EL PREJUICIO

Siendo uno de los recursos más útiles y utilizados en nuestra labor de vivir y sobrevivir, el prejuicio tiene mala prensa. Parece como si ya no fuese necesario, incluso, parece como si poseer un cierto conocimiento de los individuos o de los asuntos con los que vamos a tener que lidiar fuese cosa abyecta. Sin embargo, percibir de antemano las intenciones ajenas ―siquiera un esbozo de ellas―es una cuestión de vital importancia para nuestra supervivencia. Poseemos exquisitos resortes mentales para reconocer en los gestos de la cara, manos y brazos, en la prosodia de las palabras, en lo que expresan los ojos…, las intenciones que otro humano refleja hacia nosotros. Categorizamos etnia, sexo, color de piel, edad, grupo al que pertenece, comportamiento, y otras muchas señales que ‘el otro’ nos envía, y lo elevamos todo a una nueva categoría en función de la seguridad o inseguridad que nos suscita. Así que el prejuicio actúa como advertencia de lo que podemos encontrarnos y, por ello, como guía de nuestra acción futura.

Pero tal vez otra forma de prejuicio pase más inadvertida:  la apreciación que hacemos de los valores artísticos y culturales. En un museo, uno puede haber pasado por delante de una obra pictórica sin llamarle en lo más mínimo la atención y, tras percatarse de que se trata de una obra maestra de un renombrado autor, volver a ella con muestras de gran interés, deteniéndose en sus detalles, apreciando ahora una belleza y significación que antes le pasó inadvertida. Uno puede empezar a leer Por el camino de Swann, de Marcel Proust o el Ulises de Joyce sin conocer la fama de tales libros y tales autores, y juzgar al poco que le parecen aburridos, pero ¡ah!, cuando un supuesto entendido le informa de lo indispensable de esas lecturas, del reconocimiento de que gozan los citados autores, de la innovación literaria que aportaron…, entonces, todo cambia. Entonces, al decidirse a leer esos libros de nuevo, las palabras transitadas anteriormente poseen otra magia, en las oraciones aparecen encantamientos inusitados, los párrafos destilan ahora aromas y significados nuevos. Ahora, el prejuicio formado con la información recibida actúa como una varita mágica que transforma lo que era tosco y aburrido en delicia para los sentidos. Algo semejante se podría decir de tantas y tantas expresiones artísticas que, por haber alcanzado reconocimiento social, se consideran excelsas.

Pero tal fenómeno tiene lugar también con las ideas filosóficas, con el psicoanálisis, con el llamado materialismo científico de Marx… el prejuicio construye en buena medida el juicio que el individuo emitirá acerca de la verdad o de la falsedad encerradas en ellas. Ahora bien, en estos casos interviene también, y muchísimo, la ideología que el tal individuo tenga a gala defender, es decir, su pertenencia o no al rebaño que sigue tal o cual ideología. O, con otras palabras, las aberraciones cromáticas y esféricas de las lentes ideológicas con que miran el mundo.  

Toda esa información que nos llega antes de enjuiciar a un sujeto o a una sociedad, una novela, un cuadro, una escultura, un mérito…, constituye el prejuicio que tenemos de antemano acerca de aquello sobre lo que vamos a emitir tal juicio. Evidentemente, en la mayoría de ocasiones nos resulta imprescindible como guía para mantener nuestra opinión acorde y conciliada con la opinión social, aunque, también, puede ser que nos den gato por liebre, puede ser que la información provenga de unos pocos ‘entendidos’ que tengan un interés especial en tergiversar la información de comunican, y que, de esa forma, consigan engañar durante mucho tiempo a la mayoría de no entendidos; puede ser que el prejuicio que nos imbuyen sea torticero, que sea un fraude interesado. Desde mi humilde opinión, para acercarse al conocimiento y a la verdad, yo aconsejaría confrontar siempre el prejuicio con la realidad a examinar y sobre la que opinar, pero no dejar que el prejuicio, mediante su influencia, determine en todas sus partes el juicio que solo a la razón corresponde tomar.

