EXPIACIÓN

Llovía con inusual fuerza esta mañana (las hortensias de mi pequeño jardín agradecen el regalo del cielo) cuando de pronto me vino a la cabeza la gran estupidez alegada por Manuel Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas, con la finalidad de dar pábulo al supuesto peligro de un supuesto cambio climático de origen antropogénico: “ La madre Pachamama se está vengando”. Tal declaración es toda una muestra de pensamiento mágico: una deidad, la Pachamama o Madre Tierra, nos castiga por el pecado de producir C02 y, como expiación, nos exhorta a ser más pobres para apaciguar a la deidad dicha.

Otros tipos de pensamiento mágico se propagan mucho últimamente. Buen ejemplo de él es esa majadería de culpar al varón blanco heterosexual de hoy en día de crímenes horrendos cifrados en la conquista de América, en las Cruzadas o en el comercio de esclavos, hechos que tuvieron lugar hace varios cientos de años. Creo que el proceso psicológico que conduce a lanzar tales disparates es complejo.

En primer lugar, la ideología de los agraviados delimita y separa en el corazón de su rebaño de súbditos el Bien y el Mal, los Buenos y los Malvados (lo hace de forma tan torcida que coloca a los musulmanes en el lado de Bien, cuando el propósito y la acción del islam ha sido siempre la expansión mediante la conquista, cuando eran los musulmanes quienes capturaban a los africanos y los vendían a los comerciantes de esclavos).

En segundo lugar, la ideología exige que los blancos occidentales de Occidente han de expiar su culpa por tan abominables crímenes del pasado humillándose ante los supuestos descendientes de aquellos agraviados de entonces, negros, árabes e indígenas americanos principalmente. Esto es, los que tienen el mismo color de piel de los agraviadores de hace quinientos o mil años, deben humillarse ante los que hoy tienen el mismo color de piel de aquellos a los que se agravió cientos de años antes. La foto nos muestra  a la señora Pelosi, presidente entonces de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, arrodillada, con la cabeza inclinada, pidiendo perdón a los miembros del Black Lives Matter  por no se sabe qué ofensa cometida contra ellos.

En tercer lugar, una vez que el “culpable” ha reconocido su culpa y se humilla, actúa la tendencia a la autojustificación de los pecados propios o elusión de responsabilidad personal, unida a la expiación suprema que la ideología dicta. Esta expiación del varón blanco heterosexual de Occidente consiste en declararse él mismo en víctima inocente, ¿víctima de quién? Víctima del enemigo ideológico: el capitalismo. Aquí paz y después gloria.

La ideología ha encauzado los corazones de sus huestes contra su gran enemigo, el capitalismo. Si eres anticapitalista formas parte del Bien, de los buenos, ya no eres culpable de las malvadas acciones de “tus antepasados”. Por fin, el pensamiento mágico ha convertido la gaseosa argumental en dinamita política.

FEMINISMO E ISLAM

           

Hace ya la friolera de quince años, asistí a una conferencia acerca de “La mujer en el cristianismo y en el islam”, impartido por una catedrática de Derecho de Zaragoza. Después de casi una hora de lanzar pestes sobre la situación de la mujer en el cristianismo a lo largo de la historia, le tocó el turno al islam. Al poco, se me debieron de poner los ojos como platos, pues, con todo tipo de alabanzas, aseveró que el velo en la mujer musulmana era una cuestión cultural y climática, ya que en sus países el calor es sofocante y es necesario mitigarlo cubriéndose de pies a cabeza. Remachó la celebración del islam asegurando que “es la religión de la paz”.

No fue hasta unos años más tarde que ese amor no correspondido del feminismo hacia el islam se hizo patente en la sociedad española. Bien sabemos ahora de la ocultación sistemática que las feministas llevan a cabo de los delitos de tipo sexual cometidos por musulmanes.

El psicólogo Jordan Peterson aduce al respecto la teoría de que, al rechazar, de puertas afuera, la figura del macho, tal figura es sublimada, y su potencia se manifiesta en sueños y en idealización (y admiración no disimulada) del más macho entre los machos, el musulmán, debido a sus derechos sobre su mujer. A mi modo de ver, tiene parte de razón. Corren por las redes sociales ciertas charlas entre feministas en que dicen tener sueños donde son violadas con gran placer por su parte. Naturalmente, achacan este tipo de sueños a la herencia recibida de la sociedad patriarcal en que hemos vivido.

Sin embargo, creo que en ese amor mencionado intervienen otros factores que no contempla Peterson. Sospecho que uno de ellos es la ideología. Los padres más directos de esa sacrosanta alianza entre el feminismo y la nueva izquierda en nuestros días fueron los filósofos posmodernistas franceses. Prácticamente, todos ellos tenían una relación muy fuerte y lisonjera con el islam, sobre todo con el islam argelino. Foucault, cuya relación con Argelia no fue tan intensa, el Foucault que veía relaciones de poder en los rincones más insospechados, entonó, sin embargo, loas inmensas al islam del ayatolá Jomeini cuando tomó el poder en Irán. Debió de parecerle que todo en él era ausencia de poder y foco de libertad.

Así que entenderemos mejor la fijación ideológica del feminismo con el islam si tenemos en cuenta que la izquierda no abjura nunca de sus ideas (que suelen ser frecuentemente lemas): que por mucho que las ideas de Marx hayan sido rebatidas mediante la razón y los hechos; que por mucho que el comunismo, allá donde se ha ensayado, ha traído siempre la miseria y la falta de libertad; que por mucho que los derechos de las mujeres destaquen hoy sobre los de los hombres; que por mucho que el cambio climático no acabe de despegar y se revele, cada día más, como un interesado fraude…; digo que la nueva izquierda seguirá anclada a dichas ideas. Así que, en buena medida, creo que el feminismo —y la izquierda dicha, en general—defienden al macho-muslim y ocultan sus tropelías por fidelidad o filiación a las doctrinas del posmodernismo filosófico francés. (No nos olvidemos, también, que en la Libia de Gadafi se entrenaban los terroristas de izquierdas, y eso deja su huella)

Otro factor a considerar es el caos mental y la locura que preside muchas de las acciones y afirmaciones del feminismo radical. No hace falta insistir en ello, por poner dos ejemplos, me remito a las declaraciones de Irene Montero y a esos bailes guerrero-feministas que hemos contemplado el 8M. Bien, un disloque mental semejante ha sido exhibido por las adalides del feminismo radical durante los últimos tres cuartos de siglo, acabando sus días muchas de ellas en manicomios.

A personas de tal cariz mental, la pacífica sumisión que presenta la mujer musulmana ante el hombre puede ser motivo de envidia, les debe parecer paradisiaca. Tranquilidad y seguridad frente a caos mental y permanente rabia. Escogen lo primero para sus adentros, pero, dada su posición social e ideológica, no lo pueden declarar, así que lo idealizan y, dejando de mirar la realidad (algo tan frecuente entre los ideologizados), claman a voz en grito en pro de los palestinos y se lanzan a justificar y ocultar los delitos de los musulmanes y…, ya cegadas por el brillo de la idealidad que han trazado en su mente y negando cualquier evidencia en contra que presente la realidad, abogan por que vengan a vivir a España todos los habitantes del Magreb.

Confieso que la única medicina que encuentro para tal enfermedad es la de obligarlas a vivir un par de años en un país musulmán. Si tal dosis de realidad no surgiese efecto, es que ya su cura no tendría remedio.

EL DIABLO SE ESCONDE EN LOS DETALLES

1.-LAS DOS CLASES

Marx estableció entre los suyos que la historia del mundo era la historia de la lucha de clases. ¿Qué clases son éstas? Solo habla de dos, la de los burgueses y la de los proletarios, o, atendiendo a las relaciones de dominio, la de los dominantes y la de los dominados. Ahora bien, en ningún lugar ofrece una definición clara del término ‘clase’. Considerando que en las dos sociedades más industrializadas por aquel entonces, Inglaterra y Alemania, el número de agricultores propietarios tenía una magnitud similar a de empleados en las fábricas industrial, ¿en qué clase deberíamos incrustar a aquellos labriegos?, ¿y a los tenderos propietarios?, ¿y a los médicos?, ¿y a los funcionarios?… Y ya puestos a considerar, consideremos cualquier sociedad histórica previa o posterior a aquella en que vivió Marx, con jerarquías de dominio escalonadas en la que la mayoría de la población se encuentra en estadios intermedios. Sobre cualquiera que se encuentre en alguna de esas parcelas intermedias, ejercen sobre él dominio los situados ‘más arriba’ pero él ejerce dominio sobre los situados ‘más abajo’, ¿en cuál de las dos clases le incluimos?

