La Filosofía tiene respuestas múltiples para cada cuestión que se le presenta. Esta falta de unicidad del pensamiento filosófico hacia un determinado asunto no es un desmérito, sino que manifiesta los diferentes modos de ver de la realidad y las diferentes conveniencias que animan a los hombres, la inaprensibilidad de la verdad. Y tan inaprensible como se muestra la verdad de un asunto se muestra la felicidad. Verdad y felicidad son entidades poliédricas cuyas caras brillan a la luz de la visión y de la conveniencia de cada cual. Como el oráculo de Delfos, su quid está en la interpretación que cada uno le da.
En uno de los comentarios a la anterior entrada La felicidad, Mireia me apunta la siguiente aseveración de Albert Camus: «You will never be happy if you continue to search for what happiness consists of. You will never live if you are looking for the meaning of life». Esto es, la felicidad es tan escurridiza como el azogue: si la pretendes asir entre los dedos, se escapa sin siquiera dejar mancha en la piel. No obstante ―y perdóneseme el atrevimiento―, tan solo para poseer de ella un concepto inicial (chato quizá, poco riguroso seguramente) me atrevo a ponerle vallas que la delimiten. Y voy, también, a continuación, a exponer algunos pensamientos que de esa dama llamada felicidad han tenido algunos filósofos de renombre.
La felicidad es un estado de una cierta satisfacción personal y sostenida en el tiempo, acompañada de un importante grado de gozosa animosidad en la vida, como resultado de la cual el sujeto se muestra conforme con su situación y con la marcha de los asuntos de su vida; es un percibir gratamente la conveniencia de lo que el presente depara y de lo que del futuro se espera; es poseer un proyecto ilusionante y saborear satisfactoriamente los frutos que el camino seguido ofrece. Es, en fin, un estado de bienestar con firmes cimientos.
Hay ciertos dones que predisponen a ser felices, verbigracia, poseer hermosura o riquezas, pues la posesión de fama, honores, poder, riqueza y belleza producen gran satisfacción a sus poseedores.
Sin embargo, dado que el sentimiento de felicidad, para que surja y se mantenga, precisa de una percepción grata de los dones, posibilidades y atributos de uno mismo al compararse con los que disfrutan los demás (nos resulta casi imposible sustraernos a no considerar como doloroso agravio el que al compararnos con los demás nos hallemos por debajo), y dado que las creencias del individuo en cuestión influyen muy determinantemente sobre su percepción del mundo ―en particular, sobre los dones y atributos propios y ajenos y sobre el grado de conformidad acerca de ellos― y sobre los juicios que emite, de manera consecuente, dichas creencias influirán en gran medida en sentirnos felices y satisfechos o infelices y desgraciados. Al fin y al cabo somos lo que creemos. Ya lo dice Schopenhauer[i]: «Una apreciación justa del valor de los que uno es en sí y para sí mismo, comparado con lo que solo es a los ojos de los demás, puede aportar mucho a nuestra felicidad». Quien ilusoriamente se percibe con dones y atributos que nadie le reconoce, tarde o temprano se cargará de rencor. Y quien desea vehemente aquello que no le es factible poseer, tarde o temprano se verá como Sísifo, desesperado por no poder alcanzar nunca la cima deseada.
Si hemos de creer a Hobbes, «todo goce del alma, toda satisfacción, proviene de que al compararse uno con los demás pueda tener una opinión elevada de sí mismo». Una buena opinión de sí mismo parece necesaria para ser feliz, pero cosa distinta es el cómo mostrarse ante los demás. La opinión de los «otros» resulta extraordinariamente relevante para nuestra felicidad, y esa opinión refleja de algún modo nuestra actuación social.
Sin embargo, los filósofos difieren en cómo debemos mostrarnos ante los demás para lograr su beneplácito y parabienes, pues a la postre la opinión de los demás sobre uno mismo es determinante para nuestra felicidad.
Schopenhauer aconseja la precaución y el no volar demasiado alto: «¡Qué bisoño es quien imagina que mostrar espíritu e inteligencia es un medio para ganarse el aprecio en sociedad», « Entre hombres, como amigos, son los más tontos e ignorantes los más apreciados y buscados, y entre las mujeres, las más feas. … Cualquier tipo de superioridad espiritual tiene la propiedad de aislar», « Saber unir la cortesía con el orgullo es una obra de arte. … Después de una meditación seria y de mucho reflexionar, cada cual tiene que obrar lo más conforme posible con su propio carácter», « Quien quiera que su juicio merezca crédito, tiene que expresarlo con frialdad y sin pasión. … No debemos caer en la tentación de alabarnos a nosotros mismos», «Tenemos que considerar secretos todos nuestros asuntos personales. … Es más aconsejable mostrar cordura por lo que se calla que por lo que se dice. Lo primero es cosa de prudencia; lo segundo, de la vanidad».
Para ser feliz es partidario de limitar la acción y el espíritu, de poner límite a nuestros deseos, coto a nuestros apetitos, dominar nuestra cólera, cuidarse de cualquier tipo de afectación, aconseja mostrar cordura más por lo que se calla que por lo que se dice, y recomienda que entre nuestro pensamiento y nuestra palabra se abra una sima suficientemente ancha.
