IDEAS, AÑORANZAS Y PESARES

La niñez

Añoramos la niñez, la época en la que el mundo es inocente y todo nuevo acontecer es sorprendente y mágico. Solo ella se mantiene incólume en el recuerdo. La memoria solo mantiene vivo lo que se grabó con letras grandes y de manera profunda en la infancia. El resto lo va borrando paulatinamente y sin descanso el vendaval del tiempo.

La máscara

En el teatro griego del último Esquilo y en todo el de Sófocles intervenían dos actores y un coro. Todos ellos llevaban máscara. La máscara oculta la naturaleza que uno no desea que perciban los demás. Se adapta a los contornos del rostro, pero la modela la presencia del otro, el actor que da réplica al protagonista; también la modela el ojo ajeno que el coro representa; y la modela el drama que se cuenta, que podría ser el mismo drama que uno padece. Todos los humanos utilizamos una máscara similar a la de los actores en el teatro. Nuestra apariencia social la modela el otro, la modela el qué dirán y la modela la circunstancia vital. El teatro griego es la vida en su esencia. La vida de cada individuo es un juego de pareceres reflejado en los espejos de las miradas de los demás. Somos mera representación, mero choque de máscaras. Pero ésta se incrusta en el rostro, se hace carne, nos altera la fisonomía y la personalidad. Con el tiempo forma parte de nosotros, de nuestra esencia biológica.

Navidad, tiempo de ilusión y afecto

Vivimos tiempos de relativismo y pérdida de valores e ilusiones. Alejada la moralidad de la conciencia de uno, todo se vuelve plástico y posible, así que los instintos y deseos más inmundos tienen vía ancha para su cometido. Hoy, aseguran muchos estudios que, para cada vez mayor número de gente, no se roba, no se mata o no se viola sino por temor a ser descubierto e ir a la cárcel, y no porque su conciencia moral se lo impida. Pero todos necesitamos dosis de afecto e ilusión para seguir viviendo, y en este aspecto la Navidad cristiana ―sea uno o no creyente― los propicia y deja en el subconsciente una muesca que nos recuerda que son agradables, que merece la pena vivirlos. Sobre todo, resultan casi imprescindibles para los niños. 

Las nuevas leyes

No sé hasta qué punto la gente es consciente de que, de facto, la patria potestad de los hijos les ha sido arrebatada a los padres por el Estado. Ni en cuanto a educación ―en sentido estricto― ni en cuanto al género, ni en cuanto al embarazo, ni en cuanto a capacidad legal para administrar castigos a lo hijos o incluso afear moralmente su conducta, tienen los padres potestad legal alguna. Ni tan siquiera pueden ejercer dominio legal sobre sus animales domésticos.

La idea-símbolo

¿Quién no necesita una idea-símbolo a la que seguir, por la que luchar, por la que vivir o con la que dar sentido a su vida? Algunos la encuentran en la familia, otros en la patria, o en la ideología, o en Dios, o en el Partido, o en el poder, o en la prominencia social, o en la quietud espiritual o en la poesía o en la conquista.

Baluartes que defender

Defiendo dos principios en que basar la acción social: la razón y la libertad. La razón en el sentido que Bertrand Russell da al término, como utillaje intelectivo para buscar la verdad. La libertad, en dos sentidos, como potencia y como posibilidad. Como potencia que me permita desenvolverme como individuo en el buen obrar; como posibilidad que impida que los demás puedan negar mi individualidad. Pero razón y libertad necesitan el aditivo de la ilusión. Sin ella, la razón se detiene ante el menor obstáculo o se desvía de su camino; y, sin ilusión, la libertad conduce al tedio o a la crueldad o a la adicción o al suicidio.

El enemigo de mi enemigo es mi amigo

La izquierda mundial era antiglobalista antes de que el «demonio» Hillary Clinton, llevando de la mano al presidente Obama, incendiara de guerras todo Oriente Próximo, produciendo cientos de miles de muertos y millones de desplazamientos. Esa izquierda se manifestaba con virulencia contra la firma de los Acuerdos TPP y TTIP (Transpacífico y Transatlántico) que pretendían asegurar el poder globalista norteamericano. Pero todo cambió cuando Trump ganó las elecciones y rechazó dichos Acuerdos. En ese preciso instante, la izquierda se hizo globalista. El enemigo era ahora Trump, el nuevo Satán que necesitaba la izquierda. Obama causó y mantuvo guerras sin cuento, mantuvo la prisión de Guantánamo, expulsó a casi un millón de inmigrantes y, como recompensa, le otorgaron el Premio Noble de la Paz. Trump acabó con las guerras, desmanteló Guantánamo, no expulsó a migrante alguno, pero Trump es Satán. Así piensan y obedecen los rebaños.

