LOS NUEVOS CONVERSOS

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Se denomina converso a aquel que ha adoptado nuevas creencias políticas o religiosas aborreciendo las que tenía previamente. Así lo proclaman los diccionarios, pero la cosa tiene más miga de lo que aparenta, y me atrevo a decir que hablar de creencias resulta presuntuoso en los más de los casos. Alego tal reparo porque la conversión siempre tiene mucho más de tránsito sentimental que de tránsito ideológico. Pero ya se pondrá en claro el asunto.

Lo que llama la atención en el nuevo converso es su radicalización, y a tal proceso dedico este escrito. Vemos al diputado de Congreso, el tal Rufián, que se enfrenta a sus ancestros y a su lengua materna y a sus compañeros de la infancia y se enfrenta a toda España, con una arrogancia y agresividad amenazantes y chulescas. Recordemos también que el Gran Inquisidor Torquemada era un judío converso. Y no debemos olvidar que las filas de esos radicales nacionalistas de la CUP que han paralizado la Universidad catalana durante meses están repletas de jóvenes cuya lengua materna y sus apellidos y sus amistades son de raíz castellana.

Voy a pasar a otro tipo de conversos, los que se hacen musulmanes, pues de ellos se poseen más datos en países como el Reino Unido o Norteamérica, ya que aquí en España lo políticamente correcto es una mordaza que impide que datos de ese tipo se publiquen. En esos dos países se ha puesto en evidencia que los musulmanes más radicalizados son los de reciente conversión. En el RU los conversos son un 4% del total de musulmanes pero representan un 12% de yihadistas de nacionalidad británica. En EEUU un 20% del total de musulmanes se crió en otra religión, pero un 40% de ellos fueron alguna vez arrestados bajo la sospecha de haber sido reclutados por el IS. En Francia, Alemania y Holanda resulta cuatro veces más probable que los nuevos conversos se alisten en la Yihad que los musulmanes que se criaron en esa religión.

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Los psicólogos sociales siguen debatiendo las causas de esta radicalidad del converso. Yo voy a ofrecer mi versión del proceso que tiene lugar.

Partamos del hecho ampliamente constatado de que el nuevo converso se sentía previamente “erradicado” de su ambiente social, desvinculado. El Rufián mentado tiene a gala contar que fue a raíz de su entrada en un Instituto de Educación en el que la lengua catalana dominaba con imperio, que sus mimbres nacionalistas se tejieron. Muchas de las conversiones al Islam ocurren en prisión, lugar de desamparo donde los haya; o en ambientes degradados socialmente de los que el individuo quiere escapar. En tales ambientes el sujeto se carga de resentimiento y odio, se hace antisistema, contracultural, y si un grupo que le brinde cierto cobijo llama a su puerta, la abrirá de par en par.

Para el neófito el grupo de acogida es un seno materno que le ofrece comunión y hermandad; el grupo lo “radica”, le otorga credenciales nuevas. La entrada viene a ser para él un rito purificador, tal como la inmersión de los seguidores de Juan Bautista en el río Jordán, es decir, el neófito se siente purificado, limpio de los estigmas y máculas que previamente arrastraba consigo.

Y lo que es igualmente importante, el sujeto siente que su odio y su resentimiento están justificados, ya que el grupo le presenta a un enemigo a quien hace responsable de todos los males que el neófito padecía y contra quien encauza y vierte sus odios. España es tu enemigo, Occidente es tu enemigo, es el culpable de todos tus males, le dicen severamente al neófito nacionalista catalán o al neófito islamista, y acompañan lo dicho con una palmadita de amparo y afecto en la espalda. De ese modo el aspirante a converso vence todas las prevenciones que tenía contra la doctrina que impera en el grupo de acogida. Entra en el redil agradecido y purificado.

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El siguiente paso consiste en introducir en el horizonte imaginativo del sujeto un paraíso de redención: una quimérica Ítaca en los casos del independentismo vasco o catalán, el paraíso socialista por venir en el caso del comunismo, o un placentero y eterno paraíso repleto de huríes en el caso musulmán. Tal ilusión amortigua en el converso el impacto de la sangrante realidad en que vive, y le infunde la esperanza de una felicidad venidera sin tasa.