Solo al final del tercer tomo de El Capital, Marx parece reconocer —y solventa ese reconocimiento en página y media— que le resulta complicado dilucidar a qué clase pertenecen algunos ciudadanos que ejercen una profesión liberal  o que regentan su propio y pequeño negocio. Todo parece indicar que Marx percibió que a lo largo de la historia siempre existió un conflicto de unos contra otros por el dominio, así que, para abreviar la cuestión y poder manejar el conflicto mediante las artimañas de la dialéctica hegeliana, embutió a todos en dos únicas clases, dos clases que, según él, surgen de las relaciones económicas sociales. Pero, con tan solo examinar ligeramente el asunto, en el conflicto de dominio intervienen la envidia, la impotencia, el resentimiento, el deseo de sobresalir sobre los demás…, algo que Marx ignoró o no tomó en cuenta o simplemente desconocía la naturaleza humana.

2.- DEL PSICOANÁLISIS

El psicoanálisis justifica al psicoanálisis, sin refutación posible. Por tales y otras razones carece de cualquier validez científica.

La eficacia del psicólogo ante su paciente radica en que éste pierde su pudor, se desnuda ante el profesional y le muestra sus llagas superficiales. Pero suele suceder que el psicólogo es corto de vista o carece de las gafas adecuadas para escrutar el interior de las heridas.

3.-LA NATURALEZA CUÁNTICA EN EL EXPERIMENTO DE LA DOBLE RENDIJA

El experimento de la doble rendija es un clásico de la física. Fue ideado por Thomas Young a principios del siglo XIX para dilucidar si la luz es de naturaleza corpuscular u ondulatoria. Al hacer pasar la luz por las rendijas de la figura se produce en la pantalla posterior, donde incide la luz tras atravesar las rendijas, figuras de interferencia ondulatoria, demostrando, así, que la luz se comporta como si fuera una onda que se propaga en el espacio. Lo curioso vino cuando el experimento se reformuló bajo la óptica de la mecánica cuántica; y no solo se ha realizado el ensayo con luz, sino también con electrones, neutrones y moléculas mayores. En todos estos casos, con el esquema del dibujo, se produce interferencia ondulatoria. Esto es, las partículas se comportan como ondas además de comportarse como corpúsculos.

Ahora viene lo curioso. Si colocamos un contador de partículas delante de las rendijas para comprobar por cuál de las dos rendijas pasan las partículas (sean éstas fotones de luz, electrones, neutrones u otras partículas con mayor masa), la interferencia se destruye, es decir, desaparece el carácter ondulatorio. Tal ocurre, aunque las partículas se envíen una a una por las rendijas.

Como afirmó Richard Feynman, es un fenómeno que encierra el corazón de la mecánica cuántica.

Resumiendo: sin contadores (esto es, sin un observador que pueda distinguir los caminos por los que transcurren las partículas) las partículas se comportan como ondas; con el contador, se comportan como corpúsculos. Así que el observador interviene en el fenómeno. De donde se deriva que el mundo ahí fuera no es independiente de nosotros. Ahora bien, este asunción de la mecánica cuántico es distinta a la premisa del idealismo: suponer que la realidad es un constructo de nuestra mente. ¡Que nadie se lleve a engaño!

AÑO NUEVO, ILUSIÓN NUEVA

Una pregunta: ¿en qué nos diferenciamos de las vacas?… Respuesta interesada: en que nosotros nos aburrimos y las vacas no. Las vacas pueden estar paciendo en el prado —en el mismo prado—horas y horas, días y días, semanas y semanas, toda su vida sin mostrar signo alguno de inquietud, dolor, disgusto o aburrimiento. En cambio, en los humanos aparece el hastío al poco de no hacer nada o de hacer algo repetitivo o, simplemente por encontrarse ‘bajos de ánimo’ o porque la actividad que les congrega no es de su agrado. Entonces, para que el tedio no pese como una losa en nuestro cerebro ligero de pensamientos y emociones, aparece el deseo de beber, o de fumar hierba, o de esnifar una raya, o de escuchar música a todo volumen, o de masturbarse o de realizar una orgía sexual. Y si tales remedios fallan —lo que, por razones varias, resulta harto probable—comienza en la cabeza del sujeto la quejumbrosa danza de la depresión del ánimo (no hace muchos años, se contenía ésta en aflicción, melancolía, tristeza… pero hoy nadie se detiene en zarandajas, todos entran en la depresión ‘a saco’), llegando en ocasiones a la desesperación de pretender suicidarse[1]. ¡ Por Dios!, ¡Bendita vaca en el prado!

Como remedio contra el aburrimiento y el hastío, la Evolución nos ha dotado con la capacidad de ilusionarnos, capacidad de la que carece la vaca —por mucho que los animalistas muestren su desacuerdo—, y la ilusión nos permite salir del prado para trazar otros derroteros vitales.

Parece ser —y en esto hay común acuerdo entre los psicólogos—que el mejor remedio para combatir el aburrimiento y encorajinar el ánimo consiste en tener un objetivo en la vida por el cual luchar, ilusionarse y disciplinarse… Mano de santo, dicen, contra el estado de ánimo de los suicidas. Al respecto, nos dice Bertrand Russell en La conquista de la felicidad, que «Probablemente el aburrimiento influyó más que nada en la costumbre de cazar brujas, como el único deporte que podía alegrar las noches invernales. … Las guerras, las matanzas y las persecuciones han constituido una parte de la lucha contra el aburrimiento. … Al menos la mitad de los pecados de la humanidad han sido cometidos para huir de él. …  Lo contrario del aburrimiento es la excitación. … La caza era excitante y la guerra y el galanteo.» Quizás haya en la base de muchos movimientos sociales un poso de aburrimiento que combaten con acciones y actitudes en defensa de los animales, la naturaleza, o bien se hacen mercenarios o miembros de ONG.

Todas las ilusiones son remedios, de corto o largo alcance contra el endemoniado aburrimiento, pero unas resultan más eficaces que otras, si bien, todas pueden producir efectos colaterales indeseados. Por ejemplo, poseemos la tendencia a empaparnos de la ilusión-utopía, que pone en un horizonte —generalmente lejano— una utopía sugerida por una ideología, una doctrina religiosa o nacionalista.Tal ilusión-utopía, lleva consigo el peligro de fanatizar a algunos miembros del colectivo, hasta el extremo de llevarlos a considerar enemigo a todo aquel que se opone a esa esperanza o que simplemente no cree en ella. Comunismo, fascismo, socialismo, nazismo, catolicismo (en sus tiempos de poder omnímodo)  promueven tal modelo de ilusión-utopía.

Otro tipo de ilusión es la ilusión-fantasía, que viene tan magníficamente ilustrada en el Cuento de la lechera, y cuyo surgimiento suele venir propiciado por momentos de ensoñación, si bien no podemos negar la existencia de gentes que viven ensoñadoramente. La sienten también los jugadores compulsivos a la lotería y muchos de los adictos a los juegos de azar. Sin olvidarnos que se da muy a menudo en gentes de todo tipo, por ejemplo, en novelistas que padecen reiteradamente la fantasía de que este último escrito suyo le hará alcanzar el objetivo de la celebridad que tanto busca.

Todas las ilusiones vienen cargadas con esperanza, pero focalizaré ésta en un tipo de ilusión que denominaré ilusión-esperanza, que mantiene quienes han laborado con esfuerzo y poseen fe y esperanza en conseguir aquello por lo que han luchado tanto, por ejemplo, conquistar a una chica o un chico de quien están enamorados, o el labrador que espera tener abundante cosecha, o el estudiante que se dejado los codos para conseguir sacar la alta nota que le permitirá estudiar la carrera de sus sueños, o el comerciante que ha estado largos años esforzándose para sacar su negocio a flote…

La ilusión que me resulta más grata la denomino ilusión-camino, por el hecho de que uno obtiene ya recompensa durante el trayecto que sigue hacia el objetivo que se ha propuesto. Si bien la considero muy satisfactoria, resulta ardua, pues uno debe alejarse de seguir los pasos de la gente en busca de la fama, el dinero, el poder, y la satisfacción le ha de venir de su labor diario, de hacer las cosas bien hechas, de adquirir virtud, de perfeccionarse en el día a día, de disciplinarse, de refinar sus habilidades…Los que escriben por placer, el ebanista artísticamente meticuloso, el músico que ensaya por puro gusto de perfeccionar su estilo, el pensador que cada día inquiere al mundo sin otro propósito que afinar su conocimiento, el que se presta desinteresadamente o obras culturales, etc., son algunos de los tipos de personas que digo. No les da esperanza el éxito final, sino los pequeños éxitos parciales que va cosechando por el camino.

El caso es que la ilusión encorajina, hace crecer el ánimo, motiva, provee de esperanza, protege contra el aburrimiento, el nihilismo, el hastío, el cansancio vital. La Evolución nos la entregó como salvavidas, para flotar en las tenebrosas aguas oceánicas del mundo real. 


[1] El número de suicidios en España llego en el año 2020 a 4.090, siendo veinte veces mayor el número de intentos, es decir, 80.000 intentos de suicidio.