Mesías y Plutocracia

La Democracia no pasa de ser una excepción a la regla del Totalitarismo reinante a lo largo de la Historia. Ha ido apareciendo, aquí y allá, como sombra errante, sin permanecer mucho en un mismo sitio. La han defendido algunos pueblos griegos antiguos, algunas comunidades puritanas o albigenses…, y ha cobrado cierta relevancia en Occidente en los dos últimos siglos, pero, incluso en tales casos, la plutocracia ha moldeado sus leyes. Sin embargo, esa plutocracia, ahora globalista, ha decidido acabar con ella. La eficacia del modelo chino ha convencido a sus miembros. Cuando el Club Bilderberg o el Club de Roma o desde el Foro Económico Mundial «invitan» a un político, sea éste del color que sea, es como cuando los antiguos griegos participaban en los misterios de Eleusis: salían transformados, ya no eran los mismos, pasaban a ser iniciados en los misterios. Ciudadanos, PP, PSOE, que se sepa, están a los que esa plutocracia les mande. Pero lo más sangrante es que ¡los mesías rojos del continente europeo y americano son uña y carne con los plutócratas!

Medea. Arrebato[i] sentimental.

 

Crueldad, venganza y sentimientos.

En la filosofía griega la sentimentalidad fue mirada de reojo, con prevención, belicosidad o desdén. Tal actitud amarró  el posterior pensamiento filosófico ―hasta nuestros días―a la argolla de la idealidad, de lo etéreo de sustanciar el conocimiento del ser humano sin mirar sus entrañas, imaginándolo mediante el solo uso de la razón. La actitud de prescindir de las pasiones como causas motoras de nuestra conducta y como armazón de lo humano ha lastrado su quehacer desde entonces.

Sin embargo, la tragedia griega presenta al hombre desnudo, real, agitado violentamente por lo pasional. Si se trata de hallar lo real del «ser» humano, en sus pasiones se ha de mirar.

Soberbia, despecho, odio, crueldad, compasión, piedad, deseo de venganza… son las actrices que intervienen en la función sentimental que se representa en la Medea de Eurípides. Mírese atentamente en ella para encontrar lo humano.

Recuérdese que Medea es hija del rey de la Cólquide y que presta valiosísima ayuda a Jasón para conseguir el Vellocino de oro. Que despedaza a su mismo hermano Apsirto para que Jasón pueda escapar del cerco del rey, y que, llegados a Yolco, mediante un sutil engaño, da muerte al rey Pelias en defensa de los derechos de Jasón. Éste le jura fidelidad eterna. La obra que nos ocupa cuenta a Medea odiando a Jasón porque se ha casado con la hija del rey  Creonte, rompiendo así su promesa. Medea, en venganza, dará muerte a esa nueva esposa, Glauce, a Creonte, y a sus propios hijos.

La obra enseguida nos aporta dos bases sentimentales: en la personalidad de Medea ha hecho la soberbia baluarte, y Medea se siente despechada contra Jasón.

Dice el diccionario María Moliner que la soberbia «es una cualidad o actitud de la persona que se tiene por superior a las que le rodean, y desprecia y humilla a las que considera inferiores». El Larrouse añade que «es estimación excesiva de sí mismo en menosprecio de los demás». El soberbio destaca por «no dar su brazo a torcer», aunque tal actitud le provoque adversidad. El soberbio muestra empecinamiento en resistir y en despreciar. Se enroca cuando el sentido común aconseja el apaciguamiento.

Del despecho, que germina mejor en la mujer, dice la RAE que «es una malquerencia nacida en el ánimo por desengaños sufridos en la consecución de los deseos o en los empeños de la vanidad». El diccionario WordReference lo abrevia así: «Resentimiento por algún desengaño, menosprecio u ofensa».

Medea es soberbia, no se detiene ante nada; y siente despecho hacia Jasón porque este ha preferido a la joven Glauce, rompiendo el juramento de fidelidad pactado. Medea siente como injusticia el abandono de que es objeto (pues Jasón no ha cumplido ―en reciprocidad― con los enormes servicios que ella le prestó). Ese abandono lo considera ella una injusticia y una traición que se unen al despecho y lo agrandan, que hacen que destile odio.

Lo orgánico señala un único camino posible para aliviar el dolor que tales sentimientos le producen: la venganza cruel: producir en Jasón igual o mayor dolor que el dolor que ella sufre. La tragedia arranca.

Al comienzo de la obra la nodriza advierte del estado de ánimo de Medea:

                                            Aborrece de los hijos y no disfruta al contemplarlos

                                             Violento es su ánimo y no tolerará ser menospreciado

                                             Quien gane su odio no obtendrá fácilmente el premio de la victoria.

El deseo de venganza parece ocupar su conciencia. Ninguna otra cosa importa. Jasón ha de sentir un dolor y una pérdida semejantes a los que ella siente. La reciprocidad en el dolor se vislumbra como única fuente posible de satisfacción.