Por último, la explicación del hecho de su radicalidad. Es el más sencillo de explicar: el nuevo converso debe ofrecer muestras fehacientes de que se consagra a su nueva fe poniéndose en la vanguardia reivindicativa. Quienes sigan las vicisitudes de las bandas callejeras latinas en ciertos países de Sudamérica o en los EEUU, o quienes, al menos, hayan visto series televisivas sobre el tema, saben que el pacto de entrada en la banda ha de sellarse con un acto de violencia o de sangre. Solo de esa manera se le considera al neófito parte del grupo, solo de esa manera se eliminan las suspicacias de los miembros más antiguos. Así se explica que los nuevos conversos musulmanes sean los más propensos a engrosar las filas de la Yihad; y se explica que se señale a los charnegos como los más agresivos en las filas del independentismo. El converso debe afianzar sus nuevas señas de identidad con un acto de agresión al enemigo. Debe hacer visible a los ojos de los demás que encauza contra él su odio.

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El Islam y Europa

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No ser conscientes del peligro del islamismo nos puede resultar caro. Si Europa mantiene su política social y cultural hacia la inmigración musulmana, pocas dudas caben de que de aquí en treinta años las libertades políticas y religiosas, así como los derechos que ahora disfrutamos estarán dando sus últimos coletazos en muchos países del viejo continente. No es de recibo negar que cualquier musulmán puede aparecer a nuestros ojos con todo el encanto del mundo, que puede ser respetuoso con los valores occidentales y ser un buen amante de la paz; es su pertenencia sumisa al islam y a los dictados de los imanes de sus mezquitas (construidas muchas de ellas con dinero saudí y catarí, dirigidas por imanes que suelen tener una tendencia religiosa extremista) lo que les convierte en una amenaza potencial.

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El peligro musulmán, presenta dos caras unidas: el desmesurado crecimiento demográfico de la población musulmana en Europa en relación al de la población autóctona, un 400% mayor en muchas regiones, y, sobre todo, el totalitarismo implícito en las leyes islámicas. El peligro señalado es grave e inminente, ¿por qué Europa rehúye hacer nada al respecto? Antes de tratar de responder a esta pregunta veamos si tal peligro es de la envergadura anunciada.

Intolerancia: En todo el ámbito del Islam la homosexualidad está prohibida y se castiga generalmente con la pena de muerte. La mujer está sometida legalmente al marido o al padre, y las violaciones son objeto de leves penas. En Siria, Iraq, Somalia, Pakistán, Afganistán, Sudán, Eritrea, Yemen, Nigeria, se persigue a las minorías cristianas, se cierran sus iglesias, se les impide hacer proselitismo, y han sido numerosos los casos de asesinatos de cristianos.

Terrorismo: El 90% de las guerras y atentados terroristas que se producen en el mundo tienen lugar en nombre del Islam. Iraq, Siria, Túnez, Kenia, Pakistán, Afganistán, Chechenia, Libia, Filipinas, China, Birmania, Egipto, Argelia, Mali, Mauritania…, han tenido en los últimos años focos de terrorismo islámico importantes.

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Totalitarismo: Islam significa sumisión. Todos los musulmanes se someten a Alá y a las leyes islámicas contenidas en el Corán y en los Hadits. La vida social, política y religiosa está regidas por esas leyes. Fuera de ellas no hay libertad ni derechos ni democracia. Así que sólo en unos pocos países del mundo con mayoría musulmana, situados en Asia principalmente, con la excepción de Túnez, poseen un régimen político que puede ser con muchos matices considerado democrático. Ese carácter totalitario se pone claramente de manifiesto en los barrios de ciudades francesas, belgas u holandesas habitados mayoritariamente por musulmanes: se impone la Sharía, la ley islámica, y ni la policía se atreve a entrar en ellos.

