Del amor y otros fenómenos (VI)

Logística del amor con la intención de que sea perdurable (II)

Considerando que evaluamos con las razones del intelecto y con las razones que presentan los sentimientos, en la evaluación que preconicé en el post precedente pueden presentarse los siguientes casos:

Caso A: Unas y otras razones o conveniencias son adversas. Ni los sentimientos hacia la otra persona de la pareja ni los juicios que emitamos acerca de ella ni ningún recuerdo feliz ni ninguna esperanza presentan un dictamen favorable. En tal caso la mejor opción posible es romper la relación (y este consejo se sale de la intención del escrito que no es otra que analizar el comportamiento humano. Es un consejo gratuito). Algunos, ingenuamente, y solo guiados por el temor a la soledad o a perder prerrogativas separándose, creen factible un futuro mejor para la pareja; un futuro a imagen del propio deseo o del propio temor. Es una ilusión que puede resultar muy dolorosa, ya que sus probabilidades de éxito son escasísimas, pues falta la llama del amor o al menos un rescoldo de ella. Las pavesas no sirven.

(Un blog muy refrescante, ameno y candoroso de una psicóloga da unas recomendaciones muy adecuadas para aventar esas pavesas: http://porquenohaypsicologosencorea.wordpress.com/2014/01/   )

Caso B: unas razones y otras discrepan. Problema arduo se presenta. Los sentimientos hacia el otro muestran conveniencia mientras que las razones que dicta la conciencia enseñan inconveniencia de seguir la relación. Unos promueven el amor, los otros el rechazo. Lo que es imprescindible es un elemento motivador al que agarrarse, un rescoldo aunque dé poco calor. Puede ser el recuerdo de momentos dichosos o de bondades que el tiempo ha ido difuminando, o una virtud o una cualidad del otro que aún hace sentir hacia él bienquerencia, que aún se ama. Rehacer a partir de ese rescoldo la llama del amor o al menos del bienaventurado afecto compartido, significa encaminarse por un largo y pedregoso camino. Esto hay que tenerlo en cuenta en el momento de decidirse.

Si es la sentimentalidad quien alega el dictamen del “no”, la separación no conllevaría pérdida afectiva, pero puede que lo que se pierda sea seguridad, nombre, posición, amparo, riqueza, afecto filial… Si, por el contrario,  quien niega o alega inconveniencia  es la razón intelectiva, mientras que los sentimientos son favorables a seguir la relación, separarse puede resultar muy doloroso.

Como se puede ver aquí también, al tomar la decisión de separarse o de intentar recomponer la convivencia y el amor, el deseo y el temor juegan un importante papel. El deseo de libertad, de cambio de pareja, de empezar otra vida… y el temor a perder la seguridad que la pareja ofrecía, de perder afecto y otros dones que se poseían. Siempre es recomendable ―y vuelvo a hacer notar que esto es una recomendación gratuita y nunca un consultorio sentimental―ser valiente. El valor, si no es temerario, siempre es recomendable en cualquier situación.

Caso C: los dictados de la razón y los dictados sentimentales son conformes y favorables. Uno tiene el convencimiento de que las desavenencias son pasajeras y la llama del amor aún ilumina lo suficiente. En este caso y en el anterior ―siempre que la decisión tomada haya sido la de remendar o reconstruir la convivencia amorosa― conviene empezar a obrar en el edificio del amor.

Pero hay que tener en cuenta lo siguiente: dado que las creencias morales acerca de las relaciones de pareja, así como las creencias sobre posibilidades de futuro que dicha pareja tenga, son quienes modelan el perfil sentimental del individuo hacia la relación, y dado, consecuentemente, que si se intenta reconstruir el amor habrá que reconstruir sentimientos, se hace necesario el intentar que las creencias de la pareja cambien. Y deben cambiar en cuanto a lo correcto e incorrecto aplicado al comportamiento amoroso, en cuanto a las relaciones sociales, en cuanto a las labores a desarrollar por cada cual, en cuanto a resolver los problemas etc. y ese cambio debe ir en la dirección de confluir pareceres y de lograr consensos. Nada más útil para ello que utilizar la siguiente argucia que resulta ser un potente algoritmo: ponerse en la piel del otro para examinar los problemas en común.

Así pues, en esa Odisea hacia Ítaca habrá que luchar contra los vientos desfavorables, contra los cantos de sirena que enloquecen a los hombres, contra las ilusiones malignas de Circe la hechicera por convertir a la pareja en animales, contra el cíclope Polifemo,  el ojo social reprobador, y contra los sediciosos e insidiosos pretendientes de Penélope, que incitarán su deseo.

Se poseen para ello los instrumentos de la inteligencia, del valor y de la palabra. El impulso de la llama de amor que aún reluce y se quiere reavivar. Se utiliza la eficaz argucia de ponerse en la piel del otro, de ver las cosas desde su punto de vista. El proyecto es el de consensuar democráticamente  un nuevo modelo de convivencia amorosa. Se posee también la finalidad, la de reconstruir el amor mediante ese modelo dicho. Que la navegación sea venturosa.

¿Cuáles son los peligros principales con que se han de enfrentar esos navegantes?

  • En los comienzos de la relación, un descenso abrupto desde la elevada posición del amor ideal al suelo áspero y duro de la realidad cotidiana.
  • Las desconfianzas, que levantan muros separadores.
  • Los pensamientos negativos sobre los comportamientos del otro, que de no ser comunicados y examinados se hacen venenosos y exhalan su pestilencia en la relación.
  • La falta de comunicación de las alegrías y los pesares.
  • La negación a destilar los conflictos con palabras para evitar que se vuelvan añejos y se conviertan en rencor.
  • El considerarse superior al otro miembro de la pareja.
  • Los problemas sexuales.
  • La falta de afectividad.
  • La rigidez mental.
  • La falta de voluntad de obrar en el edificio…

Y ahora me doy cuenta que esto se ha alargado demasiado considerando que nunca había escrito una sola palabra sobre el amor, así que seguiré otro día.

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