IDEOLOGÍA Y REVOLUCIÓN

Tras seis años de gestación y dos más de espera para ser publicado, aquí está mi libro, IDEOLOGÍA Y REVOLUCIÓN, de Editorial Adarve. Podríamos hablar de dos partes. En la primera se analiza a toda una pléyade de intelectuales (Marx, Marcuse, Gramsci, Foucault, Derrida…) abducidos por la idea del ‘todos iguales’, tratando de crear un nuevo ‘proletariado’ con el que llevar a cabo una nueva revolución igualitaria. En la segunda parte, una vez reunido el rebaño, se describe el proceso de implantación de los nuevos dogmas culturales y morales. Ecologismo, ideología de género, animalismo, neocomunismo…, envueltos en sus banderas  y en sus sensibilidades, se alían con el propósito de destruir los valores del sistema liberal-democrático, así como el sistema económico capitalista. Finalmente, se amplía la alianza a tecnócratas y multimillonarios representados en Davos y en otros foros como la ONU y el Club Bilderberg, empeñados todos ellos en crear un control mundial de la población, sin naciones ni fronteras.

https://editorial-adarve.com/entrevista-a-f-j-zamorano-autor-del-libro-ideologia-y-revolucion/

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LAS TABLAS DE LA LEY. LEGADO Y DESCOMPOSICIÓN MORAL

Desde la más rancia antigüedad los seres humanos hemos levantado monumentos de piedra en honor de dioses y espíritus. Menhires, dólmenes, camposantos, el círculo de Stonehenge, pirámides, los templos de Angkor, las catedrales cristianas…La piedra es signo de lo perenne, de lo que perdurará más allá de nuestra existencia. También se registraban en piedra las grandes victorias y, lo que ahora nos importa: las más importantes normas que regían la vida social. A este último propósito, dos son los registros pétreos que resultan más conocidos: el código de Hammurabi y las Tablas de la Ley. El primero fue esculpido hace cuatro mil años, mientras que las Tablas, supuestamente, tres mil trescientos años atrás. La ley escrita en ellas nos importa sobremanera porque, en buena medida, ha conformado la moral social de Occidente durante dos mil años.

La Biblia nos cuenta que Moisés subió al monte Sinaí y al dictado de Yhavé esculpió en dos tablillas de piedra los Diez Mandamientos destinados al pueblo de Israel. Una parte de esos mandamientos, que ahora sentimos que son prescindibles, prescriben relaciones de subordinación religiosa hacia el dios Yhavé (es decir, hacia sus representantes los sacerdotes), pero otra parte de ellos prescriben respeto hacia la institución familiar, prohíben el robo, la difamación, el engaño y la codicia de lo ajeno.

Los que tenemos ya una cierta edad, seamos o no creyentes, los interiorizamos durante la infancia y, de manera más o menos laxa, los asumimos como fondo de conducta, y su incumplimiento como motivo de reprobación. La falta de respeto hacia los padres o la esposa, el engañar al crédulo, el mentir, el difamar, la actitud codiciosa…provocaba rechazo social hacia el autor; éste perdía su honra. Así ocurría, sobre todo en las zonas rurales donde hasta hace cincuenta años vivía la mayor parte de la población española, y donde todo hijo de vecino se conocía.

Hoy, las Tablas de la Ley están hechas pedazos. Hoy se intenta reducir la familia, la honra y los antiguos valores sociales a cenizas. Periodistas, políticos, gobernantes, élites que hasta no hace mucho sentían sobre sus espaldas la obligación de ser modélicos hacen constante alarde de bajeza moral. Tienen a gala engañar, mentir, difamar, incluso robar, sistemáticamente.

La población en general se ha contagiado de esa bajeza y les aplaude por ello en vez de reprobarles. Por esa razón, hoy ningún político dimite, aunque haya cometido desmanes. Por esa razón ningún periodista sufre escandio entre los miembros de su profesión, aunque sus artículos se construyan a base de difamaciones y bulos. La rotura de las Tablas de la Ley ha originado que la familia se ataque con saña, que se ensalcen identidades rocambolescas que se consideraban locuras, que se estén rompiendo los pilares de la democracia, que se pretenda la destrucción de las naciones, que, de hecho, se haya suprimido la patria potestad de los padres en beneficio de un acaparador Estado, que la educación se haya convertido en púlpito de adoctrinamiento ideológico…

Dicen que son nuevos tiempos y que los de mi generación no entendemos, y tal vez tengan razón, pero, permitidme recordar que la ‘piedra’ de las Tablas de la Ley ha permanecido incólume y enhiesta durante tres mil trescientos años. Alguna virtud tendrá.

Devaluación Cultural en el Siglo XXI

La cultura fue siempre una manifestación de las élites para las élites. Tenía la virtud de que enganchaba a ella el interés de la población por el conocimiento y por participar del aprecio cultural. Había hambre de conocimiento y hambre de saber identificar el arte y gozar de él. Así que la cultura se hizo objeto de veneración.