Integración social en los países de acogida: De todos es sabido que la integración de los musulmanes en las sociedades europeas es nula. Al contrario, forman una comunidad cerrada que evita el acercamiento al no musulmán y que se radicaliza en sus planteamientos morales y religiosos. Su lealtad religiosa, que anteponen a cualquier otra lealtad; y su prohibición de juntarse con cristianos o judíos, que prescribe el Corán, impiden su integración. Las propuestas de diálogo y de multiculturalidad han sido un sonoro y rotundo fracaso, tal como proclamó la canciller alemana Ángela Merkel no hace mucho.

Caldo de cultivo para el terrorismo: Aunque los radicalizados hasta el extremo de realizar actos terroristas sean pocos, la mayoría de musulmanes en Europa se muestra favorable a implantar la ley islámica en todos los territorios en que les sea posible, según muestran las encuestas. Una encuesta de 2016 en el Reino Unido decía que un 43% de los jóvenes musulmanes se mostraba partidario del ISIS y de la guerra santa. En Cataluña la gran mayoría de los imanes es salafista, partidario de las posiciones más extremistas del sunismo. El hecho de que en Cataluña haya más de medio millón de musulmanes se debe a la brillante idea del nacionalismo catalán de traer inmigrantes marroquíes para evitar la llegada de españoles o hispanoamericanos. Qatar y Arabia Saudí, los grandes financieros del terrorismo islámico, son quienes se encargan de pagar las mezquitas y las enseñanzas coránicas en Cataluña. Por otra parte, no vale decir que los terroristas son unos pocos y que la mayoría de musulmanes ama la paz. Como ya he dicho, no son pocos los que apoyan la radicalidad, el sometimiento de la población europea a las leyes islámicas e incluso apoyan el terrorismo. Aunque los amantes de la paz fueran mayoritarios, los que se han opuesto y atacado públicamente al terrorismo islámico se pueden contar con los dedos de la mano. En cualquier caso, al formar parte de un rebaño monolítico y someterse a una ley de manera absoluta, aceptan todo aquello que se hace en nombre de esa ley. También la mayoría de los nazis era amante de la paz, pero al someterse con entusiasmo a Hitler y a la idea de pertenencia a una raza superior, fueron cómplices de los crímenes del nazismo. Lo mismo se puede decir del Islam.

Derechos sociales, delincuencia y paro: En Francia un 60% de la población carcelaria es de origen árabe y religión musulmana, algunos de segunda o tercera generación en Europa. En cuanto al paro, los de ese mismo origen y religión representan un poco más del 60% del paro registrado en Francia. Sin embargo, tal como también ocurre en España, no hay un solo musulmán en el desamparo social porque tienen preferencia para cobrar subsidios, ayudas por hijos y ayudas para el alquiler de viviendas. Prácticamente todos los detenidos en España por reclutar jóvenes para ir a luchar a favor del ISIS tenía ayudas estatales superiores a los 800 euros. Desde luego, conociendo los derechos sociales que se les otorgan en nuestros países, siendo mayores y con prioridad a los que reciben los autóctonos, su esfuerzo por el trabajo disminuye, de ahí que tanto en Francia como en España llenen las listas de parados. Tal coste para las arcas del Estado está resultando inasumible, haciendo que la deuda de estos dos países sea de las más altas de Europa y que se estén contrayendo los derechos sociales de la población en general.

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¿Se tienen aún dudas de que dentro de 30 años estaremos sometidos en Europa a un régimen similar al del cristianismo durante la Edad Media?

Volvamos a la pregunta, ¿por qué Europa no hace nada al respecto[1]? Quien no se haya percatado de la nueva moral social que impera en Occidente no tiene ojos. Una moral promovida durante lustros por gran parte de la izquierda mundial; una moral que los medios de comunicación controlan y gestionan; una moral que tiene a la compasión como bandera y que en lo relativo a la inmigración promueve sin condiciones el diálogo con el Islam y el respeto absoluto a su religión y cultura sin exigir contrapartidas por su parte. Ni la derecha se atreve a contradecir los dictados de esa moral. Así que en una buena parte de la izquierda europea se produce una boba confianza en el diálogo con el Islam y se vuelve la cabeza hacia otro lado[2] ante el desprecio que se produce en el mundo islámico hacia los homosexuales, la mujer, la libertad, el respeto a las normas democráticas, y ante la amenaza para nuestro modo de vida en libertad que todo ello supone. Esa izquierda es el gran obstáculo para que Europa deje de inhibirse ante la amenaza que representa el crecimiento demográfico en su seno del islam.