Bertrand Russell, otro gran filósofo pero muy distinto en talante al anterior, asevera que la modestia excesiva está muy relacionada con la envidia[ii], aunque nos previene contra el engreimiento y contra la pérdida del sentido de la realidad por las adulaciones. También nos previene contra el pedir demasiado, que es el mejor camino para obtener lo menos posible.
En cambio, Nietzsche, el radical Nietzsche, aboga en todo momento por mostrarse ante los demás lo más elevado posible[iii]: «Mientras la vida asciende, felicidad igual a instinto », «Faltan las cosas mejores cuando comienza a faltar el egoísmo, «Sin crueldad no hay fiesta[iv] », «Todos los instintos que no se desahogan hacia fuera se vuelven hacia dentro», «Es bueno todo lo que eleva al individuo por encima del rebaño[v] », «El sufrimiento es bueno porque vuelve aristócratas a los hombres ».
Claro que, bien mirado, Nietzsche sólo busca la felicidad de los fuertes, de los elevados, mientras que desprecia la felicidad de los débiles: «Universal y verde felicidad-prado del rebaño, llena de seguridad, libre de peligro, repleta de bienestar y felicidad ».
En resumidas y simplificadas cuentas, Schopenhauer cifra la felicidad en la precaución ante lo social y en la gratificante soledad dedicada al conocimiento; Bertrand Russell, en cambio, dice que la felicidad fundamental depende, sobre todo, de lo que pudiéramos llamar un interés amistoso por las personas y las cosas; Nietzsche, en el poder y en la fuerza, en seguir los impulsos de vida, en elevarse por encima de los demás hombres.
Ahora bien, en lo que difieren aún en mayor medida estos tres filósofos es en la apreciación del modo de vida a seguir para lograr ser feliz. Dice Schopenhauer: « El hombre rico en ingenio e inteligencia aspirará a la ausencia de dolor, a la tranquilidad y al ocio, y elegirá la vida retirada. Por eso la eminencia de espíritu conduce a la insociabilidad », « El hombre que se ocupa de sus pensamientos, a quien la soledad le es bienvenida, su centro de gravedad descansa enteramente en él, en sí mismo», o trae a colación una sentencia de Goethe : «Aquel que nació con talento para algún menester, en él encuentra la felicidad de su vida»; pero Schopenhauer insiste de nuevo en los valores de la soledad :« Un sentimiento aristocrático es el que alimenta la inclinación al retiro y a la soledad. … No cabe otra cosa sino la elección entre soledad o vulgaridad, », «Los grandes espíritus anidan en las alturas, semejantes al águila, solos », «Hay que evitar confraternizar e intimar con naturalezas ordinarias. … Si, no obstante, valoramos realmente a alguien, debemos ocultárselo como si se tratara de un crimen».
Bertrand Russell, muy contrariamente a Schopenhauer, desdeña ese retiro, esa soledad, ese preocuparse por sí mismo: «El interés por uno mismo, al contrario, no conduce a ninguna actividad progresiva. Puede llevarnos a escribir un diario, a caer en el psicoanálisis, o tal vez a meterse fraile. … La disciplina externa es el único camino que pueden seguir hacia la felicidad esos infortunados, cuya absorción en sí mismos es demasiado rotunda para que pueda curarse de otro modo». Más adelante clama contra ese relamerse las propias heridas que es propio de escritores y artistas: «Algunas personas cultivadas (desgracia de Lord Byron) piensan que nada tiene importancia en esta vida. Son positivamente desgraciados, pero están orgullosos de su desgracia»; «Los artistas y literatos consideran obligado ser infeliz en su matrimonio». Para Nietzsche, sólo el hombre aristocrático puede tener vida feliz, el dedicado a las actividades propias del aristócrata, a la caza, a la guerra, a ejercitar el poder.
Sin embargo, en algo se ponen de acuerdo los tres filósofos, en que superar obstáculos es uno de los mayores placeres de la existencia. No obstante, echo de menos en sus dictámenes sobre la felicidad referencias a un factor que me parece crucial para ser feliz: poseer esperanza.
En fin, he expuesto tres formas de entender los actos y labores de los hombres en aras de la felicidad; tres formas que destilan de los caracteres y creencias de cada uno de esos filósofos. Me basta añadir el apunte que me hace Mireia de lo escrito por Hemingway: «Happiness in intelligent people is the rarest think I Know». Lo cual contrasta con lo que pronuncia Schopenhauer: « Sólo son felices quienes han recibido una cantidad de intelecto que excede la necesaria para satisfacer el servicio de su voluntad». Como se ve, seguimos sin saber a qué atenernos. Pero una cosa es bien cierta (y echo mano de nuevo de las puntuaciones de Mireia): dice el recientemente desaparecido García Márquez: «No hay medicina que cure lo que cura la felicidad»
[i] El arte de vivir, p. 84
[ii] La conquista de la felicidad, p. 94
[iii] El crepúsculo de los ídolos
[iv] Genealogía de la moral
[v] Más allá del bien y del mal
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