Dice Desmond Morris en El mono desnudo que: «Por muy grandiosas que sean nuestras ideas y muy orgullosos que nos sintamos de ellas, seguimos siendo humildes animales, sometidos a todas las leyes básicas del comportamiento animal».
No percatándose de esta supeditación a lo animal, tradicionalmente se han fundado sistemas éticos en la ilusión de que eran un producto exclusivo de la razón humana, cuando en verdad se basan y cifran en comportamientos que resultan típicos en muchas especies animales.
Al hablar de esos sistemas me quiero referir a la ética que se desprende de las doctrinas de Jesucristo, de Gandhi o de Kant.
Pero antes de hablar de ellos, bueno es echar un vistazo al paralelismo de algunos de nuestros comportamientos sociales con el que tienen algunos animales.
En muchas especies de mamíferos los individuos luchan entre sí por acceder al dominio de la manada o por imponer sus derechos territoriales. En la especie humana nos peleamos por lograr la posición social más elevada o, tal como se ha puesto de manifiesto recientemente en Cataluña, por imponer unos supuestos derechos territoriales propios sobre los que alegan supuestos usurpadores.
El «otro» nos altera. Ante el «otro», en mayor o menor medida, nos zarandean el impulso agresivo, que pretende dominar, y el miedo, que nos paraliza o nos impulsa a huir. Este tipo de altercados no solo ocurre entre nosotros, sino también en otras muchas especies distintas. Generalmente se resuelven mediante muestras de sometimiento u ofrecimientos varios.
Las gallinas domésticas establecen entre ellas una jerarquía de dominio. Después de reñir, se organizan en un orden de picoteo relativamente estable. En adelante, cuando hay competencia por el alimento, todas las gallinas ceden ante el ave dominante, todas menos el ave dominante ceden ante la segunda, y así sucesivamente. El conflicto se reduce al mínimo porque cada ave conoce su posición social. Un orden semejante se da en las oficinas, las fábricas, las cárceles, el ejército, o ante el líder de un grupo.
Los chimpancés exponen su mano al mordisco de un macho dominante que esté irritado. Los lobos exponen su cuello a la dentellada del macho alfa de la manada. Monos y chimpancés se ofrecen a desparasitar o limpiar a sus potenciales oponentes como signo de ofrenda destinada a congraciarse. Esas actitudes constituyen rituales de apaciguamiento. Los humanos tratamos de apaciguar la alteridad del «otro» mediante diversos gestos de sumisión: agachar la cabeza, reírle las gracias, evitar su mirada, con alabanzas, mediante continuas sonrisas, permaneciendo callado cuando el otro habla, o mediante otros gestos cualesquiera que demuestren a nuestro interlocutor que no representamos un peligro, que damos muestras de sometimiento para apaciguarlo.
Los sistemas éticos nombrados, y otros relacionados con ellos, buscan también el apaciguamiento del «otro» mediante ofrendas y muestras de sometimiento.
«Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen», «si te golpean en una mejilla, pon la otra», «haz a los demás lo que quisieras que ellos hicieran contigo», son palabras de Jesucristo en las que se funda su ética. Palabras semejantes emplea Kant en la base de su sistema ético: «Obra de acuerdo con la máxima según la cual puedas al mismo tiempo esperar que se convierta en una ley universal». En realidad dicen lo mismo.
Habermas también pretende rebajar la alteridad del «otro» mediante el diálogo y el sometimiento a sus condiciones sociales y culturales: el diálogo como prescripción para la resolución de conflictos entre sujetos sociales. El diálogo para la paz social. Habermas, pretende establecer una ética de la comunicación intersubjetiva que propicie la paz y el entendimiento en el mundo. Un diálogo con unas condiciones de legitimidad, con unos procedimientos, con unos principios argumentativos, en fin, con una liturgia, y, peculiarmente, un diálogo en que el consenso final no sólo sea una exigencia práctica en aras a los frutos a lograr, sino también una exigencia moral. Tal diálogo exige de los participantes buenas intenciones: una disposición a aceptar el marco procedimental, su encuadre, sus condicionantes, una disposición moral, esto es, una obligación moral de aceptación de imparcialidad, de reciprocidad, de no utilización de la fuerza, de verdad consensuada… Pero estas exigencias obligan a una disposición moral de respeto y reconocimiento de las culturas y valores ajenos, un rasar lo propio con lo ajeno.
Claramente, el poner la otra mejilla, el obrar con el «otro» como quisieres que este obrase contigo, el ofrecimiento a acatar el marco cultural del contrario en el diálogo, son muestras de sometimiento que pretenden apaciguar al oponente. Claramente manifiestan una estrategia «animal» tendente a resolver conflictos. Pero una estrategia que no nace de la fuerza sino de la debilidad, del temor al «otro».
Debajo de la apariencia de «dictados de la razón», las razones biológicas son quienes propician en la conciencia la aparición de las propuestas morales señaladas. Son éstas estrategias del organismo para la pacificación, estrategias con la finalidad de evitar luchas y enfrentamientos y mantener la paz social. Estrategias para aplacar la alteridad del otro.
Otra cosa es que esas propuestas, que esos sistemas éticos, produzcan efectos morales. Para que tal cosa ocurra, para que el deber cobre valor, no basta ―como Kant aseveraba―la mera razón, sino que deben aparecer en el guión factores sentimentales y psicológicos. Pero ésta es otra historia que quizás cuente próximamente.
Con placer estoy leyendo su Blog, y éste último escrito es tan espléndido, que no me cabe más que felicitarlo.
Un saludo desde el sur de América del Sur.-Montevideo, Uruguay.
Hasta pronto.