La simpatía de esa izquierda, mayoritariamente comunista, hacia el Islam parece extraña pero no lo es tanto si se mira con atención. Unos y otros quieren acabar con el modelo liberal democrático europeo. Unos y otros odian los valores que aún destellan en Occidente, aunque cada uno de ellos los quiera sustituir por valores que resultan antagónicos entre sí. Unos y otros son partidarios de imponer el totalitarismo como forma de organización social. Tanto para el comunismo como para el islam la democracia es un medio que pretenden hacer desaparecer en cuanto logren alcanzar el poder. El ejemplo de Maduro en Venezuela, de alcanzar el poder democráticamente para acabar con la democracia, es el mismo que pretendía seguir la GIA en Argelia, los Hermanos Musulmanes en Egipto, y que está siguiendo Erdogán en Turquía. Y luego debemos contar con la ignorancia, la obsesión y la incapacidad de prever el futuro: de la misma manera que mucha gente sigue empeñada en instaurar el comunismo sin ser plenamente consciente de que en todo lugar donde se instaló produjo un régimen tenebroso en lo social y catastrófico en lo económico (aunque interesadamente aleguen que eso no era verdadero comunismo sino una deriva de él[3]), muchas gentes se empeñan en tender la mano de acogida a millones de musulmanes, sin percatarse de que la pretensión de esos inmigrantes es la de imponer en Europa un régimen islámico en cuanto su número supere al de los “infieles”.

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El peligro está ahí, a la vuelta de la esquina, y ante él no vale volver la cabeza hacia otro lado: o se le hace frente o claudica ante él. La ilusa idea de que Europa iba a culturizar y a integrar al inmigrante musulmán se ha revelado una quimera. Esa idea, que se quería agrandar permitiendo que Turquía se integrara en la Unión Europea, hubiera significado el derrumbe total de Europa. Hoy no hay más solución que enfrentar el problema. Elaborar una política de inmigración seria y clara, tal como tienen Canadá y Australia y empiezan a seguir algunos países europeos. Quitar los descarados privilegios que se les otorga a los inmigrantes musulmanes en relación a los autóctonos del país. Exigencia de cumplir las normas y leyes del país de acogida, así como exigencia de respetar sus instituciones y su cultura. Exigencia de que respeten los derechos de la mujer y los homosexuales. Establecimiento de un número de acogida que convenga al país europeo y con la capacitación que convenga. Examen concienzudo de la alegación de ser un perseguido político en su país de origen. Expulsión e incluso pérdida de la doble nacionalidad a todos aquellos que inculquen odio contra la cultura y las gentes del país de acogida etc. etc. Confiemos en que se agarre al toro por los cuernos.

 

 

 

[1] He de decir que está empezando a hacerlo, que se ha dado cuenta de que la política de brazos abiertos que instauraron algunos dirigentes, como Rodríguez Zapatero, podría dirigir a una tercera parte de  África hacia Europa, con la catástrofe monumental que ello significaría; por esa razón se está cortando el grifo de entrada.