POR EL BIEN DE LA HUMANIDAD

Los mesías  rojos se anuncian con un cartel que destaca en grandes letras  su amor por la humanidad. Solo hay que mirar la bibliografía al uso sobre la revolución bolchevique o la revolución cubana para percatarnos de ello. Lenin, Che Guevara y Fidel Castro levantan todavía olas de admiración en sus correligionarios, pero si se escarba un poco en sus hechos aparecen muchos, muchísimos, cadáveres. También los apóstoles rojos dicen actuar por amor a la humanidad, clamando en muchos casos por obligar a las gentes a “ser felices”. Expongo un ejemplo de apostolado.

Herbert Marcuse tuvo un reconocimiento grandioso durante los años 50 y 60 del siglo XX, gracias principalmente a dos de sus libros: Eros y civilización, y El hombre unidimensional. Posteriormente fue perdiendo importancia entre sus correligionarios marxistas. Sin embargo, no se puede negar que en sus escritos están prefiguradas gran parte de las ideas  con que se han conformado la ideología marxista-feminista-ecologista que hoy en día impera en Occidente. Marcuse clama en favor de los animales, del ecologismo, de Marx («…negativa a la rudeza, a la brutalidad y al espíritu gregario; aceptación del temor y la debilidad; reducción de la población futura»)

y de quienes jugarían el papel de proletarios (a quienes acusaba de haber perdido su negatividad), («…los proscritos y los extraños, los explotados y los perseguidos de otras razas y otros colores, los parados y los que no pueden ser empleados»).

Pero lo que me interesa resaltar ahora es su papel de salvador de la humanidad. Estas son algunas de sus recomendaciones sociales para cuando llegue el día esperado de la Liberación:

(«Quitarles las diversiones para que estallen: …la mera supresión de todo tipo de anuncios y de todos los medios adoctrinadores de información y diversión sumergiría al individuo en un vacío traumático…» …  «el no funcionamiento de la televisión y de los medios similares podría empezar a lograr, así, lo que las contradicciones inherentes del capitalismo no logran: la desintegración del sistema.»

«Ellos deben ser “obligados a ser libres”, a “ver los objetos como son y algunas veces como deberían ser”, se les debe enseñar el “buen camino” que están buscando».)

Marcuse es uno de tantos que proclama odio hacia todo el mundo en nombre de la humanidad.

Plantemos cara a la siguiente cuestión: ¿Por qué los grandes líde­res revolucionarios y todos cuantos ejercieron el terrorismo de izquierdas durante los siglos XIX y XX procla­maban a los cuatro vientos su beatífica intención de salvar a la humanidad de opresiones e injusticias de toda índole en vez de procurar exclusivamente por sí mismos y, en todo caso, en vez de procurar primeramente por el bienestar de sus allegados?

Rousseau clamaba por una educación infantil basada en la comprensión y el cariño, pero entregó a la inclusa a sus cinco hijos. Marx predicó la liberación del proletario de la penuria en la que estaba sumido, pero tres de sus cinco hijos murieron por las condicio­nes de miseria en que vivían, mientras su padre derrochaba la fortuna de su esposa en aprovisionar de armas a revolucionarios, mientras esquilmaba económicamente a sus amigos y se negaba a realizar trabajo alguno que proporcionara sustento a su familia. Lenin vivió gran parte de su vida a costa del dinero de su madre y luego del dinero que recibió de los alemanes para que rindiera las tropas rusas; y mientras arengaba a sus camaradas con discursos de salvación del proletariado, dejaba morir de hambre a millo­nes de rusos y ucranianos, o bien los fusilaba. Robespierre, en cambio, se declaró ene­migo de la pena de muerte, eso sí, antes de llegar al poder, a partir de entonces se mostró partidario de guillotinar a la mitad de los franceses. Otro salvador de la humanidad fue Che Guevara, quien pretendió hacer de todo revoluciona­rio una máquina de matar cargada de odio. Pol Pot, en cambio, era muy selectivo, pensó que solo los campesinos merecían ser liberados, así que arrasó las ciudades y a sus habitantes[1]. Si levantamos la máscara de la bella apariencia, del altruismo y la bondad hacia los desconocidos, aparece debajo la carne viva, la cruda realidad del personaje: una gran indiferencia hacia los cercanos, hacia los de la misma sangre. Un supuesto amor a la humanidad, por un lado, y, por el otro, un egoísmo extremo palpitando en la indiferencia que muestran para con los suyos. La máscara ideológica y lo que ésta esconde.

Tal impostura se puede entender como una estrategia —consciente o no—tendente a negar la maldad de los propios actos, propósitos y sentimientos, auto justificándose con una máscara de bondad. Un examen atento a sus actos y a sus propósitos delata en todos ellos  un odio inmenso a la humanidad. Ya que recono­cer tal odio les podría crear sentimientos de culpa, se convencen de que cometen sus crímenes por amor. Los seres humanos tenemos un arte especial para auto justificarnos. Quien haya leído la vida de esos personajes sabe que eran movidos por ambición de poder y por odio –las ideologías se encargan de ocultar esto—no por amor a la humanidad. Pero, en cambio, se convencen de actuar por amor, y su ideología es un buen disfraz para ello. Se dicen a sí mismos: me pro­pongo liberar a los pobres de la Tierra, así que tengo derecho a acabar con todos cuantos se opongan a mi beatífico proyecto. Así justifican sus crímenes. A su odio y a la utilización de los deshereda­dos de la Tierra para sus propósitos de poder y grandeza lo llaman amor a la humanidad, de ese modo ocultan su odio a la humanidad.

Otro día tocará hablar de los grandes multimillonarios, tipo Bill Gates o Soros, que pretenden salvar a la humanidad reduciendo la población mundial y empobreciéndonos a todos. También de los ecologistas, que pretenden salvar el planeta acabando con la especie humana. Por último, un consejo: si te hablan de salvar a la humanidad, al planeta, a los animales, a la patria, a la nación catalana…,  huye rápido de ellos.


[1] Un extraño amor a la humanidad demostró tener el filósofo Foucault, que veía cárceles hasta en las miradas y que abogaba a favor de asesinos comunes, pero alabó al Irán de los Ayatolas y rindió pleitesía a Mao, El Gran Timonel, bajo cuyo mandato murieron de hambre y fusilamientos más de cuarenta millones de chinos.

DIGAMOS LAS COSAS POR SU NOMBRE

populismo

De la barbarie del fanatismo

La barbarie de vivir esclavizado por unas creencias hasta llegar al punto de ofrecer la vida por ellas. ¡Ese amor a la vida, que es el santuario que la evolución humana ha construido para velar por su mantenimiento! El cristianismo o el islamismo han formado o forman parte de esa barbarie. ¡Entregar la vida, lo más preciado, por una idea! Del mismo modo, la creencia de un samurái acerca del deber de vivir en la esclavitud por pleitesía al honor y a la obediencia a su señor. Todo esto forma parte de la inconsistencia lógica del homo sapiens.

El deber

Es una orden asentada en el subterráneo de la conciencia. Una orden alimentada por un temor a una consciente o inconsciente amenaza en caso de incumplimiento. La dicha amenaza puede que pierda su vigencia con el tiempo, puede haberse borrado de la conciencia, pero sigue produciendo sus efectos temerosos hasta que no se examina a fondo la causa de su existencia. La amenaza puede referirse a un dios justiciero, a una creencia, a un sentimiento como la culpa o la vergüenza, o tal vez a una antigua previsión de lo que podría ocurrir en caso de incumplir el deber.

Mordaza legal. Los nuevos talibanes.

Propuesta de Margarita Robles en nombre del grupo parlamentario socialista: que se castigue con la pena de prisión de seis meses a dos años a quienes justifiquen o enaltezcan por cualquier medio de expresión “el franquismo”. Es decir, se prohíbe argumentar y ni siquiera examinar públicamente con rigor un periodo histórico. Esto recuerda la mordaza de la Iglesia durante la Edad Media.

El sentimiento como árbitro de la moral

Si uno de los nortes de la nueva moral es encontrar la felicidad a toda costa (lo cual ya inhabilita al sujeto para encontrarla) y el sentimiento es el hacedor de la felicidad, el sentimiento se convierte en árbitro y gobierno de esa nueva moral.

heidegger

Ejemplo de la filosofía ante la que los burros con orejeras se inclinan

Heidegger: “Sólo puedo dejar de estar porque estoy, solo puedo dejar de ser porque soy; porque sólo se acaba lo que todavía es”. Es decir, lo que nos está diciendo de ese modo tan snob es que “sólo puedo sacar lo que está dentro”. A esa sarta de obviedades oscuras se la conoce como profundidad filosófica.

Las palabras de Mario Bunge son muy esclarecedoras al respecto: Heidegger tiene todo un libro sobre El ser y el tiempo. ¿Y qué dice sobre el ser? «El ser es ello mismo». ¿Qué significa? ¡Nada! Pero la gente como no lo entiende piensa que debe ser algo muy profundo. Vea cómo define el tiempo: «Es la maduración de la temporalidad». ¿Qué significa eso? Las frases de Heidegger son las propias de un esquizofrénico. Se llama esquizofacia. Es un desorden típico del esquizofrénico avanzado.

