En la anterior entrada expuse los dos distintos conjuntos de sistemas de que dispone el cerebro para percibir la conveniencia de un asunto y, consecuentemente, decidir. Por un lado está el sistema límbico y otros sistemas aún más antiguos que gobiernan las emociones, los instintos y las acciones reflejas; por otro lado están los sistemas que en mayor medida operan en la conciencia.
Pero la cuestión resulta mucho más complicada de lo que parece a simple vista porque unos sistemas y otros se ejercen mutua influencia. Por esa razón y antes de proseguir en esa línea, examino dos experimentos clínicos que son famosos en el campo de las neurociencias.
El primero de ellos fue llevado a cabo por el doctor Benjamín Libet, de la Universidad de California en San Francisco. Mediante tal experimento descubrió que un poco antes de hacer consciente la decisión de llevar a cabo un acto, dicha decisión ya se refleja (ya ha sido tomada) en la actividad de áreas subcorticales de las que no somos conscientes. Por ejemplo, antes de decidir mover un dedo, las redes neuronales motoras que controlan dicho movimiento a nivel subcortical ya habían decidido mover el dedo.
Esto es, la conciencia aparece solo como mero notario que da fe de lo que en el subconsciente ya se ha decidido. Es este subconsciente quien evalúa las opciones que se presentan y es él quien decide. La decisión la recibe después la conciencia, creyendo ilusamente que ha sido ella quien ha decidido.
El segundo experimento lo llevó a cabo el doctor Robert Heath. Fue como sigue: a un paciente aquejado de un cierto desorden neurológico se le colocaron varios electrodos en el cerebro. En un cierto momento en que el paciente describía lo apenado que se hallaba por la enfermedad terminal de su padre, el doctor Heath estimuló con los electrodos el septum del paciente, un área del sistema límbico que participa en los procesos de placer con carácter sexual. En menos de 15 segundos el paciente olvidó su pena y comenzó a sonreír picaronamente y a hablar de planes para seducir a una amiga. Según su propia confesión, “los planes han acudido de pronto a m i cabeza”.
Esquemáticamente, la estimulación de la actividad de una zona del sistema límbico originó un cambio de pensamientos y de sentimientos.
Volvamos al hilo de la influencia mutua que se ejercen los sistemas arriba dichos. Se ha de tener en cuenta que las emociones y los instintos afectan de manera muy importante a nuestro pensamiento y a los senderos que toma la razón; pero también se produce la influencia en sentido inverso, pues nuestras razones y pensamientos influyen en agrandar o diluir el grito emocional e instintivo. Se sabe también que las creencias que poseemos acerca de un determinado asunto, determinan en gran medida la predisposición emocional y sentimental hacia su ocurrencia.
Por otro lado, el sistema intelectivo, haciendo uso de la imaginación y de la memoria, labora especulativamente en el presente con vistas al futuro en razón de encontrar a largo plazo lo conveniente en referencia a cualquier asunto de la vida. Pero, en cambio, en las cuestiones que se han de dilucidar a corto plazo, en la inmediatez, la facultad intelectiva suele intervenir poco, y nos mueven rutinas de acción basadas en costumbres, usos o creencias, o bien nos guiamos a instancias del miedo o del placer que nos presentan en primer término los asuntos.
Como se ha podido ver, un auténtico galimatías: una intrincada influencia entre los distintos sistemas encargados de percibir la conveniencia del organismo, y la intervención ―y la frecuente disputa entre ellos― de sistemas encargados de la percepción de lo conveniente a largo y a corto plazo.
Dicho lo dicho, se vislumbra que los sistemas que operan en el ámbito de la conciencia, como los sistemas intelectivos, ejercen la doble labor de percibir lo que conviene al individuo (sobre todo a largo plazo), pero también la de resaltar lo que le resultaría a éste conveniente frente a la conveniencia que perciben los sistemas que operan en el subconsciente. Pero, ¿toman estos sistemas conscientes la decisión respecto a las conveniencias presentadas, o su acción se limita a presentarlas?
El lector que haya estado atento se habrá percatado de que su labor es de mera presentación. El sistema evaluador y que decide no se halla en el ámbito de la conciencia. Opera en su subterráneo y tiene por misión evaluar cada conveniencia en razón del peso de miedo o placer que presenta. En el sistema límbico se evalúa la placentera e instintiva conveniencia que representa el hecho de engañar a la esposa con la compañera de la oficina, a la vez que la conveniencia de evitar el hecho por temor a las consecuencias de dicha acción.
La decisión se elabora en el subconsciente pero conscientemente podemos laborar para otorgar más peso a la conveniencia intelectiva que a la conveniencia instintiva a la hora de ser evaluadas emocionalmente.
Veamos las razones que presenta un fumador que pretende dejar de fumar. Las razones relativas a la prevención, al miedo a los efectos del tabaco, deben lograr un peso mayor que las razones del placer de fumar. Uno debe crear una preocupación por fumar dentro de sí, un temor a fumar. Recuérdese el dicho de Spinoza de que para hacer frente a una emoción debemos de emplear otra que la venza. En la evaluación, el peso de ese temor debe ser mayor que el peso que aporta el placer.
En ese sentido se puede decir que uno decide libremente. No es la conciencia en último término quien decide dejar de fumar, sino que es el sistema evaluador del subconsciente, pero desde la conciencia podemos agrandar el peso de lo conveniente que resulta tirar el cigarrillo.
Vistas así las cosas, esa decisión libre en el sentido considerado, como capacidad para agrandar el peso que presente aquello que la conciencia estima conveniente, como capacidad que es, no es igual en unos individuos que en otros. No solamente porque la capacidad intelectiva de unos y otros es distinta, ni porque el influjo de las emociones tenga distinta potencia en unas y otras personas, sino también por la propia naturaleza de cada cual para dar mayor peso a la conveniencia que presenta el intelecto. De ahí que a ciertas personas les resulta relativamente fácil dejar de fumar mientras que a otras les resulta imposible. Así que el libre albedrío varía de unas personas a otras.
CONTINUARÁ…