 

[2] Ese volver la cabeza hacia otro lado y esa confianza ilusa en el diálogo como sistema de integración se han puesto de manifiesto en ese encadenamiento de errores policiales que han propiciado el atentado terrorista del este mes de agosto en las ramblas de Barcelona. En primer lugar, los mossos de escuadra, la policía catalana, desoye el aviso de los servicios de inteligencia norteamericanos acerca de un atentado inminente en las ramblas de la ciudad. En segundo lugar, tiene lugar una explosión en la pequeña ciudad de Alcanar, en Tarragona en donde esa misma policía no encuentra nada extraño en que aparecieran cien bombonas de butano en la casa en la que tuvo lugar la explosión; y no solo eso, sino que la jueza les avisa sobre la posible relación de la explosión con el terrorismo, y ellos hacen oídos sordos. En tercer lugar, el ministro del interior de España aconseja poner bolardos en las ramblas para impedir un atentado como el que tuvo lugar y la alcaldesa se niega a ponerlos. En cuarto lugar, el conductor del coche con el que se cometió el atropello múltiple sale de la furgoneta y escapa a pie sin que haya un solo policía que lo detenga, apareciendo unas horas después en el segundo atentado de Cambrils.Y después de todo ello, el gobierno catalán pretende  otorgar honores a ese cuerpo policial por el brillante desempeño de sus labores. ¡Ver para creer!

[3] Ni el hecho de que en todos los países del socialismo real haya ocurrido lo mismo, las mueve a cambiar un ápice su percepción.

OJOS PARA VER

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Tenemos los ojos para ver, el corazón para sentir (metafóricamente hablando), la inteligencia para relacionar conceptos, y la sabiduría para descubrir la conveniencia que nos ofrecen los hechos y las cosas. De entre todas estas capacidades nombradas, la sabiduría es la más rara –escasa—entre nosotros, la que menos abunda. De hecho es tan rara que no conozco que se haya hecho un estudio de ella en ningún ámbito académico. Posiblemente haya millones de estudios sobre la percepción, sobre los sentimientos, sobre la inteligencia, pero ni uno solo sobre la sabiduría. Ni siquiera creo que esté bien determinada su definición. Pero sabemos que la persona sabia es aquella que sabe escoger fácilmente el camino que le conviene en la vida, el camino que mejor se adecúa a sus circunstancias en busca de encontrar una parcela de felicidad o de ausencia de sufrimiento.

En Occidente, hoy en día, el corazón se ha puesto de moda. La compasión, la piedad, la conmiseración, la vergüenza, la culpa, los sentimientos que en parte regulan nuestra relación social prescriben hoy nuestra moral e incluso el espíritu de nuestras leyes. Sobremanera la compasión, que ha devenido en sentimiento radical de nuestra conducta social.

Pero, ¿es bueno que el corazón domine nuestro comportamiento? Desde luego que no. Si la inteligencia casi que está desahuciada en nuestras relaciones con los demás, y la sabiduría para con estos temas brilla por su ausencia, dejar al corazón como guía rector puede llevarnos al abismo a la vuelta de la esquina. De este asunto quiero hoy tratar, y me serviré para ello de un ejemplo de rabiosa actualidad.