Stella.
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Muy agradecido por el comentario Stella.
Un saludo desde España, donde todo el mundo parece estar fuera de quicio.
Fernando
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Decía Napoleón, gran pensador donde los haya, que la razón está siempre del lado de la artillería más pesada y esto es una verdad tan evidente que por mucho que tratemos de negarla y tergiversarla, se impone en cada conflicto humano, si es que se tiene la vista adiestrada para ver debajo de las apariencias.
Y aunque parezca que este mecanismo violento, basado en el poder y la fuerza, merece nuestro repudio, no se me ocurre otro mejor. Si tuviésemos que dirimir los múltiples conflictos de intereses mediante dialogo, nos romperíamos las cuerdas vocales y despellejaríamos la lengua antes de llegar a un acuerdo. Y no nos quedaría tiempo para actividad productiva alguna.
No hay nada tan eficaz y resolutivo como la fuerza bruta (o inteligente) para resolver conflictos. El único avance que nos eleva sobre los animales irracionales en este terreno es la democracia (votar y aceptar la opinión mayoritaria), que sirve para resolver conflictos entre miembros de una comunidad sin recurrir a la violencia y la coacción.
Pero rara vez funciona, y como vemos en este bendito país, la izquierda, cuando pierde, gobierna desde la extorsión de las algaradas callejeras, disfrazada de «libertad de expresión».
Hay pocos países que han entendido el poder de la democracia y menos aún, los que la aplican con rigor. Parece fácil entender lo que es la democracia, pero por lo que llevo visto, habría que empezar a enseñárselo a los niños desde el parvulario, en la esperanza de que cuando lleguen a ser catedráticos de ciencias políticas, lo hayan entendido.
Saludos.
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Los asuntos relativos a la moral y a la política son complejos porque nada es lo que parece, y se ha de mirar en lo profundo, en sus raíces, para cerciorarse de lo que son, lo que pretenden y los efectos que causan. Al fin y a la postre, nuestra naturaleza es egoísta, así que toda propuesta ética que resalte el egoísmo tiene truco. Bajo la piel de cordero del que propone el apaciguamiento se esconde el lobo que lucha por sus intereses. En eso estamos bien de acuerdo.
El primer cristianismo enseguida se hizo violento y estaba dominado por el ánimo de destruir y de acabar con los ricos y poderosos. Es decir, detrás de su piel de cordero escondía el deseo de imponer su imperio y de implantar el Igualitarismo. No en vano se trataba de las clases más menesterosas.
También las doctrinas dialoguistas de Habermas y los intentos de los miembros de la Escuela de Frankfurt de poner cara humana al socialismo, intentos que han conducido al “buenísmo”, esconden ese mismo ánimo. El diálogo con los menesterosos, incluso con ETA o con los islamistas radicales, pero nunca con el “enemigo” de clase.
Ahora bien, la capacidad que tenemos los humanos de formar alianzas entre los que poseen intereses semejantes, impide que se formen jerarquías linéales como las que se dan en muchas especies animales, pues a la fuerza de los más “poderosos” se opone la fuerza encerrada en el número de los más “menesterosos”. Así que se oponen dos fuerzas, cada una mirando por sus intereses. El que una fuerza, la de los numerosos, se justifique con cantos de sirena sentimentales y altruismo, no quita para que sus intenciones sean tan egoístas como las proclaman el grupo de poderosos.
Dos fuerzas encontradas deben alcanzar un consenso si no quieren estar en permanente enfrentamiento, con todo lo que acarrea, por ejemplo, la guerra. Ceder unos y ceder otros para alcanzar un punto de consenso. No son para lanzar alabanzas las políticas que a lo largo de la historia han seguido las sociedades altamente jerarquizadas, con guerras permanentes en Europa, enfrentando a imperios, a reyes, a naciones unas contra otras, como meros juegos de los poderosos. Ni tampoco las políticas del Igualitarismo en lso países en donde se instaló. Ya sabemos los resultados que cosechó.
En Europa, desde la Segunda Guerra mundial hasta finales del siglo XX, parecía haberse alcanzado un principio de acuerdo o consenso, pero los nuevos tiempos lo han deshecho. Se ha impuesto la moral del apaciguamiento y el igualitarismo a toda costa. Es verdad que producen paz, pero al precio de sofocar la libertad de los individuos, de anular la potestad de la familia, de morales represoras, de atribuirse la posesión de la verdad, la razón y la justicia, de atacar con saña toda moral que discrepe de la suya, de establecer una tiranía con lo “políticamente correcto”. Y, siendo previsor, de llevarnos a la ruina en no muchos años.
Entenderás que yo me decante por una solución intermedia que prime unos derechos básicos, muchas libertades, y una puesta en valor del mérito del individuo.
Un saludo
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Maravilloso, me has cambiado la forma de entender la vida
Por distintas circunstancias he tenido contacto con la política, el comportamiento animal y los problemas de jerarquía familiar. Esto me llevo a entender a la perfección tu texto y a conectar una cantidad de ideas y conclusiones.
Cada parráfo contine ideas que las venía pensando apartir de la experiencia cotidiana y verlas aquí plasmadas, con argumentos, me ha resultado extraordinario.
Desde ahora sigo tu blog desde Argentina.
Me quedó con la frase: «Por muy grandiosas que sean nuestras ideas y muy orgullosos que nos sintamos de ellas, seguimos siendo humildes animales, sometidos a todas las leyes básicas del comportamiento animal».
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Bueno, muy agradecido por tan fervorosa alabanza que seguramente no merezco. Me alegra tratar con gente que tiene pensamientos y preocupaciones similares a los míos. Un saludo desde España
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