Más del animalismo

En el animalismo más extremo van de la mano una naturaleza hipersensible, casi enfermiza, y un fanatismo totalitario. Lo curioso es que esa misma mezcla se da en los revolucionarios, sean de izquierdas o de derechas: hipersensibilidad justiciera y un odio feroz acompañado de ansias de venganza.

Lo justo

Aquello que consideramos justo obedece a tres razones que dicta nuestro cerebro: a las creencias que tenemos acerca del mundo, a los sentimientos que nos embargan, y a los intereses que nos guían (yendo más allá, las tres razones están muy relacionadas entre sí y se ejercen influencia mutua). En esencia, la apreciación de lo justo es totalmente arbitraria.

Inteligencia

Dice Stephen Hawking que la inteligencia es la capacidad de adaptarse al cambio

intelectuales

Intelectuales de izquierdas

Resulta muy curioso: la mayoría de los llamados intelectuales de izquierdas dicen defender la libertad (y la levantan santuarios desde sus púlpitos), pero proclaman su admiración por regímenes totalitarios y por  dictadores. Marcuse abogaba por quitar la libertad de manera absoluta a las gentes para así poder educarles a su antojo; Sartre era un firme defensor del comunismo y sentía una fuerte admiración por Mao. Foucault fue más lejos y además de sentir admiración por Mao, lo sentía por Jomeini y su revolución islámica en Irán, mientras que en los países donde había libertad le daban nauseas. Resulta también chocante que Carillo, íntimo amigo del atroz dictador rumano, Ceausescu, y la Pasionaria, siempre al lado de Stalin, el mayor criminal de la historia, sean proclamados todavía defensores de la libertad. No resulta tan extraño que George Orwell los reconociera a tiempo de escribir 1984.

odio

Las vanguardias del odio

Es notorio que los partidos políticos clásicos carecen de ideología y lo único que les preocupa es cómo conseguir rápidamente el poder. PSOE y PP son un buen ejemplo de ello. Su gran reto es conseguir que sus varios centenares de miles de afiliados continúen mamando de la ubre de Papá-Estado. Así que, sin ideas que ofrecer, se inclinan a apoyar las ideas de grupos minoritarios organizados cuyas proclamas las carga el odio y cuyas propuestas llevan el propósito de la destrucción, aunque se disfracen con pieles de cordero. El Populismo de Podemos, el Feminismo y el Animalismo, son algunos de esos grupos.

No hablo de los militantes o seguidores, sino de sus vanguardias. Sean movimientos revolucionarios o redentores, sus vanguardias se mueven por odio. Odio a la Democracia Liberal y a todos sus valores y libertades, en el caso del Populismo; odio a los hombres y a la institución familiar, en el caso del feminismo; odio a los sentimientos fuertes y a la consideración del ser humano como algo singular, en el caso de animalismo. El odio actúa de punta de lanza para cambiar la sociedad.

Tan fuerte es hoy en día el poder de estos grupos que las mentiras más escandalosas, las estadísticas amañadas, la más burda manipulación informativa, las polémicas superfluas, las cosas más nimias e insignificantes, mediante un gran aparato de medios y un repiqueteo constante, son presentadas –magnificadas—como  verdades inobjetables que todo el mundo debe acatar. Y si alguien presenta reticencias a aceptarlas envían contra él a la policía del pensamiento que junto a las numerosas y absurdas leyes que han conseguido aprobar, constituyen los medios televisivos y online. Hoy se persigue con todo denuedo a la libertad en nombre de la libertad.

De los grupos

Recuérdese: todas las doctrinas que colocan al grupo delante del individuo conducen al totalitarismo.

 

 

El yo, los yos

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Si uno evoca la ocasión aquella en que hizo el más espantoso de los ridículos, vuelve a sentir una dentellada de vergüenza y, aún, aunque de forma aminorada, se fustiga con desdén. Tal hecho parece mostrar que poseemos un yo que nos conecta con los aconteceres pretéritos y con las emociones que palpitaron entonces. Pero, ¿y si los recuerdos nos hubieran sido implantados? En todo caso, se trata de un yo que tiene mil caras cambiantes, o, mejor, un yo reflejado en mil espejos que se deforman contantemente, o, con mayor propiedad, un yo formado por esos reflejos.

Forman parte de ese yo todos los sistemas del cerebro que procrean nuestro “ser” y velan por él. Sistema de atención, de memoria, sentimientos, razón, impulsos, imaginación, procesamiento, deseos, temor…, y otros sistemas que posibilitan que aniden creencias en nosotros y que fluyan pensamientos. Todos esos sistemas –que se encuentran muy relacionados entre sí—son  espejos donde se mira el yo y donde descubre a cada instante que ya no es el mismo que era en el instante anterior, pues en cada momento cambia la curvatura de los espejos y la imagen que producen. Así que nuestro yo cambia de manera continuada, pero algunos cambios quedan impresos con tinta que es poco menos que indeleble.

Si cambian mis creencias acerca de la realidad, cambia mi forma de escrutar y juzgar el mundo, y mi yo cambia de manera tan duradera como las nuevas creencias que han hecho en mí su asiento. Por ejemplo, ha bastado que en Cataluña prendiera la llama nacionalista para que padres, hijos, esposos, amantes, amigos íntimos, dejaran de hablarse y reemplazaran el amor que se tenían por odio. Ese nuevo yo ve de otro modo los hechos, está animado de otros sentimientos, juzga de manera diferente.

En este caso, las creencias han arraigado en regiones profundas del cerebro y desde allí gobiernan el reflejo de todos los espejos. Gobiernan la razón, la lógica, las emociones y los deseos, que se ponen a obrar a su servicio. Un nuevo yo ha aparecido; gigantesco, fanático, peligroso. El mismo yo que apareció en Yugoslavia y produjo centenares de miles de muertos croatas, musulmanes y serbios que hasta entonces vivían en concierto.

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Y, sin ir tan lejos, mi yo matutino es distinto al de la tarde, y mi yo a los 20 era muy distinto al que fue a los 40 y muy distinto al de ahora. Cada uno de nosotros ha transitado mil yos que han sentido, pensado y creído cosas muy distintas de manera muy diferente; que han sido “otros yos” que ahora apenas reconocemos.

También el yo del enamorado, el yo del fanático, el yo del guerrero, el yo del religioso o de animalista, el yo del científico, el del revolucionario… ¿no obedecen en gran medida todos ellos a las circunstancias y a las creencias y temores que uno tiene?, ¿no son intercambiables sus actores?, es decir, ¿no puede el individuo que fue torero hacerse animalista, y el pacifista hacerse guerrero? Claro que pueden. El pedófilo no siempre lo ha sido, ni tampoco el asesino, ni el masoquista ni el sádico ni el bendito, aunque tuvieran algunas predisposiciones para serlo. Ha sido la labor duradera de los tornasolados miles de yos que pergeñan los espejos quien les ha conducido  por esos caminos de anormalidad.

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Habrá quien objete que los recuerdos establecen una historia personal e intransferible que determina un solo yo, aunque sea un yo histórico y ambiguo en su manifestación, pero esta objeción –que  no refuta los múltiples yos antedichos sino que redefine el yo atribuyendo su unicidad a su cúmulo de experiencias y recuerdos—no resulta muy válida porque los recuerdos no tienen la consistencia que parecen tener. Durante los noventa del pasado siglo se dio en EEUU una plaga de acusaciones por parte de gente de mediana edad que aseguraban haber sido violados por alguno de sus progenitores durante la infancia. Más tarde se descubrió que se trataba de falsos recuerdos inducidos por una pléyade de psicoanalistas que sostenían sin criterio objetivo alguno que todas las enfermedades psíquicas provenían de abusos sexuales en la infancia.  David Eagleman, en su libro El cerebro, relata el caso de la neurocientífica Elizabeth Loftus, de la Universidad de California. Nos dice que cuando era niña su madre se ahogó en una piscina. Años más tarde un pariente le dijo que fue ella quien la encontró ahogada. Ella lo ignoraba, pero se puso a pensar en cosas que recordaba, como la llegada de los bomberos, y enseguida visualizó a su madre ahogada. Pero luego el mismo pariente la llamó para comunicarle que había sido un error, que fue su tía la que encontró el cadáver. Así que todo lo que había “recordado” era un producto de su imaginación. La memoria es frágil y muchas veces se rellena con cosas imaginadas.

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El yo viene a ser, también, valga la comparación, como la ciudadela de nuestro cuerpo, que tiene que hacer frente a las embestidas de la realidad, y para eso varía sus defensas, distribuye sus defensores, arregla lo destruido y construye nuevos torreones constantemente. Nuestros cerebros no paran de reescribir sus circuitos neuronales (no paran de curvar los espejos) para adaptarse a la realidad, y el yo cambia en correspondiente manera. Y, ¡pobre del individuo que tenga un yo poco elástico, es decir, que se haya mantenido siempre fiel a unas creencias, a unos deseos, a una forma determinada de sentimentalidad!, porque significaría que apenas ha aprendido nada en su vida.