Sin embargo, durante el último tercio del siglo pasado, las doctrinas igualitarias lanzaron desde el arte y la filosofía un feroz rechazo contra el elitismo en la cultura. Se dejó de requerir que las obras culturales gozasen de excelsitud. A las nuevas obras no se les exigía poseer mucha calidad artística para ingresar con todos los honores en el panteón cultural. Así que, la cultura, que anteriormente iba dirigida a las dichas élites para consumo propio y admiración ajena, fue dirigida ahora a las clases medias. Pero en el siglo XXI la desvalorización cultural ha ido en aumento y agradar a las masas se ha convertido en requisito indispensable para que una manifestación pueda ser tildada de cultural. Pero esto, que desde mi punto de vista puede resultar un acierto, da pie a que cualquier locura, cualquier absurdo, cualquier extravío se pone hoy de moda y se eleva a altar del arte o la cultura. Esa misma vulgarización ha hecho que el mundo juvenil, liberado de los corsés de la belleza, del buen gusto, de la inteligencia, del sentido común, se abrace a cualquier esperpento. Para darse cuenta de ello solo hay que echar un vistazo al festival de Eurovisión.

Ahora se llama teatro a cuatro payasadas sin tino sobre un escenario; se llama danza a cuatro jóvenes en bragas contorneándose ante un público erotizado. De modo parecido, el pensamiento ha sufrido también su devaluación. Hoy las simplezas y las estupideces que salen de la boca de ‘los apóstoles ideológicos’ se consideran mensajes profundos.

Todo el carrusel de lo que se determina hoy en día como cultural, se lanza hacia las masas hambrientas de morbo. Así que esas masas elevan cualquier memez — sobre todo si viene arropado por una ideología— a la categoría de arte. De modo semejante, se rechaza la evidencia y la necesidad de prueba para establecer una verdad. Solo el ‘sí ideológico’ la determina. Hoy en día solo se acepta como verdad lo que ha sido proclamado dogma ideológico.  La masa demanda y la ideología la contenta.

Con tales devaluaciones —como cuando Prometeo entregó el fuego a los hombres o cuando Pandora abrió la caja de las desgracias que desde entonces asolan el mundo—, la locura ha hecho presa de las masas: cientos de supuestos idiomas ‘reviven’ de su prematura muerte o, incluso, de su inexistencia; se desata la locura climática, una nueva Inquisición pugna por linchar a todo discrepante o heterodoxo… y, en resumen, lo burdo y lo simple se tachan de excelso y el dogma de ‘verdad’.

ESCLAVITUDES

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Solemos andar mal encaminados en nuestro discurrir por la vida. Culpamos al mundo de nuestra insatisfacción y malestar. Acusamos a la sociedad y combatimos contra los aparentes males de ésta, que nos oprimen, reprimen y esclavizan. Nos rebelamos contra lo que consideramos falta de libertad o de derechos o de justicia. Consideramos que el mal siempre está fuera de nosotros. Pero, en verdad, la esclavitud nos la imponemos nosotros. Nos esclavizamos al temor, al deseo, a una obsesión, por una adicción, por aparentar. Y en lugar de tratar liberarnos de esos grilletes que nosotros mismos hemos forjado, actuamos como si las cadenas nos las impusiesen los demás, así que dedicamos nuestras vidas a combatirles con odio y rencor, con lo que nos hundimos aún más en la esclavitud.

Tal vez, en lugar de tratar de incendiar el mundo, en vez de lanzar contra el vecino nuestro resentimiento, para liberarnos de nuestros yugos y nuestros pesares, tal vez deberíamos indagar en el interior de nosotros mismos en busca de la llave que abra nuestros grilletes.

Expongo un decálogo de agentes opresores, de prisiones internas en las que voluntariamente nos encerramos. Existen muchos más; y suelen estar relacionados entre sí. La esclavitud del deseo o del temor es también esclavitud obsesiva, y la esclavitud que nos produce el ansia de poseer tiene la misma raíz que la que nos produce el ansia de aparentar. En fin, expongo tal decálogo de esclavitudes. Pero, antes, sería bueno que cada cual se tratase de percatar de aquellas cosas que le esclavizan.

