Crueldad, venganza y sentimientos.
En la filosofía griega la sentimentalidad fue mirada de reojo, con prevención, belicosidad o desdén. Tal actitud amarró el posterior pensamiento filosófico ―hasta nuestros días―a la argolla de la idealidad, de lo etéreo de sustanciar el conocimiento del ser humano sin mirar sus entrañas, imaginándolo mediante el solo uso de la razón. La actitud de prescindir de las pasiones como causas motoras de nuestra conducta y como armazón de lo humano ha lastrado su quehacer desde entonces.
Sin embargo, la tragedia griega presenta al hombre desnudo, real, agitado violentamente por lo pasional. Si se trata de hallar lo real del «ser» humano, en sus pasiones se ha de mirar.
Soberbia, despecho, odio, crueldad, compasión, piedad, deseo de venganza… son las actrices que intervienen en la función sentimental que se representa en la Medea de Eurípides. Mírese atentamente en ella para encontrar lo humano.
Recuérdese que Medea es hija del rey de la Cólquide y que presta valiosísima ayuda a Jasón para conseguir el Vellocino de oro. Que despedaza a su mismo hermano Apsirto para que Jasón pueda escapar del cerco del rey, y que, llegados a Yolco, mediante un sutil engaño, da muerte al rey Pelias en defensa de los derechos de Jasón. Éste le jura fidelidad eterna. La obra que nos ocupa cuenta a Medea odiando a Jasón porque se ha casado con la hija del rey Creonte, rompiendo así su promesa. Medea, en venganza, dará muerte a esa nueva esposa, Glauce, a Creonte, y a sus propios hijos.
La obra enseguida nos aporta dos bases sentimentales: en la personalidad de Medea ha hecho la soberbia baluarte, y Medea se siente despechada contra Jasón.
Dice el diccionario María Moliner que la soberbia «es una cualidad o actitud de la persona que se tiene por superior a las que le rodean, y desprecia y humilla a las que considera inferiores». El Larrouse añade que «es estimación excesiva de sí mismo en menosprecio de los demás». El soberbio destaca por «no dar su brazo a torcer», aunque tal actitud le provoque adversidad. El soberbio muestra empecinamiento en resistir y en despreciar. Se enroca cuando el sentido común aconseja el apaciguamiento.
Del despecho, que germina mejor en la mujer, dice la RAE que «es una malquerencia nacida en el ánimo por desengaños sufridos en la consecución de los deseos o en los empeños de la vanidad». El diccionario WordReference lo abrevia así: «Resentimiento por algún desengaño, menosprecio u ofensa».
Medea es soberbia, no se detiene ante nada; y siente despecho hacia Jasón porque este ha preferido a la joven Glauce, rompiendo el juramento de fidelidad pactado. Medea siente como injusticia el abandono de que es objeto (pues Jasón no ha cumplido ―en reciprocidad― con los enormes servicios que ella le prestó). Ese abandono lo considera ella una injusticia y una traición que se unen al despecho y lo agrandan, que hacen que destile odio.
Lo orgánico señala un único camino posible para aliviar el dolor que tales sentimientos le producen: la venganza cruel: producir en Jasón igual o mayor dolor que el dolor que ella sufre. La tragedia arranca.
Al comienzo de la obra la nodriza advierte del estado de ánimo de Medea:
Aborrece de los hijos y no disfruta al contemplarlos
Violento es su ánimo y no tolerará ser menospreciado
Quien gane su odio no obtendrá fácilmente el premio de la victoria.
El deseo de venganza parece ocupar su conciencia. Ninguna otra cosa importa. Jasón ha de sentir un dolor y una pérdida semejantes a los que ella siente. La reciprocidad en el dolor se vislumbra como única fuente posible de satisfacción.
Lo que la psicología al uso no dice (quizás porque lo ignora o por prudencia o porque le temblaría la voz) es que cuando se odia con esa pasión con que Medea odia a Jasón, no solo se odia al individuo, sino también a cada uno de sus rasgos. Y no solo se odian esos rasgos en Jasón, sino también en sus hijos. Las similitudes con el padre, las muecas, las sonrisas idénticas, el cómo él y cómo ellos fruncen de igual modo el ceño, el cómo se parecen en los andares y cómo se enojan de manera semejante… A través del odio a esos rasgos, en el parecido que muestran con el padre, Medea odia a sus hijos.
La misma nodriza, demostrando una funesta previsión, ordena a un criado:
Y tú mantenlos lo más apartado posible y no los aproximes a su
encolerizada madre, pues la he observado ya dirigiéndoles a
estos una mirada de toro, como si fuera a intentar algo.
Poco después, Medea confirma esa intención
¡Ojalá muráis en unión de vuestro padre!
Terrible sentencia que puede parecer increíble, pero que es harto sentida por cualquier mujer que desate sentimentalmente nudo semejante.
A Medea la sentimos muy capaz de llevar a cabo ese horrendo crimen; crimen que la satisfaría en el grado en que causase al padre un dolor semejante al suyo. Recuérdese que es soberbia y que está ocupada por el odio y el deseo de venganza.
No obstante, lo contradictorio del espíritu humano hace su aparición, y el dolor y la humillación sufridos parecen hacer mella en su ánimo, parecen imponerse sobre su soberbia, parecen abatirla. La aflicción aparece en escena.
Perdida me veo y, al perder la alegría de vivir, quiero morir,
amigas mías, pues quien sabía claramente que lo era todo
para mí, mi marido, se ha convertido en el peor de los hombres.