  • Occidente está hoy rendido a una ética promovida en buena medida por el sentimiento de la compasión. Una compasión que nos rodea, que nos obliga, que está de moda; de la compasión hiperextendida a todos aquellos que sufren y pasan miserias; extendida a los animales e incluso a las plantas; una compasión universalizada.
  • Sin embargo, las relaciones humanas básicas siempre han tenido como rector un principio que emana de la entente que establece la naturaleza egoísta de uno en conflicto con la naturaleza egoísta de los demás: el Principio de Reciprocidad. Yo te doy, te auxilio, te presto…, para que tú me des, me auxilies, me prestes… en igual medida en el futuro. Si no se devuelve la ayuda, la donación, el auxilio, queda el que dio o ayudó agraviado; lo cual es motivo de conflicto o de rotura de la relación entre uno y otro.
  • Algo semejante ocurre en la cooperación. Entre los individuos cooperantes se establece el pacto tácito de considerar justo un reparto de beneficios que sea proporcional a la labor que realizó cada cooperante (la parte del beneficio total que se debe a su labor). Tal es la forma que adquiere el Principio de Reciprocidad en la simple cooperación social. Cuando se trata de una propiedad comunal, tal principio sirve y ha servido para regular la cooperación; y, aunque se altera y se desvirtúa cuando aparece por medio la propiedad privada, parece tan adecuado para las relaciones de cooperación, ayuda o  auxilio, que todos venimos a considerarlo de justicia.
  • Cuando la relación de cooperación, ayuda o auxilio no se atiene al dicho principio de Reciprocidad, aparecen lo que se denominan comportamientos egoístas y altruistas. Objetivamente, en ese tipo de relaciones, el comportamiento egoísta es aquel en el que un sujeto percibe en mayor cantidad de lo que le corresponde en justicia (ateniéndose a la reciprocidad debida); mientras que el comportamiento altruista es aquel en que uno aporta o da más de lo que en justicia le corresponde dar. En un extremo se encuentra el comportamiento parasitario: cuando uno no da ni aporta pero recibe de los bienes de los demás. El parásito parasita a aquellos de quienes recibe.
  • Situémonos en la realidad: En toda sociedad conviven gentes de comportamiento altruista con otros de comportamiento egoísta, con parásitos sociales. Lo que llama la atención es que, desde el punto de vista objetivo con que he definido esos conceptos, muy pocas veces el objetivamente egoísta o el objetivamente altruista son señalados como tales, sino que, muy frecuentemente, una parte importante de la sociedad les asigna los papeles inversos, cambiados. Muy frecuentemente, quien hace alarde de altruismo es, de manera objetiva, un egoísta social; mientras que el señalado como egoísta resulta ser netamente altruista.
  • Por ejemplo, el individuo con arte para escabullirse de trabajar y vivir de subsidios y cambalaches, suele llamar egoístas y explotadores a todos los laborantes y suele aparecer dibujado socialmente como un altruista que busca el bien general, pero, objetivamente, no es otra cosa que un egoísta e incluso un parásito social que medra a costa de los demás. Este tipo de gente se especialista en pedir y en recibir gratuitamente todo tipo de derechos para él sin aportar nada a cambio.
  • Esto nos lleva a otro apartado, al de que los derechos sociales de que disfrutamos todos no son gratuitos. Los derechos que disfruta el parásito provienen de la diferencia entre lo que aportan a la comunidad los altruistas y lo que a cambio reciben de ella.
  • Volvamos a la compasión y a la dramática situación de la corriente migratoria hacia Europa. La compasión se ha puesto de moda y cuando algo está de moda todos quieren subirse a su carro y reprobar a quienes son reticentes a subirse. Leo en las redes sociales que han surgido en Europa cientos de miles de ciudadanos dispuestos a acoger en sus casas a inmigrantes islámicos. (Conviene hacer alguna puntualización: 1.-parece ser que los de procedencia siria que llaman a las puertas de Europa apenas representan un 30% del total; 2.-hemos de suponer que el ofrecimiento de acogida que se efectúa es gratuito, sin recibir remuneración del Estado por ello). Me jugaría una taba a que, si esa acogida por parte de particulares se produjese, no pasaría una semana sin que una mayoría de los anfitriones no estuviesen arrepentidos. Piense el lector en convivir con inquilinos que dan muestras del machismo trasnochado que se producían en España hace un siglo; con inquilinos con usos y costumbres sociales que chocan de frente con los nuestros; con inquilinos cuya religión es contraria a las libertades y a la democracia.