 

  1. Esclavos de nuestras propias pasiones
    1. Esclavos del deseo
      1. Se trata de la esclavitud más extendida que existe en la actualidad. Nuestras “avanzadas” sociedades basan su ser y existir en tener en todo momento la maquinaria del deseo bien engrasada y a toda marcha. Esas fábricas de deseos que son la televisión e internet, son las causantes de gran parte de nuestra insatisfacción, de nuestra ansiedad y nuestra excitabilidad, de gran parte del malestar que nos produce la existencia. El deseo es en buena medida el motor de nuestro actuar en el mundo. El deseo sexual y el deseo de aparentar son los dos grandes adalides, los conductores de las tropas. El budismo los combate. Considera al deseo el gran enemigo a liquidar; toda su doctrina se basa en combatirlo.
    2. Esclavos de la emoción y los sentimientos
      1. Algunos individuos sienten tan a menudo el rapto emocional que se convierten en sus esclavos. Pero son los sentimientos quienes más nos esclavizan. El odio, el rencor, el resentimiento, el temor, aprisionan la conciencia de las gentes y les introducen en una vida de enfrentamientos, inquinas y venganzas. Esos rebeldes sin causa que no tienen otro propósito que destruir –siguiendo los dictados de su odio y de su resentimiento—merecen que algo de la luz de la razón penetre en sus vidas.
    3. Esclavos del amor
      1. Nada singular que resaltar. Quien haya estado enamorada sabrá de esa enfermiza obsesión del amor, que es capaz de producir el más excelso gozo y el más profundo dolor.
    4. Esclavos del instinto
      1. La pulsión sexual, la pulsión por el juego, por el riesgo, por la crueldad, es decir, el impulso animal sin control inhibidor crea grandes oscuridades en el espíritu y le esclaviza.
    5. Esclavos de las adicciones
      1. (tabaco, sexo, drogas, juegos de azar, gula, gimnasio)
    6. Esclavos de manías y obsesiones
      1. (lavar, ordenar, limpiar, obsesión sexual, musical, literaria…) Las manías son una respuesta desproporcionada e injustificada a un cierto estímulo. La obsesión comporta un cortocircuito de algún área neuronal que nos produce que ciertas imágenes o pensamientos se reiteren sin solución. Tanto la manía como la obsesión se apoderan de nuestra voluntad.
    7. Esclavos del temor al “qué dirán”.
      1. El temor al “qué dirán” es la base represora de la moral y  desarrolla toda la tribu de la vergüenza (pudor, timidez…).  Una vez que se ha establecido un imperio moral, el temor al ojo del prójimo hace que sigamos las normas impuestas. Aunque en el interior de cada cual se tenga conciencia clara de lo opresiva y perversa de esa moral. Una encuesta popular acerca de la opinión sobre lo Políticamente Correcto y la Ideología de Género pondría de relieve la animadversión que producen (pero rápidamente se falsearía la estadística por parte de las autoridades). Mediante ese temor, la moral nos esclaviza.
    8. Esclavos de la
      1. El sentido de culpa no solo es capaz de esclavizar a los individuos sino también a las colectividades. Si se mira en profundidad, la atención y la compasión que sentimos para con los inmigrantes o para con los países pobres, es debida en buena medida a la culpa colectiva que se siente por haber explotado sus riquezas en épocas pretéritas.
    9. Esclavos de las creencias religiosas
      1. Nada nuevo que resaltar; la historia del mundo es elocuente al respecto. Sólo señalar que “Islam” significa sumisión.
    10. Esclavos de las ansias de perfección
      1. Casi todos los grandes novelistas, pensadores, artistas, músicos, científicos (me refiero a los verdaderamente grandes, no a los truhanes que gozan de fama por la estupidez de sus seguidores o por el apoyo de una ideología), eran esclavos de ese ansia.
    11. Esclavos de las ideologías
      1. Los esclavos ideológicos son legión. Se reconocen porque han abdicado de los criterios y de los juicios propios para someterse a los criterios y juicios que dicta su ideología. Incluso dejan de ser dueños de sus pensamientos y de sus deseos al someterse ideológicamente. Lo sorprendente es que estos esclavos pueden ser personas cultas o incluso inteligentes, pero someten de buen grado su ser pensante a unos dictados ideológicos (que suelen venir envueltos en proclamas, consignas etc) a cambio de la admiración del rebaño, o por estar a la moda, o por el encadenamiento a un grupo o por un pesebre bien lleno.
    12. Esclavos de la apariencia
      1. En una u otra manera lo somos todos, pero en algunos la apariencia lo es todo. También el esclavo ideológico suele estar sometido a la tiranía de la apariencia. El querer estar siempre en la cresta de la moda es también una esclavitud de la apariencia.
    13. Esclavos de poseer
      1. Nos lanzamos a poseer bienes sin ton ni son, sólo por destacar sobre el vecino. Tal es el esquema del comportamiento individual en la sociedad actual.