de sus valores, de su lengua, y acomodarlo a la lengua, costumbres y valores supuestamente catalanes. Sométete a nosotros y serás uno de los nuestros, dice el nacionalismo catalán a los intrusos. A partir de ahora nosotros seremos los rectores de esta sacrosanta nación.
Y para conseguir la reconversión vale cualquier medio y cualquier artimaña: prohibir el uso de la lengua materna de los intrusos, la reprobación social, la discriminación institucional, la amenaza…
El fanatismo nacionalista llega hasta grados extremos. Por ejemplo, el de inventarse una lengua o resucitarla y quererla imponer a todos los ciudadanos en sustitución de la suya. En el País Vasco se hizo un refrito de dialectos que sólo hablaba un 5 % de la población en algunos valles dispersos, y esa lengua se impuso a todos los ciudadanos. Más grave aún es el caso de la llamada fabla aragonesa. En unos pocos valles de los pirineos se hablaron en siglos pasados unas formas dialectales que poco tenían que ver entre sí y que a lo sumo afectaba a unos pocos miles de personas encerradas entre montañas. Hace ya más de un siglo que dejaron de utilizarse. Pues han salido unos pocos nacionalistas que han hecho un incongruente popurrí con todo ello y pretenden que todo aragonés lo aprenda y utilice. Tal cosa no ha existido nunca como lengua, pero eso no les importa, ya que la estupidez política ha hecho posible que se haya creado una academia de la fabla, que se den premios literarios, que se creen consejerías, direcciones generales, profesores, etc. Este tipo de disparates es propio del nacionalismo. Los nacionalistas uzbekos y kazakos, una vez cayó el muro, se metieron en las bibliotecas para descubrir lenguas y culturas históricas que para la inmensa mayoría de esas poblaciones son adquisiciones nuevas.
El nacionalismo es disgregador y pretende romper el principio de reconocimiento social y político en la igualdad para todos los habitantes de una región. Esa es una de sus perversiones. Ya he nombrado otras: totalitarismo, coacción a la libertad etc.
Si los nacionalismos europeos surgieron en el XIX, durante la transición de los distintos países a la sociedad industrial, y como reacción a ella, estos nacionalismos de nuevo cuñó crecen como reacción a la sociedad de la Globalización. Pero resultan más absurdos que los anteriores, pues sus motivaciones no provienen de discriminación ni malestar social o económico alguno; y son en potencia más dañinos porque tienen mucho más por destruir.