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LOS NUEVOS CONVERSOS

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Se denomina converso a aquel que ha adoptado nuevas creencias políticas o religiosas aborreciendo las que tenía previamente. Así lo proclaman los diccionarios, pero la cosa tiene más miga de lo que aparenta, y me atrevo a decir que hablar de creencias resulta presuntuoso en los más de los casos. Alego tal reparo porque la conversión siempre tiene mucho más de tránsito sentimental que de tránsito ideológico. Pero ya se pondrá en claro el asunto.

Lo que llama la atención en el nuevo converso es su radicalización, y a tal proceso dedico este escrito. Vemos al diputado de Congreso, el tal Rufián, que se enfrenta a sus ancestros y a su lengua materna y a sus compañeros de la infancia y se enfrenta a toda España, con una arrogancia y agresividad amenazantes y chulescas. Recordemos también que el Gran Inquisidor Torquemada era un judío converso. Y no debemos olvidar que las filas de esos radicales nacionalistas de la CUP que han paralizado la Universidad catalana durante meses están repletas de jóvenes cuya lengua materna y sus apellidos y sus amistades son de raíz castellana.

Voy a pasar a otro tipo de conversos, los que se hacen musulmanes, pues de ellos se poseen más datos en países como el Reino Unido o Norteamérica, ya que aquí en España lo políticamente correcto es una mordaza que impide que datos de ese tipo se publiquen. En esos dos países se ha puesto en evidencia que los musulmanes más radicalizados son los de reciente conversión. En el RU los conversos son un 4% del total de musulmanes pero representan un 12% de yihadistas de nacionalidad británica. En EEUU un 20% del total de musulmanes se crió en otra religión, pero un 40% de ellos fueron alguna vez arrestados bajo la sospecha de haber sido reclutados por el IS. En Francia, Alemania y Holanda resulta cuatro veces más probable que los nuevos conversos se alisten en la Yihad que los musulmanes que se criaron en esa religión.

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Los psicólogos sociales siguen debatiendo las causas de esta radicalidad del converso. Yo voy a ofrecer mi versión del proceso que tiene lugar.

Partamos del hecho ampliamente constatado de que el nuevo converso se sentía previamente “erradicado” de su ambiente social, desvinculado. El Rufián mentado tiene a gala contar que fue a raíz de su entrada en un Instituto de Educación en el que la lengua catalana dominaba con imperio, que sus mimbres nacionalistas se tejieron. Muchas de las conversiones al Islam ocurren en prisión, lugar de desamparo donde los haya; o en ambientes degradados socialmente de los que el individuo quiere escapar. En tales ambientes el sujeto se carga de resentimiento y odio, se hace antisistema, contracultural, y si un grupo que le brinde cierto cobijo llama a su puerta, la abrirá de par en par.

Para el neófito el grupo de acogida es un seno materno que le ofrece comunión y hermandad; el grupo lo “radica”, le otorga credenciales nuevas. La entrada viene a ser para él un rito purificador, tal como la inmersión de los seguidores de Juan Bautista en el río Jordán, es decir, el neófito se siente purificado, limpio de los estigmas y máculas que previamente arrastraba consigo.

Y lo que es igualmente importante, el sujeto siente que su odio y su resentimiento están justificados, ya que el grupo le presenta a un enemigo a quien hace responsable de todos los males que el neófito padecía y contra quien encauza y vierte sus odios. España es tu enemigo, Occidente es tu enemigo, es el culpable de todos tus males, le dicen severamente al neófito nacionalista catalán o al neófito islamista, y acompañan lo dicho con una palmadita de amparo y afecto en la espalda. De ese modo el aspirante a converso vence todas las prevenciones que tenía contra la doctrina que impera en el grupo de acogida. Entra en el redil agradecido y purificado.

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El siguiente paso consiste en introducir en el horizonte imaginativo del sujeto un paraíso de redención: una quimérica Ítaca en los casos del independentismo vasco o catalán, el paraíso socialista por venir en el caso del comunismo, o un placentero y eterno paraíso repleto de huríes en el caso musulmán. Tal ilusión amortigua en el converso el impacto de la sangrante realidad en que vive, y le infunde la esperanza de una felicidad venidera sin tasa.

Por último, la explicación del hecho de su radicalidad. Es el más sencillo de explicar: el nuevo converso debe ofrecer muestras fehacientes de que se consagra a su nueva fe poniéndose en la vanguardia reivindicativa. Quienes sigan las vicisitudes de las bandas callejeras latinas en ciertos países de Sudamérica o en los EEUU, o quienes, al menos, hayan visto series televisivas sobre el tema, saben que el pacto de entrada en la banda ha de sellarse con un acto de violencia o de sangre. Solo de esa manera se le considera al neófito parte del grupo, solo de esa manera se eliminan las suspicacias de los miembros más antiguos. Así se explica que los nuevos conversos musulmanes sean los más propensos a engrosar las filas de la Yihad; y se explica que se señale a los charnegos como los más agresivos en las filas del independentismo. El converso debe afianzar sus nuevas señas de identidad con un acto de agresión al enemigo. Debe hacer visible a los ojos de los demás que encauza contra él su odio.

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La libertad como máscara

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¿Lucha la gente –los individuos, los grupos—por su libertad, o es todo un artificio?, ¿ luchan realmente muchos catalanes por su libertad, o por causa del odio que les han hecho sentir contra la entidad España, o simplemente se dejan llevar de la mano de sus líderes –que ocultan intereses inconfesables—al sacrificio como ganado de carne? Luchar por la libertad ha sido casi siempre la excusa para cometer iniquidades de todo tipo. La libertad ha sido la Gran Puta a todos los convites invitada y por todos manoseada y ultrajada. Los grupos más diversos dicen luchar por ella pero luchan por encarcelarla; las personas dicen luchar por ella pero luchan para evitarla.

El canto a la libertad se escucha en cualquier ámbito, parece como si su melodía fuese excelsa, como si todas sus notas deleitasen el oído de todo tipo de gentes; pero me temo que en muchos oídos suenan hirientemente sus compases. Para estos, la libertad es una pesada carga que no se hallan dispuestos a soportar sobre sus hombros.

Se ha utilizado de estandarte en las guerras más cruentas y en las dictaduras más ominosas. Tenemos buenos ejemplos de ello en la Guerra Civil española y en las dictaduras comunistas. Unos contendientes y otros decían luchar por la libertad cuando lo que en realidad pretendían era imponer su tiránico dominio.

La libertad de opinión y la libertad de elección quizás sean los tipos de libertad más representativos.  La libertad de opinión no consiste únicamente en tener leyes que la protejan, sino también en que no exista una moral que la restrinja drásticamente. Como señalé en mi anterior artículo, hoy en día la moral de Lo políticamente correcto es fuertemente represora a ese respecto. Sobre el feminismo, animalismo, ecologismo y otros ismos se han establecido tabús que nadie en su sano juicio se atreve a negar o cuestionar so pena de suicido laboral, ostracismo social o cárcel. Y lo que es aún peor, las instancias jurídicas tampoco, sino que se someten al imperio del tabú y dictan aberrantes sentencias. Se ha impuesto una dictadura moral.

Pero mi propósito en este artículo es hablar de la libertad de elección, de esa libertad que en ocasiones abruma a quien la carga sobre sus hombros. El problema radica en que el hombre necesita seguridad y confiar, y poseer una cierta certeza sobre el futuro que le espera, y como no puede conseguirlo con su criterio y sus conocimientos, se entrega a las creencias de otros y delega en ellos su opinión, su saber y sus criterios. Nietzsche, con su peculiar perspicacia, señala en El ocaso de los ídolos que «reducir algo desconocido a algo conocido proporciona alivio, tranquiliza, satisface y da además un sentimiento de poderío. […] Primer principio: cualquier explicación es mejor que ninguna. Como cualquier explicación hace tanto bien, el hombre la toma por verdadera. Prueba del placer como criterio de verdad». Dicho de otro modo, para no tener que escoger a cada paso una opción entre las diversas que se le presentan, delega en líderes de opinión la elección política, cultural, económica, social, moral, etc., se convierte en parte de un rebaño. Esa conversión le evita la angustia de la duda.

La gente se somete y se encadena a un grupo político o religioso o a cualquier asociación despótica. Produce risa, cuando no sonrojo, escuchar seriamente a un político decir que lo primero es el partido, como si él fuese un apéndice insignificante sin valor alguno. Pero eso es solo una máscara. El caso es que la gente se siente feliz siendo una marioneta en manos de los líderes del grupo. Los sentimientos que se exaltan en el grupo como el orgullo de pertenencia o la adoración al líder, les satisfacen en mucha mayor medida que el ejercicio reiterado de la libertad de elegir. De esa manera no tienen que escoger entre un camino u otro, entre un juicio u otro, entre una actitud o un criterio u otro, sino que se someten al líder y eligen el camino, el criterio o el juicio que éste les marca. Delegan su libertad.