Dice también:
¡Ojalá una llama celeste me atravesara la cabeza!,
¡Ojalá deje esta vida odiosa!
En esos instantes Medea ve el mundo como un erial en donde sólo crece el sufrimiento. La depresión anímica parece tomar sus riendas. Todo es negro. La vida no merece ser vivida. Ahora siente que los hijos sufrirán el mismo calvario que ella ha sufrido. Se apiada de ellos. Por amor… ¡desea que mueran!
Jamás entregaré mis hijos a mis enemigos para que sean ultrajados.
Pero enseguida el orgullo y la soberbia, acuden en su auxilio. Habla con Jasón y de ello se acrecienta su odio y se afirma su decisión de vengarse de él a través de sus hijos.
Cualquier cosa menos causar risa en mis enemigos.
Pues, no es soportable, amigas, ser la irrisión
de mis enemigos
CORIFEO: ¿osarías matar tu semilla, mujer?
MEDEA: Sí, pues así sufrirá la mayor herida mi esposo.

Sobre Medea planea la pasión de matar a sus hijos ¡por amor a ellos! o ¡por odio a Jasón!, según el estado de ánimo que prevalezca en ella, según se imponga la piedad o el deseo de venganza, según se doblegue su ánimo o la soberbia lo levante con furia.
En algunos momentos vacila, se arrepiente, piensa en llevárselos con ella fuera del país, se apiada, encoge su ánimo. En esos momentos la razón interviene para sofocar las violentas pasiones que la zarandean, pero la razón es endeble como una hoja frente a las tormentas del espíritu. Nada puede.
Comprendo qué crímenes voy a cometer, pero
más fuerte que mis pensamientos resulta mi ira.
Más que el amor a sus hijos, más que la razón, más que la piedad, más que la repugnancia moral del crimen, más que el dolor, más que la vida, puede en ella el grito del «yo» pidiendo satisfacer el deseo de venganza, demandando preponderar sobre Jasón, exigiendo devolver un sufrimiento acrecentado.
MEDEA: me beneficia el dolor, con tal que no te mofes tú.
…Tú, tras ultrajar mi lecho, no ibas a tener una vida grata
mofándote de mí; ni tampoco la princesa, ni quien te propuso
la boda, Creonte.
Y esas exigencias y demandas producen su efecto, la acción vengativa; y, en la venganza, la crueldad como elemento de gozo, de satisfacción.
JASÓN: ¿Y, con todo, los mataste?
MEDEA: Sí, por afligirte.
Ahora los dos sufren por igual. Empatan, lo que le produce satisfacción. Están en «paz» el uno con el otro. La representación toca a su fin.

Ese bamboleo de sentimientos y estados de ánimo, esa ofuscada e inoperante razón, ese deseo de venganza cruel, esa profusa manifestación de la naturaleza humana, forman el verdadero entramado argumental de la obra. Si se han de buscar las razones íntimas del obrar humano, mírese en Eurípides y en la Tragedia griega, y no en idealizaciones ni en garabatos acerca del ser.
[i] Arrebato tiene su origen en la llamada “a rebato” que se realizaba en una población por medio del toque de campana, llamando a los vecinos a la defensa ante cualquier peligro. La urgencia de atajar éste movilizaba a los hombres a actuar con toda su pasión.
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