El tiempo es algo inherente al cambio. De no ser éste, no existiría aquél. Imaginemos un mundo estático, paralizado, congelado, en el que no ocurriera cambio alguno: el tiempo no tendría lugar. El tiempo nace pues con la formación del universo; antes no existía porque nada cambiaba, porque nada ocurría. Éste tiempo es el tiempo físico, y el tiempo que percibimos está imbuido de él: cuando esperamos a alguien que no llega, cuando no sentimos alteración a nuestro alrededor, decimos que el tiempo transcurre muy lentamente; sin embargo, cuando estamos animados, cuando pasan muchas cosas que retienen nuestro interés, decimos que el tiempo pasa muy rápidamente.
Como asociamos la rapidez con que pasa el tiempo a la rapidez con que se producen los cambios, la humanidad ha clasificado su historia en periodos cada vez más cortos, porque cada vez los cambios ocurren más rápidamente. Así, desde los primeros primates hasta la aparición del homo sapiens transcurrieron millones de años, pero lo vemos como una misma época porque hubo pocos cambios; desde esa aparición hasta la invención de la escritura pasaron unos cien mil años, y para los historiadores es una época más rica que la anterior porque ocurrieron más cambios y se produjeron con mayor rapidez; y no hablemos ya de la época actual, en donde las tecnologías de la comunicación nos lanzan las novedades a un ritmo vertiginoso: lo novedoso cabalga hoy tan aprisa que el entendimiento es incapaz de atraparlo.
Pero para los primeros hombres sedentarios sus mayores preocupaciones respecto al tiempo no pasaban de querer conocer cuándo era la época de siembra o recolección, de lluvias o de sequía. Se dieron cuenta de que esas épocas seguían un ciclo, que se repetían. Miraron a los astros del cielo y se dieron cuenta de que la posición relativa de algunos de ellos se repetía a la par que los fenómenos atmosféricos, que la sequía, que el calor, que el frío, que las lluvias. Pronto se dieron cuenta que las distintas posiciones del Sol y la Tierra eran cíclicas. Resultó tan importante determinar con exactitud estos ciclos que se encargaron los sacerdotes de su estudio. En lo alto de sus templos de Mesopotamia (actual Iraq) seguían el discurrir de las estrellas y de los planetas; y llegaron a tal grado de precisión que establecieron un calendario; un doble calendario solar y lunar con los nombres de planetas y estrellas, que para ellos eran dioses. Para tal menester inventaron los números y las operaciones matemáticas. Inventaron los números en base hexagesimal y los de base decimal. Con ellos calculaban el deambular de las estrellas por los cielos. Y si las estrellas eran dioses y regulaban los fenómenos atmosféricos, qué más sencillo que admitir que también regulaban nuestras vidas desde el mismo instante de nuestro nacimiento; así que al lado de la astronomía, surgió inmediatamente la astrología.
El tiempo lo dividieron en años, meses, semanas, días, horas, minutos y segundos. Emplearon para ello los más diversos artilugios: desde relojes de arena a relojes de agua o clepsidras mecánicas movidas por correas y engranajes. Los árabes se destacaron por la belleza de algunos de estos inventos. Más adelante, hacia 1840, un inglés ideó el primer reloj eléctrico; y luego se descubrió una propiedad del cuarzo que consiste en que cuando vibra genera una corriente eléctrica cuya frecuencia podemos medir y que coincide con la frecuencia con que vibra el cristal. Ello permitió una exactitud increíble en la medida del tiempo. Pero actualmente se utiliza otro reloj mucho más exacto: el reloj atómico. Se basa en la regularidad con que ocurren las transiciones electrónicas en un átomo de Cesio y su error es de menos de un segundo en miles de siglos.
En la antigüedad cada emperador empezaba una era; como queriendo dar a entender que el tiempo existía desde el comienzo de su reinado; los griegos empezaron a contar el tiempo desde el siglo III a. C., a partir de la primera Olimpiada; en cambio los romanos establecieron su era a partir del nacimiento de la ciudad de Roma; y los musulmanes a partir de la Hégira (la fecha en que el profeta Mahoma huyó de la Meca a Medina). Los cristianos desde el nacimiento de Cristo, pero como no se sabía con certeza la fecha en que tuvo lugar, la mayoría de calendarios consideraban el comienzo el 25 de Diciembre, fecha en que tradicionalmente nacieron los dioses de los países de oriente próximo; sin embargo, otros calendarios cristianos diferían en la fecha del comienzo algunos años, así, en la era hispana (que se mantuvo en vigor hasta el 1500) se comenzaba el 38 a.C. La reforma del calendario juliano, que dio lugar al gregoriano, unificó en los territorios cristianos la cronología oficial.
H.G. Wells, autor de La guerra de los mundos, y de Los primeros hombres en la Luna (aunque él nunca creyó que el hombre pudiese llegar a la Luna), escribió la fantástica novela La máquina del tiempo, en la que el protagonista viaja a diferentes épocas, del pasado y del futuro. Las modernas teorías físicas hacen todo uno de las propiedades del espacio y del tiempo. Y dicen algo insólito, que el tiempo transcurre de manera distinta para dos personas que se muevan de forma distinta. Además, se preguntan si sería posible una vuelta atrás en el tiempo; no ya sólo volverse más joven mientras los otros de nuestro alrededor envejecen, sino rejuvenecer en otros universos paralelos; algo como decir que existen otros universos en que ocurren cosas que aquí han tenido posibilidades de ocurrir pero no han ocurrido.
Todas las culturas hablan de la relatividad del tiempo. Dicen los musulmanes que Alá transportó a su profeta Mahoma hasta el cielo en el momento en que a éste se le caía una jarra de agua. En el cielo platicaron durante siglos, y al volver a dejarlo en el lugar en que lo tomó, la jarra no había chocado aún con el suelo. Los chinos tienen ciertas ideas que hablan de que a veces vivimos el futuro antes que el presente. Los alquimistas creían que la tierra es una enorme matriz telúrica en donde se gesta la formación del metal más puro, el oro, aunque ello cuesta muchos miles de años; así que pensaron que mediante la alquimia podrían acelerar ese proceso, podrían ganar tiempo al tiempo y lograr oro puro a partir de otro metal.
El tiempo es un embrión de paradojas y misterios. Los físicos poseen un arsenal de ellos sin resolver. Pero, qué duda cabe de que el tiempo más elogiado es el tiempo de la felicidad. Hacia él debemos dirigirnos.