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El problema de aborrecer de la propia libertad se puede plantear con el siguiente ejemplo: ¿por qué un musulmán nacido en Francia, descendiente de inmigrantes en segunda o tercera generación, que disfruta de una gran cantidad de derechos sociales y libertades, se radicaliza tan fácilmente y se une a las filas del DAESH? La respuesta se cifra en que al sujeto no le satisface la libertad, en que prefiere seguir la ruta que otros le dicten y canalizar en ella su odio. Se cifra en que mucha gente prefiere ser esclavo, en que prefiere formar parte de un rebaño y tener a un líder al que adorar y someterse. En el rebaño creen encontrar seguridad y creen ser importantes. El sujeto lleno de odio y resentimiento contra los demás debido a su insignificancia, encuentra en el rebaño el sosiego de espíritu: la duda le desaparece, sabe quién es su enemigo, lanza contra él su rencor, la idea o el eslogan que le dictan es todo cuanto bulle en su cabeza.

Curiosamente, algunas declaradas feministas se inclinan ante el Islam, lo tienen en alta consideración, o incluso se convierten. Defienden que las musulmanas usen el burka y apoyan una religión que esclaviza a la mujer. No hay otro entender a esto que la suposición de que íntimamente anhelan someterse y que su feminismo era una máscara; anhelan quitarse el peso de la libertad de encima, dejarse guiar, que las conduzcan, no tener a cada instante que debatirse en elegir: aceptan la esclavitud arropada por una creencia.

Tiene lugar un interesante proceso psicológico en quienes se someten al rebaño. Si se han refugiado en él huyendo de la pesada carga de la libertad, a poco que su acomodo en el grupo les resulte satisfactorio, a poco que se sientan satisfechos de su nuevo estatus, empieza a desarrollarse en ellos un afilado miedo a perder el cobijo que han hallado. Para aliviar ese temor –que con el tiempo se hace hábito llevadero—estos sujetos ahondan en su sometimiento, se inclinan aún más ante la organización y los líderes. Se comportan como se comporta el lobo omega, que ofrece su cuello a la dentellada del macho alfa para apaciguarlo. Es una reacción de miedo, el miedo a la libertad de que habló Erich Fromm. Tales sujetos se convierten voluntariamente en esclavos, en reses bípedas del rebaño en que se han refugiado.

Lo peligroso para el integrante de un rebaño es que el pastor le puede conducir a despeñarse en un abismo sin que él se percate de su destino, o, de percatarse, puede que los años de esclavitud ideológica le hayan imposibilitado para el acto de negarse a caer en el abismo e incluso para levantar ninguna protesta. Esto no es exageración de ningún tipo. Vimos en la pasada legislatura socialista callar a todos los militantes ante las absurdas decisiones de Rodríguez Zapatero, que terminaron por llevarnos al desastre.

Demos, pues, a la libertad el valor que tiene: los cantos a la libertad de los grupos más variados no son otra cosa que engaños; y el rechazo a la libertad que realizan muchas gentes es tanto el miedo a la libertad que mostró Erich Fromm como el dolor que les produce la pesada carga de la libertad sobre sus escuálidos hombros. Sin embargo, la libertad es el mayor bien para las gentes selectas, para las gentes que tienen anchos hombros y defienden tener sus propias ideas, juicios y criterios. Desgraciadamente no son muchas gentes estas.

 

Pensar con las tripas

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Como dijo el viejo torero Rafael “El Gallo” cuando supo que el oficio de Ortega y Gasset era el de pensador: tiene que haber gente para todo (en realidad dijo ‘tié kaver gente pató’), hay gente que piensa con el cerebro y hay gente que piensa con las tripas. Voy a poner ejemplos de ello.

En anteriores Entradas de este Blog he hablado de la fuerte tendencia que mostramos a justificar nuestras acciones, aunque si la misma acción la cometiera otro individuo nos parecería horrenda. A justificarnos a nosotros mismos y a justificarnos delante de los demás. El ansia por aparecer sin culpa ante el ojo ajeno hace que validemos cualquier excusa e incluso que el argumento que empleamos para ello lo consideremos lógico. Nos la llegamos a creer, llegamos a tomar cualquier excusa como infalible verdad.

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Existe el pensamiento individual y el pensamiento grupal. Éste consiste en un esquema conceptual formado por ciertas creencias sobre el mundo y por ciertos juicios acerca de la realidad, que se repiten en las conciencias de todos los miembros del grupo de referencia. Ahora bien, cuando dichas creencias y juicios acerca de un asunto son idénticos en todos los miembros del grupo, cuando cobran su imperio en  todos ellos e impiden la posibilidad de que emerjan juicios distintos a los que manifiesta el grupo, con toda propiedad podemos hablar de reses bípedas en vez de individuos, y de rebaño en vez de grupo.

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Un rebaño es una asociación de ganado que un pastor dirige a su antojo mediante su gayata y mediante ciertas voces y silbidos. Así ocurre con un rebaño de ovejas y con un rebaño de hombres. El rebaño, como un todo, también busca la justificación de sus actos y el justificarse a los ojos de los demás, y también le resulta lícita y lógica cualquier excusa o cualquier juicio que emplee para esa justificación.

La res bípeda cree en la excusa como si ésta poseyera una lógica contundente, como di derivara de los principios más básicos del intelecto. Sin embargo, vista desde fuera del rebaño, un somero y desapasionado examen basta generalmente para percibir su fealdad, su carencia de lógica, su falta de razones, o, mejor dicho, no posee otras razones que las de la pasión, y esas razones no vienen de la conciencia sino del intestino, tal como si se hubieran fraguado en él.

Hoy presento tres excusas –que aparecen como juicios—del tipo señalado, tres excusas que son harto populares, que se emplean profusamente como acendrada verdad. Uno de estos juicios –extraordinariamente extendido en estos tiempos de crisis—asevera que el igualitarismo, el comunismo, es la esencia de la equidad y de lo puro y bueno, siendo el único suelo posible para la paz social y la felicidad humana.

Cuando una res tiene una creencia asentada es difícil que razón alguna en contra le haga mella. Actúa como una coraza colocada en la conciencia de cada miembro del rebaño que impide que allí se asienten nuevas ideas y juicios distintos a los que el pastor dictamina. De nada valen contra esa coraza las razones de la experiencia comunista en los países donde este sistema se implantó. De nada vale que todas esas experiencias condujeran a dictaduras despiadadas y a la miseria generalizada. De nada valen tampoco la experiencia de tantas sectas igualitaristas que destruyeron como personas a los individuos que las integraban, o que acabaron en suicidios colectivos. Ni valen las razones que aporta el filósofo Karl Popper (el filósofo más importante del siglo XX junto con Bertrand Russell) en La sociedad abierta y sus enemigos, de que el igualitarismo conduce irremediablemente al totalitarismo.

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Las excusas justificativas que forman la coraza o escudo en la conciencia de las reses de este rebaño (y que tratan de justificar el juicio acerca de la bondad del comunismo) son:

  1. En esos países no se instauró el verdadero comunismo porque sus dirigentes lo pervirtieron desde buen comienzo.
  2. USA es el verdadero culpable del fracaso de los sistemas comunistas, debido a que torpedeó esos procesos.
  3. Karl Popper era un facha (fin de la discusión)

Así que, según esas excusas, China, Rusia, todos los países del Este de Europa, Camboya, Laos, Cuba, Corea del Norte, se hundieron en la miseria y el totalitarismo debido a sus malos gobernantes. Nada tuvo que ver en ello la implantación del comunismo. Esta es la lógica de las tripas. Y, claro, EEUU es culpable de todo cuanto de malo ocurre en el mundo, es el chivo expiatorio que elimina nuestras responsabilidades. Y, claro, Karl Popper, un hombre exquisitamente culto, un amante de la verdad y la libertad por encima de todo, un hombre apenas comprometido en movimientos políticos, era un facha, ¡por qué dudarlo! Éstas son las razones del intestino.

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Pero existe en la actualidad un ejemplo aún más elocuente de excusa justificativa. Verán, por lo escuchado recientemente en varias tertulias televisivas (sería muy injusto denominarlos debates), los responsables de la deriva nacionalista catalana no son el Sr. Maragall (que implantó la semilla más fructífera del independentismo al inventarse la necesidad de un nuevo Estatuto Autonómico que nadie demandaba, por mero interés personal) ni es el antiguo presidente del gobierno de España, el señor Zapatero (que con su falta de previsión e inteligencia apoyó ese proceso y abrió la caja de los truenos) ni es tampoco el muy corrupto Honorable señor Pujol (que sustentó su poder y su latrocinio a través de la denigración constante de España, a quien hacía responsable de todos los males enraizados en Cataluña) ni siquiera culpan a Ezquerra Republicana (que odia todo cuanto recuerde a España) ni al señor Mas (que ha impulsado contra viento y marea el proceso independentista para ocultar sus miserias y corrupciones). No. Según estos adalides de las razones del intestino, los verdaderos culpables de la deriva nacionalista catalana son el Partido Popular y Ciudadanos, “por protestar contra el proceso y poner el grito en el cielo por ello” (sic) No sé si ustedes se habrán percatado del esplendor de la magnífica lógica empleada: no es responsable de una acción el valedor de ella ni el que la instigó ni el que la ejecutó, sino el que protesta de que dicha acción se lleve a cabo. No es el culpable el asesino, sino la víctima.