Lo que la psicología al uso no dice (quizás porque lo ignora o por prudencia o porque le temblaría la voz) es que cuando se odia con esa pasión con que Medea odia a Jasón, no solo se odia al individuo, sino también a cada uno de sus rasgos. Y no solo se odian esos rasgos en Jasón, sino también en sus hijos. Las similitudes con el padre, las muecas, las sonrisas idénticas, el cómo él y cómo ellos fruncen de igual modo el ceño, el cómo se parecen en los andares y cómo se enojan de manera semejante… A través del odio a esos rasgos, en el parecido que muestran con el padre, Medea odia a sus hijos.

La misma nodriza, demostrando una funesta previsión, ordena a un criado:

                                               Y tú mantenlos lo más apartado posible y no los aproximes a su

                                               encolerizada madre, pues la he observado ya dirigiéndoles a

                                                estos una mirada de toro, como si fuera a intentar algo.

Poco después, Medea confirma esa intención

                                               ¡Ojalá muráis en unión de vuestro padre!

Terrible sentencia que puede parecer increíble, pero que es harto sentida por cualquier mujer que desate sentimentalmente nudo semejante.

A Medea la sentimos muy capaz de llevar a cabo ese horrendo crimen; crimen que la satisfaría en el grado en que causase al padre un dolor semejante al suyo. Recuérdese que es soberbia y que está ocupada por el odio y el deseo de venganza.

No obstante, lo contradictorio del espíritu humano hace su aparición, y el dolor y la humillación sufridos parecen hacer mella en su ánimo, parecen imponerse sobre su soberbia, parecen abatirla. La aflicción aparece en escena.

                                               Perdida me veo y, al perder la alegría de vivir, quiero morir,

                                                amigas mías, pues quien sabía claramente que lo era todo

                                                para mí, mi marido, se ha convertido en el peor de los hombres.

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Dice también:

                                                ¡Ojalá una llama celeste me atravesara la cabeza!,

                                               ¡Ojalá deje esta vida odiosa!

En esos instantes Medea ve el mundo como un erial en donde sólo crece el sufrimiento. La depresión anímica parece tomar sus riendas. Todo es negro. La vida no merece ser vivida. Ahora siente que los hijos sufrirán el mismo calvario que ella ha sufrido. Se apiada de ellos. Por amor… ¡desea que mueran!

                                              Jamás entregaré mis hijos a mis enemigos para que sean ultrajados.

 

Pero enseguida el orgullo y la soberbia, acuden en su auxilio. Habla con Jasón y de ello se acrecienta su odio y se afirma su decisión de vengarse de él a través de sus hijos.

                                            Cualquier cosa menos causar risa en mis enemigos.

                                              Pues, no es soportable, amigas, ser la irrisión

                                               de mis enemigos

                                               CORIFEO: ¿osarías matar tu semilla, mujer?

                                                MEDEA: Sí, pues así sufrirá la mayor herida mi esposo.

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Sobre Medea planea la pasión de matar a sus hijos ¡por amor a ellos! o ¡por odio a Jasón!, según el estado de ánimo que prevalezca en ella, según se imponga la piedad o el deseo de venganza, según se doblegue su ánimo o la soberbia lo levante con furia.

En algunos momentos vacila, se arrepiente, piensa en llevárselos con ella fuera del país, se apiada, encoge su ánimo. En esos momentos la razón interviene para sofocar las violentas pasiones que la zarandean, pero la razón es endeble como una hoja frente a las tormentas del espíritu. Nada puede.

                                              Comprendo qué crímenes voy a cometer, pero

                                                más fuerte que mis pensamientos resulta mi ira.

 

Más que el amor a sus hijos, más que la razón, más que la piedad, más que la repugnancia moral del crimen, más que el dolor, más que la vida, puede en ella el grito del «yo» pidiendo satisfacer el deseo de venganza, demandando preponderar sobre Jasón, exigiendo devolver un sufrimiento acrecentado.

                                                 MEDEA: me beneficia el dolor, con tal que no te mofes tú.

                                                   …Tú, tras ultrajar mi lecho, no ibas a tener una vida grata

                                                   mofándote de mí; ni tampoco la princesa, ni quien te propuso

                                                   la boda, Creonte.

Y esas exigencias y demandas producen su efecto, la acción vengativa; y, en la venganza, la crueldad como elemento de gozo, de satisfacción.

                                                   JASÓN: ¿Y, con todo, los mataste?

                                                     MEDEA: Sí, por afligirte.

Ahora los dos sufren por igual. Empatan, lo que le produce satisfacción. Están en «paz» el uno con el otro. La representación toca a su fin.

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Ese bamboleo de sentimientos y estados de ánimo, esa ofuscada e inoperante razón, ese deseo de venganza cruel, esa profusa manifestación de la naturaleza humana, forman el verdadero entramado argumental de la obra. Si se han de buscar las razones íntimas del obrar humano, mírese en Eurípides y en la Tragedia griega, y no en idealizaciones ni en garabatos acerca del ser.

[i]  Arrebato tiene su origen en la llamada “a rebato” que se realizaba en una población por medio del toque de campana, llamando a los vecinos a la defensa ante cualquier peligro. La urgencia de atajar éste movilizaba a los hombres a actuar con toda su pasión.