  • En todo caso, piense el lector ¿hasta qué grado está dispuesto a ejercer su compasión con los dolientes y necesitados del mundo?, ¿hasta el grado de perder por ello gran parte de sus propios derechos, e incluso hasta el grado de convertir nuestra sociedad en un escenario de confrontación de culturas y religiones, e incluso hasta la posible pérdida de nuestra democracia y nuestras libertades?, ¿o solo hasta el grado de que nuestro sacrificio compasivo no altere sustancialmente nuestros derechos, riquezas y libertades, y que, en compensación, sirva para aliviar nuestra conciencia? Porque dependiendo del grado de compasión que estemos dispuestos a ofrecer –si somos conscientes de nuestros actos y de las consecuencias que acarrean—a los refugiados, será mayor o menos la amenaza de desestabilización social que traerá consigo.
  • Naturalmente que se ha de atender humanitariamente, con alimentación, sanidad, enseñanza y cobijo, a los cientos de miles de desplazados por la guerra en Siria, pero otra cosa distinta es la pretensión de algunos –tal  vez sintiéndose responsables de todas las desgracias del mundo—de exigir a España y a Europa que se reparen esas desgracias y que se otorgue a todo el mundo nuestros derechos y libertades a costa de nuestros bolsillos.
  • Porque lo que está demandando esa ola compasiva que recorre Europa –sin un claro juicio, tan solo utilizando el corazón—con sus exigencias de libre entrada y derechos a la carta para todo emigrante, es ni más ni menos que el desmantelamiento de nuestra civilización. Porque, que a nadie le quepa la menor duda: si Europa abre sus puertas y acoge sin reticencias a todo el que quiera venir a ella, toda África, todo Oriente Medio y la mitad de Iberoamérica plantarían sus reales en el viejo Continente.
  • ¿Estamos dispuestos a pechar con las consecuencias que tal hecho traería consigo?, ¿estaría usted dispuesto?
    • ¿Estaría dispuesto a que España tuviese que aumentar drásticamente su deuda y disminuir hasta niveles de espanto los derechos de sus ciudadanos para mantener a una abultada población emigrante que actuaría de parásito al no haber trabajo?
    • ¿Estaría dispuesto a afrontar los conflictos religiosos y culturales que se derivarían de ello (en Alemania y Francia la política de integración basada en la multiculturalidad ha demostrado ser un fracaso, y la población en paro en esos países es muy mayoritariamente musulmana de segunda o tercera generación en Europa. Por lo general, esos musulmanes rechazan los valores occidentales y su cultura, encerrándose en su grupo?
    • En encuestas recientes del Reino Unido, casi la mitad de los jóvenes musulmanes apoyan moralmente al DAESH, ¿estaría usted dispuesto a convivir con tal amenaza?
    • Otro problema, la libertad y la democracia es algo extraño al Islam, sólo en Turquía e Indonesia se puede hablar de democracia (y con graves y grandiosas restricciones). En Egipto, Argelia, Sudán, las elecciones democráticas sirvieron para imponer la ley coránica como ordenamiento jurídico y acabar con la democracia. No es extraño que en ciertas regiones europeas el islamismo se haga mayoritario y, tal como ocurre en todos los países islámicos de Oriente Medio, reprima duramente a los no musulmanes, no solo en sus manifestaciones religiosas, sino en sus derechos y libertades. ¿Está usted dispuesto a afrontar estas posibilidades?
    • ¿Aceptaría usted que su permisividad en materia religiosa, cultural y de libertades no fuera, en reciprocidad, correspondida, y que grupos egoístas cada vez más numerosos medrasen a costa de su permanente altruismo hacia ellos?
    • ¿Es mucho pedirle que no sea solo su corazón quien juzgue, que utilice también los ojos, la inteligencia, el conocimiento, la sabiduría, y que actúe en consecuencia de la conveniencia que perciba?