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Pero la palma de las excusas y de pensar con los intestinos se la lleva la que trata de exculpar al radicalismo islámico de toda su barbarie asesina. La excusa es ésta: Si ellos atentan ahora en Europa, los cristianos lo hicieron primero mediante las cruzadas. Excusa que se complementa con esta otra cuando se emiten juicios contra el fanatismo musulmán: Si ahora ellos son fanáticos, también los cristianos lo eran. Como se aprecia, la lógica de las frases es la siguiente: los musulmanes de ahora tienen derecho a la venganza por lo que hicieron los cristianos hace 900 años (es decir,  se trata de justificar la revancha de Oriente contra Occidente, las personas no importan ni el tiempo transcurrido tampoco); y si los cristianos eran fanáticos hace 900 años, los musulmanes tienen el mismo derecho a serlo ahora. El absurdo lógica o la lógica del absurdo.

En una conferencia escuché al señor Savater la siguiente pregunta –que él hacía a sus alumnos del curso de filosofía: un hombre sale del trabajo hacia su casa pero por no dar un rodeo se interna en un bosque donde es atracado y apaleado. ¿Quién es el culpable?

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Una buena cantidad de alumnos echó la culpa a la infancia penosa del atracador, causa de que se hiciese delincuente.  (Ni que decir tiene que estos alumnos eran freudianos). Otra cantidad aún mayor culpó del atraco al Sistema, que posibilitaba las desigualdades e impulsaba a delinquir. (Naturalmente estos alumnos eran anticapitalistas). Dos o tres alumnos echaron la culpa a la víctima por adentrarse en el bosque. (Estos, claro, eran de moralidad laxa). Pero nadie, ¡¡¡Nadie!!!, culpó al atracador. ¡Tomar el rábano por las hojas!

El mundo se ha vuelto tan disparatado, ha desaparecido el sentido común de forma tan radical, que tal vez debamos buscar la cordura en la selva.

TEMORES

EL TEMOR

Tengo para mí que el temor no se encuentra bien tipificado en los diccionarios. El Diccionario de uso del español de  María Moliner lo define como «la creencia de que se puede recibir daño de otra persona o de una cosa», y se le encasilla vulgarmente como un miedo mo­derado. Pero en el temor existen gradaciones que abarcan desde el suave desasosiego al terror agónico o al pánico.

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Expongo un ejemplo histórico de temor desorbitado: En marzo de 1220 Gengis Khan tomó Samarcanda y masacró a su población. Igual suerte sufrió el Jorasán iraní y Afganistán. Las ciudades fueron reducidas a escombros y los cronistas musulmanes de la época narran que los cráneos apilados formaban montañas. Tal devastación provocó en el imperio musulmán un temor inmenso hacia los mongoles. Un temor que podemos apreciar por el relato del cronista Ibn al-Athir:

Me han contado cosas que apenas pueden creerse; tan grande era el es­panto que Alá había puesto en todos los corazones. Se cuenta, por ejem­plo, que un solo jinete tártaro entró en una ciudad muy poblada y se puso a matar a todos sus habitantes uno tras otro sin que nadie se atreviera a defenderse. He oído decir que un tártaro, no teniendo ningún arma y que­riendo matar a uno que había hecho prisionero, le ordenó que se acostara en tierra, fue a buscar un sable y después mató a ese desgraciado, que no se había movido.

Sacamos la conclusión que el temor nacido en la conciencia de los musulmanes por el hecho de imaginar la ferocidad de los mongoles, fue creciendo hasta convertirse en pánico paralizante. Como se ve, el temor es un miedo anticipado, es el miedo que la conciencia construye al imaginar peligros venideros.

Otros muchos ejemplos sobre el temor nos son cercanos: la del aprensivo, que siente un temor difuso al contacto o a la ingestión de una sustancia que tiene como tabú; la infinidad de temores que sentimos a diario y que según lo medroso de nuestro temperamento pueden encogerse al pensarlos o, por el contrario, hacerse gigantescos; el temor supersticioso que nos sobrecoge al cruzarse en nuestro camino u gato negro o si nuestro horóscopo nos lanza previsiones funestas…; incluso hay documentadas muertes por temor debido a la maldición lanzada por un hechicero o por haber violado un tabú.

Pero el temor presenta aún mayor vigor y presencia en nosotros porque aparece camuflado en la mayoría de los sentimientos. La vergüenza, la timidez, el pudor, el miedo al ridículo, no son otra cosa que temor a aparecer a los ojos ajenos disminuido, a que los demás nos perciban carentes de cualidades y méritos. La compasión representa el temor a encontrarse uno mismo en el lugar del compadecido en el futuro. Los mismos celos representan el temor que sentimos ante el peligro de perder la posesión afectiva que creemos nuestra.

El quid del asunto estriba en que en el pensamiento se produce un juego a tres bandas en el afán de prevenir los peligros: las creencias del individuo sobre el asunto que le preocupa, las razones que emplea para su análisis, y la emoción que el asunto le genera; de la mutua influencia entre ellas se genera el pensamiento del que se alimenta el temor. Recursiva y retroactivamente se influyen las tres[i], pudiendo llegar a imaginar situaciones imposibles en las que el peligro, la amenaza o el daño se agrandan hasta límites fuera de la realidad, produciendo un temor desproporcionado que puede hacerse terror.

Un temor de actualidad

Cuando desaparecen los valores sociales o son relativizados hasta perder su misma esencia, ocurren cosas como las ocurridas en Roma en el siglo III d. C., que la guardia pretoriana asesinaba a los emperadores a su antojo y vendía el cargo al mejor postor. Varias decenas de ellos se sucedieron en un solo siglo (algunos sólo duraron días), pues la soldadesca de las legiones copiaron a los guardias pretorianos y elegían un emperador hoy para asesinarlo mañana, dándose el caso de que varias legiones eligieran cada cual al suyo en distintos territorios y disputando guerras por imponerse a los demás.

El circo que organizan a diario Podemos y el nacionalismo catalán me recuerdan enormemente este asunto. Haciendo caso omiso de leyes, valores y símbolos, o despreciándolos,  no les preocupa otra cosa que salir cada día en el noticiario de televisión diciendo sandeces que lleguen fácilmente a los intestinos de la audiencia. Ya hemos tenido en un año tres votaciones para el Congreso y me temo que se producirán algunas más en un corto periodo de tiempo. También tenemos a nuestros  invasores bárbaros,  cuyo ánimo secreto es acabar con nuestro sistema democrático. Y tenemos nuestro senado romano, el Congreso de Diputados, que, como aquel, parece una chirigota.

Malos tiempos nos aguardan.

 

[i] Mediante las creencias categorizamos situaciones, hechos y personas y  esa categorización lleva aneja una etiqueta emocional que, a su vez, es germen de determinados pensamientos, que en la vía de doble dirección que señala Damasio, influye en las emociones, que influye a su vez en los pensamientos, que influye en las creencias, que…

EL ABURRIMIENTO

Uno de los grandes males que acechan al individuo es el aburrimiento. Antiguamente se combatía con el sexo, la caza, la lucha, el juego, la guerra, el alcohol o las drogas. Los rituales mágicos de los sabios de la tribu trataban de mitigarlo imponiendo obligaciones en la conciencia de las gentes, es decir, descargándoles de parte del insoportable peso de la libertad individual. Algunas modas eran como juegos con la finalidad  de combatir el aburrimiento, así, el siglo II tuvo la moda de la discusión filosófica, y otros siglos fueron de acendrada religiosidad; en Francia los salones de los nobles y ricos eran los únicos lugares donde combatir el aburrimiento (quien haya leído a Marcel Proust sabrá de lo que hablo), bien es verdad es que los pobres apenas se aburrían pues apenas tenían tiempo para ello. Las danzas, la música, el contar cuentos, las lecturas cuando se aprendió a leer, han sido grandes remedios contra el aburrimiento. Ahora gozamos de la televisión y de Internet.

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El aburrimiento es un estado de inquietud y de falta de atención. Ningún pensamiento, ninguna acción, resultan gratos de llevar a cabo o carecen de sentido. La droga y el alcoholismo penetran en el sujeto a través del aburrimiento. Los cuadernos de pasatiempos han nacido para hacerle frente. La rutina y la desilusión son dos de sus más importantes gérmenes. Pero también el aburrimiento se adquiere por la forma de vida que llevamos. El pastor que estaba en la majada varias semanas sin otra compañía que su rebaño no se aburría, pero un joven acostumbrado a la estimulación constante de la televisión, los videojuegos o internet, se sentirá mortalmente aburrido en cuanto carezca de esos elementos de diversión.

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De ahí que se hayan multiplicado los comportamientos de hiperactividad en los colegios: son consecuencia del aburrimiento. Cuando se cumplen años, el aburrimiento tiene otras connotaciones. Hay varios remedios contra el aburrimiento de los jóvenes. Uno de ellos es el de tener un proyecto personal de vida. En este caso, el joven sabe a qué atener su comportamiento en cada momento: presta atención al propósito que se ha creado. El estudiante que quiere ser un buen médico o un buen ingeniero, el que quiere montar su propia empresa, el que quiere ser un deportista de élite, etc. mantienen al sujeto atento, prevenido, dispuesto, ocupado. También lo es el propósito grupal: pertenecer a un equipo de fútbol, a una ONG, participar en actividades políticas etc., le permiten a uno luchar contra el aburrimiento. Lo malo es el no tener un propósito a cumplir. En ese caso, el alcohol, las drogas, el comportamiento violento, el odio contra la sociedad, son soluciones rápidas contra el aburrimiento.

Sobremanera si se da un aburrimiento acompañado de incertidumbre y desasosiego como el de la crisis moral-social-económico-política que ahora se da. En estas condiciones las gentes buscan su remedio en odio y violencia  contra lo establecido. Se inculca odio, indignación, resentimiento y se obtienen los mayores efectos y la máxima eficacia cuando se hace desde la época escolar. De esa raíz surge el Nacionalismo, el Populismo que quieren destruir todo lo que existe sin saber qué construir después. El sometimiento al grupo le saca a uno del aburrimiento.  El aburrimiento que produce el no tener un proyecto personal propio le puede hacer a uno borrego y fanático.

Claro, ahora estamos desasistidos de los remedios tradicionales contra el aburrimiento. Ahora el aburrimiento de los que carecen de un proyecto que les cautive se combate con las tablees, los ordenadores, los móviles, con el mundo virtual. La nueva versión de Pokemon surgida es un remedio contra el tedio que, además, se adapta a nuestra naturaleza de cazador en busca de presa.

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Pero la solución más eficaz contra el aburrimiento es el proyecto personal: uno tiene una meta, una disciplina y una acción planificada que mantienen su atención en candelero.  Por esa razón me sorprenden esas pretensiones por las que hoy abogan algunas escuelas de sicología de Vivir en el presente a todas horas, que no es otra cosa que carecer de perspectivas y de miradas a la lejanía. El ser humano ha sido pergeñado para laborar en el presente con vistas al futuro. Actuar sin mirar a la lejanía, al foco atractor lejano, es como carecer de luz, es vivir desorientado, sin proyecto. Los que pomposa e ingenuamente abogan por la exclusividad del aquí y ahora, suelen caer en desorientación, aburrimiento, melancolía, y finalmente depresión, a menos que se vuelvan hiperactivos, a menos que salgan de sí mismos y se dejen llevar sin rumbo por la corriente de la vida, sin ser ellos mismos.

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LIBRO DE ENSAYOS ACERCA DEL COMPORTAMIENTO HUMANO

Para comprar el libro puede dirigirse a http://www.eraseunavez.org o a www.agapea.com

En esta dirección puede echar un vistazo a los temas:

CONDUCTA SOCIAL Y NATURALEZA HUMANA II

 

CONVENIENCIA SENTIMENTAL

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Los sentimientos nos sugieren que determinada conducta o acción frente a los demás es aceptable y grata o, por el contrario, es reprobable. Nos hacen sentir atracción o repulsión, malquerencia o bienquerencia, gozo o malestar, paralizan la acción o nos impulsan a ella. Frente al otro, frente a quien nos relacionamos, nos concitan un rumbo y una intención. En resumidas cuentas, mediante dicho sentir hacen resaltar en nuestra conciencia lo conveniente  de tal o cual modo de actuar en relación a tal o cual individuo, predisponiéndonos a estar alerta o a confiar despreocupadamente.

Los sentimientos surgieron como tales en las primitivas agrupaciones de homo sapiens ( muy plausiblemente, se esbozaron en la época del homo erectus), con vocación de actuar a modo de reguladores sociales. La compasión, la vergüenza, la culpa, la envidia, los celos…actúan como instrumentos de la naturaleza humana. Procuran por un difícil equilibrio entre los intereses individuales y los sociales. Propugnan una difícil entente entre el competir con los demás y el cooperar con ellos.

Para sobrevivir en un medio hostil, nuestros primitivos ancestros tuvieron que competir y cooperar entre ellos. Lo mismo ocurre hoy en día en cualquier  negocio: en la empresa los trabajadores cooperan y compiten entre ellos por obtener beneficios empresariales y por alcanzar estatus a costa de los demás. Para estas labores resultaron y resultan de gran utilidad los sentimientos (y también para la convivencia y para la defensa del grupo y del individuo…).

La crueldad, los celos, el odio, la envidia –en  ciertas circunstancias—, actúan en nosotros en forma de pulsiones que nos impelen a competir; la compasión, la vergüenza, el afecto, facilitan, en cambio, la cooperación. Así que los sentimientos, con las pulsiones y la predisposición que nos producen hacia los demás, muestran a la conciencia el comportamiento que al sistema emocional le resulta conveniente cuando un individuo se encuentra frente a otros individuos.

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El compasivo “percibe” conveniencia en actuar con misericordia frente a unos y con odio frente a otros; el vergonzoso “percibe” conveniencia en evitar situaciones en las que podría aparecer deshonroso; la conveniencia del envidioso se cifra en hacer desaparecer al oponente que le hace sombra…

Los sentimientos tienen una importante particularidad: son en alto grado educables, lo cual les confiere un plus de potencial peligro. Incluso pueden ponerse de moda, tal como la compasión y la conmiseración lo están ahora. Los horrores de la 2ª Guerra Mundial fueron un toque de clarín para que se evitara la crueldad e imperase  la compasión. En el fondo, ese es el programa de la filosofía de la llamada Escuela de Frankfurt. El buenismo, cuya moralidad impera hoy en día en Occidente, hunde sus raíces en esa fuente.

La compasión es hoy, a nivel social, el sentimiento estrella, pero la compasión se alimenta de temor, y este sentimiento es el gran reconductor de conciencias. El temor es un miedo anticipado imaginativamente, es el sentimiento que nos produce la percepción de una amenaza en ciernes. Sentimos temor por un peligro supuesto, no por un peligro presente.

En el espectro humano se pueden observar caracteres más o menos medrosos (y también algún Juan Sin Miedo) pero, como sentimiento que es, es educable. Lo sentimos especialmente cuando otros lo sienten y lo comunican.

El temor se propaga entre las gentes como una llama en la estopa; es altamente contagioso y puede agrandarse en nuestra conciencia hasta el delirio. Voy a poner un ejemplo. En marzo de 1220 Gengis Khan tomó Samarcanda y masacró a su población. Igual suerte sufrió el Jorasán iraní y Afganistán. Las ciudades fueron reducidas a escombros y los cronistas musulmanes de la época narran que los cráneos apilados formaban montañas. Tal devastación provocó en el imperio musulmán un temor inmenso hacia los mongoles. Un temor que podemos apreciar por el relato del cronista Ibn al-Athir:[i]

Me han contado cosas que apenas pueden creerse; tan grande era el es­panto que Alá había puesto en todos los corazones. Se cuenta, por ejem­plo, que un solo jinete tártaro entró en una ciudad muy poblada y se puso a matar a todos sus habitantes uno tras otro sin que nadie se atreviera a defenderse. He oído decir que un tártaro, no teniendo ningún arma y que­riendo matar a uno que había hecho prisionero, le ordenó que se acostara en tierra, fue a buscar un sable y después mató a ese desgraciado, que no se había movido.

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La conveniencia que manifiesta un temor prudente es provechosa; no lo es, en cambio,  la conveniencia de actuar de acuerdo a los dictados de un temor desbocado, pavoroso, ni tampoco la de actuar sin temor alguno –es decir, no ser precavido—cuando existe peligro. El temor prudente nos alerta sobre los peligros, mientras que en el temor desbocado esa alerta se hace obsesiva y nos paraliza o nos hace huir despavoridos.

En cualquier caso, la conveniencia que dictan los sentimientos es de por sí peligrosa si no está sometida al control de las razones del intelecto que miran por nosotros mismos. No ha sido infrecuente en la historia que el compadecido clave un puñal en la espalda del compasivo. En la encrucijada en que nos hallamos, con la mitad de la población africana y de Oriente Medio queriendo llegar a las costas europeas, esa historia es muy probable que se repita.

Percibimos otro tipo de conveniencia que no he nombrado hasta ahora y que quizá sea la más determinante en nuestra conducta. Me refiero a la conveniencia que percibimos en las cosas a través de las creencias que poseemos, pero de esto hablaré en una próxima entrada.

 

 

 

 

[i] René Grousset, El Imperio de las Estepas, página 304