Estado islámico, Assissins y Al-Qaeda

Mientras que al-Qaeda sigue la táctica del atentado mortal con el sacrificio de la vida del adepto, la pretensión más inminente de los agrupados en las milicias del denominado Estado islámico es simplemente la de matar. Se recluta a estos milicianos entre los más resentidos de la sociedad y los que más odian ―y no son pocos los reclutados que se han criado en Occidente―, y se les ofrece a corto plazo satisfacer su odio mediante la catarsis de ejercer la crueldad contra todo aquel que aclama otra doctrina diferente de la suya. Los instintos más bajos del miliciano se liberan para que mate y torture felizmente. Esa felicidad en el matar y en el torturar es una compensación, la otra es el Paraíso si muere matando. El efecto que producen entre sus enemigos es el del pavor.
La acción de los miembros del Estado islámico es más parecida a la de las hordas de Atila, los Vándalos , o las de Gengis Khan: dar muerte con crueldad a todas las poblaciones conquistadas y exhibir sus cadáveres. Pero la acción de al-Qaeda es distinta, y parece un calco de la que empleaban los antiguos Assissins. De ellos quiero hablar.
El ofrecimiento de la propia vida en acto terrorista luchando contra el infiel para entrar en el Paraíso es cosa de los miembros de al-Qaeda o de los talibanes, pero no es cosa nueva en el Islam. Quienes iniciaron a finales del siglo XI tan funestos métodos contra sus enemigos fueron los Assissins. En Oriente fueron más conocidos como Batinís (seguidores del libro Taiwil al-Batin), Fidays (devotos), rafiqs (camaradas), ismaelíes nazaritas, e incluso chiitas septimanos, aunque su gran impulsor, Hasan as-Sabbah, le agradaba denominar a sus adeptos Asasiyun (los fieles a Asás, el fundamento de la fe), mientras que la versión de dio Marco Polo de ellos fue la de haxixiyun (fumadores de haxix).
Desde finales del siglo XI hasta mediados del siglo XIII, todos los dignatarios de Oriente Medio: príncipes, emires, cadíes, sultanes, califas… soportaron el miedo a caer muerto por la daga de un Asesino. Los ejecutores son enviados contra los destinatarios de su daga desde la inexpugnable fortaleza de Alamut, situada en lo alto de la región de Daylam, al norte de la cadena montañosa que bordea la gran meseta de Irán. Se ocultan con el disfraz más inesperado: son miembros de la guardia personal del dignatario, sacerdotes, mercaderes, sirvientes… Pueden estar meses e incluso años representando pacientemente su papel, pero cuando llega la ocasión esperada, golpean sin piedad. El verdugo no se mueve, espera la muerte a manos de los guardias o de la multitud enfurecida. Es el mensaje de Alamut.
El fanatismo de los fidays no es menor que el de su primer Gran Maestro y fundador, Hasan as-Sabbah, que permaneció 32 años sin salir de su habitación en Alamut e hizo decapitar a su único hijo varón por la acusación de haber bebido vino, que luego se demostró ser falsa. Por debajo del Gran Maestro están los Day (misionero), y por debajo de estos están los Ragik, los jefes provinciales; a los vinculados a la organización se les denomina Lasek, y por debajo están los muyib, los novicios. Los Fiday son los destinados a sacrificarse.
Hasan era conocido como «El viejo de la montaña», pero no es el mismo «viejo» del que da cuenta Marco Polo a su paso por Siria, siendo éste otro gran jefe Assissin posterior conocido como Rashid al-Din, conocido como Sinán, que reside en la magnífica fortaleza de Masiaf, en Siria. Un Fiday mandado por él asesta a Saladino tres puñaladas, pero no consigue acabar con su vida. Cuando en venganza Saldino pone cerco a Masiaf, se presenta en su tienda un mensajero desarmado de Sinán y pregunta a los mamelucos que custodiaban a Saladino en presencia de éste: «Si os ordenara que matarais a este Sultán en nombre de mi señor, ¿lo haríais?» Respondieron que sí y desenvainaron las espadas. Lo cierto es que Saladino levantó inmediatamente el asedio a la fortaleza.
Aunque con métodos distintos (ahora los fanáticos islamistas se cargan de explosivos mientras que los Assissins actuaban daga en mano), el propósito en unos y en otros es el mismo: llenar a las gentes de pavor hacia ellos para conseguir su dominio. La organización es similar y el ocultismo y el fanatismo y el propósito. Pueden estar viviendo en la casa de al lado y ser sumamente amables con usted, pero al instante siguiente se inmolarán con una carga de explosivos en el ánimo de causar el mayor número de muertos posibles y extender el miedo hacia ellos. El 28 de abril de 1192 mataron en Tiro a Conrado de Monferrato, rey de Jerusalén. Los asesinos se habían disfrazado de monjes cristianos y durante seis meses se ganaron la confianza del obispo de Tiro y del propio Conrado.
Toda precaución es poca ante quienes pretenden convertir por la fuerza al Islam a todo el mundo, ante quienes están dispuestos a matar a todo aquel que no se convierta, ante quienes su pasión esencial es el odio.